Fernando Sansegundo y Dafnis Balduz están muy bien. Ellos va, vienen, mueven la escenografía, se suben en los asientos, cambian, gritan, susurran, se enfrentan, ganan, pierden, suben y bajan. Y todo lo hacen muy bien. Incluso están muy naturales y creíbles. Escenografía, vestuario, iluminación también bien. Pero claro, es que el texto a mí no me provoca nada. Salgo igual que entro y durante la función, desenchufo varias veces y repaso la lista de la compra. SPOILER. No leas más y si lees no te quejes, que yo te lo he avisado.
Utilizar un aeropuerto vacío para situar esta acción es un recurso poco interesante, la metáfora es tan simplista que a mí no me embauca. Sí, es un símbolo de estos tiempos corruptos, degenerados, sucios y podridos. Vale, si no es eso, si la metáfora es clara. Pero es que de clara resulta evidente. Y a mí lo evidente no me motiva na de na. Luego la acción tampoco me atrae mucho. El señor que acaba siendo un mercenario y el empleado revenío que es una víctima de la crisis y un revolucionario en la sombra... son lugares comunes poco interesantes. Ni me creo a ese segurata como activista en la sombra, ni su discurso, pese a ser intelectualmente cercano a mí, tiene un desarrollo tan simplista que no me toca. Ni me creo a ese hombre ni me interesa. Y lo que dice está bine, lo de los bancos, lo de los gobiernos hipócritas, lo de la corrupción, lo del asco... pero como que no me cala. Y el supuesto giro dramático para darle intriga a la acción tampoco me sorprende ni me provoca demasiado.
Así que por eso te digo, jajaja, que ni el texto me interesa nada ni a dirección me parece que pase de correcta y efectiva. Eso sí, luz, escenografía y actores competentes, buenos, muy buenos y muy, pero que muy entregados y por encima del producto.
Aquí podrás leer MI opinión sobre los espectáculos que voy viendo. Insisto en que es MI opinión, nada mas. No pretendo adoctrinar ni tener razón. Únicamente te contaré MIS razones para amar o amar menos lo que vaya viendo. El teatro son gustos y aquí leerás los míos. No soy crítico, solo necesito contarle al mundo el porqué de mis amores. Lo que puedes leer aquí es lo que yo he sentido al ver estos espectáculos. Ni más ni menos que mis sensaciones. Si a alguien le sirven, estupendo.
sábado, 28 de noviembre de 2015
40 años de paz. Sala negra de Canal.
"La abducción de Luis Guzmán" me da la sensación de que se ha convertido en un espectáculo casi de culto. No sé, igual es cosa mía pero me da la sensación de que mucha gente no la vio, pero sólo se oyen maravillas. Yo fui de los afortunados que lo viví y lo sentí de una forma estremecedora. Sin duda me pareció uno de mis montajes del año.
Y ahora, el mismo equipo junto con Fernanda Orazi han creado este nuevo prodigio, esta joya que también está destinada a ser de culto.
No hay nada que me guste más que el que los responsables de un espectáculo traten a los espectadores como seres inteligentes. No soporto los diálogos mascados, los mensajes facilones, los recados de carpetera ni los trucos baratos que pretendan llevarme por donde un ser que me menosprecia intente llevarme. Pablo Remón siente tanto respeto por ti como público que te coloca en el mejor sitio, el de la persona inteligente, sutil receptiva y lo suficientemente inteligente como para no tener que decorarle nada ni masticárselo. A mí eso me pone.
El texto es una maravilla de contenido y de estilo. La historia de lo que fue una familia militar franquista, fachorra y repujnante y que tras la muerte chorras del progenitor se encuentra, después de 40 años de paz y treinta y pico de orfandad, sumidos en los restos de un naufragio del que ninguno sale con dignidad y casi ni con vida. Sus almas están tan pochas como el agua de esa piscina testigo de los meaos del papi y de ese polvo que nos cuentan con Julieta... que pa haberlo visto. A fin de cuentas es simplemente una familia normal. Un padre hijoputa así de mente y de alma, una esposa insatisfecha y mala con la maldad del inocente, del que te hunde mientras aguanta la sonrisa en la cara porque todo, todo y todo lo hace por amor. Hasta aniquilarte. Hasta matarte. ¿Y los niños? El mayor es el vivo retrato de su padre, la nena es un cero a la izquierda, una perdedora, una actriz sin carisma y con el mal fario pegao a su chepa. Y el pequeño arrastra todo el pus de la familia entera. Encima, por si no tuviera poco con su sombra, es poeta y maricón. Vamos, en definitiva, lo que puede surgir de una familia así es exactamente eso. Yo aunque nací en Madrid, me crié en Valladolid y recuerdo perfectamente que una compi mía de clase era nieta de uno de los militares golpistas que acompañaron a Franco. Y yo de pequeño he estado en casa de esta chica y he visto al abuelo en su butaca del salón. Claro, yo entonces no sabía quién era, pero esa presencia era aterradora. La bestia no duerme, la bestia está ahí agazapada y sale por los poros y en un regüeldo a destiempo. Y de ahí viene el gen, la herencia, eso de lo que no puedes escapar. Por eso el mayor es clavadito a su padre, la nena es una inútil y el pequeño, el poeta y maricón, es un guiñapo al que ahora le llega se turno. Cuando ya no hay más que la muerte.
Estremecedor texto, en el que lo que se sugiere y lo que se atisba es más cruel y duro que lo que se ve, que ya tiene cojones. Un texto de una profundidad y de unas vueltas que sobre todo cuentan con la inteligencia del espectador para rumiar todo lo que entre coñas y guasas te van soltando. Y es que la vida de la bestia es así.
Del reparto poco puedo contar. Ana Alonso está comestible. Triste, gris, apagada y perdedora como hija y torpe y perdedora también como la chica de la oficina, aunque consigue hacer a OTRA perdedora distinta, la perdedora humana frente a la perdedora por su destino gris y enfangado. Brillante. Emilio Tomé está espectacular. Habla y vive desde una verdad y una naturalidad que parecen hasta falsas. Es imposible ser más natural y empático a no ser que seas un actor inconmensurable y trabajes desde muy, muy adentro. Y eso hace Emilio. Brillante. Francisco Reyes está sublime. Es el hijoputa y es el hijo del hijoputa y son dos hijosdeputa distintos siendo el mismo. Es la herencia pura y es el destino asumido desde la hijoputez congénita. Por eso la caja de galletas danesas es lo más natural del mundo. Tan natural como usar y destrozar a quien sea. Y consigue que te descojones con la bestia. Brillante. Y Fernanda Orazi.
Descomunal, ejemplar, mastodóntica, perfecta, sarcástica y perra como ella sola. Es la perfecta esposa asumida. La vida es así y es eso. Lo más natural, ¿no? Destroza a su hija, destroza a su hijo, adora a su pequeña bestia y añora un amor devastador, letal y seguro que maltratador. Pero es lo más natural. Ella asumió en su día imagino que una casi violación junto a la piscina, mamada incluida y desde esa asunción va aniquilando su entorno, crías incluidas. No se puede ser más mala ni más perra. Siempre desde la risa humillante y desde un amor entendido como posesión y muerte. Tan cruel como natural y tan asesina como dulce. Un bicho con todas sus letras que acaba sus días de bilis pidiendo que le enseñen un miembro. Porque a pesar de todo, lo que empezó con una mamada bien puede acabar con un rabo, aunque sea en la distancia. Fernanda consigue en esa mirada al nabo del moldavo tanta intensidad que se te inundan los ojos de lágrimas de puro patetismo y de puritita soledad. Y luego el Pepito Grillo ese que pulula y toca los huevos casi más que Julieta. Divertida, histriónica, arrolladora, briosa... otro despliegue de la Orazi que está absolutamente perfecta en cada gesto y en cada risa.
Puesta en escena de Pablo Remón prodigiosa, con un sentido del ritmo y de la progresión asombrosas, un espacio precioso y con una frialdad mezcla de Hopper y de Lynch. Tres historias, cuatro protagonistas, una vez son el centro y el resto son secunadarios pero de la misma historia. Cierto, "narramos mientras somos narrados". Luces fabulosas, elementos y recursos escénicos inteligentes y precisos. Remón consigue crear un microcosmos asfixiante, polivalente y decadente que a mí no sé por qué me llevaba a Buñuel. Fantástico montaje, fantástico sitio en el que se coloca Remón y fantástico sitio en el que coloca al espectador. Sin ningún género de dudas, uno de los espectáculos más inteligentes, brillantes y emotivos que he visto este año. Bravo y mil veces bravo. ¡¡Me cago en San Pito pato!!
Siempre me resistí a que terminara el verano. Marquina
De Lautaro Perotti yo sólo había visto aquella maravilla de "Breve ejercicio para sobrevivir", una exhibición de Santi Marín y Bárbara Lennie. Entre eso y el pedazo de repartazo que te encuentras en el cartel... como pa no ir cagando hostias a verlo. Pues claro.
Lautaro Perotti vuelve a demostrar que maneja a la perfección los entresijos del alma humana necesitada del otro para completarse. Escribe y desarrolla de forma precisa, hiriente y real la necesidad que tenemos de prolongarnos o de necesitarnos en el otro para sentirnos vivos, para cerrar el eslabón de la cadena vital. Los encuentros entre dos personajes son secos y potentes tanto literariamente como en su traslado a la vida real (la del escenario, digo). No tanto el manejo del ritmo o de el enlace de escenas. Quiero decir, el texto es cercano, familiar, conocido, poco sorprendente pero desarrolla de forma irregular según qué momentos, dando, al final una sensación de ya visto y de poco emocionante peligrosa. El texto se mueve entre momentos memorables y emocionantes y otros rutinarios, revisitados y poco conmovedores. Y es que la intención que hay debajo yo siento que es la de conmover. Las cosas así buscadas suelen funcionar regular. Yo al menos prefiero lo que sucede sin querer, lo no buscado (es un decir porque toda intención se busca). Si se provoca emoción, que sea sin querer, si se conmueve que no sea por cojones. Es como la diferencia que hay entre el plano de Angelica Huston mirando la nieve caer en ese plano mágico de "Dublineses" o un capítulo de "Autopista hacia el cielo". Bueno, no tanto, me he pasado, pero a eso me refiero; el afán por conmover provoca que Perotti haya escrito escenas a veces muy largas, repetitivas, ilustrativas y deja a un lado la capacidad de profundizar que ha demostrado y demuestra y navegue a ratos entre la carga de profundidad y la reiteración. Lo que pasó en mi caso es que eso me llevó a cierto desinterés y a poca empatía.
Que yo adoro a Mónica Boromello es sabido por todos, pero en esta ocasión el espacio doble no me gusta. A ver, el bosque lluvioso sí, es bellísimo, pero el puticlub no. Y no tanto por el espacio en sí, que no me provoca ni evoca nada sino por el uso. Si estableces el código que de la puerta está en un sitio concreto, tiene que estar ahí siempre, no vale que luego los personajes atraviesen las paredes porque te es más cómodo moverlos por ahí.
Técnicamente todo perfecto, luces, espacio sonoro, vestuario...
Y lo mismo que te digo que la dirección y el texto en sí me parece que no conectan conmigo y se me quedan a medio camino, te digo que el reparto está a un nivel prodigioso. Muy, pero que muy por encima del texto.
Unax Ugalde me sorprendió porque nunca le había visto en teatro y demuestra una dominio del espacio, un control del escenario y una maestría tanto para el trazo grueso, como para el sutil e incluso para el primer plano acojonantes. Me parece que hace un trabajazo magistral. Como Estefanía (de los dioses) y de los Santos. Ella es carne y es tierra, es puta y es amiga, está ajada pero más viva que todos juntos. Recorre un arco de emociones como si nada que te estremece y te retuerce. Y todo eso lo hace como si fuera su estado natural. Impresionante cómo crea vida en el escenario. Andres Gertrudix es una debilidad que yo tengo. Es un actorazo que consigue siempre dar credibilidad a todo lo que agarra entre sus manos. Y Andrés está fabuloso y salvaje en los momentos en los que el texto se lo permite y le lleva mejor aunque hay momentos en los que cae en lo reiterativo y en los recursos ya explotados cuando el texto decae. Pablo Rivero está algo perdido. Bueno no, quiero decir que da el aspecto de pijo fachorro asqueroso. Da grima. Pero su personaje quizá sea más esperpéntico y menos "real". Y ahí sale perdiendo Pablo, que mantiene un tono que no corresponde con lo que le rodea. Además, vocalmente está como engolado o con la voz en un sitio raro y poco natural y efectivo.
Y luego está Samuel Viyuela. Un puto descubrimiento, el amo del escenario, un robaplanos implacable. Sale, está en otro tono distinto, es pura comedia, es Berlanga, es la vida y es lo natural. Surge, crea, nace en él cada frase, cada coña, cada morcilla (fijo que no hay ninguna, pero incluso lo parecen), cada mirada y cada silencio. Desde que sale y arranca a hablar, alucinas, flipas y no puedes despegar la mirada de este actor sencillamente PRODIGIOSO.
En definitiva, un texto reiterativo y poco empático con un reparto de ensueño muy por encima del espectáculo.
Lautaro Perotti vuelve a demostrar que maneja a la perfección los entresijos del alma humana necesitada del otro para completarse. Escribe y desarrolla de forma precisa, hiriente y real la necesidad que tenemos de prolongarnos o de necesitarnos en el otro para sentirnos vivos, para cerrar el eslabón de la cadena vital. Los encuentros entre dos personajes son secos y potentes tanto literariamente como en su traslado a la vida real (la del escenario, digo). No tanto el manejo del ritmo o de el enlace de escenas. Quiero decir, el texto es cercano, familiar, conocido, poco sorprendente pero desarrolla de forma irregular según qué momentos, dando, al final una sensación de ya visto y de poco emocionante peligrosa. El texto se mueve entre momentos memorables y emocionantes y otros rutinarios, revisitados y poco conmovedores. Y es que la intención que hay debajo yo siento que es la de conmover. Las cosas así buscadas suelen funcionar regular. Yo al menos prefiero lo que sucede sin querer, lo no buscado (es un decir porque toda intención se busca). Si se provoca emoción, que sea sin querer, si se conmueve que no sea por cojones. Es como la diferencia que hay entre el plano de Angelica Huston mirando la nieve caer en ese plano mágico de "Dublineses" o un capítulo de "Autopista hacia el cielo". Bueno, no tanto, me he pasado, pero a eso me refiero; el afán por conmover provoca que Perotti haya escrito escenas a veces muy largas, repetitivas, ilustrativas y deja a un lado la capacidad de profundizar que ha demostrado y demuestra y navegue a ratos entre la carga de profundidad y la reiteración. Lo que pasó en mi caso es que eso me llevó a cierto desinterés y a poca empatía.
Que yo adoro a Mónica Boromello es sabido por todos, pero en esta ocasión el espacio doble no me gusta. A ver, el bosque lluvioso sí, es bellísimo, pero el puticlub no. Y no tanto por el espacio en sí, que no me provoca ni evoca nada sino por el uso. Si estableces el código que de la puerta está en un sitio concreto, tiene que estar ahí siempre, no vale que luego los personajes atraviesen las paredes porque te es más cómodo moverlos por ahí.
Técnicamente todo perfecto, luces, espacio sonoro, vestuario...
Y lo mismo que te digo que la dirección y el texto en sí me parece que no conectan conmigo y se me quedan a medio camino, te digo que el reparto está a un nivel prodigioso. Muy, pero que muy por encima del texto.
Unax Ugalde me sorprendió porque nunca le había visto en teatro y demuestra una dominio del espacio, un control del escenario y una maestría tanto para el trazo grueso, como para el sutil e incluso para el primer plano acojonantes. Me parece que hace un trabajazo magistral. Como Estefanía (de los dioses) y de los Santos. Ella es carne y es tierra, es puta y es amiga, está ajada pero más viva que todos juntos. Recorre un arco de emociones como si nada que te estremece y te retuerce. Y todo eso lo hace como si fuera su estado natural. Impresionante cómo crea vida en el escenario. Andres Gertrudix es una debilidad que yo tengo. Es un actorazo que consigue siempre dar credibilidad a todo lo que agarra entre sus manos. Y Andrés está fabuloso y salvaje en los momentos en los que el texto se lo permite y le lleva mejor aunque hay momentos en los que cae en lo reiterativo y en los recursos ya explotados cuando el texto decae. Pablo Rivero está algo perdido. Bueno no, quiero decir que da el aspecto de pijo fachorro asqueroso. Da grima. Pero su personaje quizá sea más esperpéntico y menos "real". Y ahí sale perdiendo Pablo, que mantiene un tono que no corresponde con lo que le rodea. Además, vocalmente está como engolado o con la voz en un sitio raro y poco natural y efectivo.
Y luego está Samuel Viyuela. Un puto descubrimiento, el amo del escenario, un robaplanos implacable. Sale, está en otro tono distinto, es pura comedia, es Berlanga, es la vida y es lo natural. Surge, crea, nace en él cada frase, cada coña, cada morcilla (fijo que no hay ninguna, pero incluso lo parecen), cada mirada y cada silencio. Desde que sale y arranca a hablar, alucinas, flipas y no puedes despegar la mirada de este actor sencillamente PRODIGIOSO.
En definitiva, un texto reiterativo y poco empático con un reparto de ensueño muy por encima del espectáculo.
martes, 17 de noviembre de 2015
El público. Teatro de la Abadía.
Las ganas que yo tenía de ver este montaje no lo sabe nadie.
Intentaré ser lo más frío posible porque es lo suyo, ¿no? Para desmanes... otros comentarios míos. Pero en este prefiero ceñirme al asunto.
Este texto se ha representado en muy contadas ocasiones en España. Esta era la segunda... no, tercera vez que lo veía. Poquísimas para lo que merece un texto como este. Con la boca abierta y grande digo desde YA que para mí es uno de los textos más impactantes y necesarios de la historia de la cultura. Ahora al asunto, que es lo importante.
Me resulta curioso o chocante o raruno leer durante estos días que se diga con absoluta naturalidad que este texto es "indescifrable" o "incomprensible", que se den estas afirmaciones como una verdad y te hablen desde ahí. Vamos a ver, yo pienso que este texto si lo analizas, si lo lees con cuidado y tranquilidad es claro, conciso, de una belleza abrasadora, con una música en las palabras e incluso en su métrica apabullante y de una claridad casi meridiana. Eso sí, hay que estudiarlo un poco. Un poco. No un mucho. ¿Raro? Coño, hablamos de surrealismo, claro que es raro. Figuras, imágenes, metáforas incluso, colores, disfraces, símbolos. Eso no implica ni muchísimo menos que sea un texto inescrutable. Pero hay que adentrarse en él. Y digo esto única y exclusivamente como TEXTO, no me refiero a cómo uno debe enfrentarse o entregarse al hecho teatral. Evidentemente uno debe ir a una sala entregado, relajado, dispuesto a dejarse llevar por las mareas y los aromas del director, de los actores, del músico, del iluminador, del coreógrafo, del escenógrafo... Al hecho único teatral hay que ir sin pretensión, con el poro abierto y lubricado. Sin medida ni meta, ni tope, ni red, ni teoría, ni amor siquiera. Y luego que pase lo que tenga que pasar.
En este montaje ha habido cosas que me han gustado y cosas que no.
Me ha gustado:
La Julieta de Irene Escolar. No es la Julieta que habita en mi adentro pero es admirable el trabajazo de esta mujer que si no lo es ya, en nada será de las mejores y más carismáticas actrices del país. Se temblor, su miedo es casi real. Y su contacto con los caballos es revelador. Estremece desde un sitio fascinante. Un sitio inteligente, bello y muy impactante.
El prestidigitador de Juan Codina. Sádico, sibilino y con un aspecto de serpiente tentadora muy, muy acojonante. Puesto que todo el espectáculo tiene ese tono trascendente y de máxima importancia, el prestidigitador es totalmente coherente con ese tono y el único en el que ese tono, para mi gusto, funciona.
Determinados momentos del Hombre 1, Hombre 2 y Hombre 3. Personajes marcados, buena dinámica entre ellos y escenas y conflictos bien resueltos. Realmente resultan coherentes y sus distancias son claras.
La escena de los estudiantes y las damas. Visualmente bien resuelta y aunque como en todo el espectáculo se pase un poco por encima del texto, sus posturas resultan convincentes. Digo sus posturas morales, claro.
Pep Tosar en la escena final. Bueno, concretamente cuando saca las manos de los bolsillos y la emoción y el propio texto le lleva por sitios más espontáneos, más reales y más comprometidos.
David Boceta. fantásticos su Hombre 1, su Gonzalo y su Desnudo Rojo. Aunque yo creo que siendo el Desnudo Rojo Gonzalo, lo es a partir de un momento dado, desde "Todo se ha consumado" como bien decía Federico. Pero no siempre. David está en un tono fabuloso, con una composición corporal concreta y maravillosa, con el peso justo, la firmeza justa y la rigidez precisa. Sin duda, lo mejorcito junto con Codina e Irene Escolar.
El traje de Arlequín y el Traje de Bailarina. Bien en concepto y en reflexión.
Los cambios de dimensión, de espacio y de tiempo, en general están bien resueltos y funcionan.
El trabajo de todos los actores. Sin excepción y sin coartadas.
No me ha gustado:
La dirección.
El tono general como de una trascendencia pesarosa, doliente y demoledora. Lo que se cuenta, para mi gusto, es duro, pero desde un sitio más jocoso, es un dolor brillante y azul, no marrón y cadenciosa. Ese tono, ese sitio, esa elección (absolutamente respetable, eso está claro; cada uno monta, elige y dirige desde donde quiere y como quiere) al menos en mí provocó desinterés, pesadumbre y poca emoción. Chica, a veces hay conexión y a veces no. Con un espectador sí y con el de al lado no.
Los caballos blancos. No entiendo por qué uno de los caballos blancos, símbolo del sexo viril y hetero (no lo digo yo, lo dice Federico en el propio texto) es una mujer. No hay nada de lesbianismo en esas figuras ni en sus momentos y la libertad de Julieta no pasa por acostarse con una chica. Es más, cuando Julieta pasa a ser un chico de 15 años (tampoco lo digo yo, lo dice Federico) tampoco tendría sentido que uno de los caballos fuera una mujer.
Las acotaciones. Cada uno es muy dueño de respetar las acotaciones del autor o no hacerlo. Es de cajón. Pero las acotaciones de "El público" casi son como Pinterianas, son casi de obligado cumplimiento. Bueno, en Pinter son lo cumplimiento obligatorio. Las acotaciones son muy aclaratorias. Los colores, lo que pasa, lo que cambia, el vestuario o al menos la referencia, el cuándo, el cuántos, el para qué... las acotaciones son riquísimas. Una cama vertical (la cruz) , radiografías en las paredes, decoración realista (la única nota realista del texto, el sepulcro de Julieta), vestida de griega (Elena de Troya), decorado azul... Especialmente cuando uno de los actores dijo en una entrevista: “Àlex quería ayudar al espectador a entender mejor los símbolos que maneja Lorca. Y todo lo que se pueda perder en contenido se gana en forma”.
Pep Tosar. Mejor dicho el desarrollo de su personaje. Lo siento, pero durante casi toda la función está con las manos en los bolsillos. Hay tantísima pasión y tantísimo cambio que es imposible vivir todo lo que pasa en esa hora y poco sin desmangarse. Es imposible que Enrique esté igual al principio de la obra que al final. Aunque en la escena final no pueda evitar sacar las manos y dejarse llevar. Pero la frialdad del cuadro 1, ya de por sí bastante delicada, no puede estar en el cuadro 6. Imposible. El teatro se ha derrumbado, y él también. Por eso tiene frío. Por eso "no vale silbar desde las ventanas". Porque quitar es fácil. Lo difícil es poner. Por eso es mucho más difícil sustituir. Por eso llueven guantes blancos.
La ruina romana. Es un juego, sí, pero un juego de tira y afloja y con mucho dolor. No es sólo un doy y un recibo. No se les borra la sonrisa en ningún momento. Y cada vez que aparecen el pez luna y el cuchillo, se produce un relámpago. Esa es justamente la clave de toda la función. De las cien capas del texto, las dos capas más evidentes y poderosas; el teatro y su sinceridad y coherencia y el amor y su sinceridad y coherencia, en la capa del amor el responder al pez luna con un cuchillo es la clave. Ahí está la distancia entre ellos, ese es el límite que va a perseguir a Enrique y Gonzalo durante toda su vida. No es una frase más, no es una imagen más. Toda la escena es de una belleza sobrecogedora, cada frase, cada imagen, cada reto es un homenaje a la belleza lírica, humana y amorosa descomunal. Nube, ojo, mosca, manzana, beso, pecho, sábana blanca... Y hay un momento en el que no se respeta la puntuación. "Tendré necesidad de desmayarme para que vengan los campesinos. Tendré necesidad de llamar a los negros..." , son afirmaciones, no son preguntas. No es lo mismo "Ya no me sirves" que "¿No me quieres?"
El Emperador. La voz que oímos parece casi la voz de Dios. y justamente lo último que hay en esta obra es el sentimiento de culpa judeo cristiana. Hay imágenes poderosísimas bíblicas; el Desnudo rojo y sus frases, la madre de Gonzalo, "deja que te lave los pies"..., pero lo que no hay es sentimiento de pecado. El Emperador es la prohibición, el poder viciado y vicioso que viola niños (no lo digo yo, lo dice Federico), no Dios.
Las referencias a Pirandello, a Shakespeare, a Calderón, a "Poeta en Nueva York" quedan demasiado difuminadas aunque en este caso, siendo también una elección, quizá no sea un aspecto tan importante. Sólo un capricho mío.
El "Solo del pastor bobo". Vale, es raro, es incómodo, ¿qué hago con esto? Quizá lo más apropiado sería ponerlo al principio, como en el Siglo de Oro, para anunciar de qué se va a hablar a continuación. O quizá justo antes del cuadro sexto, cuando todo ya ha sucedido (o casi) y todas las caretas están en el armario. Pero de ahí a convertirlo en una canción seria, de hoy mismo, en una canción de cadena Dial... no sé yo. Esa letra es muy fuerte. Todo lo que dice. O haces farsa o yo qué sé, pero... un éxito de cantautor... como que no.
El caballo negro. Es igual que el prestidigitador. Hasta se confunden. ¿Dirías que son dos personajes? Lo son y casi te diría que antagónicos.
El excesivo tono flotante y trascendente que para mi gusto y según mi percepción, en mí provocó desapego, falta de empatía y poco embrujo.
La escenografía, la luz en general y la música. Demasiado ocre todo para un texto tan dolorosamente brillante.
El preámbulo con imágenes de Federico, el rostro de Federico, Federico con La Barraca, las canciones de Federico y las canciones no de Federico. No es necesaria tanta "mentalización" de quién es Federico. Bueno, corrijo, esto lo pongo en la sección ni fu ni fa.
Los conejos.
A falta de que el tiempo y el transcurrir de los días me den perspectivas nuevas, ahí queda mi reflexión sobre "El público". Lectura que no coincide con la mía, dirección que desaprovecha el ingente filón de imágenes y referencias que hay en el texto y lo vuelve mortecino, apesadumbrado y color tierra. Y un repartazo con grandísimos actores que hacen un gran trabajo, aunque las directrices que tienen no es la que yo veo como más adecuada. Pero, como digo siempre, esta es sólo mi humilde opinión.
Por cierto, creo que todas o casi todas las fotos son de Ros Ribas. Paradojas de la vida. Y un genio indiscutible.
El alcalde de Zalamea. Teatro de la Comedia
Nuria Gallardo es lo más.
Una vez dicho esto, al lío, ¿no?
Empezar un comentario escribiendo "Teatro de la Comedia"... es ya de por sí, un gustazo. Que reabra un teatro como este en Madrid es un milagro y un motivo para celebrar.
Y está muy bien celebrar esta reapertura con un clásico como "El alcalde". Gran espectáculo, sólido y con un resultado de altura, de mucha altura.
Pero vamos por partes. Sobre todo porque es este espectáculo hay unas cuantas "partes". Primera, dirección. Confieso que los trabajos de Helena Pimenta no me han enamorado nunca. No sé, supongo que hay algo en su lenguaje que no termina de conectar con el mío. Es ese toque que hace que el punto de vista que está viendo sea exactamente el tuyo. No es problema de ninguna de las dos partes, es simplemente cuestión de conexión. El espectáculo me parece muy, muy sólido. Aunque estéticamente me resulta algo añejo. El comienzo de los pelotaris es potente y me gusta mucho. Bien iluminado, bien vestido, bien movido, bien coreografiado. Aunque quizá la dualidad entre la voluntad y el deber, y entre el deseo y el destino podrían haber tenido un tratamiento más personal y carismático. El verso... como casi siempre, desigual, sobre todo estilísticamente. Si usas verso libre, usas versos libre (no es mi preferido, pero bueno) y si usas normas más clásicas, que sea de forma homogénea. Pero entre el verso de Carmelo por ejemplo y el de David Llorente hay un mundo. Pero bueno, tampoco pasa nada.
La escenografía no me gustó tanto. Aparte de que resultaba incómoda para casi todas las entradas y salidas, también era incómoda para determinadas acciones (como la cena, por ejemplo, con Nuria sentada en el suelo) aunque el momento Carmelo atado me pareció bien resuelto. Pero bueno, tampoco pasa nada.
El elenco... desigual. Hay elecciones que no entiendo. Lo que hace Clara Sanchís, por ejemplo. Ella es una buena actriz, eso es incuestionable, pero lo que han elegido que haga no conecta conmigo en absoluto. Vamos, que no me gusta nada. Pero nada es nada. Francesco Carril y Álvaro de Juan están estupendos. Quizá algo pasados, pero resultan convincentes y divertidísimos. Se agradece, con lo denso que es todo en esta obra. David Llorente demuestra ooootra vez más su maestría tanto con el verso como con el dominio del espacio y de la tensión. Un ejemplo de trabajazo sin fisuras en un personaje en el que lo único malo es que pase desapercibido. Cojonudo. Y luego tenemos a Notario (posiblemente una de las bestias escénicas más brutales que ha dado este país en muchos años) tan perfecto como siempre. Carmelo Gómez está asombroso. Con su verso completamente descontextualizado consigue dar una verdad a su Pedro Crespo fantástica y convincente. Tiene un peso en el escenario de gran actor y mantiene sus duelos con el gran Notario de igual a igual. Sin embargo en sus escenas con Isabel, se convierte en un ser pequeñito, delicado y vulnerable. Fabuloso.
Y Nuria Gallardo... cósmica. Siempre he amado y admirado a esta mujer por su capacidad de bajar a la Tierra y hacer carnales todos los personajes que toca. Desde que aparece en escena desprende la luz de un hada y el encanto de un ser frágil. Una crisálida que brillará por el escenario hasta acabar convertida en un ser destrozado y mutilado. Una transformación instantánea, rapidísima, vertiginosa y fascinante en manos y ojos de Nuria. (Por cierto, y esto es comentario "Sálvame"... cada día se parece más a la grandiosa María Jesús Lara. Esa mirada... estremecedora). Nuria está absolutamente poseída por el personaje y transmitiendo la dulzura de la joven y el dramatismo de la violación y la deshonra. A ver, seamos sinceros, el tema de la edad... Confieso que al tener noticia de este montaje, me resultó chocante. Pero confieso también que una vez visto el resultado, yo me descubro ante quien haga falta. Nuria es perfectamente la hija de Carmelo, porque lo que ambos hacen es tan fascinante que no hay ni una fisura. Son dos trabajazos solidísimos que hacen que no te plantees nada. Al menos a mí me enamoraron tanto que no pensé en edades ni en chorradas. No creo que muchos actores pudieran aguantar los duelos con Notario como lo hace Carmelo y no creo que haya muchas actrices capaces de trasmitir tantos colores y de transformar el azúcar en hiel y en costra como lo hace Nuria. Sin duda, lo mejorcito de la función.
En resumen, un gran espectáculo al que en un ranking que hacemos entre varios blogueros y críticos yo le he dado, sin ninguna vergüenza ni duda, un cuatro sobre cinco. No me gusta mucho eso de poner estrellas, pero, "El alcalde de Zalamea" se merece eso, porque es un gran espectáculo que merecería girar mucho por todas partes.
La clausura del amor. Canal.
Pascal Rambert escribe y dirige este... digamos... espectáculo. Y es que no sé si llamarlo espectáculo o... catarsis, o... terapia... o destripamiento. ¿Recordáis "Función de noche"? Pues algo así parece que sucede aquí, en el escenario de la sala verde de Canal, bajo la mirada congelada de espectadores ávidos, parejas estremecidas y los numerosísimos trajeados y emperifolladas que invitamos entre todos (la política de invitaciones de Canal es... tema aparte).
Aquel invento llamado "Festival de Otoño" que ahora es esa otra cosa llamada "Festival de otoño a primavera" tiene su lado bueno, y es que a pesar de no tener ya la más mínima identidad como evento, permite que veamos a lo largo del año un puñado de espectáculos de esos obligatorios e imprescindibles. Y "La clausura del amor" es imprescindible por mucho motivos.
El texto escrito por Pascal Rambert es pura verdad, puro pensamiento, puro sentimiento y pura bilis. Una ruptura, aunque dolorosa, puede ser más o menos cívica, más o menos educada y respetuosa. o puede ser el detonante para sacar todo el pus que uno ha guardado durante años de convivencia digamos... civilizada.
Ya lo decía Gila: "eso que de solteros es un lunarcito gracioso en la mejilla se convierte en una verruga llena de pelos una vez casados". Salvando la distancia de nuestro pasado bizarro, eso es lo que vienen a contarnos. Evidentemente inundado de palabras certeras e hirientes y con un estilo cercano al monólogo interior. Porque lo que vemos primero en él y luego en ella es el pensamiento llevado a las palabras. Un concepto lleva automáticamente al otro, una palabra enlaza con la siguiente, o se atropella, una idea o una frase se ve interrumpida por lo que eso provoca en uno mismo. Es el proceso mental llevado a las letras. Brillante, brioso, herido y vomitivo. Un recuerdo se transforma en queja, en dolor, en herida, y la herida supura, y el pus provoca y la provocación arrastra y el odio hunde. Texto nacido de las tripas y del amor más odioso. Mil frases para recordar, mil momentos con los que identificarte, mil puyas en las que te ves , te reconoces y te proyectas. Es el dolor o el desprecio máximos. Porque encima se clavan las cuchilladas donde más duelen. Hijoputismo del reconocible. ¡¡Coño, que a veces se dicen unas cosas que parece que se las dicen entre ellos dos, personas, no entre dos personajes!!
Y así durante cuarenta y pico minutos. Primero Israel. Torrente de energía, prodigio de respiración, cascada emocional, tobogán, montaña rusa, precipicio, sima e infinito. ABSOLUTAMENTE PERFECTO. Después... intermedio musical absolutamente delicioso que hace digerible tanto el vómito que acabamos de presenciar como el que intuimos que se nos viene encima. ¡¡Y vaya si se nos venía encima!! Arranca Bárbara Lennie. Exactamente igual de arrasadora que Isra. El texto en este caso esa casi exacto al que nos potó Isra antes. O el contrapunto. Todo lo que la sinrazón y el torbellino de Isra impidieron que respondiera Bárbara. Porque a los dos les importa una mierda lo que el otro responda. Ya no están por las justificaciones, ni por las explicaciones,. El "otro" ya no tiene lugar. A veces, ni siquiera para el respeto. Salvaje. Como pasó con Isra, apenas un par de pausas para tomar aire... y vuelta al torbellino. Y cuando cada uno ha soltado todo el odio en el que se ha convertido su respectivo amor al llegar su clausura, entonces se acaba. Ya no hay más. Eso sí, cada uno se queda con lo que se queda y nosotros nos quedamos con un grandísimo texto y con el trabajo ya no sólo de soltar, de potar, de arrasar, de expulsar, de herir y de dañar al otro sino que con el otro, con el más jodido, con el de "escuchar". Y es que ese escorzo no esconde las reacciones. Y esas espaldas hablan tanto y tan bien como las caras. Y si difícil y comprometido es soltar, ni te cuento lo jodido que es recibir. Y los dos escuchan y oyen (ambas cosas) con la misma maestría, compromiso e implicación que cuando el foco está en ellos directamente.
Este espectáculo es una maravilla lo primero por el texto salvaje, necesario y ejemplar y por una dirección sólida, delicada y magistral. Y lo segundo y más importante (perdón, Pascal) por el descomunal trabajo de Israel Elejalde y Bárbara Lennie, hablando de cosas cercanas, de las jodidas, las reconocibles con un nivel de maestría, implicación, valentía y riesgo tanto emocional como ético como no se ha visto en un escenario salvo en contadísimas ocasiones. Sí, dos salvajes. Un escenario casi vacío, un ring blanco, inmaculado, impoluto y dos bestias. Desde aquí digo que cualquier estudiante y "practicante" de interpretación debería ver este espectáculo obligatoriamente porque es un ejemplo descomunal de en qué consiste el trabajo de un actor. Sin ningún género de dudas, dos de los mejores y más valientes intérpretes de este país.
Aquel invento llamado "Festival de Otoño" que ahora es esa otra cosa llamada "Festival de otoño a primavera" tiene su lado bueno, y es que a pesar de no tener ya la más mínima identidad como evento, permite que veamos a lo largo del año un puñado de espectáculos de esos obligatorios e imprescindibles. Y "La clausura del amor" es imprescindible por mucho motivos.
El texto escrito por Pascal Rambert es pura verdad, puro pensamiento, puro sentimiento y pura bilis. Una ruptura, aunque dolorosa, puede ser más o menos cívica, más o menos educada y respetuosa. o puede ser el detonante para sacar todo el pus que uno ha guardado durante años de convivencia digamos... civilizada.
Ya lo decía Gila: "eso que de solteros es un lunarcito gracioso en la mejilla se convierte en una verruga llena de pelos una vez casados". Salvando la distancia de nuestro pasado bizarro, eso es lo que vienen a contarnos. Evidentemente inundado de palabras certeras e hirientes y con un estilo cercano al monólogo interior. Porque lo que vemos primero en él y luego en ella es el pensamiento llevado a las palabras. Un concepto lleva automáticamente al otro, una palabra enlaza con la siguiente, o se atropella, una idea o una frase se ve interrumpida por lo que eso provoca en uno mismo. Es el proceso mental llevado a las letras. Brillante, brioso, herido y vomitivo. Un recuerdo se transforma en queja, en dolor, en herida, y la herida supura, y el pus provoca y la provocación arrastra y el odio hunde. Texto nacido de las tripas y del amor más odioso. Mil frases para recordar, mil momentos con los que identificarte, mil puyas en las que te ves , te reconoces y te proyectas. Es el dolor o el desprecio máximos. Porque encima se clavan las cuchilladas donde más duelen. Hijoputismo del reconocible. ¡¡Coño, que a veces se dicen unas cosas que parece que se las dicen entre ellos dos, personas, no entre dos personajes!!
Y así durante cuarenta y pico minutos. Primero Israel. Torrente de energía, prodigio de respiración, cascada emocional, tobogán, montaña rusa, precipicio, sima e infinito. ABSOLUTAMENTE PERFECTO. Después... intermedio musical absolutamente delicioso que hace digerible tanto el vómito que acabamos de presenciar como el que intuimos que se nos viene encima. ¡¡Y vaya si se nos venía encima!! Arranca Bárbara Lennie. Exactamente igual de arrasadora que Isra. El texto en este caso esa casi exacto al que nos potó Isra antes. O el contrapunto. Todo lo que la sinrazón y el torbellino de Isra impidieron que respondiera Bárbara. Porque a los dos les importa una mierda lo que el otro responda. Ya no están por las justificaciones, ni por las explicaciones,. El "otro" ya no tiene lugar. A veces, ni siquiera para el respeto. Salvaje. Como pasó con Isra, apenas un par de pausas para tomar aire... y vuelta al torbellino. Y cuando cada uno ha soltado todo el odio en el que se ha convertido su respectivo amor al llegar su clausura, entonces se acaba. Ya no hay más. Eso sí, cada uno se queda con lo que se queda y nosotros nos quedamos con un grandísimo texto y con el trabajo ya no sólo de soltar, de potar, de arrasar, de expulsar, de herir y de dañar al otro sino que con el otro, con el más jodido, con el de "escuchar". Y es que ese escorzo no esconde las reacciones. Y esas espaldas hablan tanto y tan bien como las caras. Y si difícil y comprometido es soltar, ni te cuento lo jodido que es recibir. Y los dos escuchan y oyen (ambas cosas) con la misma maestría, compromiso e implicación que cuando el foco está en ellos directamente.
Este espectáculo es una maravilla lo primero por el texto salvaje, necesario y ejemplar y por una dirección sólida, delicada y magistral. Y lo segundo y más importante (perdón, Pascal) por el descomunal trabajo de Israel Elejalde y Bárbara Lennie, hablando de cosas cercanas, de las jodidas, las reconocibles con un nivel de maestría, implicación, valentía y riesgo tanto emocional como ético como no se ha visto en un escenario salvo en contadísimas ocasiones. Sí, dos salvajes. Un escenario casi vacío, un ring blanco, inmaculado, impoluto y dos bestias. Desde aquí digo que cualquier estudiante y "practicante" de interpretación debería ver este espectáculo obligatoriamente porque es un ejemplo descomunal de en qué consiste el trabajo de un actor. Sin ningún género de dudas, dos de los mejores y más valientes intérpretes de este país.
lunes, 9 de noviembre de 2015
No hay papel. Sala tú.
"Aprende a ser el que sueñas y no a soñar el que eres"
¿Cuál es el verdadero formato de un espectáculo? ¿Cuál es su origen, su alcance y su destino? ¿Se puede traducir a lenguaje teatral la vida y un corazón?
Beatriz Bergamín nació con esa frase en los genes. Es de su abuelo, José Bergamín, escritor, dramaturgo, ensayista, poeta y republicano. No sé si en ese orden.
Ese gen lo tiene Beatriz Bergamín. Ese y otros más que han hecho de esta bellisima mujer una suicida emocional que vacía su historia, su pasado, su presente y su futuro (no siempre en ese orden..., o si... o no).
Pensaba hacer una breve semblanza de su abuelo, don José, pero casi que paso. Son datos. La herencia, lo importante, el poso, el ser humano es lo que lleva Beatriz dentro. Mejor dicho, llevaba, porque lo ha sacado. Quizá sea aventurado presuponer que hay mucho de biográfico en ese revulsivo textazo. En cualquier caso, ¿qué más da?
Beatriz Bergamín nos cuenta una historia sobre amor, futuro, pasado, deseo, poesía, arte, crisis, herencias, recuerdos y deseos. Y nos lo cuenta desde dos planos. Por un lado está la historia de Julia y Clara, dos hermanas que se reencuentran frente a una botella de vino y unos recuerdos. Este encuentro es ya de por sí poético; no hay un tiempo definido, ni un espacio, ni un por qué, ni un para qué. Ni falta que hace, podría ser en cualquier momento, en cualquier sitio y por cualquier motivo. Ese reencuentro desencadenará o mejor dicho será la razón de ser de un "ajuste de cuentas" entre el recuerdo, el presente y el futuro, entre los deseos, los sueños, las putadas y la vida. Esas dos mujeres heridas se salvarán con la poesía, la misma poesía que las separó. La poesía como máximo expresión de lo decidido. "Quiero ser libre, poder elegir, elegir libremente" dicen. La poesía es eso. Es la palabra más escogida de todas. Si cualquier palabra es elección, las de la poesía más, es la palabra más elegida, el sumum de libertad. La poesía, la libertad, la sinceridad y la consecuencia las salvará. Eso y saber que son una. "¿Cuántos brazos tienes? Dos. Con los míos, cuatro". Estremecedora relación, estremecedor amor y estremecedor el poder del recuerdo, del pasado y del futuro por vivir. No hay mayor amor. Como no hay mayor exilio que el interior. Se habla mucho de España en la función. Y del exilio. Imagino que ahí la herencia es obvia. El exilio físico invade la obra e invade la vida de Beatriz. Don José, su padre... Pero el exilio interior de estas dos hermanas que ni siquiera recuerdan mucho o aman mucho ni de papá ni de mamá (al menos no de una forma ortodoxa) es más doloroso que el físico. Ese lo han superado (quizá no, pero casi), pero es el íntimo, el interior, el del vacío el que hace que ni puedan escribir o compartir lo escrito o que lloren como lloran oyendo "En tierra extraña".
Y paralelamente a esa relación fraternal está el otro plano de la narración. Y ahí están Ángeles y Beatriz contándonos por qué hacen esta función, sus vidas, sus por qués y sus para qués. Y sueltan verdades como puñales. Dos víctimas de la crisis. Dos actrices con problemas y preocupaciones. Tremendamente lúcido el momento en el que reflexionan sobre cómo veía antes la gente a los "artistas" y como se nos ve ahora. O ese otro momento "qué buscas como actriz/actor y por qué necesitas serlo". Teatro y emoción al máximo. Es en este plano "real" donde las dos actrices desnudan sus almas y nos regalan sus razones vitales, sus deseos más íntimos, sus debilidades y sus sueños. este plano, que puede parecer más mundano y fácil por ser el más... terrenal es sin embargo el más difícil. Mover lo que uno tiene dentro es vertiginoso y muy, muy doloroso. Si no por qué se le escapan las lágrimas a Ángeles simplemente mencionando a sus "tórtolas". Porque tu propio corazón y tu propia crisis es más dolorosa que la de Clara o la de Julia. Y hay que una actriz muy valiente y muy generosa como para poner eso ahí, delante de todos, y quedarte en bolas emocionales delante de la peña. El drama sin estridencias de muuuuchos españoles. Ese que "incluso" los actores atraviesan. El dolor y el miedo. Y la sonrisa de los hijos. De las tórtolas y del retoño guapo, y de las ventanas que dan al bosque. Un bosque que es el otro, que es uno.
Si el texto es uno de los más inteligentes, brillantes, lúdicos, juguetones, profundos, hirientes y dolorosos que he disfrutado en mucho tiempo, la puesta en escena es igual de brillante. Víctor Velasco dirige magistral y sutilmente esta función. Ritmo, punto de vista, lugar ético, dimensión, pretensión, todo es justo, acertado y magistral. Si esto lo envuelves con unas luces acojonantes creadas por el propio Víctor junto con José Manuel Guerra y Jamie Aroca Puchades flipas aún más. El trabajazo de iluminación es otra muestra de que no hay espacios pequeños ni productos menores o con menores aspiraciones. Esas luces son prodigiosas. Y dignas de un espectáculo grandioso, que en definitiva es lo que es. Y para remate esas dos actrices. Beatriz Bergamín es un universo en sí misma. Sonríe, se defiende, se entrega, se enfada, recrimina, besa, bebe, recuerda y sueña desde un sitio que intuyes calentito, confortable y muy acogedor. Su mundo trasciende y su magia sale por sus ojos y por su boca en cada instante. Es un ser mágico, un duende, un hada. Y Ángeles es la sabiduría. Está de vuelta de todo. Transmite la amargura de quien ha ido, ha estado y ha vuelto. Y ha buceado dentro de su alma más íntima para conseguir sacar lo que te regala: un ser herido y sanado. Las dos actrices consiguen además tener un control tan bestial sobre el texto que logran crear o recrear, revivir, reproducir o hacer brotar una verdad única en cada momento. Realmente tienes la sensación de que tu función ha sido única. Creada y recreada en el momento. A eso yo lo llamo "verdad" y tanto la una como la otra, derrochan verdad. En todos los planos de la función, que son muchos y todos delicados y dolorosos.
Respondiendo a las preguntas que me planteé al comienzo... el formato de "No hay papel" es el de un espectáculo luminoso y brillante, amargamente optimista y serenamente doloroso. Es un espectáculo perfecto, ambicioso y redondo en su fondo y en su forma. TEATRO CON MAYÚSCULAS. Ese es precisamente su origen, su alcance y su destino. El corazón, la verdad, la honestidad y la generosidad. Y sí, sí se puede traducir a lenguaje teatral la vida y un corazón. Beatriz Bergamín, su gen y Ángeles Martin lo hacen.
¿Cuál es el verdadero formato de un espectáculo? ¿Cuál es su origen, su alcance y su destino? ¿Se puede traducir a lenguaje teatral la vida y un corazón?
Beatriz Bergamín nació con esa frase en los genes. Es de su abuelo, José Bergamín, escritor, dramaturgo, ensayista, poeta y republicano. No sé si en ese orden.
Ese gen lo tiene Beatriz Bergamín. Ese y otros más que han hecho de esta bellisima mujer una suicida emocional que vacía su historia, su pasado, su presente y su futuro (no siempre en ese orden..., o si... o no).
Pensaba hacer una breve semblanza de su abuelo, don José, pero casi que paso. Son datos. La herencia, lo importante, el poso, el ser humano es lo que lleva Beatriz dentro. Mejor dicho, llevaba, porque lo ha sacado. Quizá sea aventurado presuponer que hay mucho de biográfico en ese revulsivo textazo. En cualquier caso, ¿qué más da?
Beatriz Bergamín nos cuenta una historia sobre amor, futuro, pasado, deseo, poesía, arte, crisis, herencias, recuerdos y deseos. Y nos lo cuenta desde dos planos. Por un lado está la historia de Julia y Clara, dos hermanas que se reencuentran frente a una botella de vino y unos recuerdos. Este encuentro es ya de por sí poético; no hay un tiempo definido, ni un espacio, ni un por qué, ni un para qué. Ni falta que hace, podría ser en cualquier momento, en cualquier sitio y por cualquier motivo. Ese reencuentro desencadenará o mejor dicho será la razón de ser de un "ajuste de cuentas" entre el recuerdo, el presente y el futuro, entre los deseos, los sueños, las putadas y la vida. Esas dos mujeres heridas se salvarán con la poesía, la misma poesía que las separó. La poesía como máximo expresión de lo decidido. "Quiero ser libre, poder elegir, elegir libremente" dicen. La poesía es eso. Es la palabra más escogida de todas. Si cualquier palabra es elección, las de la poesía más, es la palabra más elegida, el sumum de libertad. La poesía, la libertad, la sinceridad y la consecuencia las salvará. Eso y saber que son una. "¿Cuántos brazos tienes? Dos. Con los míos, cuatro". Estremecedora relación, estremecedor amor y estremecedor el poder del recuerdo, del pasado y del futuro por vivir. No hay mayor amor. Como no hay mayor exilio que el interior. Se habla mucho de España en la función. Y del exilio. Imagino que ahí la herencia es obvia. El exilio físico invade la obra e invade la vida de Beatriz. Don José, su padre... Pero el exilio interior de estas dos hermanas que ni siquiera recuerdan mucho o aman mucho ni de papá ni de mamá (al menos no de una forma ortodoxa) es más doloroso que el físico. Ese lo han superado (quizá no, pero casi), pero es el íntimo, el interior, el del vacío el que hace que ni puedan escribir o compartir lo escrito o que lloren como lloran oyendo "En tierra extraña".
Y paralelamente a esa relación fraternal está el otro plano de la narración. Y ahí están Ángeles y Beatriz contándonos por qué hacen esta función, sus vidas, sus por qués y sus para qués. Y sueltan verdades como puñales. Dos víctimas de la crisis. Dos actrices con problemas y preocupaciones. Tremendamente lúcido el momento en el que reflexionan sobre cómo veía antes la gente a los "artistas" y como se nos ve ahora. O ese otro momento "qué buscas como actriz/actor y por qué necesitas serlo". Teatro y emoción al máximo. Es en este plano "real" donde las dos actrices desnudan sus almas y nos regalan sus razones vitales, sus deseos más íntimos, sus debilidades y sus sueños. este plano, que puede parecer más mundano y fácil por ser el más... terrenal es sin embargo el más difícil. Mover lo que uno tiene dentro es vertiginoso y muy, muy doloroso. Si no por qué se le escapan las lágrimas a Ángeles simplemente mencionando a sus "tórtolas". Porque tu propio corazón y tu propia crisis es más dolorosa que la de Clara o la de Julia. Y hay que una actriz muy valiente y muy generosa como para poner eso ahí, delante de todos, y quedarte en bolas emocionales delante de la peña. El drama sin estridencias de muuuuchos españoles. Ese que "incluso" los actores atraviesan. El dolor y el miedo. Y la sonrisa de los hijos. De las tórtolas y del retoño guapo, y de las ventanas que dan al bosque. Un bosque que es el otro, que es uno.
Si el texto es uno de los más inteligentes, brillantes, lúdicos, juguetones, profundos, hirientes y dolorosos que he disfrutado en mucho tiempo, la puesta en escena es igual de brillante. Víctor Velasco dirige magistral y sutilmente esta función. Ritmo, punto de vista, lugar ético, dimensión, pretensión, todo es justo, acertado y magistral. Si esto lo envuelves con unas luces acojonantes creadas por el propio Víctor junto con José Manuel Guerra y Jamie Aroca Puchades flipas aún más. El trabajazo de iluminación es otra muestra de que no hay espacios pequeños ni productos menores o con menores aspiraciones. Esas luces son prodigiosas. Y dignas de un espectáculo grandioso, que en definitiva es lo que es. Y para remate esas dos actrices. Beatriz Bergamín es un universo en sí misma. Sonríe, se defiende, se entrega, se enfada, recrimina, besa, bebe, recuerda y sueña desde un sitio que intuyes calentito, confortable y muy acogedor. Su mundo trasciende y su magia sale por sus ojos y por su boca en cada instante. Es un ser mágico, un duende, un hada. Y Ángeles es la sabiduría. Está de vuelta de todo. Transmite la amargura de quien ha ido, ha estado y ha vuelto. Y ha buceado dentro de su alma más íntima para conseguir sacar lo que te regala: un ser herido y sanado. Las dos actrices consiguen además tener un control tan bestial sobre el texto que logran crear o recrear, revivir, reproducir o hacer brotar una verdad única en cada momento. Realmente tienes la sensación de que tu función ha sido única. Creada y recreada en el momento. A eso yo lo llamo "verdad" y tanto la una como la otra, derrochan verdad. En todos los planos de la función, que son muchos y todos delicados y dolorosos.
Respondiendo a las preguntas que me planteé al comienzo... el formato de "No hay papel" es el de un espectáculo luminoso y brillante, amargamente optimista y serenamente doloroso. Es un espectáculo perfecto, ambicioso y redondo en su fondo y en su forma. TEATRO CON MAYÚSCULAS. Ese es precisamente su origen, su alcance y su destino. El corazón, la verdad, la honestidad y la generosidad. Y sí, sí se puede traducir a lenguaje teatral la vida y un corazón. Beatriz Bergamín, su gen y Ángeles Martin lo hacen.
sábado, 7 de noviembre de 2015
No daré hijos, daré versos. Sala Max Aub.
"Debemos adelantarnos a la melancolía celeste".
Confieso que hasta ayer yo desconocía la figura de Delmira Agustini. Y lo siento porque ahora tengo unas ganas locas de bucear en la vida y obra de esta mujer. Una adelantada, una valiente, una sufriente, una descarada, una desvergonzada, una poetisa libre y una mujer presa.
Marianella Morena ha escrito y dirigido este homenaje a Delmira y a las mujeres libres, valientes y desubicadas. Un texto brillante en el que utiliza distintos estilos y actitudes a la hora de enfrentarse a un drama evitando la carnaza, el melodrama y la sensiblería. Cuando los hechos y las personas hablan por sí mismas no hacen falta adornos ni recursos baratos. Y encima ha desarrollado una dramaturgia ingeniosa y acertadísima. Tres actos, tres estilos y tres objetivos.
En el acto primero se presenta directamente y de forma cortante y desgarradamente lírica la tragedia que rodea a esta pareja, especialmente a Delmira. Arrancan contándonos... o mejor dicho cantándonos el final de la historia. A Delmira la mató su (ex) marido de dos tiros. A partir de ahí nos contarán hechos, momentos, situaciones y concepciones que llevarán a ese trágico final. Porque lo que vemos es una TRAGEDIA; un ser enfrentado inevitablemente a un destino fatal. Escénicamente Marianella lo resuelve de forma magistral. Una cama, eje de la relación entre Reyes y Delmira. Podría ser un ring. En la cama tres parejas. O seis personas. O tres Delmiras y tres Reyes. O una Delmira y un Reyes. Multiplicados. Como las caras de un dado o los rostros de la verdad. Y empezamos a romper formas. Se rompe el juego lógico de pregunta/respuesta, cambian los ejes, se destruye la dinámica. Este juego te desarma, te descoloca y te pone en un sitio vulnerable. Eso por si acaso venías tú con alguna idea preconcebida. Juego sutil y altamente lírico para contar qué pasó. Hasta podría llegar a ser un poema épico. Estilo puro y depurado, vertiginoso y brillante, lírico y crudo. Y tú te quedas herido, entregado, dolido y permeable. Transcurre al fondo, escenario iluminado y brillante. Es el pasado.
Segundo acto. Cambio de estilo. Comedia grotesca también con un componente lírico importante. Y aunque Delmira está presente e inundando todo, el centro de este segundo acto es el hecho teatral en sí, o cómo convertir la realidad en representación, o cómo traer el pasado al presente, o cómo reconstruir un recuerdo, o qué parte de tu herencia trasciende . Ahí es nada. Intentamos recomponer una estampa idílica o realista o imaginada. A saber. Juego teatral. Incluso metateatral. Es el presente o la ilusión del presente. ¿Qué hay de verdad en el recuerdo? ¿Qué parte o qué versión del pasado ha llegado hasta el presente? ¿Realmente "nadie te va a leer"? Y en medio de esta lucha imposible por revivir un recuerdo tenemos la lucha entre Delmira y Reyes. Su búsqueda, su encuentro y su lejanía. Delmira desea a borbotones y Reyes no sabe cómo responder. Y si no fuera porque Lucía Trentini sufre y se asfixia de vida desde una verdad aplastante no nos creeríamos tanta sed. Y si no fuera por la mirada inocente y perdida de Cristian Amacoria nos tiraríamos a darle dos hostias. Pero él está perdido, él sufre y tiene una mirada tan limpia, dulce y sobrepasada que consigue que el demonio sea tierno y cante desbordando amor. Amor letal, del que no vale. Pero amor. Y una de las muertes más bellas de la historia del teatro. Grandiosos actores. Transcurre en un plano medio y la luz ha caído algo, más tenebroso el ambiente. Es el presente.
Tercer acto. La puta realidad. ¿Por qué cojones tenía razón Reyes cuando decía que "nadie te va a leer"? Bueno, a ver, claro que la obra ha trascendido. Y la figura. Y el símbolo. Pero el fútbol puede más. Tercer estilo. Casi parece un documental. El acercamiento al público se ha ido multiplicando desde al acto uno hasta ahora. Tienes a los actores encima de ti, pegaditos. Porque la realidad es así de inevitable y de aplastante. Estilo más seco, menos permeable. Casi podríamos estar viendo un documental de esos con testimonios. La verdad tal cual. Los hechos fríos. Bueno, todo lo fría que puede ser una carta. Pero frío el estilo. Gélido. Helador y desolador. Esto ha quedado. Un lote en una subasta. Y el universo pendiente de un gol. Manda cojones. Y vuelta otra vez a la canción. A la verdad. Esto es una guerra. Una guerra entre dos personas. Y a Delmira la mataron. De dos tiros. Su marido. Por desear. Jódete, Reyes, que sí han perdurado sus versos. esa es la herencia de Delmira. Porque ella nació no para darte hijos, sino para darnos versos. Transcurre en primer plano, casi a oscuras. Es el futuro.
Grandísimo trabajo de todos los implicados, escenografía, vestuario, música y letra de las canciones, maravillosas luces... y un reparto estratosférico. La mirada de Agustín Urrutia y la presencia de Domingo Milesi... prodigiosas. Mané Pérez y Laura Báez fabulosas, componiendo desde lo pequeño. Y brillando Lucía Trentini y Cristian Amacoria como dos seres heridos y sufrientes. Brutales. Componer una víctima sin melodramas y un verdugo vulnerable es terrorífico y ambos hacen unos trabajos perfectos y envidiables.
Gran trabajo de todos, un elenco de ensueño, una dirección prodigiosa, un texto sabio y una dramaturgia inteligente. Ojala hicieran temporada. Sin duda, uno de los trabajos más profundos, brillantes, delicados, inteligentes, esperanzadores y demoledores que he visto este año. Como la vida misma. Y como el pasado, el presente y el futuro. Y es que ya lo dijo Delmira: " para morir como su ley impone, el mar no quiere diques, ¡quiere playas!"
Confieso que hasta ayer yo desconocía la figura de Delmira Agustini. Y lo siento porque ahora tengo unas ganas locas de bucear en la vida y obra de esta mujer. Una adelantada, una valiente, una sufriente, una descarada, una desvergonzada, una poetisa libre y una mujer presa.
Marianella Morena ha escrito y dirigido este homenaje a Delmira y a las mujeres libres, valientes y desubicadas. Un texto brillante en el que utiliza distintos estilos y actitudes a la hora de enfrentarse a un drama evitando la carnaza, el melodrama y la sensiblería. Cuando los hechos y las personas hablan por sí mismas no hacen falta adornos ni recursos baratos. Y encima ha desarrollado una dramaturgia ingeniosa y acertadísima. Tres actos, tres estilos y tres objetivos.
En el acto primero se presenta directamente y de forma cortante y desgarradamente lírica la tragedia que rodea a esta pareja, especialmente a Delmira. Arrancan contándonos... o mejor dicho cantándonos el final de la historia. A Delmira la mató su (ex) marido de dos tiros. A partir de ahí nos contarán hechos, momentos, situaciones y concepciones que llevarán a ese trágico final. Porque lo que vemos es una TRAGEDIA; un ser enfrentado inevitablemente a un destino fatal. Escénicamente Marianella lo resuelve de forma magistral. Una cama, eje de la relación entre Reyes y Delmira. Podría ser un ring. En la cama tres parejas. O seis personas. O tres Delmiras y tres Reyes. O una Delmira y un Reyes. Multiplicados. Como las caras de un dado o los rostros de la verdad. Y empezamos a romper formas. Se rompe el juego lógico de pregunta/respuesta, cambian los ejes, se destruye la dinámica. Este juego te desarma, te descoloca y te pone en un sitio vulnerable. Eso por si acaso venías tú con alguna idea preconcebida. Juego sutil y altamente lírico para contar qué pasó. Hasta podría llegar a ser un poema épico. Estilo puro y depurado, vertiginoso y brillante, lírico y crudo. Y tú te quedas herido, entregado, dolido y permeable. Transcurre al fondo, escenario iluminado y brillante. Es el pasado.
Segundo acto. Cambio de estilo. Comedia grotesca también con un componente lírico importante. Y aunque Delmira está presente e inundando todo, el centro de este segundo acto es el hecho teatral en sí, o cómo convertir la realidad en representación, o cómo traer el pasado al presente, o cómo reconstruir un recuerdo, o qué parte de tu herencia trasciende . Ahí es nada. Intentamos recomponer una estampa idílica o realista o imaginada. A saber. Juego teatral. Incluso metateatral. Es el presente o la ilusión del presente. ¿Qué hay de verdad en el recuerdo? ¿Qué parte o qué versión del pasado ha llegado hasta el presente? ¿Realmente "nadie te va a leer"? Y en medio de esta lucha imposible por revivir un recuerdo tenemos la lucha entre Delmira y Reyes. Su búsqueda, su encuentro y su lejanía. Delmira desea a borbotones y Reyes no sabe cómo responder. Y si no fuera porque Lucía Trentini sufre y se asfixia de vida desde una verdad aplastante no nos creeríamos tanta sed. Y si no fuera por la mirada inocente y perdida de Cristian Amacoria nos tiraríamos a darle dos hostias. Pero él está perdido, él sufre y tiene una mirada tan limpia, dulce y sobrepasada que consigue que el demonio sea tierno y cante desbordando amor. Amor letal, del que no vale. Pero amor. Y una de las muertes más bellas de la historia del teatro. Grandiosos actores. Transcurre en un plano medio y la luz ha caído algo, más tenebroso el ambiente. Es el presente.
Tercer acto. La puta realidad. ¿Por qué cojones tenía razón Reyes cuando decía que "nadie te va a leer"? Bueno, a ver, claro que la obra ha trascendido. Y la figura. Y el símbolo. Pero el fútbol puede más. Tercer estilo. Casi parece un documental. El acercamiento al público se ha ido multiplicando desde al acto uno hasta ahora. Tienes a los actores encima de ti, pegaditos. Porque la realidad es así de inevitable y de aplastante. Estilo más seco, menos permeable. Casi podríamos estar viendo un documental de esos con testimonios. La verdad tal cual. Los hechos fríos. Bueno, todo lo fría que puede ser una carta. Pero frío el estilo. Gélido. Helador y desolador. Esto ha quedado. Un lote en una subasta. Y el universo pendiente de un gol. Manda cojones. Y vuelta otra vez a la canción. A la verdad. Esto es una guerra. Una guerra entre dos personas. Y a Delmira la mataron. De dos tiros. Su marido. Por desear. Jódete, Reyes, que sí han perdurado sus versos. esa es la herencia de Delmira. Porque ella nació no para darte hijos, sino para darnos versos. Transcurre en primer plano, casi a oscuras. Es el futuro.
Grandísimo trabajo de todos los implicados, escenografía, vestuario, música y letra de las canciones, maravillosas luces... y un reparto estratosférico. La mirada de Agustín Urrutia y la presencia de Domingo Milesi... prodigiosas. Mané Pérez y Laura Báez fabulosas, componiendo desde lo pequeño. Y brillando Lucía Trentini y Cristian Amacoria como dos seres heridos y sufrientes. Brutales. Componer una víctima sin melodramas y un verdugo vulnerable es terrorífico y ambos hacen unos trabajos perfectos y envidiables.
Gran trabajo de todos, un elenco de ensueño, una dirección prodigiosa, un texto sabio y una dramaturgia inteligente. Ojala hicieran temporada. Sin duda, uno de los trabajos más profundos, brillantes, delicados, inteligentes, esperanzadores y demoledores que he visto este año. Como la vida misma. Y como el pasado, el presente y el futuro. Y es que ya lo dijo Delmira: " para morir como su ley impone, el mar no quiere diques, ¡quiere playas!"
martes, 3 de noviembre de 2015
La piel. Nave 73.
Ahora mismo está en Nave 73 pero fijo que va a rular por ahí. Porque "La piel", un monólogo pensado por Teresa Rivera y escrito y dirigido Valeria Alonso es bestial y Teresa, un animal escénico. La propia Teresa lo interpreta, pero para evitar auto engordarse en su propio ego, se entrega a los brazos y ojos de Valeria. Un acierto, porque la mirada ajena y objetiva se nota. Y para rematar, llaman a Elisa Sanz para que cree un vestuario icónico y tremendamente expresivo. Una joya.
Del SURGE surgió este espectáculo en el que Mary quiere ser negra, Mary quiere mudar su piel y Mary decide inaugurar un centro para el suicidio. Un sitio en el que quien haya decidido suicidarse, pueda ir allí, elegir el entorno adecuado y despedirse de sus seres queridos u odiados, allá cada cual. esa despedida personalizada es el último intento de retomar el "contacto" con quien cada uno decida, el contacto que NO pudo tener en vida, porque nos falta tocarnos, nos falta comunicarnos, nos sobran whatsapps y nos falta piel.
Esta incomunicación es el eje central sobre el que bascula Teresa. La basura, la falta de humanidad, la falta de piel, de contacto, de ternura o de sobarnos. El móvil y la comida basura nos pudren y nos deshumanizan. Es el siglo XXI, pero a Valeria y a Teresa eso les jode. Y en vez de soltar mierda o de potarnos en la cara, deciden enseñarnos fríamente lo que mola compartir un espectáculo con la gente que tienen cerca, con el público. Su decisión es inteligente. Podrían haber escupido mierda y habernos hecho sentirnos culpables por tener móvil. O haber llorado por no haber tocado lo suficiente, por no vivir más cerca del de al lado. Pero no, con una frialdad robótica (que quizá reste un poco de empatía con la prota así de entrada) te plantan los hechos así, como en una vitrina y ya verás tú lo que haces con eso. Es frialdad antipática se rompe cada dos por tres con los toques chonis de Teresa, brochazos de gran actriz que rompe la compostura y te desarma con una coña a tiempo.
Desde luego lo mejor de la función es Teresa Rivera, una actriz dotada que hace lo que le sale de ahí y transita por donde quiere con una facilidad pasmosa. Y chica, cuando se te acerca y te mira fijamente... se te ponen de corbata, te lo digo yo. En cuanto a la dirección, podría decir algo que para mí tiene sentido y quizá para alguien más también. Al menos espero que se me entienda. Es como si estuviera rondando por ahí el espíritu de Carlota Ferrer. De la más seca, de la más críptica. No la poética sino la otra, la de la mirada dura y el corazón gélido. La que te acojona.
Con todo y con eso debo confesar que hay algo en este espectáculo que no termina de fluir del todo, que se queda en un 99%. A ver, todo funciona, teresa es una grandísima actriz y está bien llevada. Quizá el mensaje sea más pequeño que la puesta en escena. No lo sé, no podría decirlo. Pero el resultado para mi gusto es un muy buen espectáculo, bien dirigido, con buenos hallazgos escénicos, una fabulosa interpretación pero que te quizá te deje menos huella de la que parece que te va a dejar. Igual es por mi propia deshumanización. Igual ellas tiene razón y estoy tan pocho como las hamburguesas del sitio ese. Igual mi corazón ha criado piel y mis ojos esa telilla que no te deja ver. Vayan ustedes, señoras mías y juzguen.
Del SURGE surgió este espectáculo en el que Mary quiere ser negra, Mary quiere mudar su piel y Mary decide inaugurar un centro para el suicidio. Un sitio en el que quien haya decidido suicidarse, pueda ir allí, elegir el entorno adecuado y despedirse de sus seres queridos u odiados, allá cada cual. esa despedida personalizada es el último intento de retomar el "contacto" con quien cada uno decida, el contacto que NO pudo tener en vida, porque nos falta tocarnos, nos falta comunicarnos, nos sobran whatsapps y nos falta piel.
Esta incomunicación es el eje central sobre el que bascula Teresa. La basura, la falta de humanidad, la falta de piel, de contacto, de ternura o de sobarnos. El móvil y la comida basura nos pudren y nos deshumanizan. Es el siglo XXI, pero a Valeria y a Teresa eso les jode. Y en vez de soltar mierda o de potarnos en la cara, deciden enseñarnos fríamente lo que mola compartir un espectáculo con la gente que tienen cerca, con el público. Su decisión es inteligente. Podrían haber escupido mierda y habernos hecho sentirnos culpables por tener móvil. O haber llorado por no haber tocado lo suficiente, por no vivir más cerca del de al lado. Pero no, con una frialdad robótica (que quizá reste un poco de empatía con la prota así de entrada) te plantan los hechos así, como en una vitrina y ya verás tú lo que haces con eso. Es frialdad antipática se rompe cada dos por tres con los toques chonis de Teresa, brochazos de gran actriz que rompe la compostura y te desarma con una coña a tiempo.
Desde luego lo mejor de la función es Teresa Rivera, una actriz dotada que hace lo que le sale de ahí y transita por donde quiere con una facilidad pasmosa. Y chica, cuando se te acerca y te mira fijamente... se te ponen de corbata, te lo digo yo. En cuanto a la dirección, podría decir algo que para mí tiene sentido y quizá para alguien más también. Al menos espero que se me entienda. Es como si estuviera rondando por ahí el espíritu de Carlota Ferrer. De la más seca, de la más críptica. No la poética sino la otra, la de la mirada dura y el corazón gélido. La que te acojona.
Con todo y con eso debo confesar que hay algo en este espectáculo que no termina de fluir del todo, que se queda en un 99%. A ver, todo funciona, teresa es una grandísima actriz y está bien llevada. Quizá el mensaje sea más pequeño que la puesta en escena. No lo sé, no podría decirlo. Pero el resultado para mi gusto es un muy buen espectáculo, bien dirigido, con buenos hallazgos escénicos, una fabulosa interpretación pero que te quizá te deje menos huella de la que parece que te va a dejar. Igual es por mi propia deshumanización. Igual ellas tiene razón y estoy tan pocho como las hamburguesas del sitio ese. Igual mi corazón ha criado piel y mis ojos esa telilla que no te deja ver. Vayan ustedes, señoras mías y juzguen.
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