lunes, 8 de mayo de 2017

Enseñanza libre / La gatita blanca. Teatro de la Zarzuela.

En el compromiso de Daniel Bianco de llevar la zarzuela a nuevos públicos y a todos los rincones de Madriz le ha tocado ahora el turno a los amantes de la revista, del cuplé y del género más liviano. 



Cuerpo de baile plagado de lentejuelas, vedetes enseñando cacha y cantando letras picaronas y sicalípticas y en definitiva, poca complicación, relax y disfrute en estado puro. 
Gerónimo Giménez compuso ambas piezas, la segunda con la colaboración de Amadeo Vives. En este "programa doble" se han conservado los números musicales, mientras que los libretos han sido reescritos en una versión nueva por Enrique Viana. 
Reconozco que el trabajo de Viana es desigual. En "Enseñanza libre" nos cuenta los líos de una familia para montar una zarzuela sin presupuesto. Aunque el libreto es bastante machista y reaccionario, al menos es inocentemente divertido. El humor que destila es cercano, no muy complicado y basado en clichés pasados y éticamente críticos pero, si te dejas llevar por la guasa y el disfrute, te lo pasas bien. No hace falta ponerse puristas para relajarse y disfrutar. La historia no tiene muchas complicaciones ni hay por qué buscárselas. La escena entre las cuñadas, por ejemplo, es tronchante y las dos actrices están fabulosas. Esta primera parte tiene ritmo, es ligerita,  con brío y en definitiva, te hace pasar un rato relajado y divertido. "La gatita blanca" sin embargo es lenta y muy poco graciosa. Da la sensación de que o se ha escrito sin tiempo, cuando ya les pillaba el toro, o que la musa abandonó el despacho de Viana y le privó de chistes ingeniosos, bromas cercanas e incluso del ritmo necesario en la trama para que no se caiga. Aparte de que el lenguaje utilizado es apolillado, anticuado y poco inspirado. Es como si estuviéramos viendo una revista de años muy, pero que muy pretéritos. Y es una pena, porque la primera parte, con su toque ingenuo, funciona bien y es muy divertida, pero esta segunda se cae. Se acaba haciendo larga y la inspiración y la amabilidad de los chistes decae bastante.   



La dirección de actores tampoco es el plato fuerte de Viana. Indudablemente destaca la calidad contrastadísima de Gurutze Beitia, María José Suárez y los grandes Ángel Ruiz y José Luis Martínez. Pero eso es obvio, son grandes y lo han demostrado mil veces. Personalmente me encantó Martínez, dominando el género, el escenario y pisando con la seguridad pasmosa del que hace que lo difícil parezca fácil. También debo decir que Axier Sánchez está en un registro imposible, desaprovechando la ocasión de lucirse en un papel sencillísimo. Y Roko tampoco me gustó demasiado. Cuestión de gustos, porque cantar canta bien, pero en una tesitura rara, pasando del registro lírico a la voz engolada sin más sin razón. Me temo que es cuestión simplemente de técnica. Quizá por eso es la única que canta con micrófono. 



Manuel Coves dirige la orquesta a ratos. Por lo general suena bien, empastada y alegre y a ratos algo más deslavazada. En cualquier caso también creo que tanto la ORCAM como los bajones de ritmo en los actores se debe únicamente a la falta de rodaje. Fijo que en un par de funciones, todo fluye. Pero fijo. El coro brillante y divertidísimo. En cuanto han tenido mayor protagonismo lo han aprovechado como locos. Para muestra, el número de la piscina, magistral.
Fabuloso y divertido el vestuario de Pepe Corzo, plagado de chistes, plumas y lentejuelas.



Daniel Bianco se ha encargado de la escenografía. Y reconozco que todos los autohomenajes me emocionaron. A ver, Bianco fue la primera persona que vació un patio de butacas (hablo de espectáculos que YO he visto). Y si el año 86 entró el público sobre aquella arena azul, ahora nosotros, el público, entramos de nuevo en otro patio vacío. Ahora más público que nunca. Y ese baile de lámparas... es digno heredero tanto de los puritanos como de "The sound of music". 
Bueno, esta vez no ha vaciado el patio. Lo ha cubierto. Pero el efecto es igual de impresionante, como el brillo del espejo reflejando la lámpara; es lámpara impactante del teatro de la Zarzuela. Preciosa labor de escenografía aunque quizá deje demasiada sometida la puesta en escena al espacio circular. Pero es tan flipante que no paras de escudriñar todos los detalles durante las dos horas que dura este espectáculo. 



Espectáculo impresionante en lo visual, con altibajos en el ritmo, en lo musical en el contenido y en las voces pero que en un par de funciones calentará motores y volverá a colgar el cartel de "no hay entradas".        

La cantante calva. Teatro Español.

Luis Luque vuelve a estar feliz. Y se le nota. 
"La cantante calva" es un puritito derroche de optimismo, de brillo y de luz. A pesar de la crítica feroz de un texto intemporal que sigue desnudando y destrozando sociedades. Pero eso se puede contar desde la amargura, desde la sombra, desde la pesadumbre y desde el beige o se pude contar desde el sarcasmo, desde la luz al final del túnel y desde el azul brillante de los calcetines de los protas. Y esta cantante calva del siglo XXI es brillante, luminosa y de colores chillones. 




No voy a escribir sobre la importancia del texto, ni sobre la sociedad alienada que intenta comunicarse y no lo consigue, ni sobre cursos de inglés. Ni siquiera sobre las verdades aplastantes que se esconden baja cada una de las frases aparentemente inconexas. Eso ya lo habéis leído en todas partes y os lo sabéis de sobra. 
Prefiero hablar de lo que vemos sobre el escenario del Español. Y ahí lo primero que vemos es una versión que está de vuelta. Quiero decir que puedes contar lo mismo yendo hacia las cosas o cuando estás de vuelta de ellas. Pero no porque las tengas superadas y te la pelen sino porque hayas llegado a ellas, las hayas visto, entendido, asumido y asimilado y lo que quede sea el poso de la comprensión y la ironía de la superación. Y creo que en esta ocasión Natalia Menéndez ha llegado a la verdad del texto y nos lo cuenta desde el camino de vuelta. Luis Luque lo mismo, exactamente igual, por eso las frases vuelven a tener gracia, el texto se vuelve comedia y las carcajadas del público son sanas. Porque a pesar de seguir retratando a una sociedad (la de entonces, la de ahora y seguramente la de mañana) aislada y hermética, el poder de las palabras nace desde la superación del trauma. Y ahí renace la comedia, la ironía, el sarcasmo y el descojone. Me río porque me lo puedo permitir.  




Luis Luque, ese visionario capaz de dar vida a cada proyecto en el que se sumerge vuelve a acertar de pleno. Normal, porque trabaja desde el corazón. Y encima es un sabio. TODO lo que vemos en escena funciona como la maquinaria de un reloj suizo. El texto como digo está hipertrillado y lo trabajan desde un sitio desvergonzado, optimista y de colores brillantes. Los actores incluso desde antes de que se levante el telón ya están marcando lo que son; autómatas intercambiables, carentes de sentimientos, de acciones conjuntas, de comunicación o de implicaciones. Ese sitio desde el que Luis nos cuenta este cuento cruel es el sitio del amor. Del amor a una historia que ya no es amarga (aunque lo sea), que ya no es cruel (aunque lo sea) y a la que inevitablemente AMA. A la que mira con la dulzura y el rigor del amante sabido. Eso se traduce en amor, en colores, en brillo, en luminosidad y en juego.
Quizá todos estos adjetivos parezcan opuestos a lo que debería ser la dureza y el sarcasmo de "La cantante calva", pero no es así. ¿O no es lógico ese final como de muñecos rotos, de cortocircuito, de autómatas desvencijados? Esa es y así es la sociedad. El telediario, el gobierno, LePen y Macron, Maduro, los refugiados, Montoro, Siria, los curas pederastas, Sor María, la pobreza infantil, Matadero... Este panorama no es muy distinto al final de Luque. 




Y por si fuera poco, Luque se rodea de lo mejor de cada casa. Almudena Rodríguez Huertas crea unos figurines deslumbrantes. Convierte a los matrimonios en perfectamente intercambiables. Desde los vestidos, a los calcetines azules, los zapatos o los complementos. Incluso el pañuelo y el chaleco azules de Climent se podrían intercambiar con la amapola roja o los pantalones de Tejero y Ozores se apropia en un momento dado del bolso de Ruiz con toda naturalidad, porque podría ser el suyo. Uniendo todos esos elementos coloridos, el blanco y negro de Lanza. Concepto puro. 
Monica Boromello vuelve a plasmar la esencia del "mensaje" en su fascinante escenografía. Lo mismito que hace Luismi Cobo con su partitura. Para componer esta música (otra obra maestra de Cobo, y van no sé cuántas) hay que hacer lo que hace Luque con el texto, Paco con el vestuario, Felipe con la luz o Mónica con su escenografía: ir para volver. Ese arranque con el "Dios salve a la reina" deconstruído es un viaje de regreso. Hay que haber ido para poder volver. O como el impresionismo; hay que saber dibujar para descomponer. Orfebrería fina. 




Adriana Ozores, Carmen Ruiz, Fernando Tejero, Helena Lanza y Joaquín Climent están absolutamente PERFECTOS. Si el primer acto es brillantísimo, el segundo, el del matrimonio Martin es apoteósico y las intervenciones de Mary son todas y cada una, una lección de género y de solidez. No me puedo imaginar un elenco mejor. 

Resumiendo, una adaptación brillante dirigida de forma tan inteligente como siempre hace Luque , interpretada a la perfección y con una luz, vestuario, música y escenografía FASCINANTES. Puro teatro de calidad de quien sabe lo que hace, por qué lo hace y cómo debe hacerlo.  
¿Y la croqueta? AMO LAS CROQUETAS!!!!

Las fotazas son de Javier Naval, acojonantes. Espero que no le importe que las use, peor no hay quien se resista. 

viernes, 5 de mayo de 2017

La ternura. Teatro de la Abadía.

Vaya por delante que me lo pasé pipa y me divertí mucho. Me eché mis risas y me descojoné con la cordera y las gallinas.

Este nuevo proyecto de Teatro de la Ciudad se llama "Comedia" y al igual que el anterior, este se ha basado en talleres, improvisaciones y muuuucho curro sobre las comedias de Shakespeare. Incluso casi a modo de bibliografía, se van mencionando a lo largo y ancho del texto varios se esos títulos: "Como gustéis", "Noche de reyes", "El sueño de una noche de verano", "Los dos hidalgos de Verona", "Medida por medida"...
Y a simple vista el texto de Sanzol parece que cumple todos los requisitos para ser un gran homenaje a las comedias de Shakespeare (no soporto lo de "el bardo", lo siento). Enredos, vodevil, travestismo, una isla, una tormenta, parejas de enamorados, encantamientos, filtros amorosos... Puede parecer Shakespeare. Pero no es Shakespeare.




Como yo soy sacrílego por naturaleza, confesaré que la mayoría de las obras de Shakespeare me parecen largas. Muy largas. A casi todas les vendría bien una buena poda y quitar esas escenas de soldados o de campesinos que aportan poco a la trama y que sólo servían para dar trabajo a todos los de la compañía y relajar el ambiente para que el público pudiera desenchufar un rato, beber y pelearse a gusto. En definitiva, en mi modestísima opinión, a casi cualquier obra de Shakespeare le sobran escenas. Y a "La ternura" también. Pese a ser alegre, graciosa, vivaracha, divertida y chispeante, le sobran sus veinte minutitos bien a gusto. Llegados a un punto de la acción, lo que ocurre se ralentiza y se vuelve algo reiterativo. Insisto en que me lo pasé pipa, pero sobrarle, para mi gusto le sobran veinte minutos.
Las canciones, por ejemplo me rechinaron también un poco. El tono farsesco que tiene la función es coherente, lógico y divertido, pero esas canciones tan reconocibles me parece que están como en otro tono, que pertenecen a un lenguaje distinto. Y a pesar de que hacen gracia y quedan cachondas, no sé yo si "cachondas" es el adjetivo más adecuado para un trabajo como este. Ese tipo de humor me aleja un pelín. 
Oye, también te digo que no voy a estar repitiendo en cada párrafo que me divertí mucho y que me reí a gusto, porque parece que me quiero justificar y nada más lejos. Lo he dicho y lo repito. Me divertí mucho con "La ternura" pero le encuentro sus cosas. 

El lenguaje utilizado por Sanzol es bastante más ligero que el del autor inglés. Las florituras son dignas herederas del lenguaje de Shakespeare pero con la cercanía de la depuración. Bravo. Independientemente de las referencias, el texto en sí es ágil, divertido, ocurrente, preciosista, cercano y muy, muy muy brillante. Aunque quizá la falte algo de personalidad. Quiero decir que es tan shakespeariano que puede que le falte algo de toque personal, de sello de la casa, de marca de autor. 

Me da a mí que a partir de este punto hay mucho SPOILER así que quien quiera conservar el misterio de la trama, que no lea más.




Me da la sensación de que en las comedias de Shakespeare los personajes aprenden, a través de pócimas, traumas, choques o batallas una moraleja que les hace cambiar y aprender una lección. Aquí en realidad no aprenden nada. Los leñadores sienten unas cosas al principio de la función que son las mismas que sienten al final. Quiero decir: Azulcielo se siente atraído por Salmón por la “llamada de la selva”, por un impulso irrefrenable y desconocido. Como no tiene prejuicios sociales lo vive bien, de forma sana. El único “problemilla” es que pensaba que eso debería sentirlo por una mujer, pero entre que no sabe cómo son las mujeres y que tampoco le afecta mucho sentirlo por un hombre… realmente no hay grandes conflictos. El conflicto viene más por traicionar o no la confianza y los secretillos y las ordenes de su padre. Pero no en sus sentimientos, ni en su forma de sentir ni en el objeto de sus deseos. Lo mismo pasa con Verdemar. Es más perturbadora la traición a Marrón que el hecho en sí de que un tío les remueva los cimientos de su virilidad.
Eso, que podría ser un puntazo, tampoco se convierte en el eje de la función sino que queda algo desdibujado. 
Salí con la sensación de que tanto hijas como hijos no aprenden ninguna lección al terminar la función y cuando el humo del volcán fulmina el efecto liante del humo del cigarro de Esmeralda. Siguen igual; amando y deseando al mismo objeto de deseo. Y Esmeralda y Marrón siguen encabronaos. Deciden quedarse juntos en la isla, pero van a levantar un muro para no verse nunca. Curiosamente ese "final" tan poco shakespeariano mola todo. Ahí sí veo sello personal, veo que no se ha caído en la tentación de hacer un final homenaje. 

Por otro lado me encanta que el deseo entre dos “hombres” se viva de forma tan natural y fresca, sin traumas y sin florituras. Aunque al final resulte que se atraían tanto porque en realidad eran de sexos opuestos, en fin... Y me encannnnnnnta que los padres sean tan jóvenes como los hijos. Lo de que Elena González y Juan Antonio Lumbreras sean padres de Eva Trancón, Javier Lara, Paco Déniz y Natalia Hernández es de mearse. Que mira que me gusta a mí lo de saltarse unas normas, oye. Como de mearse es todo el vodevil, el entrar y salir, el perseguirse, liarse y engañarse. Y las escenas con el juego del cambio de voces… absolutamente brillantes. Como brillante es el crescendo final. 
En ese sentido la dirección de Sanzol es correctísima, vibrante y muy optimista. Encuentra soluciones escénicas totalmente naif que funcionan tan bien como las de "Vientos de Levante". En escena el ritmo está bien llevado, la acción no decae, los actores están bien movidos, aceptas el código desde el minuto uno y disfrutas como un crío. 
Estamos ante una comedia y en estos caso lo mejor es sentarse, abrirse un poquito de patas, dejarse llevar y disfrutar. Todas mis disquisiciones anteriores vienen a mi mente en casa, cuando intelectualizo más lo que he visto. Y en realidad son tontunas, son ganas de buscar las cosquillas. Porque la comedia que vemos es fresca y divertida, el enredo gracioso y los actores brillantes.  




Alejandro Andújar les ha regalado un vestuario de ensueño con materiales fabulosos, tonos maravillosos y figurines a cuál más precioso. También es suya una escenografía sencilla y funcional pero efectiva. Tengo curiosidad por saber si se verá igual en un escenario más grande. Yo sé lo que me digo. 
Y el reparto: la mayor y mejor baza junto con el texto divertido de Sanzol. 
Pa todo hay gustos y hay cosas con las que uno no puede luchar. Gente con la que conectas y gente con la que no. Indiscutiblemente los seis actores están más que consagrados. Aunque cada uno tenga luego sus preferencias. En conjunto, tuve la sensación de que cada uno estaba un poco moviéndose en su propio terreno, actuando cada uno en su propio idioma. Eché en falta la mano de Sanzol dando unidad a lo que veíamos. 
Elena González carga con el mayor peso de la función. Y me da a mí que la comedia no es su terreno más cómodo. Está fabulosa, sí, pero conserva un cierto rictus de seriedad que no es por la corajina de su Esmeralda, sino por ella, como si no estuviera tan relajada haciendo comedia como sus compañeras. El monólogo de "la comida", por ejemplo, es tronchante por el ingenio del texto, no porque ella lo viva con chispa. Eva Trancón y Natalia Hernández parece que han nacido para vernos sonreír. Qué gusto ver a dos monstruos diciendo el texto como lo hacen ellas, como si realmente necesitaran decirlo y les naciera de las tripas. Esa naturalidad en un terreno tan artificioso como este es de quitarse el sombrero. Inmensas, divertidas, inteligentes, plagadas de recursos y dominando la comedia y sus trucos a la perfección. Paco Déniz nunca ha estado más gracioso. Aunque su nivel de "escucha" del otro no sea su mejor arma. Eso sí, en mi función me dio la sensación de que casi todos gritaban demasiado. No digo "proyectar" sino "gritar". Y con esas cosas hay que tener mucho cuidado. De hecho, al final de la función algún actor parecía estar tocadete. Cuidadín con las voces. 




Es más que sabida mi debilidad por el que puede ser uno de los mejores actores del país, Javier Lara. Pero es que está que no se puede estar mejor. Su trabajo corporal es inmenso, y su profundidad al trabajar un texto tan arduo como este es flipante. Al verle es como si estuvieras ante un documental en el que ves a alguien real, a alguien vivo. Javier es Azulcielo. Sin más. Habla por necesidad, se mueve por impulso, siente por naturaleza, sufre por carencia y ríe por plenitud. Grabaos esto a fuego porque con el tiempo me daréis la razón: Javier Lara de aquí a nada se va a revelar como el Bódalo del siglo XXI. Es el poliactor que hace de todo y todo lo hace bien porque lo hace desde el sitio justo desde donde lo tiene que hacer nacer. Todo elogio es poco. Y si no me creéis, id a ver "La ternura" y luego me contáis.

Porque "La ternura" es de obligada visión. Y de inevitable disfrute. Texto, lenguaje, colores, sensaciones, risas, frescura, actores, optimismo. Puritito goce.
      

jueves, 4 de mayo de 2017

Iphigenia en Vallecas. Pavón Teatro Kamikaze.

Cuando alguien pasa una mala racha, se replantea casi toda su existencia y su razón de ser y de pronto se topa con un texto del que se enamora, un proyecto que siente que NECESITA hacerlo, el resultado sólo puede ser un acto de amor. 
María Hervás; deslumbrante actrizón que ha demostrado ya sobradamente que es la rehostia en un escenario, se encontró con el texto de Gary Owen y se empeñó por pura necesidad en darle vida. Ella misma se encargó de trasladar la acción a España, a Madrid, a Vallecas y de firmar la fabulosa versión que ha estado regalándonos en el Ambigú del Pavón. Por cierto, si la programación de la sala grande es cojonuda, la del Ambigú ni te cuento. 
Bueno pues por decirlo en pocas palabras, lo que rezuma este espectáculo por encima de textos, de interpretaciones, de dirección, de luces y de lo que sea, es un amor descomunal por el oficio de actriz, una pasión por el curro y una valentía al enfrentarse al público admirables. 
Por supuesto no quiere decir esto que el espectáculo esté mal, ni ella, dios me libre, sino que esa es la moraleja que yo me llevo a casa. 



Por partes: el texto del que se enamoró María y adaptó es muy bueno. Desde su arranque nos sitúa donde quiere. Ella, Ifi mola todo y nosotros, cobardes acomodados agachamos la cabeza cuando nos la cruzamos. "Quinqui de mierda, pedazo de guarrrrra".  La traslación del mito griego es evidente. Pa qué explicarlo. Es tal cual. Ifi se sacrifica por el bien común. Lo peor es que incluso después de ese sacrificio seguimos pensando de ella: "quinqui de mierda, pedazo de guarrrra". 
Quizá haya algo en el texto como de reproche masticado. Quiero decir, el "recado" me lo dan por activa y por pasiva y por si acaso no me he enterado, me lo explica. Y vale que es verdad y que cuando uno se sabe culpable agacha la cabeza y recibe sin rechistar porque sabe que se lo merece. Pero quizá el mensaje sea demasiado evidente. Y reincidente. Quizá un pelín más de dejarme a mí que sienta lo que por otro lado YA estoy sintiendo podría molar más. Ya sé yo y encima, al ver la función ya siento yo como evidente que el sacrificio de unos sirve para el bien común como para necesitar que me lo digan con palabras. Por eso el epílogo podría sobrar. No lo sé, sólo pienso en voz alta. 
Durante el relato hemos pasado por que una jubilada trabaje (¿?¿?¿), o que un aprovechado y sus amigotes pasen por jóvenes educados y elegantes y terminen en los bajos de Argüelles... , por que  Ifi renuncie a lo que le corresponde, o incluso por que Ifi, superviviente, nini sin horizonte, sumida y asumiendo su destino cero sepa que tiene muy poquito margen de salvación. Hemos pasado por todo eso y lo hemos aceptado porque en el fondo es verdad. Un pequeño respiro para que uno mismo saque sus conclusiones no habría estado mal. Creo. 

Espacio escénico correcto, luces poderosas de Daniel Checa (qué grandes iluminadores hay en este país...), dirección correcta y por encima de todo y como principal baza el trabajazo histórico de María Hervás.



Engancho de nuevo con el principio; el amor y la pasión de María Hervás por el texto se nota. Y es lo mejor que puede pasar; que un actor ame lo que dice y revive. Y así María consigue un trabajo vocal acojonante, un alarde de expresiones, tonos, fonética y voz nasal totalmente barriobajera como pocas veces se han visto. Pero no sólo eso, que ya de por sí la convertirían (de nuevo) en una de las mejores actrices de su generación sino que además de todo eso, se lanza a revivir a Ifi (y de paso a su abuela, al Rique, a la Silvi, a la gorda, a cien personajes) con una valentía como pocas veces se puede ver en un escenario. Porque hay muchos actores y actrices buenos, los hay buenísimos, los hay entregados, los hay entregadísimos, los hay valientes, los hay suicidas, los hay generosos, y luego está María Hervás (y algún otro nombre que me viene la mente) que no tiene el menor reparo a la hora de soltar moco y de meterse en estados de ánimo peligrosos a 20 cm de tu cara, justo donde se descubre la mentira. Ella juega en un registro arriesgado, en el más arriesgado, y lo hace no sólo con valentía sino que se nota que eso le pone. Ella ha nacido para recrear vidas desde la implicación más absoluta. Y luego sale a recibir los aplausos con una carita de niña pequeña que te derrite. Porque encima es humilde. Pero no por pose, sino porque sabe y entiende que el riesgo y el peligro son la base de la actuación. No verás en ella ni un solo gesto acomodaticio, ni un momento de respiro. Vive y actúa en el filo. Eso justamente la convierte en una actriz que llega, que traspasa, que convence, que hipnotiza, que crea. 

Por el amor de dios, señores, si no han visto a esta Ifi, no se la pierdan, si lo ven anunciado en la otra punta del país, corran. No hay que perderse a María Hervás en esta historia (va más allá de ser un monólogo) porque pocas veces verán a una actriz arriesgando su alma por dársela a un personaje como hace María Hervás con Ifi. 

ABSOLUTAMENTE NECESARIO.  

miércoles, 3 de mayo de 2017

Blackbird. Pavón Teatro Kamikaze.

Llevo tiempo, pero tiemmmmpo diciendo que Carlota Ferrer es la ama de la escena madrileña. Es una artista estéticamente mágica, visualmente potente e intelectualmente privilegiada. Tiene una capacidad creadora bestial y además tiene la suerte de contar con los medios suficientes como para poder desarrollar sus ideas hasta el límite. Eso es una suerte que te cagas. Para ella y para nosotros.



Blackbird es un encargo del Festival de Otoño y hemos podido gozarlo en el Pavón Teatro Kamikaze. Otra vez estamos de suerte. 
Cuentan en el dossier que "Blackbird" (mirlo en inglés) es la mezcla de "Black", el mal, la muerte, el descenso al infierno y "bird", el ascenso a los cielos, la vida eterna. Simboliza, en definitiva "la tensión entre cuerpo y alma, entre lo espiritual y lo terrenal". El mirlo es también la forma que adoptó el diablo para tentar a San Benito y que este deseara a una niña. 
"Blackbird" tiene muchísimas bazas a su favor. El texto, cotejado, corroborado, llevado a escena en otras ocasiones es un valor seguro. Seguro no, segurísimo. Encima traducido por José Manuel Mora. Carlota Ferrer a los mandos. Irene Escolar y José Luis Torrijo dando la cara. Mónica Boromello creando otro espacio mágico de esos a los que nos tiene malacostumbrados. David Picazo iluminando el espacio y los rincones del espíritu a la vez. Una puta pasada.

Monia Boromello es una debilidad que yo tengo. Lo confieso y lo grito al universo. Me enloquece. 
Arriba, la "realidad", una especia de sala de espera de tanatorio o casi una planta nuclear, fría, gris, llena de basura que se escapa sin querer. Basura azul, vasos, bolsas, azules. Y en medio de esa desolación un rama. Azul también. Una brizna de vida que se cuela por el hormigón. Porque hasta en los más inhóspito cabe la vida. Hasta en la mayor crueldad puede haber amor. Hasta en lo más repulsivo puede haber algo puro. 
Abajo una ciudad que se queda pequeña, que es pequeña. Un sitio por donde huir pero que acaba sirviendo de trampa. Con casitas con ventanas circulares, como las casitas de los pájaros. En realidad SON casitas de pájaros. Y en cada casa un pajarito. En cada casa, una Una que quizá vuele o quizá no. Creo de verdad que es uno de los espacios más inspirados de Mónica. Por su simbolismo, por su dureza y por su poética. Es casi un resumen moral de lo que vamos a ver. No hay calificativos suficientes para alabar la visión y el trabajo de esta mujer. 
Y encima va y lo apoya todo la iluminación de David Picazo, otro genio. Pone luz a los estados de ánimo, a las emociones, crea sombras psicológicas e ilumina mentiras y traumas. Bestial, mágica, de visión obligada para cualquier estudiante de luces.



Tanto la trama como la forma en la que está presentada es de libro. Perfecta. Una historia dolorosa, de personajes heridos sin querer, en la que el "verdugo" ha conseguido pasar página y la "víctima" sin embargo se quedó pillada. Lo que en un principio parece claro pronto se enturbiará. La realidad no siempre es como parece y casi nunca es lineal. Sobre todo si el origen del torbellino es el amor. Amor sí. Y poder. Abuso de poder. Pero amor también. En definitiva, los miles de grises que hay entre el blanco y el negro. Carlota se coloca en su sitio y nos pone a nosotros a su lado. Y lo que nos pasa a nosotros es lo que ella ha pasado. Nos habla y nos trata de igual a igual. Al principio tenemos claro que Una está deshecha por culpa del abuso de Ray. Él sobrevivió y ella pagó por las culpas de él. Él se cambió de ciudad y de vida y ella se quedo y sufrió día a día la vida en su ciudad, en su barrio, rodeada de gentes compasivas y crueles. Ella pagó por las culpas de él. Pero los mil giros del texto te llevan exactamente a cada rincón que busca Carlota. 



Cuando se presentó la versión del Lliure, Lluís Pasqual lo definió como "teatro político". Teatro al que no llegas con una idea preconcebida, con una respuesta sobre lo que está bien y lo que está mal. Es evidente que si el texto hablara sólo de pedofilia, todos estaríamos posicionados. La pedofilia es mala. Punto final. Pero no, aquí se mezcla abuso, pedofilia, amor, culpa, ... A las preguntas que se plantean en este textazo no hay respuesta posible. Hay mil, y a lo más que hemos llegado es a crear un ordenamiento jurídico que diga que lo que a los 17 está prohibido, a los 18 ya no. ¿Dónde termina el amor y empieza la ley? ¿El amor es amor si el ilegal?   
El trabajo que hace Carlota Ferrer es el de un arquitecto. Aunque cada trabajador ponga su grano de arena para levantar un edificio sin entender o sin tener en cuenta lo que hace el de al lado, el edificio funcionará como una suma, y será al final cuando vean el resultado de todas las partes juntas. Carlota hace eso mismo, va llevando cada frase, cada escena, cada giro por donde sólo ella sabe y tú como espectador sólo sospechas hasta que al final, ves el edificio terminado, tus cimientos removidos, tus principios tambaleados y tu moral... accidentada. La labor de Carlota es ejemplar. Inteligente y sólida. Incluso la canción de Robbie Williams y la coreo que se marcan (resumen de su historia de amor) están encajadas de forma magistral.
Quizá hubo un pequeño detalle que a mí no me funcionó y que hizo que el edificio no terminase de parecerme una obra maestra. La dirección de actores. Me explico. Lo siento por Alba de la Fuente, pero aunque ella está bien, es evidente que el trabajo actoral debe centrarse en José Luis y en Irene.



A ver, Irene está fabulosa. Pero quizá el momento que más me tocó fue su monólogo en la ciudad, cuando narra lo que pasó aquella última noche. Tanto en la primera parte como en sus arrebatos me parece que está un poco subida de revoluciones. Y con eso quizá provoque (al menos en mí) cierto rechazo. Está demasiado desquiciada. No digo que no tenga que estarlo, o que no sea lógico, o que sea una mala elección. Pero en mí provoca cierto prejuicio que quizá no ayude a simpatizar del todo con ella ni al principio ni al final. Sólo en medio; cuando está más sobria. Porque la sobriedad me parece más dura y desoladora. Al menos a mí. Al contrario, Torrijo está frío y serio. Y cuando se derrumba y confiesa lo que pasó aquella noche, cuando se rompe, te pegas a su sufrimiento y tus principios se derrumban. A lo que voy con esto es que al verla a ella desquiciada y a él sufridor, se me produjo demasiado prejuicio. Ella me parecía demasiado histérica y él demasiado empático. Como siempre, habrá un 50% de decisión de la directora, que cuenta lo que quiere y como quiere, y otro 50% de mi propia percepción. En este caso me funcionó toda la maquinaria al 80%. En cualquier caso, tanto lo que hace Irene Escolar como lo que hace Torrijo es una cosa sobrehumana. Están ambos inconmensurables.   



Así que sí, grandísimo trabajo el de TODOS los implicados en este pedazo de obrón que demuestra una vez más que Torrijo es un gran actor, que Irene Escolar también es bestial, que Carlota es una mano sólida y potente, que Picazo y Mónica son dos seres tocados y que el gris es el color más rico del mundo.
Otra genia, Vanessa Rabade, ha hecho estas fotazas acojonantes. Supongo que no le importa que las utilice. Gracias.



Por cierto... el mirlo que se estrella contra el coche al final... ¿es el fin de la venganza, es Una que se suicida, es la irrupción de la culpa en esa nueva pareja, es...?  

martes, 2 de mayo de 2017

Las bicicletas son para el verano.




Una de las cosas que uno más agradece cuando se mete en una sala oscura es la honestidad. Lo he dicho mil veces y lo repetiré otras mil. Que no te la quieran meter doblada. Que no te quieran vender como "supermodernotíatelojuro" una cosa de los ochenta o que te quieran colar como "trabajo sincero" un catálogo de lugares comunes y "quieroynopuedos".

Producciones La Ruta, aparte de otras producciones exitosas, arriesgó con otro montaje, "Palabras encadenadas", brutal pieza de cámara que mereció una mayor repercusión y que afortunadamente se sigue representando por todo el mundo con un exitazo abrumador. Gracias, en buena medida, al trabajo arriesgado y bestial de sus dos intérpretes, dos de los más dotados del país, Cristina Alcázar y Fran Boira.



Bueno pues ahora cambia de tercio y se pasa al teatro de la memoria. 
A ver, es inevitable recordar la peli de Chávarri, eso es así. Está en el recuerdo de los que la vimos y en el subconsciente de los herederos de esa guerra, la peor de todas, la guerra entre vecinos y hermanos.
Esta versión teatral, con una ligera poda para reducir espacios, personajes y duración no veo quién la firma, pero merecería una mención porque consigue que no eches en falta nada, que la coherencia del texto sea incuestionable y que la emoción y el drama estén en su punto justo y necesario. 

Esta producción de La Ruta es sincera. Es honesta. Y prueba de ello es el efecto que causó en mí. 
Me explico, yo siempre hablo desde mí. No pretendo hacer una "crítica" general ni adoctrinadora. Siempre escribo única y exclusivamente lo que me producen a mí los espectáculos que veo. 
"La bicicletas..." me produjo un efecto precioso. Nada más empezar me rechinó un poco el tono y el espacio. Parecía la típica escenografía hecha con pocos medios y el tono algo chirriante. Tanto las voces como los tonos se me "desenfocaban". Pero esta sensación me duró dos minutos. Enseguida se produjo la magia de los espectáculos inteligentes y me captó para no soltarme. Tanto la escenografía como todos los elementos, los cambios, las sombras, las maravillosas luces, el fabuloso espacio sonoro, todo está impregnado de un realismo simbólico bellísimo y tiñe la historia casi te diría de un "realismo mágico" que cubre de cierto tono poético una historia tan dura como el drama de esta familia.



César Oliva se pone en el sitio justo desde donde poder contar con el corazón y con las tripas la dureza de unos años desoladores. La puesta en escena destila algo precioso y muy difícil de conseguir, y es que tengas la sensación de estar participando de algo "entrañable". Y no me refiero a la guerra, obviamente. Ese drama, esa tragedia desoladora es incuestionable, sino al tono del espectáculo que es exactamente el tono del texto de Fernán Gómez. La dureza de unos tiempos desérticos vistos con una perspectiva cálida. Ni el texto ni la puesta en escena quitan ni un ápice de dramatismo a la crueldad de la guerra. Ni mucho menos, está ahí, pero el talante "lírico" de ciertas imágenes ayudan a digerir tanta desolación. Ni el texto ni el montaje restan potencia a el horror de una guerra, pero en vez de optar por la crudeza, como en  "In memoriam: la quinta del biberón", por ejemplo, Fernán Gómez escribió casi el guion de una peli de Wylliam Wyler, con personajes arrasados mirando al horizonte mientras suena una banda sonora de estas estremecedoras. Es más un melodrama que un drama. Eso te deja más tranquilo. Y eso es justamente, creo yo, lo que buscan. Por eso hablo de honestidad. No creo que quieran contarnos "La lista de Schindler" sino "Los mejores años de nuestras vidas". Y como uno no siempre tiene el cuerpo revolucionario y a días prefiere, por propia supervivencia, una lágrima a un dolor de entrañas, agradecí infinitamente tanto el tono como el sitio como el clima creado en esa sala tan desagradecida como es la Guirau.

Tengo que poner dos pegas, eso sí. Por un lado, un par de actrices que creo que no están tan frescas y naturales como el resto... y las pelucas. No me gustan nada las pelucas, lo siento. 

Repartazo de lujo encabezado por unos grandiosos Patxi Freytez y Llum Barrera. Pero el resto (casi) están igual de brillantes. Teresa Ases mágica y dolorosa, Álvaro Fontalba divertido y chispeante, tragicómico y apagado. 

Aunque de momento han terminado en el Fernán Gómez, estoy convencido de que volverán a Madrid y de que seguirán girando por toda España, lo primero porque el montaje lo merece, segundo porque tiene calidad suficiente como para que quieran verlo en todo el país y tercero porque es un homenaje a Fernán Gómez, a la palabra bien dicha, a la emoción y a la historia.    



Las fotazas son de Pepe H y espero que no le importe que las haya usado, pero son tan brutales...