jueves, 9 de agosto de 2018

Fedra, de Paco Bezerra y Luis Luque.

"El amor debería estar prohibido".



Uno se enfrenta a las cosas cuando puede. 
Uno habla de la muerte del padre cuando puede.
Uno habla de la desgracia del amor cuando puede.
Uno habla de la putada de haber amado a quien no debía cuando puede.

La "Fedra" que ha escrito Paco Bezerra y ha dirigido Luis Luque es una especie de ajuste de cuentas con un pasado que ha bloqueado cosas pero que ya está sanado. Por eso ahora ya se puede hablar de ello. Ahora la cicatriz ha dejado de doler y lo que queda es la mirada fría y distante de lo asumido y superado.

Esta vez hay mogollón de spoiler, pero paso de escribir de otra forma. De todas formas, conocer la trama es fácil, todos la conocemos. Solo aviso para que no haya quejas.


Ya he dicho muchas veces que Paco Bezerra es un genio que tiene rayos X en los ojos. Donde Paco mira, ve lo mismo que el resto de los humanos pero además, es capaz de ver varias capas ocultas de podredumbre. Con "Fedra" Bezerra nada a sus anchas. Lo que podría ser una tragedia en la que los personajes no pueden escapar de su destino trágico y fatal, se convierte en un microcosmos podrido en el que estos cinco personajes se aman, se odian, se desean, se mienten y ninguno de ellos puede escapar de la fatalidad de NO poder elegir a quién amas. 
La sexualidad de cada uno de nosotros no es una "opción sexual". No se elige, se siente como se siente y las fiebres te vienen por donde te vienen de forma inevitable. No es una opción. Como no es una opción elegir a quién amas. 

"El amor es una trampa".

Fedra se ha unido a Teseo tras una noche de pasión. Pero nada más conocer al hijo de su marido surge lo inevitable. Porque el amor no se puede elegir. Uno se enamora de quien se enamora, aunque suponga cavar tu propia tumba. Todos nos hemos enamorado de alguien sabiendo que era un amor imposible o incluso letal. A veces porque la otra parte ya estaba comprometida o porque te separaba un mundo o porque no le gustabas al otro o porque aun queriendo, el otro no te amaba. Tan inevitable es amar como no amar.
Hipólito no ama a Fedra. La ama de otra forma distinta a la que quiere Fedra. No la ama porque es su madre y porque hay un impedimento obvio y además porque no. Y ahí está el drama; en que Fedra no puede evitar amar a Hipólito, Teseo no puede evitar amar a Fedra, Acamante no puede evitar amar a la Fedra madre, Enone no puede evitar amar a Fedra e Hipólito no puede evitar no amar a Fedra, por mucho que ella le rete: "atrévete a amar". Ese es el drama y el origen de la fatalidad inexorable. Nadie puede elegir a quién amar ni puede elegir no amar.

"El amor es una desgracia".

Paco Bezerra ha escrito una tragedia sobre el amor, la dignidad del amor, la pureza del amor y la crueldad del amor. Del no correspondido, del amor que hace daño, del amor que te jode vivo, te deja aniquilado, te destroza, te deja inútil. El amor que una vez curado y sanado te permite hablar de él en voz alta y ponerle adjetivos. Porque mientras amaste y mientras duró el duelo del amor doloroso e imposible no podías hacerlo. No te lo podías permitir. Pero una vez curado ya sí puedes. 
A Fedra el amor la ha tenido torturada, le ha hecho sufrir como una perra herida hasta que decide amar a pecho descubierto. Con todo el peligro y el mogollonazo que ella sabe perfectamente que va a suponer. Y si no ya tiene al lado a la pelleja de Enone, amante en la sombra, mal bicho envuelto en amor de amiga. Y Fedra decide amar. Y gritarlo. Porque el amor te envalentona. Y ella está feliz de amar. Cuando asume la imposibilidad de ese amor, lo sacrifica, y sacrifica a su amado. O mío o de nadie. Y antes me salvo yo que nadie. Lo envía al matadero. Pero finalmente, cuando el destino ya ha hecho su trabajo, se da cuenta de lo que ha hecho y se entrega al destino inexorable. 
Porque todo es inevitable. Amar, no amar, desear y no desear, querer subir al volcán o querer cuidar de los caballos.    
Hay en Fedra incluso reflejos lorquianos en la relación con la naturaleza, con las flores, con el volcán, con la pasión oculta, con la tragedia del amor imposible y con la valentía del amor. 
Creo sinceramente que este es el trabajo más redondo de Paco Bezerra. Es un texto desgarrado, pasional, limpio, depurado, cercano e incluso diría que de una carnalidad pornográfica. En esa casa, como en la de Bernarda, lo que se quiere no se puede, lo que se desea está prohibido, lo que se puede no se quiere y lo que se debe te ahoga. Aquí, es la tragedia del amor mal elegido la que dice en voz alta: "me vais a soñar".

"Atrévete a amar".



Luis Luque es Paco Bezerra. Es algo también inevitable. No es que se entiendan, es que hablan el mismo idioma, piensan igual, son el mismo. 
Luque ha pasado por todos los estadios del amor antes de llegar a "Fedra". Digo metafóricamente, claro. Pero para contar Fedra desde donde la cuenta Luis hay que haber sido Fedra, hay que haber amado sin evitarlo, hay que haber perdido el amor, hay que haber sufrido por amor y haber pasado un duelo. Y ahora con esa cicatriz curada, colocarte enfrente de este retablo de personajes y desde la distancia de la salud saber dar paso, peso, respeto y medida a todos y cada uno de los matices de la tragedia. Luis respeta y entiende al bicho de Enone, que desde su amor imposible cuida como malamente puede a su niña querida. Entiende a Acamante, que desde su amor sincero, estricto y filial no concibe más amor que el básico, el del dos más dos. Entiende a Teseo, que desde su trono no admite que nada se salga del esquema establecido. Entiende a Hipólito, que vive a bandazo limpio un amor no elegido y entiende a Fedra y su imposibilidad de elegir. 
Hay que ser muy sabio y muy generoso para hacer lo que hace Luque. Luis viene de una comprensión previa no sólo del texto sino de todos los sentimientos de todos los personajes. Entiende y respeta todo. No juzga. Y monta las escenas superando o huyendo de recursos escénicos que subrayen nada. Son los actores y es la palabra. El peso de las escenas está en el peso de la palabra y en su poder de cambiar el mundo. Sin mucho movimiento, sin vagar por el espacio. Sólo lo justo. Y los actores. Y la palabra. 
El trabajo de Luque es ejemplar, porque está lleno de amor; de un amor también inevitable por el texto y por los personajes. Y por el teatro de intención. Por el teatro denso y relleno con la transcendencia de lo superado. Luis Luque conoce el amor y todas sus fases y consecuencias. Por eso se sienta frente al amor y lo expone tal cual, inevitable e inexorable. Quizá uno de los trabajos más depurados y serenos del mago Luque.

Mariano Marín crea un espacio sonoro lleno de embrujo y poderío. Fabuloso, como siempre. 
Almudena Rodríguez Huertas llena de colorido el espacio con un vestuario sobrio y simbólico. De los azules militares de Teseo al negro revenío de Acamonte, del rojo de la Fedra salvaje al blanco del amor letal. Y de las prendas hechas como de retales de distintas vidas de Teseo y Enone al brillo de las túnicas de la Fedra madre y amante. La paleta de colores está en el interior oculto de los personajes.



Monica Boromello se la juega. Estar en Mérida, en ese teatro, y crear una escenografía que prácticamente "cubra" el entorno y salir airosa es digno de una genia. Y Monica lo es, lo ha demostrado mil veces. Para esta Fedra, Monica ha creado un espacio en el que se proyectan las imágenes fabulosas de Bruno Praena. Es un volcán, un cráter, es un coño gigantesco y es el hueco que queda en el pecho si le arrancaras el corazón. Es un torbellino y un abismo, una pesadilla y el rastro de ondas que quedan en un lago al que lanzas una piedra. O son las fases del recuerdo, o del dolor, o las capas del amor. O las consecuencias de lo inevitable.

Tina Sáinz es una institución y un pozo de sabiduría. Cómo controla la respiración, la palabra, la intensidad de los acentos, la musicalidad de cada palabra o la forma en la que busca la luz de los focos demuestran que se las sabe todas. Y crea una Enone arpía y malona como una vecina de esas nacidas para enredar.
Críspulo Cabezas está mejor que nunca. Este actor ha crecido y ha aprendido muchísimo y aunque sigue teniendo una barrera que le aleja un poco de la verdad absoluta y hace que no traspase del todo y que no se corresponda la intensidad que él siente por dentro con el desgarro escénico, reconozco que está más intenso y certero que nunca.  


    
Eneko Sagardoy es un prodigio. Si ya sabíamos que es una bestia capaz de las mayores burradas del mundo, verle sobre un escenario es un gusto para todos los sentidos. Su dominio del espacio escénico, su forma de moverse, su ritmo a la hora de dosificar las emociones, su desinhibición frente a las reacciones más turbias y sobre todo su presencia escénica le convierten en un ser torturado digno de Fritz Lang o de Murnau. Eneko sufre tanto como la criatura de Mary Shelley y aterra tanto como Hans Beckert. Es lo que hay que ser; es bueno, pero es malo, pero es bueno, pero es malo. Admiración eterna.



Juan Fernández es el Lawrence Olivier español. Guapo de caerte de espaldas, con un dominio depurado del gesto inigualable, con un control sobre la palabras y sobre su poder acojonante y con una dosificación de la tensión y de la progresión como pocas veces se ve en un escenario. Juan Fernández sabe medir los tempos, sabe dominar una pausa, sabe enfatizar una sílaba, sabe controlar un gesto, sabe extender un brazo y que se pare el tiempo, sabe pegarte un grito y que desees no haber nacido. Es pura energía escénica y consigue que lo previsible sea imprevisible. 



Dolores González Flores es puro goce. Se mueve por el escenario como si tal cosa. Va y viene (emocionalmente, digo) con una naturalidad pasmosa. Es una Fedra herida, valiente, salvaje, apasionada, carnal y atormentada. Una Fedra que no es culpable, sino revolucionaria, salvaje y que defiende lo que siente.  
Y tiene tres cualidades vitales en un escenario.
No le tiene miedo a las palabras. Quiero decir, que pese a las barbaridades que suelta por esa boca, ella no les tiene miedo ni le dan vergüenza ni le parecen siquiera barbaridades, sino que las suelta como si fueran las palabras normales, necesarias y naturales en ese momento. No se deja aplastar por el peso de las salvajadas que dice, ni las juzga sino que se compromete con ellas a tope. Ese compromiso es la segunda cualidad. Porque a pesar de que Fedra es moralmente cuestionable, ella se compromete con lo que hace y con su personaje y lo lleva hasta las últimas consecuencias. Y encima tiene una forma de decir ejemplar. La dicción, el ritmo, los acentos, la musicalidad de las frases son perfectas. Ojalá muchos actores y actrices se comprometieran tanto y tan bien con las palabras que dicen. Eso no sólo hace que sea un gusto escucharla, sino que le da una dimensión a su personaje sólida y abrumadora. Por eso Dolores, Lolita o Fedra deambulan por el volcán heridas de amor, huidas, heridas, muertas de amor.
La única pega ni siquiera es suya, es nuestra. Es inevitable que todos hagamos juicios previos, que tengamos prejuicios (pre-juicios). Yo, por ejemplo, veo ciertos nombres en los carteles y presupongo que van a hacer cosas malas. Por mi juicio previo. No siempre por culpa de la ausencia del más mínimo talento de esos nombres. Y alguna vez he tenido que recular y reconocer que YO estaba equivocado. YO. No ellos. YO, en mi juicio previo, en mi prejuicio. Es innegable que la figura mediática que supone Lolita hace que tengamos todos un juicio previo. Pero ese juicio es culpa nuestra. Somos nosotros lo que lo tenemos, no ella. Somos nosotros los que prejuzgamos y decimos "bah, Lolita, claro, porque necesitan un nombre para el cartel, porque como actriz...". Y ese prejuicio dice más de nosotros que de ella. Dice somos mezquinos y básicos. Y unos catetos. Lolita no hace nada. Bueno, sí, hace su trabajo Y se pringa. Y lo hace que te cagas. Y luego vamos todos y reculamos y reconocemos que está sublime. Y que ese final es inmejorable, y que deberíamos aparcar nuestros prejuicios porque nos hacen más daño a nosotros mismos que a nadie. A Lolita se la pela si yo pienso "claro, mira esta". Ella se va a pringar en su curro igualmente. Y lo va a hacer igual de bien piense yo lo que piense. El problema lo voy a tener yo que voy a ir con una barrera previa o incluso que puede hasta que me lo pierda y no vea esta "Fedra" por culpa de mi propia estupidez. 

Repito, esta "Fedra" es un gusto. Por su música, por la escenografía, por el vestuario, por la dirección plagada de amor herido y sanado, por el inmenso texto de Bezerra y por el trabajazo descomunal de los intérpretes. De todos.