martes, 23 de junio de 2015

Fortune cookie. Valle Inclán.

Cualquiera que haya visto un espectáculo de Carlota Ferrer sabe que es una de las figuras más interesantes de la escena actual. Personal, única, con una creatividad desmesurada y una capacidad de riesgo envidiable.
En "Fortune cookie" habla de muchísimas cosas. Bajo ese envoltorio bellísimo, laten mil temas a cada cual más intenso y acojonante.
Demostrando una vez más esa inteligencia que la caracteriza, Carlota Ferrer empieza encargando la escenografía a Alessio Meloni y a Mónica Boromello y estos dos genios crean uno de los espacios  escénicos más dolorosamente bellos de los últimos tiempos. Y encima lo ilumina de ensueño José Espigares. Pura poesía.




Y pura poesía es la que sobrevuela por todo este montaje. Rosalba añora su amor de juventud, aquel al que abandonó porque se le quedaba pequeño y al que ahora, enferma, rememora aunque su Ildefonso lleve varios años muerto. Aparte de la trama, que ni voy a revelar ni voy a desgranar aquí, este trabajo habla de muchísimas cosas. O las intuye, o las insinúa y uno ve lo que en él han provocado. Porque Carlota Ferrer tiñe de poesía todo lo que ocurre en el escenario y le añade unas gotitas de naturalidad, un humor fino y sugerente y algo de filosofía de creador y nos sirve un jarabe que como si fuéramos unos niños pequeños, nos tragamos sin darnos cuenta de lo que nos va pasando por dentro poco a poco.
Porque Carlota habla del hecho artístico, del poder del arte, de la creación como sublimación, del creador, del ego, de la necesidad de diálogo, de la herencia, de dejar algo detrás, de trascendencia, de amor, del otro de el complementario, de la pareja, del padre, del hijo, de la raíz, de los porqués de la vida y de la creación, del teatro, de la vida, del teatro como vida, del teatro en lugar de la vida... de todo eso y de mucho más. A través de una distribuidora teatral, un autor, un chino que lo mismo te sirve pa un roto que pa un descosido, una china embarazada y sufriente y del carnicero muerto. 
Tiene algunos de los momentos visualmente más bellos de los últimos tiempos y emocionalmente más complejos y completos vistos también últimamente.  No hay ni un sólo elemento gratuito, y desde los muñequitos de colores, al vestuario, a las copas de gin-tonic, y acabando con el cuentecito de María y su pretendiente, el único con el que quizá habría podido casarse, pero con quien no lo hará porque "ha llegado tarde al amor"; todo está impregnado de capas y de lecturas que tiene mucho que ver con la creación, con la necesidad del otro, del otro como receptor, como comprador, como amante, como amador, como hijo, como heredero, como complemento en definitiva para cualquier cosa que hagamos. Incluso para algo tan naif como recordar a tu primer y más blanco amor, cuando la muerte asoma su pezuña por debajo de tu puerta. Incluso ahí, el "otro" es paradójicamente vital. Aunque nada sea por nada ni valga para nada. Aunque no sepas por qué escribes, ni por qué vas al teatro, ni por qué lloras, ni por qué extrañas. Es así porque sí, como le canto de un pájaro. 





La función dura cerca de hora y media. Yo a los cuarenta minutos empecé a llorar y no paré hasta un buen rato después de terminar. Es de esas funciones de una belleza y un calado tal, que si vas abierto de corazón, te agarra el corazón y te lo estruja hasta secártelo. Grande Carlota Ferrer. Y grandiosos sus actores, todos ellos en estado de gracia: Joaquín Hinojosa, David Picazo (genio polivalente y absoluto), Alberto Jo Lee y Alba Celma. Brillando por encima de todos la diosa de las diosas. Esther Ortega. Sin duda una de las mejores actrices de España. Un titán escénico, un caballo de Troya emocional, que sin que te des cuenta, te invade, te enamora y no te suelta. Adoración eterna.


Ah, coño, que casi se me olvida. El momentazo "Dido y Eneas"... de romperte el alma de bello. Tan estremecedor como ese otro icono como era la lluvia de ceniza de "Las palabras".    

domingo, 21 de junio de 2015

R y R. Los reyes de la casa (de la portera)

Si Martret y Puraenvidia son los emperadores del Off, sin duda alguna los reyes de la casa (de la portera) son R y R. Raquel y Raúl. ¿O no?



Raquel Pérez tiene un carrerón que no cabe en este blog y un arte que no cabría en todo internet. Hace de todo desde hace mil años y todo lo hace bien. Bien no, mejor. Mejor no, muchísimo mejor. Todos los que la hemos visto de cerca nos hemos estremecido con sus lágrimas, con su respiración, con su voz, con su mirada y con su forma de escuchar. Es la más fuerte y la más débil. La más sufridora y la más perra. Odia con la misma facilidad con la que ama y te revuelve las tripas incluso con un monólogo sobre economía empresarial. es la emperatriz de la intensidad, de la profundidad y de la profesión. Maneja y utiliza el recurso preciso para conseguir lo que quiere en cada momento. Eso, que parece una tontería, sólo son capaces de hacerlo los más grandes. No hay mayor reina de la casa que Raki, la reina, la diosa y la puta ama.  



Raúl Tejón es uno de esos seres que lo tienen todo. Calidad, inteligencia, carisma, es guapo de doler, tiene una paleta de matices infinita, una profundidad en la mirada que te hiela el alma y una capacidad para hacer creíble todo lo que toca. Sabe dónde situarse en cada montaje y en cada momento, cómo dosificar el torrente de energía que le fluye, cómo mirar y seducir, cómo mirar y acojonar, cómo mirar y enternecer, cómo respirar y enamorar, cómo escuchar y doblegar. Hace literalmente lo que le quiere con sus compañeros. Tiene una capacidad inconmensurable para la comunicación. Y no se chupa el dedo. Pero cuando se lo chupa...



No hay dos bestias más bestias que estos dos seres. Son sin duda alguna los reyes de la casa y los reyes de nuestro corazón. Hoy que cierra "La casa de la portera" quiero proclamar por clamor mío particular a Raquel Pérez y a Raúl Tejón como los reyes absolutos de la casa y de mi alma. Para siempre. Gracias por esos momentos que pasarán a la historia.  

viernes, 19 de junio de 2015

La casa de la portera




Las experiencias que nacen como una necesidad acaban siendo las más viscerales, sinceras y comunicativas del mundo. Martet y Puraenvidia sintieron la necesidad de crear su propio espacio. Y lo hicieron. Y nos regalaron no sólo ese bajo de Abades, no sólo esas dos habitaciones, no sólo esa "taquilla", esos cuadros, esa Duquesa de Alba, esa virgen doliente, ese reloj, esas puertas, esos suelos y esos ventanucos sino que nos regalaron un concepto estremecedor. Estremecedor y necesario.
Mi tío Eduardo y mi tía Josefa vivían en una portería. En realidad eran mis tíos abuelos y cada vez que íbamos a verles era como si entráramos en un mundo de rincones, de sombras, de huecos y de recovecos. La portería de Abades era exactamente igual. Yo entré por primera vez para ver esa obra de la que tanto se hablaba; "Ivan-off". Claro, ni puta idea de lo que me iba a encontrar. Pero nada más entrar y ver a Raúl Tejón ahí en medio, echándote encima su aliento, mi cuerpo se rajó, se me salieron por los suelos las tripas y así hasta hoy.



La clave del teatro, creo yo, está en "subir" al espectador al escenario, meterle dentro de la acción y hacerle partícipe de los sentimientos y tensiones de los personajes. Y eso exactamente es lo que podías vivir en "La casa de la portera". El sentimiento voyeur que uno lleva dentro explotaba brutalmente al verte sentado entre la madre y Axel, o entre Bárbara Lennie y Santi Marín, o entre Carmen Mayordomo y Fran Arráez. La verdad teatral se volvía necesidad y encima tú estaban en medio, eras el espía de sentimientos que siempre habías soñado. Esa inmersión emocional en las obras que allí se representaban era única. Y el subidón de adrenalina con el que salías no se quemaba con nada. Todo el que ha ido alguna vez a "La casa de la portera" ha salido tocado.



No contentos con eso, Martret y Puraenvidia han sido consecuentes con su pensamiento y se han escabullido de la tentación de llevarse el experimento por el lado comercial y empezar a meter textos populares, o elencos... famostes y cercanos. Y prefirieron apostar por valores sólidos pero menos "conocidos". Apostaron por la CALIDAD y metieron en sus habitaciones a los mejores. Los mejores autores, los mejores directores y los mejores actores. Muchos venían ya avalados por trabajazos enormes y no es que fueran unos "desconocidos", pero es cierto que desde su paso por Abades... ha habido un antes y un después. Como nombrar a gente es injusto por definición, mejor me corto, aunque me quedo con ganas. Pero estaréis de acuerdo conmigo en que por la casa ha pasado lo mejor de lo mejor. Y las listas de espera para pillar entrada eran por algo. Martret y Puraenvidia supieron llevar adelante su sueño. Y quizá sin saberlo estaban dando forma a NUESTRO sueño. Con el corazón en la mano te digo que en mi percepción del teatro y de la comunicación, hay un antes y un después desde aquella noche en la que entré a ver "Ivan-off".



Lo mismo que mi vida cambió cuando vi, olí, sentí y casi toqué a Raquel Pérez, a Raúl Tejón, a German Torres, a Luis Luque, a Carlos Be, a Fran Arráez, a  José Padilla, a Codina, a Ana Rayo, a Rosa Mariscal, a Chevi, a Alberto Velasco, a Jorge Calvo, a Irene Arcos, a Santi Marín, Trinidad, Petra, Abel Zamora... tantísimos nombres... Y quizá por encima de todos ellos, ese auténtico bombazo que a día de hoy sigue y seguirá durante muchos años. El mayor pelotazo de "La casa". La apuesta más rompedora y auténtica. Esa joya indiscutible que es "Cerda" de Juan Mairena. 



Lo dije una vez y lo repito. Gracias a los creadores, y a Pablo Martínez, por supuesto, por haberme salvado muchas noches de una vida triste. Por hacer de este mundo un lugar más bello y por llevar emociones puras, sinceras y cercanas a nuestros corazones. Gracias desde lo más profundo de nuestros corazones, porque la que nos habéis liado ya no nos lo quita nadie.



domingo, 14 de junio de 2015

El príncipe. Corral de comedias de Alcalá.

Sin duda esta producción de Bernabé Rico para Talycual producciones va a ser uno de los pelotazos de la temporada. Normal. Un textazo super atractivo, la dirección de Juan Carlos Rubio y el talento interpretativo de Fernando Cayo. De Alcalá irán a Almagro y en octubre estará en la sala negra de Canal. Eso así de momento, cuando llevan dos funciones.



El montaje es un recital de Fernando Cayo. Sin duda ha sido, es y será uno de los mejores y más dotados actores del país. Su dominio de la escena y de todos sus elementos es brutal e incontestable. Vocalmente es un prodigio de control y de saber emplear y sacar el máximo partido a su instrumento. Físicamente es una bestia que de repente da un saltito y se sube a una mesa. Así, como si nada. Emocionalmente demuestra que sabe y entiende todas y cada una de las palabras que salen por su boca. Por eso es capaz de dar sentido a TODO lo que dice. No sólo eso, sino a los procesos, a los por qués. A por qué habla, por qué tiene la necesidad de hablar y de decir exactamente lo que dice. Eso tan difícil en el proceso creativo pero que dicho parece casi de perogrullo. Pero para decir un texto, unas palabras concretas es porque esas palabras son las escogidas por el personaje. Escogidas como necesidad de hacer presente un pensamiento, un pasado, una idea. Y saber por qué son esas las palabras escogidas es lo que da verdad y vida a una actuación, a la recreación de una realidad irreal. Ese proceso Fernando lo tiene en las venas, lo tiene clarísimo, por eso lo que sale por su boca tiene vida, tiene verdad y tiene sentido. 



El montaje está bien dirigido por Juan Carlos Rubio. Es dinámico, con buenos elementos y bien utilizados. Música, espacio sonoro, luces, escenografía... incluso los elementos "ocultos" están bien administrados y consiguen que dramáticamente el espectáculo tenga una coherencia y una solidez incontestables. 
El problema, para mi gusto, es el propio texto. A ver, es evidente que el texto de Maquiavelo es brutal, una obra gigantesca e indiscutible. Y encima, por desgracia sigue siendo actual y reconocible. Lo de que el fin justifique los medios, que el poder emplee los medio que sean necesarios para mantenerse ahí e incluso que pueda mentir y manipular para conseguir sus objetivos o que los gobernados necesitemos resultados sin plantearnos cómo ni de dónde salen, o la duda de si las acciones están al margen de la ética, ¿es un manual sobre cómo manejar o sobre cómo somos manejados?, etc... Estas disquisiciones son actuales y están vivas. y el texto es un mastodonte, está claro. Pero... ¿soporta una puesta en escena? Personalmente confieso que a pesar de que el mensaje es complejo, comprensible, cercano, reconocible, actual, a pesar de que está bien dirigido y a pesar incluso del recital de sabiduría e inteligencia de Fernando Cayo, me resultó algo pesado. Demasiado seco y árido (no de comprensión sino de forma, de la propia esencia) y tuve la sensación de que no siempre los grandes textos escritos son apropiados para llevarlos a escena. Lo que escrito funciona no siempre funciona igual de bien puesto en un escenario. Insisto, incluso cuando todos los componentes son buenos. No sólo buenos, sino buenísimos. Como en este caso, especialmente en el caso de Fernando Cayo, que vuelve a darlo todo y a darnos una lección de interpretación y trabajo teatral. Me dio la sensación de que los bravos y la ovación general era más por el trabajazo de Fernando que por el espectáculo como totalidad. Insisto, un espectáculo en el que todo es bueno o buenísimo, pero que se hace espeso y algo pesado. Pero vamos, que es un espectáculo que hay que ver sí o sí. Eso sin duda.    

Edipo rey. Abadía.

Hay veces en las que te encuentras con un texto tan poderoso y con un peso tan gigantesco, que por mucho que hagas para intentar cargártelo, no lo consigues porque su poder se escapa por todas partes y termina por envolverlo todo. En mi siempre modesta opinión, esto es justo lo que le pasa a este "Edipo rey". El texto de Sófocles es tan buenísimo, que a pesar de todo, este montaje acaba rezumando calidad. Gracias al texto y al trabajo de algunos de sus intérpretes. 
Sanzol sienta sus personajes en una mesa a medio poner. O a medio quitar. Cinco actores y seis copas. ¿La sexta? Podemos ponernos poéticos y pensar que es para el destino, o para la verdad, o incluso para la esfinge. A mí me da que no, pero bueno. Digamos que es para el destino y así le damos un toque de premeditación y de cosa curiosa. 



Vamos despacio, porque me lío. Para resumir así a grandes rasgos, diría que yo lo que noté o la sensación con la que salí fue que el propio texto, la propia tragedia llevaba al espectáculo por unos derroteros pero que desde la dirección el empeño era casi el contrario, tirando la dinámica hacia un lado y la realidad hacia otro.  
Es una tragedia, esto quiere decir que los personajes, hagan lo que hagan, no podrán escapar del poder del destino. Lucharán y harán de todo por escapar del destino y no lo conseguirán, acabando arrasados por ese destino que maraca la tragedia frente al drama, por ejemplo. A ese fatalismo hay que añadirle que Sófocles en concreto se encargó de reducir el histrionismo y redujo la expresión de actores y de texto a su esencia dramática, sin gesticulaciones ni énfasis añadidos. Quizá en este empeño por reducir la tragedia a la esencia y no recargar nada se haya encontrado con una lucha entre fondo y forma que para mi gusto no ayuda nada al espectáculo. 
Los actores empiezan quietos, en la mesa, sin apenas moverse, e incluso cuando avanza la acción y el drama se intensifica, ellos siguen sentados, sin apenas moverse. Hasta que en un momento dado se levantan, no se sabe por qué ni por qué en ese momento y no antes o después. Ese cambio de código a mí me descolocó. Es como esas veces en las que por ejemplo, está dibujado en el escenario el espacio como si fuera un plano pero luego los personajes atraviesan las paredes sin respetar ese plano. Quiero decir que si estableces un código, debes respetarlo. Y si el código de Sanzol es retener, no tiene sentido que en un momento dado rompa ese código y levante a los personajes. Vale que la tragedia ha avanzado y que ya es casi insostenible, pero no me convence. Que Yocasta se levante porque no puede más, vale. Que Edipo haga lo mismo, vale. Pero, que lo hagan los pastores... como que no corresponde. Y esa bobada al menos en mí fue lo que no me gustó. Yo notaba que había una separación entre actores y personajes muy grande, y entre lo que pasaba y lo que se veía. Los actores iban cargándose de energía y de emoción, como una olla express. Pero la dirección les había marcado retener, retener y retener. Y al final acababa desbordando, y los actores lloraban e intentaban gesticular como su emoción y su energía contenida les pedía. Pero no podían. Tenían marcado lo contrario. Aún así se les escapaba, porque la emoción se escurre por las grietas como el agua. Con lo que al final tenías a unos actores desbordados por la emoción de un texto salvaje pero reteniendo de tal forma todo ese torrente de energía que la lucha era entre lo que sentían y lo que hacían. Y no era por hacer un ejercicio de estilo ni por no recargar ni por hacer caso a Sófocles, sino porque sí. O eso era lo que yo notaba. Y me daba rabia porque veía la entrega de los actores y su lucha por esconder esa energía y no me molaba. Además parecía que les hubieran marcado ir a toda pastilla. Soltaban el texto a todo meter y sólo en contadas ocasiones ralentizaban y llevaban el texto al ritmo que marcaba la emoción. Esto, claro, en algunos momentos les provocaba problemas de dicción 
Eva Trancón está fabulosa. Su Yocasta es sólida, mujerona, con tanta dignidad como sufrimiento. Es la tragedia en sí misma y tiene un peso escénico absolutamente arrebatador. Aunque la tengan contenida. Elena González también está fabulosa. Quiero decir que "vuelve a estar fabulosa", porque ¿cuándo no lo ha estado? Pero también me pareció una lástima desaprovechar su torrente emocional especialmente en su monólogo final teniéndola tan retenida. A pesar de eso, la emoción se le escapaba sin querer. Paco Déniz también bien. Natalia Hernández más justa. Algo atropellada de dicción y a ratos... como fuera de tesitura. 
Juan Antonio Lumbreras está como siempre. Vamos, que no distingo mucho su Edipo del Vladimir. Me parece estar viendo el mismo personaje, la misma forma de decir, el mismo toniquete. Yo le miraba mucho y veía en sus ojos un peso y un sufrimiento interior que no se correspondía con lo que estaba viendo en escena. Veía que sufría mucho y que dentro de él ocurrían muchas cosas y muy intensas. Pero eso se acababa traduciendo en una dicción acelerada, atropellada, una respiración demasiado agitada y ahogada y en unos tonos y gritos muy por debajo de la energía y de la intensidad que se veían en su mirada. Y físicamente lo siento pero como que no me da el tipo que yo le imagino a Edipo. Corpulencia, presencia, peso, empaque...   



En resumen, una pelea entre lo que intentaba salir y a ratos se escapaba y lo que estaba marcado por la dirección. Un choque de fuerzas en el que el resultado acaba siendo una versión retenida (no contenida) y una tragedia convertida en discurso. Incluso como versión radiofónica resultaría sosa y apocada.