Fernando J. López escribe, Quino Falero dirige, Mónica Boromello crea un espacio mágico y Roció Vidal da vida a Ariadna, la prota de "Los amores diversos". Bueno, a una de las protas. Porque la otra protagonista es la palabra. La palabra como instrumento, como arma y como defensa. La palabra escogida, la palabra decidida y la palabra arrolladora, la que nos adelanta y nos aplasta y nos encarcela.
Hay proyectos que nacen del empeño, de las ganas, de la fiebre por el teatro. Del amor por contar y por hacer. Eso a estas alturas de la incultura gubernamental es toda una hazaña y tiene un mérito como para quitarse el sombrero.
Rocío Vidal no solo protagoniza sino que decidió producir su propio espectáculo. Y encima escogió a un gran director, a Mariano Marín para que creara un espacio sonoro de ensueño y a la grandiosa diosa Mónica Bormello para que se invente un paraíso bibliófilo. Lo mejor de lo mejor.
Ariadna nace ya marcada por un nombre que no le gusta nada. Quizá habría preferido Ofelia, Julieta, Cathy o incluso Molly, pero le tocó Ariadna. Ahí empieza una cuesta abajo por un mundo construido a golpe de libro. Una vida creada entre las páginas leídas, en los personajes añorados. una vida fabricada con las vidas de los otros y con las lecturas en voz baja de su padre. Una vida marcada por lo que ha leído y lo que le han leído. Por lo que no ha leído y por las consecuencias de lo leído. Una ficción creadora y a ratos sanadora. También torturadora pero siempre cruel.
Un camino de ida y vuelta. Una carretera de doble sentido. ¿Hasta qué punto lo que hemos leído nos ha forjado, hasta qué punto lo que hemos leído nos ha marcado un camino o hasta qué punto hemos reflejado nuestro camino en nuestras lecturas? ¿Cómo se crea un ser humano? ¿O cómo se crea un personaje? ¿Qué fue antes, la ficción o nuestras vidas? ¿En qué se diferencian el amor paterno al amor fraternal, al materno, al amor al mundo, al amor propio o al amor al arte?
De ese batiburrillo lo que tiene que nacer por lógica es un amor único, un amor personal e intransferible, herido y curado sobre la marcha, un amor diverso.
Rocío Vidal lo da todo desde la palabra y buscando que esa palabra traspase y toque.
Personalmente creo que la intención queda algo por encima del resultado. Las intenciones llegan claras y tocan. Hacen pupa en tu corazón pero la forma y las formas podrían ser más calmadas y esperando a que lo que se dice y lo que sucede tenga consecuencias. Y buscar el punto en el que te dejan esas consecuencias para seguir desde ahí. Hay ciertos movimientos coreografiados que no me resultan naturales sino algo forzados. Buen texto y buena actriz para un espectáculo que al menos a mí me pide más calma, más repercusión de lo que está pasando y más tiempo para que texto, acción y emoción sean un río único.
Es su segundo año en cartel y deseo de corazón que siga mucho tiempo más. Proyectos así de honestos y así de sinceros y valientes son los que necesitamos. Y salas como Sala Tú, que nos acercan este tipo de producciones de calidad y plagadas de buenas intenciones.
Aquí podrás leer MI opinión sobre los espectáculos que voy viendo. Insisto en que es MI opinión, nada mas. No pretendo adoctrinar ni tener razón. Únicamente te contaré MIS razones para amar o amar menos lo que vaya viendo. El teatro son gustos y aquí leerás los míos. No soy crítico, solo necesito contarle al mundo el porqué de mis amores. Lo que puedes leer aquí es lo que yo he sentido al ver estos espectáculos. Ni más ni menos que mis sensaciones. Si a alguien le sirven, estupendo.
sábado, 29 de octubre de 2016
Escuadra hacia la muerte.
Mientras teatros como La Zarzuela de esfuerzan por modernizar sus programaciones, otros como en el teatro de Tamayo y Baus parecen encaminarse hacia el talco y la naftalina. No hay forma de que salgan de ahí. Hace años, el teatro Federic... digo... el teatro María Guerrero era el puntal de la modernidad y lo arriesgado. Desgraciadamente lleva unos años cayendo en picado y salvo los ciclos paralelos que sí buscan proyectos arriesgados y más minoritarios, la sala grande parece empeñada en contentar sólo al público más conservador. Es lógico que un teatro público busque agradar el público mayoritario, pero en los 80 y 90 el teatro también estaba lleno. Ah, no, calla, que el otro día el teatro Federico estaba a medias. Ya.
Seguir reivindicando la figura de Alfonso Sastre es elogiable y justo. Ya se intentó el año pasado en el otro gran teatro público madrileño y no resultó muy bien. Está claro que lo mejor que se podía intentar este año si se quería insistir con Sastre es buscar un director que lo lleve por otros caminos más... actuales. En ese sentido, la elección de Paco Azorín me parece un gran acierto.
Personalmente quizá el trasladar la acción del zulo de la España posguerra a un futuro incierto y casi postapocalíptico no sé si me convence. Igual se podría haber situado en la España de hoy mismo, víspera de la investidura dura. Pero en definitiva es una decisión del adaptador y director y por tanto, totalmente respetable. Sobre todo porque es coherente con todo lo que vemos. Por tanto perfectamente válida.
Paco Azorín adapta el texto de Sastre, crea una escenografía realmente impactante y muy expresiva y agobiante y además dirige a este grupo de actores. Quizá los insertos Brechtianos me sobren, pero bueno. Ilustran bien y reinciden en el mensaje. Eso sí, el vestuario y el atrezzo sí deberían estar más... vividos. Las botas tiene las suelas demasiado nuevas, la ropa está demasiado planchada y limpia y el atrezzo parece que lo están estrenando.
Azorín mueve bien a los actores, crea una atmósfera inquietante e irrespirable y consigue darle un ritmo a esta función acertado.
El elenco me parece irregular. Hay varios actores que directamente me resultan increíbles y afectados. Sin embargo, es destacable el trabajazo de Jan Cornet y de Iván Hermes. Cornet crea un sufridor atormentado y frágil que te dan ganas de subir al escenario y protegerle. Para mi gusto está fantástico. Es un auténtico ser vivo. Iván Hermes vuelve a demostrar que es uno de los mejores actores del país. Su creación está llena de vida y de potencia. Cuando habla, cuando está activo y cuando escucha, cuando recibe y cuando calla. Eso sólo lo hacen bien y con carne los actorazos de raza. Unax Ugalde empieza bien pero se le va.
En definitiva, creo que el montaje funciona, los actores lo dan todo y unos cuantos funcionan de maravilla y la dirección de Azorín creo que salva este espectáculo de ser un fiasco. Y aunque me llaméis salvaje y hereje, creo que el principal lastre es el propio texto de Sastre o quizá la adaptación, que no levanta el vuelo y no logra llenar de interés la hora y media que dura el espectáculo.
Seguir reivindicando la figura de Alfonso Sastre es elogiable y justo. Ya se intentó el año pasado en el otro gran teatro público madrileño y no resultó muy bien. Está claro que lo mejor que se podía intentar este año si se quería insistir con Sastre es buscar un director que lo lleve por otros caminos más... actuales. En ese sentido, la elección de Paco Azorín me parece un gran acierto.
Personalmente quizá el trasladar la acción del zulo de la España posguerra a un futuro incierto y casi postapocalíptico no sé si me convence. Igual se podría haber situado en la España de hoy mismo, víspera de la investidura dura. Pero en definitiva es una decisión del adaptador y director y por tanto, totalmente respetable. Sobre todo porque es coherente con todo lo que vemos. Por tanto perfectamente válida.
Paco Azorín adapta el texto de Sastre, crea una escenografía realmente impactante y muy expresiva y agobiante y además dirige a este grupo de actores. Quizá los insertos Brechtianos me sobren, pero bueno. Ilustran bien y reinciden en el mensaje. Eso sí, el vestuario y el atrezzo sí deberían estar más... vividos. Las botas tiene las suelas demasiado nuevas, la ropa está demasiado planchada y limpia y el atrezzo parece que lo están estrenando.
Azorín mueve bien a los actores, crea una atmósfera inquietante e irrespirable y consigue darle un ritmo a esta función acertado.
El elenco me parece irregular. Hay varios actores que directamente me resultan increíbles y afectados. Sin embargo, es destacable el trabajazo de Jan Cornet y de Iván Hermes. Cornet crea un sufridor atormentado y frágil que te dan ganas de subir al escenario y protegerle. Para mi gusto está fantástico. Es un auténtico ser vivo. Iván Hermes vuelve a demostrar que es uno de los mejores actores del país. Su creación está llena de vida y de potencia. Cuando habla, cuando está activo y cuando escucha, cuando recibe y cuando calla. Eso sólo lo hacen bien y con carne los actorazos de raza. Unax Ugalde empieza bien pero se le va.
En definitiva, creo que el montaje funciona, los actores lo dan todo y unos cuantos funcionan de maravilla y la dirección de Azorín creo que salva este espectáculo de ser un fiasco. Y aunque me llaméis salvaje y hereje, creo que el principal lastre es el propio texto de Sastre o quizá la adaptación, que no levanta el vuelo y no logra llenar de interés la hora y media que dura el espectáculo.
Cartas de amor. Teatros del Canal.
David Serrano es responsable de espectáculos tan interesantes como "Buena gente" y de otros que me han dejado más indiferente. Desgraciadamente, estas "Cartas de amor" son de los que me han dejado frío. Pero porque yo soy raruno, porque en los aplausos hubo muchos "bravos" y gente en pie.
Vamos, que es un espectáculo que gusta y que la gente (de una edad respetable, al menos el día que fuimos nosotros) sale encantada.
El principal lastre es el propio texto. La fórmula de carta va, carta viene es cierto que da agilidad al desarrollo de la trama pero a su vez impide que la historia en sí tenga un mínimo de profundidad o de importancia. A ver, Rellán lee una carta: Alguna incluso de dos renglones o de uno y Julia Gutiérrez Caba lee la respuesta. Alguna incluso de dos renglones o de uno. En unos textos tan breves es imposible describir ni situaciones ricas dramáticamente ni profundizar o aunque sólo fuera dibujar personajes medianamente interesantes. No hay armas suficientes para describir personajes ni situaciones. Únicamente alguna que otra anécdota sin demasiada profundidad ni calado. Pero claro, es que no hay forma. Cincuenta años reducidos a unas cuantas cartas breves es imposible que los puedan describir con un mínimo de profundidad. Ni que los personajes se definan y crezcan.
Si a esto le añadimos una dirección... digamos... ausente, el resultado es tibio tirando a frío. El propio director lo reconoce en el programa de mano, no me lo invento yo. Dice que al contar con esos dos actorazos, su labor de dirección es casi nula, que lo mejor es dejarles hacer. Y eso hace. Sienta a cada uno en un extremo de un sofá y leen. Reaccionan a lo que escuchan alguna vez, en mi opinión, cuando como actores sabios que son no pueden evitar reaccionar a lo que acaban de oír. Pero poco más. Dos actores leyendo cosas insulsas y reaccionando poco. Se limitan a leer bien y con intención esos textitos. Tanto Rellán como Julia Gutiérrez Caba se las saben todas y son buenísimos. Por eso saben leer con toda la intensidad que esos textitos les permiten y agarrarse a los contados momentos en los que se narra algo un poco más intenso (la caída en el alcohol, el internamiento o el abandono). Vamos, tres momentos un poquillo más interesantes. Y ya.
Lo más destacable es el fabuloso trabajazo de Mónica Boromello. Un sofá, deformado, eso sí, que lo mismo acerca como aleja a estas dos almas incapaces de juntarse. Y un bosque se luces. Una especie de vía láctea, o de enjambre de sueños e ilusiones que se irán desvaneciendo según pasan los años y los desencuentros. Sueños fundidos e ilusiones agostadas hasta reducirse a dos bombillitas. Las esencias de los dos amantes. Fascinante trabajo de esta genia que debería estar ya en todos los altares del teatro.
Vamos, que es un espectáculo que gusta y que la gente (de una edad respetable, al menos el día que fuimos nosotros) sale encantada.
El principal lastre es el propio texto. La fórmula de carta va, carta viene es cierto que da agilidad al desarrollo de la trama pero a su vez impide que la historia en sí tenga un mínimo de profundidad o de importancia. A ver, Rellán lee una carta: Alguna incluso de dos renglones o de uno y Julia Gutiérrez Caba lee la respuesta. Alguna incluso de dos renglones o de uno. En unos textos tan breves es imposible describir ni situaciones ricas dramáticamente ni profundizar o aunque sólo fuera dibujar personajes medianamente interesantes. No hay armas suficientes para describir personajes ni situaciones. Únicamente alguna que otra anécdota sin demasiada profundidad ni calado. Pero claro, es que no hay forma. Cincuenta años reducidos a unas cuantas cartas breves es imposible que los puedan describir con un mínimo de profundidad. Ni que los personajes se definan y crezcan.
Si a esto le añadimos una dirección... digamos... ausente, el resultado es tibio tirando a frío. El propio director lo reconoce en el programa de mano, no me lo invento yo. Dice que al contar con esos dos actorazos, su labor de dirección es casi nula, que lo mejor es dejarles hacer. Y eso hace. Sienta a cada uno en un extremo de un sofá y leen. Reaccionan a lo que escuchan alguna vez, en mi opinión, cuando como actores sabios que son no pueden evitar reaccionar a lo que acaban de oír. Pero poco más. Dos actores leyendo cosas insulsas y reaccionando poco. Se limitan a leer bien y con intención esos textitos. Tanto Rellán como Julia Gutiérrez Caba se las saben todas y son buenísimos. Por eso saben leer con toda la intensidad que esos textitos les permiten y agarrarse a los contados momentos en los que se narra algo un poco más intenso (la caída en el alcohol, el internamiento o el abandono). Vamos, tres momentos un poquillo más interesantes. Y ya.
Lo más destacable es el fabuloso trabajazo de Mónica Boromello. Un sofá, deformado, eso sí, que lo mismo acerca como aleja a estas dos almas incapaces de juntarse. Y un bosque se luces. Una especie de vía láctea, o de enjambre de sueños e ilusiones que se irán desvaneciendo según pasan los años y los desencuentros. Sueños fundidos e ilusiones agostadas hasta reducirse a dos bombillitas. Las esencias de los dos amantes. Fascinante trabajo de esta genia que debería estar ya en todos los altares del teatro.
viernes, 21 de octubre de 2016
Las Golondrinas. Teatro de la Zarzuela.
Lo de que la Zarzuela sea un género añejo, anticuado y para señoras cardadas y con armiño es un mito que hay que desterrar. Un mito y una losa.
La Zarzuela siempre ha sido un género despreciado o ninguneado alegando su pobreza musical y sus libretos más bien tirando a pobretones, con chulapas, corralas y conflictos de patio.
Acabar con esas telarañas es lo que se ha propuesto Daniel Bianco, director del Teatro de la Zarzuela. Esta es su primera temporada como responsable total, único y absoluto de la programación del teatro y... empieza fuerte.
Él mejor que nadie se explica clarísimamente en cualquier entrevista que le hacen. No voy a intentar yo repetir sus palabras porque son tan nítidas que intentar repetirlas es quedarse corto. Mejor diré lo que yo pienso.
Es evidente que en las Zarzuelas, si la partitura está escrita para 6 violines, la van a tener que tocas 6 violines, aunque nos apeteciera que sonaran 30. Musicalmente no se puede cambiar lo que está escrito ni cómo está escrito. Los libretos tampoco los puedes cambiar. Puedes quizá "revisar" cosas, pero si está escrito que se diga "qué bueno es tener una buena mata de pelo" eso es lo que hay que cantar. Con lo cual el único elemento con el que podemos jugar para actualizar el género o para acercarlo a otro público más joven es con la puesta en escena. Está claro que Zeffirelli te va a poner terciopelo y que Frederic Amat va a deslumbrar y a epatar a los más rancios. Eso es así. Y que un director de escena tradicional va a montar una corrala y Pasqual va a hacer arte y a innovar. Que conste que no estoy en contra de los terciopelos ni de las corralas, pero si queremos actualizar el género hay que hacerlo desde la propuesta escénica, que es lo único con lo que podemos jugar.
Giancarlo del Monaco, aparte de hijo de Mario del Monaco, que ya es un pasote, es uno de los principales directores de escena del mundo mundial. Tiene una ristra de premios y de reconocimientos de caerte de espaldas y se lo rifan en medio mundo. La calidad en ese sentido estaba asegurada. William Orlandi decora el escenario vacío de la Zarzuela y Jesús Ruiz viste a sus habitantes de forma prodigiosa.
Visualmente este montaje es una gozada. El blanco y negro inunda el escenario y la irrupción del color en el momento en el que la "representación" entra en escena es brillante. Funciona de maravilla. Como funciona incluso mejor la vuelta al blanco y negro cuando la acción sale de la ficción para regresar a la realidad. Realidad fea, atrofiada, incompleta e infeliz en blanco y negro y ficción, comedia dell'arte, fantasía inundada de color.
Escénicamente Del Monaco hace un gran trabajo, con un primer acto como sacado de una peli de cine mudo (última cena Viridiano / buñueliana incluida) y un segundo y tercer actor brutales, con lo mejor del espectáculo: tanto el dúo Puck, Lina, cada uno en delante de un baúl, iluminados por las bombillas del camerino portátil y la escenona del acto tercero entre Puck y Cecilia, con Lina apoyada en un pilar sufriendo como una loca. Sin duda lo mejor de la noche.
Curiosamente ocurre un efecto extraño, al menos a mí me lo pareció. En la Pantomima del segundo acto, la música no acompaña. Quiero decir, que la escena es pura comedia dell'arte (con Pierrot en vez de Arlequín, pero bueno), el ritmo es comedia dell'arte, los personajes también, el color, la estética, el brillo, la alegría... sin embargo en esta parte Usandizaga creó una partitura que se despega. No se corresponde la brillantez de lo que vemos con una partitura no muy pizpireta, no muy juguetona y más centrada en el momento humanos de los personajes. Sinceramente creo que en este tramo la música no está a la altura mientras que lo que ocurre en el escenario es brillante.
Óliver Díaz volvió a demostrar que es un grandísimo maestro y sacó sonido trágicos, dramáticos, bellísimos y llenos de matices de la orquesta titular. Supo ser generoso con los cantantes y respetuoso con la acción, apoyando pero sin enfatizar. Acompañaba a los dramas personales casi como un personaje más pero no ilustraba lo que a los pobres les estaba pasando. Bravo, maestro y bravo todos los miembros de la orquesta.
En cuanto al elenco, hubo un poco de todo. Felipe Bou cantó como desganado y desde luego tiene una voz justita. Jorge Rodríguez-Norton tiene una voz preciosa que a mí, particularmente me encanta y además es un actorazo. Espero verle pronto en roles de mayor envergadura porque sinceramente lo merece. José Antonio López cantó muy bien (aunque esa tendencia a la risotada le pasar lo que le pasara creo que es una decisión no muy acertada por parte de dirección porque como todos los recursos, al sobreutilizarlo pierda fuerza). Desde luego, es un cantante buenísimo, con una voz imponente y una actitud sobre el escenario convincente y de mucho peso. Ya lo demostró en aquel.. engendro que fue "El público" en el Real y aquí vuelve a demostrarlo en este proyecto mucho más certero. Raquel Lojendio fue de menos a más. Su primer acto fue flojillo, sin encontrarle brillo a su voz y con cierta rigidez tanto vocal como expresivamente. En el segundo acto se vino arriba y soltó mejor la voz, consiguiendo mayor proyección, más expresividad y resultando convincente. Brava. Ana Ibarra deslumbró en el primer acto con un vozarrón amplio, con mucho color, unos graves poderosos, sin soltar aire, y unas notas altas fuertes y seguras. Además se movía con una actitud como de diva que le venía muy bien al personaje. A ver, a mí me parece dificilísimo estar actuando de verdad en un escenario y que para expresarte tengas que abrir la boca y no puedas hablar (lo que es bastante más natural) sino que lo hagas cantando. Me parece dificilísimo y es, aparte de las dotes vocales, lo que más admiro en los buenos intérpretes de lírico. Que hagan creíble un mundo en el que se comunica cantando. Es bestial. Y Ana Ibarra iba arrastrando las zapatillas por el escenario, con mirada de desdén como de actrizón decadente (es lo que representa) y de pronto abría la boca y salía ese chorro. No sé, me parece brutal. Era como ver a Gena Rowlands paseando por el escenario pero cantando de una forma espeluznante.
Espectáculo imprescindible para cualquiera que ame la música y que quiera ver cómo se puede hacer una zarzuela y que resulte musicalmente vibrante y escénicamente poderosa y convincente. Grandísimo trabajo el de todos y por si para algunos no tenía ya más que demostrada su ingente valía, una prueba más (y van cientos) de que Daniel Bianco no sólo sabe lo que quiere sino que lo consigue. Y de eso, los madrileños sólo podemos estar agradecidos. Yo, personalmente muero de ganas de ver la "Iphigenia en Tracia" que vendrá a continuación con escenografía de !!!Frederic Amat¡¡¡ Sólo de pensarlo me tiemblan las canillas.
Las impresionantes fotos son como siempre de Javier del Real.
La Zarzuela siempre ha sido un género despreciado o ninguneado alegando su pobreza musical y sus libretos más bien tirando a pobretones, con chulapas, corralas y conflictos de patio.
Acabar con esas telarañas es lo que se ha propuesto Daniel Bianco, director del Teatro de la Zarzuela. Esta es su primera temporada como responsable total, único y absoluto de la programación del teatro y... empieza fuerte.
Él mejor que nadie se explica clarísimamente en cualquier entrevista que le hacen. No voy a intentar yo repetir sus palabras porque son tan nítidas que intentar repetirlas es quedarse corto. Mejor diré lo que yo pienso.
Es evidente que en las Zarzuelas, si la partitura está escrita para 6 violines, la van a tener que tocas 6 violines, aunque nos apeteciera que sonaran 30. Musicalmente no se puede cambiar lo que está escrito ni cómo está escrito. Los libretos tampoco los puedes cambiar. Puedes quizá "revisar" cosas, pero si está escrito que se diga "qué bueno es tener una buena mata de pelo" eso es lo que hay que cantar. Con lo cual el único elemento con el que podemos jugar para actualizar el género o para acercarlo a otro público más joven es con la puesta en escena. Está claro que Zeffirelli te va a poner terciopelo y que Frederic Amat va a deslumbrar y a epatar a los más rancios. Eso es así. Y que un director de escena tradicional va a montar una corrala y Pasqual va a hacer arte y a innovar. Que conste que no estoy en contra de los terciopelos ni de las corralas, pero si queremos actualizar el género hay que hacerlo desde la propuesta escénica, que es lo único con lo que podemos jugar.
Giancarlo del Monaco, aparte de hijo de Mario del Monaco, que ya es un pasote, es uno de los principales directores de escena del mundo mundial. Tiene una ristra de premios y de reconocimientos de caerte de espaldas y se lo rifan en medio mundo. La calidad en ese sentido estaba asegurada. William Orlandi decora el escenario vacío de la Zarzuela y Jesús Ruiz viste a sus habitantes de forma prodigiosa.
Visualmente este montaje es una gozada. El blanco y negro inunda el escenario y la irrupción del color en el momento en el que la "representación" entra en escena es brillante. Funciona de maravilla. Como funciona incluso mejor la vuelta al blanco y negro cuando la acción sale de la ficción para regresar a la realidad. Realidad fea, atrofiada, incompleta e infeliz en blanco y negro y ficción, comedia dell'arte, fantasía inundada de color.
Escénicamente Del Monaco hace un gran trabajo, con un primer acto como sacado de una peli de cine mudo (última cena Viridiano / buñueliana incluida) y un segundo y tercer actor brutales, con lo mejor del espectáculo: tanto el dúo Puck, Lina, cada uno en delante de un baúl, iluminados por las bombillas del camerino portátil y la escenona del acto tercero entre Puck y Cecilia, con Lina apoyada en un pilar sufriendo como una loca. Sin duda lo mejor de la noche.
Curiosamente ocurre un efecto extraño, al menos a mí me lo pareció. En la Pantomima del segundo acto, la música no acompaña. Quiero decir, que la escena es pura comedia dell'arte (con Pierrot en vez de Arlequín, pero bueno), el ritmo es comedia dell'arte, los personajes también, el color, la estética, el brillo, la alegría... sin embargo en esta parte Usandizaga creó una partitura que se despega. No se corresponde la brillantez de lo que vemos con una partitura no muy pizpireta, no muy juguetona y más centrada en el momento humanos de los personajes. Sinceramente creo que en este tramo la música no está a la altura mientras que lo que ocurre en el escenario es brillante.
Óliver Díaz volvió a demostrar que es un grandísimo maestro y sacó sonido trágicos, dramáticos, bellísimos y llenos de matices de la orquesta titular. Supo ser generoso con los cantantes y respetuoso con la acción, apoyando pero sin enfatizar. Acompañaba a los dramas personales casi como un personaje más pero no ilustraba lo que a los pobres les estaba pasando. Bravo, maestro y bravo todos los miembros de la orquesta.
En cuanto al elenco, hubo un poco de todo. Felipe Bou cantó como desganado y desde luego tiene una voz justita. Jorge Rodríguez-Norton tiene una voz preciosa que a mí, particularmente me encanta y además es un actorazo. Espero verle pronto en roles de mayor envergadura porque sinceramente lo merece. José Antonio López cantó muy bien (aunque esa tendencia a la risotada le pasar lo que le pasara creo que es una decisión no muy acertada por parte de dirección porque como todos los recursos, al sobreutilizarlo pierda fuerza). Desde luego, es un cantante buenísimo, con una voz imponente y una actitud sobre el escenario convincente y de mucho peso. Ya lo demostró en aquel.. engendro que fue "El público" en el Real y aquí vuelve a demostrarlo en este proyecto mucho más certero. Raquel Lojendio fue de menos a más. Su primer acto fue flojillo, sin encontrarle brillo a su voz y con cierta rigidez tanto vocal como expresivamente. En el segundo acto se vino arriba y soltó mejor la voz, consiguiendo mayor proyección, más expresividad y resultando convincente. Brava. Ana Ibarra deslumbró en el primer acto con un vozarrón amplio, con mucho color, unos graves poderosos, sin soltar aire, y unas notas altas fuertes y seguras. Además se movía con una actitud como de diva que le venía muy bien al personaje. A ver, a mí me parece dificilísimo estar actuando de verdad en un escenario y que para expresarte tengas que abrir la boca y no puedas hablar (lo que es bastante más natural) sino que lo hagas cantando. Me parece dificilísimo y es, aparte de las dotes vocales, lo que más admiro en los buenos intérpretes de lírico. Que hagan creíble un mundo en el que se comunica cantando. Es bestial. Y Ana Ibarra iba arrastrando las zapatillas por el escenario, con mirada de desdén como de actrizón decadente (es lo que representa) y de pronto abría la boca y salía ese chorro. No sé, me parece brutal. Era como ver a Gena Rowlands paseando por el escenario pero cantando de una forma espeluznante.
Espectáculo imprescindible para cualquiera que ame la música y que quiera ver cómo se puede hacer una zarzuela y que resulte musicalmente vibrante y escénicamente poderosa y convincente. Grandísimo trabajo el de todos y por si para algunos no tenía ya más que demostrada su ingente valía, una prueba más (y van cientos) de que Daniel Bianco no sólo sabe lo que quiere sino que lo consigue. Y de eso, los madrileños sólo podemos estar agradecidos. Yo, personalmente muero de ganas de ver la "Iphigenia en Tracia" que vendrá a continuación con escenografía de !!!Frederic Amat¡¡¡ Sólo de pensarlo me tiemblan las canillas.
Las impresionantes fotos son como siempre de Javier del Real.
martes, 18 de octubre de 2016
Los caminos de Federico. El umbral de primavera.
Federico es una tentación. Lorca es lo más grande que ha dado este país y llevarlo a un escenario es una tentación por la que todos pasamos, hemos pasado o pasaremos.
"Siempre que hablo ante mucha gente me parece que me he equivocado de puerta. Pero...unas manos amigas me han empujado y aquí estoy".
Así comienza "Los caminos de Federico". Bueno, no. Mejor dicho, empieza con Flor Saraví recibiéndote sentada sonriente sobre es escritorio que será parte fundamental de la escenografía. Un recibimiento dulce, cariñoso, tierno.
Lluís Pasqual creo este texto partiendo de diversas obras de Federico; teatro, conferencias, cartas... otorgándole una entidad casi propia. El texto en sí es una maravilla digna de estudio. Pero no sólo por las palabras escritas por Lorca sino por la creación posterior de Pasqual. El recorrido emocional es profundo y único y nos lleva de su manita por muchos rincones agazapados en el alma de Federico. El grandioso Alfredo Alcón estuvo representándolo por el mundo. Un dios. No, dos dioses.
Ahora es Flor Saraví quien se adueña de este texto y nos lo regala a corazón abierto. Dirigida por Samuel Blanco, Flor se viste de lino blanco (no imagino nada que no sea lino blanco) y utiliza imágenes, sonidos y referencias lorquianas para llevarnos por este río emocional que se mueve entre "Doña Rosita", las gacelas, algún soneto y muchos textos bien hilvanados. Una cómoda polivalente es casi el único objeta de la escenografía. Sonidos que nos llevan a la tierra y al dolor.
El recorrido es coherente y bonito, muy bonito. Las transiciones entre los textos están escénicamente bien llevadas y resultan casi siempre naturales y fluidas. Es difícil pasar de doña Rosita al soneto de la dulce queja y tanto Samuel como Flor han hecho un gran trabajo.
De todas formas hay algunos textos que sinceramente, creo que parte de su calado y de su dimensión arrolladora, fueron escritos desde un alma masculina. Un alma masculina herida, y esa raíz oscura tiene voz de hombre. "El soneto de la dulce queja" en voz y vida de una mujer tiene otra dimensión.
Quizá suene raro y espero que nadie se lo tome por el lado machista, porque nada más lejos, pero escuchar ".... el acento que de noche me pone en la mejilla la solitaria rosa de tu aliento" en labios de una mujer no es lo mismo que surgiendo de un hombre. El origen de las palabras de Federico es otro y la dimensión doliente es otra.
Flor Saraví sin duda es muy buena actriz. Lo demuestra con su recital (nunca mejor dicho) de pasiones diversas y de dolores emocionales variopintos. Sabe perfectamente qué dice en cada momento y qué quiere transmitir y conseguir con cada pausa con cada cambio de ritmo o de dirección. Aunque eso no evita que en momentos, haya una cierta repetición de tonos y reitere un cierto soniquete que funciona, pero que podría alcanzar mayor dimensión si hubiera un pelín más de variedad. Variedad en tonos y en sitios desde donde nacen los textos. Es difícil resistirse a buscar lo que a uno le mueve como actor en el dolor. Es un sitio conocido, útil, agradecido, coherente y un buen cobijo para nuestra propia alma. Pero sería bueno para el espectáculo quizá (o al menos a mí me distanció un poco) que casi todos los textos nacieran (o parecía que nacían) del mismo sitio, de un lirismo trascendente o de un dolor poético. Quizá el abordar la mayoría de los textos desde el mismo sitio reste color al espectáculo como conjunto.
En cualquier caso siempre es una gozada escuchar las palabras de Federico y más si salen de la boca de una gran actriz, capaz de lidiar durante hora y media con los barrancos emocionales en los que nos sumerge Federico. Flor consigue ofrecernos un espectáculo completo y único sobrepasando el hecho del origen mismo de esos textos y no dándonos un recital sino creando algo nuevo y vivo. ¡Brava!
Por cierto... esa Doña Rosita... ¡inmejorable!
"Siempre que hablo ante mucha gente me parece que me he equivocado de puerta. Pero...unas manos amigas me han empujado y aquí estoy".
Así comienza "Los caminos de Federico". Bueno, no. Mejor dicho, empieza con Flor Saraví recibiéndote sentada sonriente sobre es escritorio que será parte fundamental de la escenografía. Un recibimiento dulce, cariñoso, tierno.
Lluís Pasqual creo este texto partiendo de diversas obras de Federico; teatro, conferencias, cartas... otorgándole una entidad casi propia. El texto en sí es una maravilla digna de estudio. Pero no sólo por las palabras escritas por Lorca sino por la creación posterior de Pasqual. El recorrido emocional es profundo y único y nos lleva de su manita por muchos rincones agazapados en el alma de Federico. El grandioso Alfredo Alcón estuvo representándolo por el mundo. Un dios. No, dos dioses.
Ahora es Flor Saraví quien se adueña de este texto y nos lo regala a corazón abierto. Dirigida por Samuel Blanco, Flor se viste de lino blanco (no imagino nada que no sea lino blanco) y utiliza imágenes, sonidos y referencias lorquianas para llevarnos por este río emocional que se mueve entre "Doña Rosita", las gacelas, algún soneto y muchos textos bien hilvanados. Una cómoda polivalente es casi el único objeta de la escenografía. Sonidos que nos llevan a la tierra y al dolor.
El recorrido es coherente y bonito, muy bonito. Las transiciones entre los textos están escénicamente bien llevadas y resultan casi siempre naturales y fluidas. Es difícil pasar de doña Rosita al soneto de la dulce queja y tanto Samuel como Flor han hecho un gran trabajo.
De todas formas hay algunos textos que sinceramente, creo que parte de su calado y de su dimensión arrolladora, fueron escritos desde un alma masculina. Un alma masculina herida, y esa raíz oscura tiene voz de hombre. "El soneto de la dulce queja" en voz y vida de una mujer tiene otra dimensión.
Quizá suene raro y espero que nadie se lo tome por el lado machista, porque nada más lejos, pero escuchar ".... el acento que de noche me pone en la mejilla la solitaria rosa de tu aliento" en labios de una mujer no es lo mismo que surgiendo de un hombre. El origen de las palabras de Federico es otro y la dimensión doliente es otra.
Flor Saraví sin duda es muy buena actriz. Lo demuestra con su recital (nunca mejor dicho) de pasiones diversas y de dolores emocionales variopintos. Sabe perfectamente qué dice en cada momento y qué quiere transmitir y conseguir con cada pausa con cada cambio de ritmo o de dirección. Aunque eso no evita que en momentos, haya una cierta repetición de tonos y reitere un cierto soniquete que funciona, pero que podría alcanzar mayor dimensión si hubiera un pelín más de variedad. Variedad en tonos y en sitios desde donde nacen los textos. Es difícil resistirse a buscar lo que a uno le mueve como actor en el dolor. Es un sitio conocido, útil, agradecido, coherente y un buen cobijo para nuestra propia alma. Pero sería bueno para el espectáculo quizá (o al menos a mí me distanció un poco) que casi todos los textos nacieran (o parecía que nacían) del mismo sitio, de un lirismo trascendente o de un dolor poético. Quizá el abordar la mayoría de los textos desde el mismo sitio reste color al espectáculo como conjunto.
En cualquier caso siempre es una gozada escuchar las palabras de Federico y más si salen de la boca de una gran actriz, capaz de lidiar durante hora y media con los barrancos emocionales en los que nos sumerge Federico. Flor consigue ofrecernos un espectáculo completo y único sobrepasando el hecho del origen mismo de esos textos y no dándonos un recital sino creando algo nuevo y vivo. ¡Brava!
Por cierto... esa Doña Rosita... ¡inmejorable!
La casa de Bernarda Alba. Teatro Fernán Gómez.
La enorme sala Guirau del Fernán Gómez es un espacio tentador aunque está envenenado. Es gigantesco y llenarlo es casi imposible. Prácticamente sólo lo recuerdo bien adaptado en un gran montaje de la actual directora del Español, el "Nuestra clase" de Carme Portaceli y quizá en algún montaje más en el que se cerró la caja para dejarla reducida a la mitad. De hecho, creo que las entradas laterales ni se venden, porque supongo que no se ve nada. Es super cómoda, eso sí, y esas butacas son de ensueño. Y al estar tan inclinado facilita la visión desde cualquier fila en la que estés. Nosotros lo vimos lejos, en una de las últimas filas y reconozco que para espectáculos como este, en los que el aspecto visual es primordial, es necesario verlo bien. A esto hay que añadir que una de las actrices estaba totalmente afónica y tuvo que trabajar con micro. Bueno, a lo que voy.
Hablar a estas alturas de la magnitud del texto de Federico es absurdo. Es una de las obras maestras de la literatura universal. Punto. Uno de los mayores lorquianos de este país ya lo definió a la perfección: "es como meter la cabeza en una cuneta, en una fosa común". La Bernarda es un retrato salvaje y descarnado de la España más derechona que defiende a capa y espada valores muertos, obsoletos, castrantes y asesinos. Cada palabra y cada imagen descritas en ese texto de Federico esconde un torrente de sombras y de poesía pocas veces igualado. Es casi imposible superar la maestría de definir un personaje en apenas cuatro palabras: "me vais a soñar". La Bernarda es un monumento a la barbarie, a la tiranía, a la castración y al amor judeocristiano pecador, mal entendido y con el infierno como horizonte y la culpa como camino.
Santiago Meléndez ha cogido el texto y ha hecho lo mejor que se puede hacer con él, dejar que él sólo se exprese. Delante de nosotros había una panda que no conocían el texto y se les veía como por momentos iban indignándose y retorciéndose en la butaca según avanzaba la tiranía.
Meléndez ha llamado a un puñado de actrices para que den vida y muerte a estas pobres víctimas y las has colocado encima de un escenario vacío, sólo ocupado por unas sillas, sombras, pecado y unas luces fabulosas de Fernando Medel. Ahí precisamente llega una de las trampas de esta sala. Hay mucho juego de sombras, de siluetas moviéndose delante de un ciclorama que va cambiando de color según van variando las pasiones en la escena. Del rojo al azul. Sin embargo, en esa sala gigantesca, queda algo deslucido por las dimensiones del escenario. Es tan grande se pierde un poco el efecto pictórico. Desde las filas altas, además, se pierde la perspectiva y por tanto, ese efecto.
Fantástica música y espacio sonoro de Gustavo Jiménez con el grito como base y el dolor como leitmotiv.
La encargadas de dar vida y muerte a estas mujeres doloridas son un grupo de actrices entre las que debo destacar a Irene Alquézar que compone una Amelia para comértela. Y Rosa Lasierra ha creado una Poncia que no me gusta. Su gestualidad es exagerada y su forma de caminar y de moverse también. La encuentro demasiado ilustrativa. No sé si quiere que parezca demasiado rural o enfrentarla a la supuesta "delicadeza" de este grupo de mujeres, pero para mi gusto está bastante exagerada. Quizá se esté creciendo según pasan las funciones y necesite frenar un pelo o quizá olvidarse de ilustrar a una mujer del pueblo. Minerva Arbués es una gran Adela, sufriente y dolorida. Espero de corazón que Gema Cruz se hay recuperado de su afonía, porque se veía un gran trabajo en su Martirio y es una lástima que quede deslucido.
En definitiva, ir a ver "La casa de Bernarda Alba" es siempre apostar sobre seguro, especialmente en este caso. Santiago Meléndez es un hombre de teatro de toda la vida y se las sabe todas. Crea un espectáculo visualmente potente y con un plantel de actrices que llevan el texto de Federico al sitio en donde debe estar.
Hablar a estas alturas de la magnitud del texto de Federico es absurdo. Es una de las obras maestras de la literatura universal. Punto. Uno de los mayores lorquianos de este país ya lo definió a la perfección: "es como meter la cabeza en una cuneta, en una fosa común". La Bernarda es un retrato salvaje y descarnado de la España más derechona que defiende a capa y espada valores muertos, obsoletos, castrantes y asesinos. Cada palabra y cada imagen descritas en ese texto de Federico esconde un torrente de sombras y de poesía pocas veces igualado. Es casi imposible superar la maestría de definir un personaje en apenas cuatro palabras: "me vais a soñar". La Bernarda es un monumento a la barbarie, a la tiranía, a la castración y al amor judeocristiano pecador, mal entendido y con el infierno como horizonte y la culpa como camino.
Santiago Meléndez ha cogido el texto y ha hecho lo mejor que se puede hacer con él, dejar que él sólo se exprese. Delante de nosotros había una panda que no conocían el texto y se les veía como por momentos iban indignándose y retorciéndose en la butaca según avanzaba la tiranía.
Meléndez ha llamado a un puñado de actrices para que den vida y muerte a estas pobres víctimas y las has colocado encima de un escenario vacío, sólo ocupado por unas sillas, sombras, pecado y unas luces fabulosas de Fernando Medel. Ahí precisamente llega una de las trampas de esta sala. Hay mucho juego de sombras, de siluetas moviéndose delante de un ciclorama que va cambiando de color según van variando las pasiones en la escena. Del rojo al azul. Sin embargo, en esa sala gigantesca, queda algo deslucido por las dimensiones del escenario. Es tan grande se pierde un poco el efecto pictórico. Desde las filas altas, además, se pierde la perspectiva y por tanto, ese efecto.
Fantástica música y espacio sonoro de Gustavo Jiménez con el grito como base y el dolor como leitmotiv.
La encargadas de dar vida y muerte a estas mujeres doloridas son un grupo de actrices entre las que debo destacar a Irene Alquézar que compone una Amelia para comértela. Y Rosa Lasierra ha creado una Poncia que no me gusta. Su gestualidad es exagerada y su forma de caminar y de moverse también. La encuentro demasiado ilustrativa. No sé si quiere que parezca demasiado rural o enfrentarla a la supuesta "delicadeza" de este grupo de mujeres, pero para mi gusto está bastante exagerada. Quizá se esté creciendo según pasan las funciones y necesite frenar un pelo o quizá olvidarse de ilustrar a una mujer del pueblo. Minerva Arbués es una gran Adela, sufriente y dolorida. Espero de corazón que Gema Cruz se hay recuperado de su afonía, porque se veía un gran trabajo en su Martirio y es una lástima que quede deslucido.
En definitiva, ir a ver "La casa de Bernarda Alba" es siempre apostar sobre seguro, especialmente en este caso. Santiago Meléndez es un hombre de teatro de toda la vida y se las sabe todas. Crea un espectáculo visualmente potente y con un plantel de actrices que llevan el texto de Federico al sitio en donde debe estar.
miércoles, 12 de octubre de 2016
El lugar sin límites. Valle Inclán.
Quiero aclarar antes de meterme en harinas, que no he visto todos los espectáculos del ciclo. Así que no voy a poder hablar de L'alakran ni de Alejandro Ruffoni, y de este último reconozco que me da rabia no poder decir nada pero es que no lo vi. Después de dos horas y pico inenarrables (menos la media hora poética de san Pablo) no tenía cuerpo para más mamarrachadas y me fui a cenar por ahí.
Mi opinión sobre Ivo Dimchev la puedes leer pinchando AQUÍ. Sólo quiero reiterar que si el objetivo de un artista o un creador es conectar con el público a que muestra su trabajo, Ivo conectó cono todo el mundo que conozco que fue a verle. Único, distinto, sincero, directo y depurado. Un mago.
De "La casa" no voy a decir nada. Bastante tiempo perdí en esas dos horas y media como para perder más escribiendo. Y unas pajas ni me escandalizan, ni me incomodan ni me nada. Y si no me nada, entonces para mí, sobran.
Luisa Pardo presentó un gran trabajo, muy en la línea de Lagartijas tiradas al sol con su "Veracruz, nos estamos deforestando o cómo extrañar Xalapa". Valiente, muy valiente denuncia de la degradación física y moral de la ciudad de sus antepasados y que la vio nacer a ella misma. Con formato "conferencia", repasa las basuras de Méjico y la forma inexorable de destrozar un país y a su gente. Brutal, duro y desolador. Un paisaje sin futuro donde el único atisbo de colores son unas figuras artificiales, unas plantas y varios objetos que intentan recuperar la alegría perdida.
Orquestina de pigmeos y "Género chico" es un trabajo entrañable. Basa todo su poder de atracción en sus dos protagonistas mayores. Los dos ancianos resultan adorables y con su cachondeo y sus gruñidos octogenarios se ganaron el corazón del respetable. Pero ya. Aparte de la sonrisilla con determinados comentarios de los abuelos, poco más. Bueno.
El teatro de "prospecto" o de "manual de instrucciones" me toca las narices. No me gusta que me expliquen qué voy a ver y qué debo sentir. Empezar un espectáculo explicando que "una propuesta contemporánea es cualquier cosa, todo vale, así que voy a hacer lo que me de la gana y como es contemporáneo, te lo tienes que tragar y lo tienes que aceptar sin rechistar, porque para eso es contemporáneo" me parece una trampa y un callejón sin salida en el que no quiero entrar. Como espectador quiero tener la facultad de decidir si lo que veo me gusta y lo acepto o si no. No me vale que me cierren la posibilidad de que no me guste apelando a que "como es moderno te tiene que valer y si no te vale es que no eres moderno". Ivo te descolocaba y rompía tus prejuicios con su trabajo y yo, particularmente le considero un dios. Pero lo de Itxaso Corral me dejó muerto. Partiendo de unos conceptos básicos de esos con los que uno simpatiza empezó a... no sé sabe qué y acabó no se sabe cómo. Pero podría haber seguido o haber durado menos, porque habría sido lo mismo. Era una especie de monólogo del club de la comedia con un presunto humor sin gracia. Nombrar algo es darle vida, sí, pero repetir incesantemente una palabra no le da más valor sino que al contrario, haces que pierda incluso su sentido primero. Por otra parte siempre he pensado que los elementos que hay en un escenario tienen que estar ahí por algo, aportar algo, si no, son decorativos y gratuitos. Quizá eso sea un valor en sí mismo, pero a mí me parece que no. Salir sin bragas me parece gratuito porque con o sin bragas el espectáculo es exactamente el mismo, con lo cual el hecho de no llevarlas es un intento de algo, quizá de provocación que no va a ningún sitio, ya que imagino que a todos nos daba exactamente igual si llevaba bragas o no.
"Light years away", de Edurne Rubio me pareció un trabajo precioso. Emocionante, emotivo, tirando de memoria y reivindicando una forma de vida en la que la palabra "casa" adquiere un significado mágico, subterráneo, oculto, por debajo y por encima de dictaduras y de la propia vida. Vivir la dictadura en una cueva y hablar de represión en el único sitio del mundo donde lo único que oyes es el latido de tu propio corazón es muy emocionante. Me queda la eterna duda de si un espectáculo de este tipo, basado en una proyección es o no es "dramáticamente interesante". Quiero decir, cada día es igual que el anterior, no hay nada de "vivo" en la representación de cada día. El espectáculo es exactamente igual si lo ves hoy o si lo ves pasado mañana. Esa sensación me descoloca.
Sergi Fäustino es Sergi Fäustino e hizo lo que esperábamos de él. Un concierto como suele, dentro de su investigación particular. Nada que objetar. Aunque tampoco me dejó marcado.
San Pablo volvió a escribirnos una epístola nueva a los humanos. "Ningún aire de ningún sitio" ES la casa y el relato. Es la casa primitiva, la casa necesaria, la casa viva y la casa muerta, la muerte, la casa última. Y el primer y último relato.
Una figura avanza iluminada apenas por un farolillo. Poco a poco descubrimos que va arrastrando un cuerpo. Se le une otra figura y entre ambas consiguen llevar ese cuerpo inerte a un cuadrado de luz. Una especie de plano luminoso. Cuatro líneas de luz y un hueco para que entren en esa casa. Una casa que es ataúd y que es nido de amor. Un hogar del que Elena no quiere salir, quiere vivir allí para siempre e incluso después con su amor. Aunque esté muerto. Al menos eso es lo que dice Eva, la otra visión de la muerte, de la falta de casa, del fin del relato. Elena se niega a aceptar en fin de su amor, la muerte de su amante, el fin de su relato y el fin de su casa. Porque si muere el amor, muere el hogar, muere el sitio común, muere el calorcito creado entre dos. Eva viene de no se sabe dónde, quizá hasta sea la propia muerte. Ella es la casa vacía, la ciencia, la frialdad, la razón, el relato muerto. Ambas acabarán juntas, saliendo de esa casa justo cuando deja de ser casa, cuando las líneas de luz se esfuman y desaparece la tumba, desaparece la casa, el mausoleo en el que ha habitado ese Agamenón que es José Juan. El amor como casa, como hogar primigenio y la tumba como casa última.
Nosotros somos la casa. Yo no. Y tú tampoco. Los dos. Sin dos no hay casa. La casa muere. No era antes ni será después. Es aquí y ahora. Mi vida es nosotros y mi casa nosotros. Ni luz. Ni razón. Sólo dolor y separación. No ver no es no ser o no estar. No ver es ver desde dentro. El amor es tan grandioso...
Poesía bestial de esa que te rompe.
Paloma Parra nos regala unas de las luces más preciosas y precisas de la historia del teatro y Óscar Villegas un espacio sonoro lleno de vida y de muerte, de vacío y de amor, de eco y de soledad.
San Pablo Messiez... vierte poesía, delicadeza, humor, soledad, amor y distancia. Crea un sueño en el que habitamos todos, antes, después, fuera, arriba, dentro, el que será o el que vino. Medida y despiporre emocional. Arrebatado de pasión y delicado como un lunar.
Elena Olivieri, Eva Racionero y José Juan Rodríguez son tres portentos. Elena y Eva parecen sacadas de una peli de Rosellini o de Bergman. Son torrente y son potencia. Dos miradas animales y un poder de comunicar que lo flipas. José Juan llena un espacio vacío y casi oscuro con una mirada a su alrededor y con una ligera sonrisa que ilumina la sala y hace que automáticamente te enamores de esa sonrisa tierna y dulce como del príncipe azul que despierta del sueño, en vez de la princesita.
Reconozco que me llegó mucho, me hirió y me hizo ver que en este caso, la distancia de rescate no funcionó. estaba demasiado lejos y nadie puedo salvarme, salí herido. "Herido de amor huido. Herido, muerto de amor".
Mi opinión sobre Ivo Dimchev la puedes leer pinchando AQUÍ. Sólo quiero reiterar que si el objetivo de un artista o un creador es conectar con el público a que muestra su trabajo, Ivo conectó cono todo el mundo que conozco que fue a verle. Único, distinto, sincero, directo y depurado. Un mago.
De "La casa" no voy a decir nada. Bastante tiempo perdí en esas dos horas y media como para perder más escribiendo. Y unas pajas ni me escandalizan, ni me incomodan ni me nada. Y si no me nada, entonces para mí, sobran.
Luisa Pardo presentó un gran trabajo, muy en la línea de Lagartijas tiradas al sol con su "Veracruz, nos estamos deforestando o cómo extrañar Xalapa". Valiente, muy valiente denuncia de la degradación física y moral de la ciudad de sus antepasados y que la vio nacer a ella misma. Con formato "conferencia", repasa las basuras de Méjico y la forma inexorable de destrozar un país y a su gente. Brutal, duro y desolador. Un paisaje sin futuro donde el único atisbo de colores son unas figuras artificiales, unas plantas y varios objetos que intentan recuperar la alegría perdida.
Orquestina de pigmeos y "Género chico" es un trabajo entrañable. Basa todo su poder de atracción en sus dos protagonistas mayores. Los dos ancianos resultan adorables y con su cachondeo y sus gruñidos octogenarios se ganaron el corazón del respetable. Pero ya. Aparte de la sonrisilla con determinados comentarios de los abuelos, poco más. Bueno.
El teatro de "prospecto" o de "manual de instrucciones" me toca las narices. No me gusta que me expliquen qué voy a ver y qué debo sentir. Empezar un espectáculo explicando que "una propuesta contemporánea es cualquier cosa, todo vale, así que voy a hacer lo que me de la gana y como es contemporáneo, te lo tienes que tragar y lo tienes que aceptar sin rechistar, porque para eso es contemporáneo" me parece una trampa y un callejón sin salida en el que no quiero entrar. Como espectador quiero tener la facultad de decidir si lo que veo me gusta y lo acepto o si no. No me vale que me cierren la posibilidad de que no me guste apelando a que "como es moderno te tiene que valer y si no te vale es que no eres moderno". Ivo te descolocaba y rompía tus prejuicios con su trabajo y yo, particularmente le considero un dios. Pero lo de Itxaso Corral me dejó muerto. Partiendo de unos conceptos básicos de esos con los que uno simpatiza empezó a... no sé sabe qué y acabó no se sabe cómo. Pero podría haber seguido o haber durado menos, porque habría sido lo mismo. Era una especie de monólogo del club de la comedia con un presunto humor sin gracia. Nombrar algo es darle vida, sí, pero repetir incesantemente una palabra no le da más valor sino que al contrario, haces que pierda incluso su sentido primero. Por otra parte siempre he pensado que los elementos que hay en un escenario tienen que estar ahí por algo, aportar algo, si no, son decorativos y gratuitos. Quizá eso sea un valor en sí mismo, pero a mí me parece que no. Salir sin bragas me parece gratuito porque con o sin bragas el espectáculo es exactamente el mismo, con lo cual el hecho de no llevarlas es un intento de algo, quizá de provocación que no va a ningún sitio, ya que imagino que a todos nos daba exactamente igual si llevaba bragas o no.
"Light years away", de Edurne Rubio me pareció un trabajo precioso. Emocionante, emotivo, tirando de memoria y reivindicando una forma de vida en la que la palabra "casa" adquiere un significado mágico, subterráneo, oculto, por debajo y por encima de dictaduras y de la propia vida. Vivir la dictadura en una cueva y hablar de represión en el único sitio del mundo donde lo único que oyes es el latido de tu propio corazón es muy emocionante. Me queda la eterna duda de si un espectáculo de este tipo, basado en una proyección es o no es "dramáticamente interesante". Quiero decir, cada día es igual que el anterior, no hay nada de "vivo" en la representación de cada día. El espectáculo es exactamente igual si lo ves hoy o si lo ves pasado mañana. Esa sensación me descoloca.
Sergi Fäustino es Sergi Fäustino e hizo lo que esperábamos de él. Un concierto como suele, dentro de su investigación particular. Nada que objetar. Aunque tampoco me dejó marcado.
San Pablo volvió a escribirnos una epístola nueva a los humanos. "Ningún aire de ningún sitio" ES la casa y el relato. Es la casa primitiva, la casa necesaria, la casa viva y la casa muerta, la muerte, la casa última. Y el primer y último relato.
Una figura avanza iluminada apenas por un farolillo. Poco a poco descubrimos que va arrastrando un cuerpo. Se le une otra figura y entre ambas consiguen llevar ese cuerpo inerte a un cuadrado de luz. Una especie de plano luminoso. Cuatro líneas de luz y un hueco para que entren en esa casa. Una casa que es ataúd y que es nido de amor. Un hogar del que Elena no quiere salir, quiere vivir allí para siempre e incluso después con su amor. Aunque esté muerto. Al menos eso es lo que dice Eva, la otra visión de la muerte, de la falta de casa, del fin del relato. Elena se niega a aceptar en fin de su amor, la muerte de su amante, el fin de su relato y el fin de su casa. Porque si muere el amor, muere el hogar, muere el sitio común, muere el calorcito creado entre dos. Eva viene de no se sabe dónde, quizá hasta sea la propia muerte. Ella es la casa vacía, la ciencia, la frialdad, la razón, el relato muerto. Ambas acabarán juntas, saliendo de esa casa justo cuando deja de ser casa, cuando las líneas de luz se esfuman y desaparece la tumba, desaparece la casa, el mausoleo en el que ha habitado ese Agamenón que es José Juan. El amor como casa, como hogar primigenio y la tumba como casa última.
Nosotros somos la casa. Yo no. Y tú tampoco. Los dos. Sin dos no hay casa. La casa muere. No era antes ni será después. Es aquí y ahora. Mi vida es nosotros y mi casa nosotros. Ni luz. Ni razón. Sólo dolor y separación. No ver no es no ser o no estar. No ver es ver desde dentro. El amor es tan grandioso...
Poesía bestial de esa que te rompe.
Paloma Parra nos regala unas de las luces más preciosas y precisas de la historia del teatro y Óscar Villegas un espacio sonoro lleno de vida y de muerte, de vacío y de amor, de eco y de soledad.
San Pablo Messiez... vierte poesía, delicadeza, humor, soledad, amor y distancia. Crea un sueño en el que habitamos todos, antes, después, fuera, arriba, dentro, el que será o el que vino. Medida y despiporre emocional. Arrebatado de pasión y delicado como un lunar.
Elena Olivieri, Eva Racionero y José Juan Rodríguez son tres portentos. Elena y Eva parecen sacadas de una peli de Rosellini o de Bergman. Son torrente y son potencia. Dos miradas animales y un poder de comunicar que lo flipas. José Juan llena un espacio vacío y casi oscuro con una mirada a su alrededor y con una ligera sonrisa que ilumina la sala y hace que automáticamente te enamores de esa sonrisa tierna y dulce como del príncipe azul que despierta del sueño, en vez de la princesita.
Reconozco que me llegó mucho, me hirió y me hizo ver que en este caso, la distancia de rescate no funcionó. estaba demasiado lejos y nadie puedo salvarme, salí herido. "Herido de amor huido. Herido, muerto de amor".
domingo, 9 de octubre de 2016
Pedro y el capitán. Sala Lola Membrives. Teatro Lara.
Conseguir transmitir el agobio, la densidad y la falta de oxigeno de una sala de interrogatorios es casi imposible. Blanca Vega y Tomás P. Sznaiderman lo han conseguido.
El texto de Mario Benedetti podría llevarnos lógicamente a la dictadura argentina. José Emilio Vera hace el resto creando un personaje repugnante, asqueroso, odioso, casi casi hasta el final. Es asombrosa la creación que logra este actor gaditano. Desde que se encienden as luces y comienza la funci... perdón, comienza el ritual, José Emilio ES un capitán torturador, sádico e hijoputa. Su "encuentro" con Pedro nos mostrará se lado más negro y sorprendentemente otros quizá de distintos colores. Recuerdo haber visto a este actor en "Juegos de guerra", un espectáculo que debería volver a la cartelera madrileña sí o sí. Ya entonces me llamó la atención su solidez y peso escénico. Pero lo que consigue en "Pedro y el capitán" es asombroso. Y no me refiero únicamente al acento (perfecto, a mi entender) sino a su composición física. Cada gesto, cada temblor, cada suspiro y cada mirada son perfectos, precisos y efectivos. Antonio Aguilar tiene un trabajo más físico y ahí, reconozco que a ratos me sacaba un poco de la historia. Su trabajo es muy bueno, pero cierta gestualidad me resultaba artificial. Aunque reconozco que ambos están soberbios.
Texto asombroso con cien vueltas y con los giros necesarios para descolocarte y hacer que se te remuevan los sentimientos pa tos lados. Una dirección sobria, efectiva y dejando que texto y actores lleven el peso sin decoraciones gratuitas sino confiando en el poder de la apuesta. Espacio muy bien iluminado y un ritmo preciso. En definitiva, un espectáculo sólido con una interpretación de José Emilio Vera asombrosa y un resultado de calidad.
El texto de Mario Benedetti podría llevarnos lógicamente a la dictadura argentina. José Emilio Vera hace el resto creando un personaje repugnante, asqueroso, odioso, casi casi hasta el final. Es asombrosa la creación que logra este actor gaditano. Desde que se encienden as luces y comienza la funci... perdón, comienza el ritual, José Emilio ES un capitán torturador, sádico e hijoputa. Su "encuentro" con Pedro nos mostrará se lado más negro y sorprendentemente otros quizá de distintos colores. Recuerdo haber visto a este actor en "Juegos de guerra", un espectáculo que debería volver a la cartelera madrileña sí o sí. Ya entonces me llamó la atención su solidez y peso escénico. Pero lo que consigue en "Pedro y el capitán" es asombroso. Y no me refiero únicamente al acento (perfecto, a mi entender) sino a su composición física. Cada gesto, cada temblor, cada suspiro y cada mirada son perfectos, precisos y efectivos. Antonio Aguilar tiene un trabajo más físico y ahí, reconozco que a ratos me sacaba un poco de la historia. Su trabajo es muy bueno, pero cierta gestualidad me resultaba artificial. Aunque reconozco que ambos están soberbios.
Texto asombroso con cien vueltas y con los giros necesarios para descolocarte y hacer que se te remuevan los sentimientos pa tos lados. Una dirección sobria, efectiva y dejando que texto y actores lleven el peso sin decoraciones gratuitas sino confiando en el poder de la apuesta. Espacio muy bien iluminado y un ritmo preciso. En definitiva, un espectáculo sólido con una interpretación de José Emilio Vera asombrosa y un resultado de calidad.
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