Al lío: voy a hablar, como siempre, desde MI punto de vista, desde MI gusto. Este texto es un rollo. Vamos, que está vacío. Se supone que cuenta la vida de una gran dama, editora de Vogue y Harper's Bazaar. En realidad no cuenta la vida de esta señora, sino que nos la muestra en un momento concreto de su vida. Acaban de despedirla y a la vuelta de un viaje de varios meses por Europa para mentalizarse, la pobre, de que va a tener que buscarse la vida para vivir. ¡Fíjate! Y la pobrecilla, ha organizado una cenuki en casa y no tiene ni comida ni casi invitados. Todo un dramón.
Reconozco que la vida de esta señor de la alta sociedad neoyorquina me interesa cero. Y a través del texto tampoco se cuenta que a esta señora le pase nada interesante. Bueno, sí, cuentan que un día coincidió en un cine con Josephine Baker. Sí, eso es lo que en la hora y pico que dura la función nos cuentan. Eso es lo más destacado que le pasó. Con esa vida tan emocionante es lógico que me interese más bien nada lo que cuentan. Porque es que no cuentan nada. Y lo peor es que estoy convencido de que esta señora tuvo una vida apasionante. Estoy seguro. Pero lo han desperdiciado y simplemente nos cuentan lo de Josephine Baker. ¡Mira tú!
Muy al comienzo de la función, Carme Elías dice algo así como: "detesto la nostalgia". Bueno, pues curiosamente el momento más emocionante, o mejor dicho, el único momento emocionantillo es cuando suena Saint-Saëns y ella rememora a su hermana. Puritita nostalgia.
Carme Elías está graciosa. Está bien ella y lo que hace está bien, pero claro, está haciendo algo que no me interesa lo más mínimo. Insisto en que la vida insulsa de una señora que nos pilla tan lejos y que gracias a los propios autores no despierta el más mínimo interés. La puesta en escena sin a más mínima personalidad ni brillo tampoco ayuda. Aunque no se carga nada, simplemente ilustra y coloca el texto en lo fácil. Y encima tampoco ayuda a demostrar lo buena actriz que es Carme Elías.
Aquí podrás leer MI opinión sobre los espectáculos que voy viendo. Insisto en que es MI opinión, nada mas. No pretendo adoctrinar ni tener razón. Únicamente te contaré MIS razones para amar o amar menos lo que vaya viendo. El teatro son gustos y aquí leerás los míos. No soy crítico, solo necesito contarle al mundo el porqué de mis amores. Lo que puedes leer aquí es lo que yo he sentido al ver estos espectáculos. Ni más ni menos que mis sensaciones. Si a alguien le sirven, estupendo.
martes, 27 de octubre de 2015
domingo, 25 de octubre de 2015
Darling. Valle Inclán.
A mí Ricci/Forte me ponen.
Me ponen mucho.
Me pone su lenguaje, me pone lo que creo que me quieren contar y me pone la forma en la que me lo cuentan.
Me pone el sitio que escogen para contármelo.No hablo del sitio físico, claro sino al mental, al ético.
Me pone su sensibilidad y su salvajismo.
Me pone su irreverencia.
La primera vez que les vi fue en La casa encendida, en un espectáculo llamado "Macadamia nut brittle". No tenía ni pajolera de qué hacían y de qué rollo llevaban. Y salí disparado, triste y exultante a la vez. Estremecido y revolcado. Me habían removido los entresijos y eso, a mí, me pone.
En esta ocasión iba deseando volver a verme expuesto. Y vaya si lo estuve.
Ricci/Forte son dignos herederos de su maestro, Luca Ronconi. Hasta algo hay por ahí volando como con ecos de comedia dell'arte. Es más, hasta te diría que algo de herencia queda tanto en la composición de la Ana ¿Bolena? del primer y sufrido monólogo como incluso en su aspecto. Había momentos en los que parecías estar viendo a Raina Kabaivanska y que se iba a arrancar a cantar "Al dolce guidami". Aunque esto son pajas mías, porque Raina siempre será una gran trágica mezclada con Adriana Lecouvreur y el físico de Nedda.
En "Darling" hablan de romper con lo preestablecido, cargarte las normas, romper moldes, agarrar esquemas usados, destrozarlos, romperlos, cagarlos y tirar por otro lado. Especialmente en el amor. Desde la muerte de amor, al matar amando al amor suicida, al amor habitual. Todo se lo cargan. Lo estrujan, lo revientan y te dejan a ti en medio, destruido, deconstruido y abatido. Destruyen por inútil lo establecido, las normas, las reglas, las costumbres, el concierto de año nuevo, un monólogo. Pero no lo destruyen por crueldad, sino por criterio, por decisión y por capacidad. Por eso el primer monólogo de la grandiosa Anna Gualdo es así, con la voz destrozada, destruida, rota y antiteatral al máximo. Por eso bailan y luchan mientras destruyen la casa, el hogar, el calor, por eso plantan niños y los riegan para traerlos a este mundo hostil y cruel. Por eso el primer monólogo de Giusseppe Sartori te hiela la sangre. Por eso se intentan descolgar desde el techo sin conseguirlo, por eso desnudan una tragedia griega y se la llevan a la esencia, por eso bailan en bolas y por eso desnudan tanto sus cuerpos prodigiosos como sus raíces. Por eso te desgarran y hacen que se te dispare la adrenalina y tengas ganas de subir al escenario a maldecir, a gritar, a desnudarte y a rebozarte en vómito.
Porque es Kubrik, y es Koltes, y es el Piccolo y es asfalto y es amor y son lágrimas. Y por eso es el teatro que me pone. Y por eso seguiría a esta compañía allá donde fueran. Los necesito. Necesito sentirme expuesto y vulnerable.
Porque a mí Ricci/Forte me ponen.
Iba a comentar algo sobre el caballero que se ofendió tanto que se esperó a verles el pito a los actores para ponerse a gritar ofendido, pero... sería malgastar el tiempo. A cagar.
Me pone su lenguaje, me pone lo que creo que me quieren contar y me pone la forma en la que me lo cuentan.
Me pone el sitio que escogen para contármelo.No hablo del sitio físico, claro sino al mental, al ético.
Me pone su sensibilidad y su salvajismo.
Me pone su irreverencia.
La primera vez que les vi fue en La casa encendida, en un espectáculo llamado "Macadamia nut brittle". No tenía ni pajolera de qué hacían y de qué rollo llevaban. Y salí disparado, triste y exultante a la vez. Estremecido y revolcado. Me habían removido los entresijos y eso, a mí, me pone.
En esta ocasión iba deseando volver a verme expuesto. Y vaya si lo estuve.
Ricci/Forte son dignos herederos de su maestro, Luca Ronconi. Hasta algo hay por ahí volando como con ecos de comedia dell'arte. Es más, hasta te diría que algo de herencia queda tanto en la composición de la Ana ¿Bolena? del primer y sufrido monólogo como incluso en su aspecto. Había momentos en los que parecías estar viendo a Raina Kabaivanska y que se iba a arrancar a cantar "Al dolce guidami". Aunque esto son pajas mías, porque Raina siempre será una gran trágica mezclada con Adriana Lecouvreur y el físico de Nedda.
En "Darling" hablan de romper con lo preestablecido, cargarte las normas, romper moldes, agarrar esquemas usados, destrozarlos, romperlos, cagarlos y tirar por otro lado. Especialmente en el amor. Desde la muerte de amor, al matar amando al amor suicida, al amor habitual. Todo se lo cargan. Lo estrujan, lo revientan y te dejan a ti en medio, destruido, deconstruido y abatido. Destruyen por inútil lo establecido, las normas, las reglas, las costumbres, el concierto de año nuevo, un monólogo. Pero no lo destruyen por crueldad, sino por criterio, por decisión y por capacidad. Por eso el primer monólogo de la grandiosa Anna Gualdo es así, con la voz destrozada, destruida, rota y antiteatral al máximo. Por eso bailan y luchan mientras destruyen la casa, el hogar, el calor, por eso plantan niños y los riegan para traerlos a este mundo hostil y cruel. Por eso el primer monólogo de Giusseppe Sartori te hiela la sangre. Por eso se intentan descolgar desde el techo sin conseguirlo, por eso desnudan una tragedia griega y se la llevan a la esencia, por eso bailan en bolas y por eso desnudan tanto sus cuerpos prodigiosos como sus raíces. Por eso te desgarran y hacen que se te dispare la adrenalina y tengas ganas de subir al escenario a maldecir, a gritar, a desnudarte y a rebozarte en vómito.
Porque es Kubrik, y es Koltes, y es el Piccolo y es asfalto y es amor y son lágrimas. Y por eso es el teatro que me pone. Y por eso seguiría a esta compañía allá donde fueran. Los necesito. Necesito sentirme expuesto y vulnerable.
Porque a mí Ricci/Forte me ponen.
Iba a comentar algo sobre el caballero que se ofendió tanto que se esperó a verles el pito a los actores para ponerse a gritar ofendido, pero... sería malgastar el tiempo. A cagar.
sábado, 24 de octubre de 2015
Liberto. Abadía.
Media entrada. Una pena. Ver un teatro así da palo. Sobre todo cuando lo que ves es un trabajo honesto, sincero y con las pretensiones justas.
Gemma Brió escribe y dirige este espectáculo que fue finalista a los Max como mejor espectáculo y autoría revelación. A nadie le regalan una nominación a los Max, eso es evidente. Aunque para mi gusto ambas nominaciones son un poco... exageradas. Un poco. Porque el texto está bien, pero... lo que empieza de forma brillante llega un momento en el que se engorda en sí mismo, pierde el norte y empieza a recrearse en su propia trampa. La sequedad se vuelve algodón de azúcar y lo hiriente en tierno. Y desde ese momento en el que a la autora le empieza a "gustar" lo que escribe, ahí se pierde el centro. La historia se alarga y amenaza con terminar varias veces y durante muchos minutos, pero no acaba. Porque a la autora le cuesta de repente desprenderse de sus personajes y empieza a ilustrarlos con escenas sentimentales y mucho más dulzonas que las anteriores y bastante más incisivas.
También es cierto que bastantes mujeres del público acabaron llorando a moco tendido. Digo esto porque desde donde yo estaba se veía a gran parte del público y las que lloraban eran mujeres. Seguramente madres.
La puesta en escena es chula, está bien, la música, los elementos, la escenografía, el espacio sonoro, las luces, todo está bien. Fríamente correcto, inmaculado, intachable, efectivo. No se le puede poner ninguna pega a nada salvo a ese regodeo en sí mismo y el excesivo alargamiento de la conclusión de la historia. Personalmente todo me pareció correcto e intachable pero misteriosamente frío. Tan frío que no me sale escribir mucho más. La historia es chula. Dura y tal y está bien. Y el montaje también. Vamos, que si veis que tal, id a verla, porque realmente está pensada y contada de forma sincera, es lo que es y no pretende traspasar más. Eso es de agradecer siempre. Y desde ese punto de vista cumple lo que promete. Corrección. Pero al menos en mí, esos "defectillos" hicieron mella en mi sensibilidad e impidieron que me llegara más tanto la historia como el gran trabajo de las tres actrices. Fabulosas las tres.
Gemma Brió escribe y dirige este espectáculo que fue finalista a los Max como mejor espectáculo y autoría revelación. A nadie le regalan una nominación a los Max, eso es evidente. Aunque para mi gusto ambas nominaciones son un poco... exageradas. Un poco. Porque el texto está bien, pero... lo que empieza de forma brillante llega un momento en el que se engorda en sí mismo, pierde el norte y empieza a recrearse en su propia trampa. La sequedad se vuelve algodón de azúcar y lo hiriente en tierno. Y desde ese momento en el que a la autora le empieza a "gustar" lo que escribe, ahí se pierde el centro. La historia se alarga y amenaza con terminar varias veces y durante muchos minutos, pero no acaba. Porque a la autora le cuesta de repente desprenderse de sus personajes y empieza a ilustrarlos con escenas sentimentales y mucho más dulzonas que las anteriores y bastante más incisivas.
También es cierto que bastantes mujeres del público acabaron llorando a moco tendido. Digo esto porque desde donde yo estaba se veía a gran parte del público y las que lloraban eran mujeres. Seguramente madres.
La puesta en escena es chula, está bien, la música, los elementos, la escenografía, el espacio sonoro, las luces, todo está bien. Fríamente correcto, inmaculado, intachable, efectivo. No se le puede poner ninguna pega a nada salvo a ese regodeo en sí mismo y el excesivo alargamiento de la conclusión de la historia. Personalmente todo me pareció correcto e intachable pero misteriosamente frío. Tan frío que no me sale escribir mucho más. La historia es chula. Dura y tal y está bien. Y el montaje también. Vamos, que si veis que tal, id a verla, porque realmente está pensada y contada de forma sincera, es lo que es y no pretende traspasar más. Eso es de agradecer siempre. Y desde ese punto de vista cumple lo que promete. Corrección. Pero al menos en mí, esos "defectillos" hicieron mella en mi sensibilidad e impidieron que me llegara más tanto la historia como el gran trabajo de las tres actrices. Fabulosas las tres.
Escenas de la vida conyugal. Canal.
Recuerdo haber visto "Secretos de un matrimonio" hace un huevo de años. Nunca he vuelto a ver esa serie y la verdad es que no la recordaba. Lo que sí puedo imaginar es que conociendo a Bergman, el hombre fijo que no escribió lo que estamos viendo en Canal.
Bergman no es la alegría de la huerta, eso lo sabe todo el mundo. Pero siendo suyo el texto y siendo él el que mejor sabe qué quiere contar y por qué, cualquier cosa que se aleje de eso, es, cuanto menos, arriesgada. Vale que uno escribe un texto y en ese momento pasa a ser un ser ajeno a ti y con vida propia. Cualquiera que se apodere de ese texto puede hacer con él lo que quiera. Puede porque tiene derecho a hacerlo. Otra cosa es que eso despierte el más mínimo interés. Cosa que en mí no ocurrió, sin ir más lejos.
Norma Aleandro dirige esto. Y sinceramente, que una mujer con su bagaje coja este texto y sencillamente lo convierta en una comedia de salón para ancian@s es no sólo una pena sino triste e inexplicable. Coño sí, todo el mundo tiene derecho a ir al teatro y todos los tipos de público son respetables y está bien que se les/nos de de comer, pero para escribir una comedieta de risas, maridos torpes, mujeres histéricas, con profundidad cero, chascarrillos baratos, y trazos tan gruesos como básicos, no hace falta destrozar a Bergman y reducirlo a su esquema, despojándolo de seriedad, profundidad, calado, conflicto. Para eso contratas a un escribano que te junte cinco o seis escenas así chabacanas, y te salen unas matrimoniadas sin más pretensión. Eso es muy respetable, no digo que no, pero coño, uno es que llega engañado, pensando que algo de Bergman habrá por ahí. Pero no.
Vale que el texto es el que es, y que si parece malo (que lo parece) la culpa será de Bergman. Pero no. Ingmar, el hombre, escribió un texto y lo rodó en 1973, eso para empezar. Y yo creo que con un texto, un director elige qué contar de ese texto, qué contar con ese texto, cómo contarlo, para qué contar justo eso y de esa forma, dónde quiere colocar al público y dónde se quiere colocar él. Ahí está la diferencia entre hacer una peli de Bergman y hacer una astracanada digna de algún que otro teatro madrileño que se me viene a la cabeza así, de golpe.
Ricardo Darín y Érica Rivas están muy graciosos. Ellos son muy buenos y lo que hacen (ella el payaso y él de marido/hombre típicamente torpe) lo hacen muy, pero que muy bien. Pero es que lo que hacen es teatro para viud@s. Teatro viejo y que a mí personalmente me interesa cero. Que quede claro, me parece genial que se haga y de hecho estaba petado y la gente se descojonaba y luego aplaudía mucho. Pero a servidor, este tipo de teatro con aspiración cero y filosofía de trascendencia cero coma, me aburre, no me dice nada, no me cambia. Peor aún, es que ni me roza, transita por otra dimensión vital. A lo mejor la mía es la mala, no te digo que no, pero esta y esta forma de hacer teatro no me interesa en absoluto.
Bergman no es la alegría de la huerta, eso lo sabe todo el mundo. Pero siendo suyo el texto y siendo él el que mejor sabe qué quiere contar y por qué, cualquier cosa que se aleje de eso, es, cuanto menos, arriesgada. Vale que uno escribe un texto y en ese momento pasa a ser un ser ajeno a ti y con vida propia. Cualquiera que se apodere de ese texto puede hacer con él lo que quiera. Puede porque tiene derecho a hacerlo. Otra cosa es que eso despierte el más mínimo interés. Cosa que en mí no ocurrió, sin ir más lejos.
Norma Aleandro dirige esto. Y sinceramente, que una mujer con su bagaje coja este texto y sencillamente lo convierta en una comedia de salón para ancian@s es no sólo una pena sino triste e inexplicable. Coño sí, todo el mundo tiene derecho a ir al teatro y todos los tipos de público son respetables y está bien que se les/nos de de comer, pero para escribir una comedieta de risas, maridos torpes, mujeres histéricas, con profundidad cero, chascarrillos baratos, y trazos tan gruesos como básicos, no hace falta destrozar a Bergman y reducirlo a su esquema, despojándolo de seriedad, profundidad, calado, conflicto. Para eso contratas a un escribano que te junte cinco o seis escenas así chabacanas, y te salen unas matrimoniadas sin más pretensión. Eso es muy respetable, no digo que no, pero coño, uno es que llega engañado, pensando que algo de Bergman habrá por ahí. Pero no.
Vale que el texto es el que es, y que si parece malo (que lo parece) la culpa será de Bergman. Pero no. Ingmar, el hombre, escribió un texto y lo rodó en 1973, eso para empezar. Y yo creo que con un texto, un director elige qué contar de ese texto, qué contar con ese texto, cómo contarlo, para qué contar justo eso y de esa forma, dónde quiere colocar al público y dónde se quiere colocar él. Ahí está la diferencia entre hacer una peli de Bergman y hacer una astracanada digna de algún que otro teatro madrileño que se me viene a la cabeza así, de golpe.
Ricardo Darín y Érica Rivas están muy graciosos. Ellos son muy buenos y lo que hacen (ella el payaso y él de marido/hombre típicamente torpe) lo hacen muy, pero que muy bien. Pero es que lo que hacen es teatro para viud@s. Teatro viejo y que a mí personalmente me interesa cero. Que quede claro, me parece genial que se haga y de hecho estaba petado y la gente se descojonaba y luego aplaudía mucho. Pero a servidor, este tipo de teatro con aspiración cero y filosofía de trascendencia cero coma, me aburre, no me dice nada, no me cambia. Peor aún, es que ni me roza, transita por otra dimensión vital. A lo mejor la mía es la mala, no te digo que no, pero esta y esta forma de hacer teatro no me interesa en absoluto.
domingo, 18 de octubre de 2015
El burlador de Sevilla. Teatro Español
Te juro que flipo con que haya pateos, peña saliéndose de la función y ofensas varias. Vamos, te digo más. Yo iba casi esperando ver un festival de nabos y tetis y... menos el desnudo inicial y unas tetas por aquí y por allá... carne, lo que se dice carne como para ofender sensibilidades... ni por asomo. Si realmente hay gente que se sensibiliza por ver a Alex García en todo su esplendor y por ver unas tetas (absolutamente justificadas, además, pero bueno, aunque fuera gratuito) es que seguimos en la edad media. Se han visto mil millones de veces en un escenario pollas, culos, tetas, chichis y de todo. Escandalizarse por un rabo es tercermundista. Aunque claro, igual alguno se marchaba por el agravio comparativo, entonces... ahí no entro. Reconozco que ayer sábado no se salió ni dios, ni hubo pateo ni nada. Todo transcurrió con normalidad. Afortunadamente.
Pero a lo que voy, que es a lo realmente importante.
Yo no he visto muchos espectáculos de Darío Facal, la verdad, sólo "Invernadero", "Inside" y "Las amistades peligrosas". De estos tres montajes, sin duda me quedo con "Las amistades". Pero claro, eso es justamente lo malo.
Pienso, creo, opino que uno, cuando decide dirigir un proyecto, es porque el texto te provoca o te sugiere contarlo de una forma concreta, única y específica. Facal estudió, leyó o releyó el texto de Choderlos de Laclos y ese texto le provocó querer contarlo de una forma concreta. Ese texto concreto provocó esa decisión formal también concreta. Vale. Pero si ahora resulta que el texto de Tirso de Molina provoca la misma decisión formal... entonces a mí en particular, no me sirve. No me sirve porque es imposible que ambos textos provoquen lo mismo. Es imposible que al leer ambos textos, quieras contarlos desde el mismo sitio, usando los mismos recursos, cediendo a las mismas provocaciones. Con lo cual, si montas igual uno que otro, lo que parecía ser una opción y un punto de vista se convierte en un recurso, o en un autohomenaje, o en una opción estética. Si es una opción estética, es válida, por supuesto, pero entonces pierde todo el peso de la decisión inevitable y se vuelve buscada, artificial y premeditada. De hecho, ayer tuve todo le rato la sensación de que en cualquier momento iban a aparecer por ahí Carmen Conesa o Cristóbal Suarez.
Pero bueno, que estéticamente me resultara algo ya visto no hizo que se me cayera la función. Sólo que no se me levantara (ya, no es la frase más acertada para el comentario de este espectáculo, pero... es lo que hay). Además lo de que los actores estén en el escenario lo hemos visto hasta la saciedad y tanto eso como la música en directo, las guitarras eléctricas, la cámara de vídeo, etc... todos esos elementos "modernos" me resultan bastante de los noventa. También hay que decir que los micros a mí en concreto no me molestaban. Me molestaba más la desigualdad a la hora de enfrentarse al verso. Desde maestros como Eduardo Velasco a otros... que casi parecían sacados de un bareto de Lavapiés. Imperdonable no gozar con la belleza de la palabra.
Si todo lo anterior fueran sólo opciones estéticas... igual hasta estarían bien siempre que sirvieran para ofrecer una visión única, especial y decidida del espectáculo y que ayudaran a transmitir esa sensación. Pero lo que consigue, al menos en mí es distanciamiento. No por la mezcla, no por las guitarras, no por los micros, no por las luces (no demasiado "dramáticas", un tanto sucias) sino porque anulaba cualquier intimidad y cercanía. De hecho, los momentos que más me estremecieron fueron la escena de las cerillas, la de la trenza y la cena. Justo cuando menos elementos había, cuando bajaba la luz y se creaba intimidad.
Todos esos inconvenientes ayudaron a que el texto no me enganchara. A ver, está claro que el texto es conocido y de una calidad incuestionable. Pero tanto distanciamiento lo que provocó en mí fue frialdad, y a la larga, cierto aburrimiento. Hubo momentos contados de emoción. Y yo si no me emociono en el teatro...
Los actores están todos bien. Bueno, Luis Hostalot se enganchó con el texto bastantes veces. Bastantes. Muchas. Y eso... Las actrices todas correctas, salvo Marta Nieto, que deslumbra bella y emocionante. Alex García da todo lo que tiene. Y por encima de todo y de todos está esa bestia escénica, ese ser que con poco da mucho, que habla por derecho, sonríe y se hiela el desierto, grita y se abre la Tierra. Eduardo Velasco sobresale por encima de todo y de todos. Presencia, peso, saber estar, saber moverse y saber hablar. Brutal dominio de todos los elementos escénicos. Un león escénico.
En definitiva, un espectáculo ya visto, con muchos elementos anticuados, utilizados ya antes, con una frialdad peligrosa y que hizo que a mí me aburriera el entregado trabajo de los actores.
Pero a lo que voy, que es a lo realmente importante.
Yo no he visto muchos espectáculos de Darío Facal, la verdad, sólo "Invernadero", "Inside" y "Las amistades peligrosas". De estos tres montajes, sin duda me quedo con "Las amistades". Pero claro, eso es justamente lo malo.
Pienso, creo, opino que uno, cuando decide dirigir un proyecto, es porque el texto te provoca o te sugiere contarlo de una forma concreta, única y específica. Facal estudió, leyó o releyó el texto de Choderlos de Laclos y ese texto le provocó querer contarlo de una forma concreta. Ese texto concreto provocó esa decisión formal también concreta. Vale. Pero si ahora resulta que el texto de Tirso de Molina provoca la misma decisión formal... entonces a mí en particular, no me sirve. No me sirve porque es imposible que ambos textos provoquen lo mismo. Es imposible que al leer ambos textos, quieras contarlos desde el mismo sitio, usando los mismos recursos, cediendo a las mismas provocaciones. Con lo cual, si montas igual uno que otro, lo que parecía ser una opción y un punto de vista se convierte en un recurso, o en un autohomenaje, o en una opción estética. Si es una opción estética, es válida, por supuesto, pero entonces pierde todo el peso de la decisión inevitable y se vuelve buscada, artificial y premeditada. De hecho, ayer tuve todo le rato la sensación de que en cualquier momento iban a aparecer por ahí Carmen Conesa o Cristóbal Suarez.
Pero bueno, que estéticamente me resultara algo ya visto no hizo que se me cayera la función. Sólo que no se me levantara (ya, no es la frase más acertada para el comentario de este espectáculo, pero... es lo que hay). Además lo de que los actores estén en el escenario lo hemos visto hasta la saciedad y tanto eso como la música en directo, las guitarras eléctricas, la cámara de vídeo, etc... todos esos elementos "modernos" me resultan bastante de los noventa. También hay que decir que los micros a mí en concreto no me molestaban. Me molestaba más la desigualdad a la hora de enfrentarse al verso. Desde maestros como Eduardo Velasco a otros... que casi parecían sacados de un bareto de Lavapiés. Imperdonable no gozar con la belleza de la palabra.
Si todo lo anterior fueran sólo opciones estéticas... igual hasta estarían bien siempre que sirvieran para ofrecer una visión única, especial y decidida del espectáculo y que ayudaran a transmitir esa sensación. Pero lo que consigue, al menos en mí es distanciamiento. No por la mezcla, no por las guitarras, no por los micros, no por las luces (no demasiado "dramáticas", un tanto sucias) sino porque anulaba cualquier intimidad y cercanía. De hecho, los momentos que más me estremecieron fueron la escena de las cerillas, la de la trenza y la cena. Justo cuando menos elementos había, cuando bajaba la luz y se creaba intimidad.
Todos esos inconvenientes ayudaron a que el texto no me enganchara. A ver, está claro que el texto es conocido y de una calidad incuestionable. Pero tanto distanciamiento lo que provocó en mí fue frialdad, y a la larga, cierto aburrimiento. Hubo momentos contados de emoción. Y yo si no me emociono en el teatro...
Los actores están todos bien. Bueno, Luis Hostalot se enganchó con el texto bastantes veces. Bastantes. Muchas. Y eso... Las actrices todas correctas, salvo Marta Nieto, que deslumbra bella y emocionante. Alex García da todo lo que tiene. Y por encima de todo y de todos está esa bestia escénica, ese ser que con poco da mucho, que habla por derecho, sonríe y se hiela el desierto, grita y se abre la Tierra. Eduardo Velasco sobresale por encima de todo y de todos. Presencia, peso, saber estar, saber moverse y saber hablar. Brutal dominio de todos los elementos escénicos. Un león escénico.
En definitiva, un espectáculo ya visto, con muchos elementos anticuados, utilizados ya antes, con una frialdad peligrosa y que hizo que a mí me aburriera el entregado trabajo de los actores.
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