jueves, 30 de marzo de 2017

Séneca. Valle Inclán.




Hace pocos días alababa la contención de Magüi Mira dirigiendo a casi todo el reparto de "Festen", salvo a su hija. Sin embargo, mientras ella está en la sala de arriba, en la de abajo, la principal, su marido Emilio Hernández firma la versión, la escenografía y la dirección de este texto de Antonio Gala con muy poco acierto. Bueno, para ser sinceros, con dos aciertos. No, qué coño, tres aciertos. 



El texto ya de por sí me parece que quizá en 1987 fuera más acertado e incluso novedoso al hablar de la delgada línea entre poder, corrupción, intrigas palaciegas y la dualidad gobierno/podredumbre. 
Tampoco es que me parezca ninguna joya, pero a día de hoy creo sinceramente que el texto ha envejecido mal y personalmente me atrae poco y me resulta muy poco seductor. Por supuesto, como siempre, esto es problema mío. Seguro que el texto es buenísimo y soy yo el que no dimensiona su poder y sus valores. Lo reconozco.
Haber añadido algún poema del propio Gala para introducir el personaje de Helvia, la madre de Séneca tampoco me parece un acierto. Sobre todo porque la presencia de este personaje no aporta nada ni a la trama ni al desarrollo de los personajes. Y el hecho de que lo interprete Carmen Linares tampoco es un acierto. No cantó especialmente bien, ni la música tiene mucho atractivo. Y como actriz, está como esperando a que le toque decir sus frases y entonces las dice dando la sensación de que está repitiendo tonos que ha aprendido de memoria. La única razón que veo para haber contado con la grandiosa Carmen Linares es para que cante esas piezas, quizá para recalcar que la mujer era de Jaén. 
Si la versión no me parece brillante, la segunda firma de Hernández, la escenografía, ni te cuento.
Es una especie de teatro pintado de negro de donde sale humo. Sale humo cada equis. Sale humo. Mucho humo. Quizá por alguna razón, pero confieso que no logré descubrirla. El caso es que sale humo. Mucho. Y los pobres actores van parriba y pabajo a oscuras jugándose la vida. Un espacio feo, poco útil y que me pareció nada simbólico y poco inspirado. Aparte del aire así como de la época por lo del semicírculo y los escalones, confieso que no me pareció nada acertado. 
La tercera firma de Hernández es la dirección de escena de este espectáculo. Y tercer patinazo. Hablo siempre desde mi gusto particular y único. Ni poseo verdades absolutas ni propongo mis ideas escénicas, simplemente expreso mis sensaciones y mis gustos. Afortunadamente vivimos en un mundo lleno de colores y de gustos. 
Pero a lo que voy. Me parece un desatino el montaje en sí. Las canciones y ese tono medio musical (encima medio, porque si fuera completo, todavía) no sólo no aportan nada sino que son feos, incómodos para los actores y muy, muy antiguos. Las canciones de Marco Rasa no son bonitas y sinceramente no añaden nada. Y algo que no aporta nada es gratuito y para mi gusto, prescindible.
Los actores están siempre colocados como de cara al público, como si fueran cantantes de ópera. En ocasiones eso les crea unos problemas tremendos de coherencia y de naturalidad. Como en el momento de la muerte de Agripina, salvada por el grandioso arte de Esther Ortega. 
En pleno siglo XXI ver una teta o un pito (o tres) no es nada rompedor. No me parece que sea una opción escénica filosófica sino simplemente "provocadora", como para demostrar una "modernez" artificial. 



Los actores no siempre están en escena. A veces, si van a tardar mucho en volver a intervenir, salen, se van a la parte de atrás supongo que a descansar. Pero si van a volver a intervenir en breve, se quedan por las gradas. Vamos, que las entradas y salidas son caprichosas. Aunque casi todo el tiempo están. Sentados por ahí, y cuando toca su escena bajan al centro, se ponen de cara al público, la hacen y se retiran. Muy poco o ningún punto de vista desde la dirección, ni ningún distintivo ético. Quiero decir, el director siempre se posiciona y habla desde un sitio. Y si encima es un creador, deja su sello. En esta ocasión, no noto punto de vista, ni que me hablen desde ningún sitio ni ningún sello. Lo que veo son elecciones caprichosas sin una base ética o filosófica, buscando impactar y si yo a algo le veo el cartón, no me funciona. Insisto, esto también es problema mío. Lo reconozco y lo asumo.
José Manuel Guerra ilumina bien la función. Puntualizo: ilumina bien lo que ilumina, pero las sombras no me convencen tampoco. Cuando uno ilumina, es tan importante lo que iluminas como lo que dejas en sombra y a veces da la sensación de que las sombras son sencillamente cosas NO iluminadas. 
Felype de Lima, grandísimo creador, aquí no me parece tan brillante como en otras ocasiones. El cuero me parece antiguo y no parece que les resulte muy cómodo a los actores.  



Y ahora voy a hablar de los TRES aciertos que yo veo como indiscutibles.
El primero, contar con José Luis Sendarrubias. Es un actor y bailarín brillantísimo que ha demostrado mil veces que baila como dios y que tiene una expresividad y un carisma aplastantes. Su presencia es solidísima y demuestra grandes dotes para la escena (aparte de las evidentes). 
El segundo y tercero es casi el mismo. Haber contado con dos actrices como Eva Rufo y Esther Ortega. Salvando las distancias de la dimensión de sus papeles, que es algo evidente, ambas son dos bestias pardas que lidian con todo lo que les echen encima. Obviamente Esther tiene un papel mucho más extenso que Eva, pero las dos hacen lo mejor que se puede hacer: sacar raza, voz, peso, dominio y temple y dejarnos a todos temblando. Eva es un hada, en este caso un hada mala, la bruja mala del oeste, e incluso vestida de Lady Gaga nos da un recital de escucha, de naturalidad, de sensualidad y de oficio bestiales. Esther lleva muuuuchos años demostrando que es una de las presencias más aplastantes del mundo de la interpretación. Da igual el medio y da igual el entorno, Esther Ortega es de las actrices más bestiales que hay en el mundo mundial. Es más, merece la pena ir a ver este Séneca sólo por ver el trabajazo que hacen tanto Eva Rufo (ojo al carrerón de esta mujer, que va a ser más imparable de lo que está siendo hasta ahora) como Esther Ortega. Voz, cuerpo, peso, caminar, dominar y llenar el escenario, helarte la sangre con un grito, mirar y derretir, seducir, jugar, morrear, TODO lo hace perfectamente. 




En definitiva, este "Séneca" merece la pena únicamente por el trabajo de estas dos bestias, aunque es un espectáculo olvidable. O mejor no, mejor recordarlo. Otro espectáculo fallido de este CDN errático y que sigue demostrando una y otra vez que no es ni la sombra de lo que fue. 

Las fotos son de MarcosGPunto. Bestiales.        

domingo, 26 de marzo de 2017

Festen. Valle Inclán.

A mí se me va la fuerza por la boca, no es ningún secreto. Vamos, que lo que pienso lo digo. 
Magüi Mira nunca ha sido santo de mi devoción. Sin embargo creo que este "Festen" tiene bastantes aciertos.
Todo el mundo seguro que conoce la famosa película en la que se basa y conoce perfectamente la trama. Bien, pues poner eso en pie sin caer en tópicos y transmitiendo cierto punto de vista no era fácil.



Primer acierto: contar con David San José para que componga la música. Es evidente y sabido que David es un pedazo de músico todoterreno y brillantísimo. Y aquí lo vuelve a demostrar creando una partitura invisible, de las que provocan su efecto pero sin que te des cuenta. La esencia de una "banda sonora". José Manuel Guerra ilumina de maravilla el espacio creado por la propia Magüi y por Javier Ruiz de Alegría. Una mesa, una puerta, un piano y un sinfín de espacios creados simplemente con la luz y las sombras. Muchas, demasiadas sombras. Buena escenografía y fabulosa iluminación. Lorenzo Caprile se encarga del vestuario. Sí, mucho poderío, mucho glamour, mucho modelazo, todo precioso.
En todo este planteamiento hay algo añejo. El espacio blanco, el vestuario negro y blanco menos el de la muerta, que es rojo (hasta que cumple su cometido, se hace justicia y el esquema se rompe) son elementos vistos mil veces. No es que no sea original sino que es bastante básico. Pero funciona. 
No funciona tanto el crear espacios distintos con la luz. La recreación de las habitaciones de la mansión es justita y no funciona demasiado bien. Especialmente cuando las parejas se van a dormir.



Magüi Mira mueve bien a los actores, ayudada por Rosángeles Valls y mide bien la tensión, la progresión dramática y algo vital: los silencios. Hay pausas y silencios eterrrrrnos en los que de repente, el ambiente en la sala se vuelve denso y espeso. El público necesita que alguien hable para destensar ese aire irrespirable. Y un buen rato después, sin prisa, alguien lo rompe. Dominar esos silencios sin que haya angustia ni prisas por volver a hablar es dificilísimo y ahí Magüi Mira demuestra control y poderío. Escénicamente el espectáculo aguanta bien, se ve cómodamente, todo fluye y es coherente y no nos arrastra ninguna desmesura sino que la coherencia y el control dominan todo. Bueno, todo menos el trabajo de una actriz que está absolutamente desmangada y haciendo justo lo contrario de lo que los personajes dicen de ella.
Lo único que me canta un poco es el excesivo aire melancólico de Isabelle Stoffel. Se pasea a veces de una forma demasiado lánguida. A ver, ya sabemos que es un fantasma, no es necesario que vaya flotando todo el rato ni mucho menos mirando al público. Somos espectadores mirando una especie de urna en la que pululan los personajes; acercarnos y hacernos cómplices con esas miradas es un poco romper un código. Es salir de esa urna y hacernos participar de una forma más implicada. Y no hace falta, es más duro dejarnos fuera, mirando fríamente ese mogollón. Evidentemente no cuestiono las decisiones de la directora, faltaría más, sólo comento que en mí, esas decisiones no funcionaron. 



Y luego hay otro lastre y es un reparto demasiado irregular. Aparte del tema de las edades, que en algunos casos es chocante.
Carmen Conesa está fantástica. En cada gesto, en su frialdad, en su monólogo, en sus miradas, en su presencia y su peso en escena. Fantástica. 
David Lorente es como un río en medio de las montañas. Lo que debía suponer para cualquiera una dificultad para él es un aliciente y saca provecho de cualquier traba. Es un actor descomunal y aquí vuelve a salirse. Gabriel Garbisu me sorprendió gratísimamente. Hacía mucho tiempo que no le veía y me gustó muchísimo su implicación y su poderío. Como el trabajazo de Manu Cuevas, al que desgraciadamente no conocía y ha pasado a ser ya un referente al que voy a seguir con fijación. 
Y por supuesto Jesús Noguero es un grandioso actor y aquí vuelve a demostrarlo. Como Carolina África, otra de mis debilidades. Mette es pa llevártela a casa, aunque reconozco que el acento... no me convenció. Casi me parecía innecesario (supongo que será una noruega entre daneses) y me sonaba casi más a rusa. En fin, cosas mías.

En definitiva, "Festen" me parece un buen trabajo, sólido y de altos vuelos. Aunque peque quizá de ciertos lugares comunes, el resultado es potente y sobre todo, sobrio y contenido.          

Ushuaia. Teatro Español

Hay una campaña despiadada contra "Ushuaia". Y no lo entiendo. No digo que haya una confabulación orquestada por nadie, ni mucho menos, pero sí una corriente desmesurada e injustificada. No sé en otras partes, pero en Madrid somos muy dados a encumbrar a alguien, subirle a un altar indiscutible y luego dejarlo caer. También es verdad que algo pasa con Alberto Conejero que parece que es responsable principal y último de los montajes de sus textos. Y ahora que toca dar caña, el palo se lo lleva él. Y no. No porque no es merecido ni justo.
A ver si me explico: evidentemente los montajes de sus textos han sido un exitazo por la calidad de los propios textos y por las poderosas direcciones que han gozado. Pero el éxito o no, la herencia, el recuerdo, la explosión y el goce extremo de un espectáculo tan vivo como el teatro son responsabilidad de todas las piezas. Afortunadamente, hasta ahora, los textos de Conejero han estado en manos privilegiadas y juntos han creado maravillas.



El texto de Alberto Conejero se publicó en 2014. En su momento se consideró un gran texto y así sigue siendo. El texto es el mismo que en 2014 (algo quizá haya tocado, pero vamos) y si entonces era brillante, ahora lo sigue siendo. Frases como las que se están leyendo y lindezas que bordean el insulto son aparte de injustas, totalmente equivocadas. 
Vale que cada uno tiene un gusto, que este es personal e intransferible y que la experiencia teatral es siempre íntima y propia. Pero que el texto de Alberto Conejero es seductor, bellísimo, oscuro, con una poética tenebrosa y torturada es un hecho. En este caso, si algo flojea o no ha encontrado el punto justo es la puesta en escena. A cada uno lo suyo.  



El texto me parece bellísimo. En el fin del mundo, en el último rincón de la última esquina del último lugar habitado vive recluido un ser oscuro y huraño, celoso de su historia y de sí mismo. Viven sólo con sus recuerdos, sus torturas y sus fantasmas. Lleva años intentando recomponer su propia historia, sus propios por qués. Un ser tan novedoso como dulce removerá los cimientos del pasado y del presente. El bosque que hasta ahora le cobijó se vuelve amenazante y los fantasmas que habitualmente le visitaban para ayudarle a recomponer piezas se descolocan y dejan de encontrar su sitio concreto en la memoria. Todo se tambalea; la verdad, el recuerdo, la razón y el destino. Entonces la ballena blanca acabará arrastrando al capitán y su venganza al fondo de la memoria y del olvido. 
Es bobada intentar defender un texto plagado de referencias y con un nivel de lirismo como el que tiene "Ushuaia". Es una maravilla el uso del castellano, el sonido, ritmo y la musicalidad de las palabras y por supuesto, su nivel dramático es de una altura indiscutible. Tanto la acción en sí misma como la progresión de la acción, la forma en la que avanza, el viaje que supone para los personajes y la profundidad de la metamorfosis que estamos viendo son fascinantes. Es un textazo con pocas fisuras. Y no hablo sólo de la trama tal cual; de la historia del nazi escondido y de su venganza, no. Hablo de todas y cada una de las capas que esconde el texto. Porque cada frase tanto de los personajes reales como de los fantasmas, arrastra un trauma, una capa nueva de verdades ocultas y tapaderas sentimentales.



Otro tema es la puesta en escena. El día que yo lo vi, no consiguió levantar le vuelo. Pasaban los minutos y no se producía la magia, la chispa, ese momento en el que el escenario se convierte en vida real y tú te dejas inundar. No había catarsis y no prendía el momento ese en el que ficción y realidad se  suman y confunden. Lo que pasaba sobre el escenario era teatro. Buen teatro, pero teatro.
Alessio Meloni me enloquece. Y las imágenes que había visto prometían un trabajazo. Sin embargo en vivo, el bosque no me parecía acogedor sino sólo amenazante y el cubo donde sombras, efectos y luces dan espacio al recuerdo borroso no me gustó. Me parecía que había un salto entre lo que se contaba y lo que estaba viendo. La desolación del último rincón del mundo y el cobijo de una mente torturada no se corresponden con lo que estaba viendo. Bellísimo, eso sí. 
Iñaki Rubio hace un trabajo magistral tanto con la música como con el espacio sonoro. Como Joseph Mercurio con unas luces que sí son del fin del mundo, son las sombras del recuerdo y de la culpa. Los rincones de las almas torturadas, unas por el deseo de olvidar, otras por la necesidad de recomponer. 
El uso de los micrófonos es desconcertante. En otras ocasiones los hemos visto en ese mismo teatro. No sé si tiene algún problema de acústica, aunque imagino que no. En este caso supongo que los usan para poder utilizar un tono de voz más susurrado, agravar las voces y dar más potencia al peso de la palabra que a su sonido. Pero no funciona bien. Creo que es una cuestión técnica, hay veces que se solapan unos con otros y provocan acoples y en otros momentos están descompensados y apoyan mucho a unos y poco a otros, creando un desconcierto espacial importante. En cualquier caso, ninguno de los cuatro actores hace un trabajo vocal como para necesitar apoyo. Ni siquiera Coronado, que es el que está con la voz más abajo, hace ningún alarde vocal ni saca una voz de ultratumba. 



En cuanto a las interpretaciones, Dani Jumillas vuelve a brillar con una presencia escénica aplastante y un desparpajo moviéndose por el escenario natural, orgánico. Aunque en ocasiones parece que el texto está a punto de suponerle un obstáculo, grita, susurra, aplasta y acojona sólo con verle. No pasa lo mismo con el resto del reparto. Sinceramente creo que tienen la partitura emocional de sus personajes clara; saben perfectamente de dónde vienen, a dónde van y por dónde deben transitar entre medias. Cada acción y cada repercusión están claras, están ahí y las hacen. Pero no nacen, no son vivas, no son reales. Falta que se produzca el milagro del rito teatral. Imagino que cuando esté más trillada la función descubrirán los procesos que ahora faltan. A Coronado el texto aún se le queda lejos. Comienza simplemente enfurruñado y de pronto se descompone en ese final más acertado pero sin el proceso intermedio. Está plano y le falta proceso. Como a Olivia Delcán. Físicamente está bien, su imagen es creíble y poderosa. Pero tiene un frialdad y una lejanía con el texto que se vuelve en su contra. No digo que no se sienta afectada por sus palabras, sino que algo pasa que no logra que eso que a ella le toca salga hacia afuera y se transforme en emoción real. Pasa por encima de muchas frases sin prestar atención a los signos de puntuación y eso le resta muchísimo peso a sus textos. 

En resumen, al menos lo que yo sentí el día que vi la función fue que a pesar de contar con un texto sólido, con infinidad de elementos tanto poderosos como líricos, y hasta de ultratumba, la puesta en escena no logra crear la magia necesaria para que la parábola alcance la altura que el texto necesitaría. La magia de la redención que Mateo no ha logrado alcanzar en toda su vida se produce en ese final poético como resultado de algo bestial que no vemos. Quiero decir, si hasta ese momento él no ha alcanzado esa catarsis y sí la consigue ahora es porque ha pasado algo extremadamente impactante. Algo que no está en la puesta en escena. Así pues, un textazo de mucha altura con una puesta en escena en la que aún no está ese puntito mágico que convierte una función de teatro en un ser vivo, emocionante y perturbador.  

Las fotos son todas una pasada y son de Javier Naval. Espero que no le importe que las utilice, pero es que no hay quien se resista.             

sábado, 25 de marzo de 2017

"Château Margaux" y "La viejecita". Teatro de la Zarzuela.

Lo mejor que uno puede hacer al sentarse en una butaca es dejarse llevar. Entornar los ojos, abrir el corazón, los recuerdos y la piel y dejar que pase lo que tenga que pasar. 
Este no es un programa doble. Es un espectáculo compuesto por dos obras pero que forman una. Una, fresca, divertida, ingeniosa y con muchísima luz. La luz de los recuerdos luminosos. 




Yo no viví la época recreada en estas obras, evidentemente, pero sí crecí escuchando la radio. Mi abuela amaba la Zarzuela y mi madre la radio. El sonido de mi casa era el de las ondas. Los seriales, Matilde Conesa, Pedro Pablo Ayuso, Matilde Vilariño, las cuñas aquellas cantadas, los consejos, las canciones dedicadas, las competiciones culturales entre colegios... Noche tras noche me acostaba con un pequeño transistor pegado a la oreja y tal como me acostaba, me levantaba. La radio era el mundo de lo imaginable, de todo lo posible. La locutora era bella y el locutor un galanazo guapo y bien vestido. La música te hacía volar y las voces soñar.
Este espectáculo se estrenó hace unos años como homenaje a la radio, a los sueños y a la imaginación. 
Si yo fuera Daniel Bianco habría hecho exactamente lo mismo, pedirle al mejor director de escena del mundo que viniera a la Zarzuela con este espectáculo fresco, optimista, divertidísimo y formalmente brillante. Un encargo de hace años de Emilio Sagi a Pasqual.




Siempre insisto en que uno de los mayores valores de Bianco, y mira que tiene, es su obsesión por acercar el género a todos los públicos. En esta ocasión, "Château Margaux y La viejecita" forman el espectáculo perfecto para encantar al público más tradicional y al más moderni y aventurero. No quiero decir que sea un espectáculo añejo, sino que cubre las expectativas de quienes esperen un espectáculo formalmente impecable y de los que quieran una visión moderna y eminentemente fresca y divertida. 
Ricardo Gracián (un sólido Jesús Castejón) presenta un programa especial; la final de "Camino a las estrellas", un concurso en el que sus finalistas Ángela Sarmiento y Manuel Fariñas, "el ruiseñor de Lalín" lucharán por hacerse con el triunfo y con el honor de interpretar la nueva sintonía del patrocinador, Château Margaux. En la segunda parte disfrutaremos de la retransmisión de la zarzuela "La viejecita", del maestro Fernández Caballero. Ahí entra en juego la imaginación y el poder evocador y creador de la radio, la palabra y el recuerdo. Todo esto en medio de un libreto que Pasqual ha reconvertido pasando del original y creando esta nueva joy plagada de humor, referencias, guiños y derroches de inteligencia y sentido dle humor.   

Miquel Ortega dirige fantásticamente a la ORCAM. Suenan realmente a orquesta radiofónica, alegre, pícara, divertida y brillante. El coro titular del teatro canta bien, con gracia y la calidad vocal que les caracteriza. Aunque a las mujeres les falte un poco más de picardía y "salero" en sus bailes de "La viejecita". 
El vestuario de Isidre Prunés fantástico, como las luces del propio Pasqual y la escenografía de Paco Azorín. 
La dirección de escena es brillante y sabia. Saca lo mejor de cada pieza del engranaje, mueve como debe a todos y sobre todo, impregna todo el espectáculo entero del aroma de los cafés antiguos, del recuerdo como lugar cálido y de la imaginación como cobijo. Lo recuerda le propio Pasqual, y es cierto; dice "tenía razón doña Rosita la soltera cuando decía, "no hay nada más vivo que el recuerdo". Pues eso hay sobre el escenario, alegría, diversión, vida, luz y optimismo. 




Si la música te afecta sin filtros y te provoca reacciones sin que puedas evitarlo, la música del maestro Fernández Caballero y la puesta en vida del dios Pasqual te alegran la vida, te regalan luz y ganas de vivir y de reír, te inundan de optimismo y de alegría de la necesaria, de la de primavera. 
El reparto entero es sólido y fabuloso. Pero es de ley destacar a Emilio Sánchez, divertidísimo cantando (de mearte vivo) y hablando. Ruth Iniesta, que aparte de tener una gran voz y cantar con desparpajo y alegría, está fabulosa como actriz, aunque se Ángela Sarmiento (heredera directa de la Lolita Sevilla de "Bienvenido Mr. Marshall")  sea más acertada que la Luisa de "La viejecita". 




Y por encima de todos, Borja Quiza, un barítono de grandísima voz y una capacidad interpretativa DESCOMUNAL. Si ya de por sí canta que te caes de espaldas, cantar como lo hace él con ese acento argentino desternillante es un prodigio. Tiene un sentido del humor y una capacidad escénica abrumadora. Sin duda, el superhéroe de la función. 


Otro acierto más (y van... ni se sabe) de Daniel Bianco. Exitazo en la puesta en escena de Lluís Pasqual y triunfo para la orquesta y el elenco entero, especialmente para Borja Quiza, un animal escénico. 
Risas, diversión, luz, recuerdos, nostalgia de la calentita y una sensación de que el mundo es bonito y la vida merece la pena.




Unas fotos son de Enrique Moreno Esquibel y otras de Javier del Real, todas fabulosas. Gracias por dejarme usarlas.   

sábado, 18 de marzo de 2017

Furiosa Escandinavia. Sala Margarita Xirgu.

Somos lo que contamos. Cierto. Y fuimos lo que podamos recordar. Y seremos lo que nos recordarán. 




Una de las grandes obsesiones del hombre es la herencia. El por qué estamos aquí, aparte de por la conjunción de unas células. En cierta forma si somos es para dejar algo, seremos lo que dejemos. ¿Existió un hombre llamado Alejandro de Avellaneda que vivió en 1643? Quizá sí, quizá no. Si nadie le recuerda, ¿existió realmente? Ese afán de dejar algo, aunque sea un recuerdo es nuestra trascendencia. Desaparecer pero dejar una huella, dejar algo detrás. 
Hay momentos en la vida en los que la línea de calma, la "distancia de rescate" se rompe. Y flaqueamos. Ante lo imprevisto no sabemos reaccionar. Un accidente, una muerte inesperada, una ruptura, o cuando perdemos el control. En esos casos recomponemos mentalmente una y mil veces todo lo que pasó buscando la fractura, el "momento" en el que se nos fue, en el que todo pasó. Tras una ruptura reconstruyes noches de amor, encuentros, besos, caricias, momentos dulces, todo lo bello buscando la grieta. Lo inexplicable necesita una explicación. Ante un abandono, recuerdas una y otra vez los mismos escenarios y cada vez añades, decoras y aumentas lo que quieres pero sin querer. Cada recuerdo, siendo el mismo es nuevo, distinto, caprichoso. Y todos son verdad.
Los recuerdos son la mejor forma de reconstruir tu historia. La que ha pasado y la que no. Recordando recompones piezas sueltas, creas otras y todas te las acomodas como buenamente puedes para que te ayuden a vivir. O a sobrevivir. Por eso Erika reconstruye una y otra vez el momento, la puta cena en la que se le fue de las manos. Esa cena en la que el anuncio de una vida nueva destruyó la suya.
Erika trata de olvidar. Acaba de romper. Mejor dicho, la han abandonado y necesita olvidar para preservar ese amor como algo puro y para poder seguir viviendo.  Erika va a abrir su propio mapa de carreteras. Marilyn en "Bus stop" y Victoria Abril en "Átame" abrían sus mapas con sus viajes vitales. Erika abrirá el suyo, ese mapa "difícil de abrir, difícil de interpretar e imposible de volver a plegar". Erika necesita olvidar para sobrevivir. En ese viaje contará con Balzacman, un vaquero nihilista que saldrá a buscar a su propia Odette aunque Odette sea simplemente T. Erika necesita olvidar aunque sea mediante la pastilla esa que "bloquea el recuerdo chungo, lo aparta y lo elimina gradualmente". Con la segunda pastilla el coco recupera como pueda los trozos esparcidos por el espacio y los recoloca pero como le sale, distorsionados, caprichosos. Por eso la cena nunca será igual. Y por eso nunca sabemos cuál es la cena real. Una cena sin copas. Total, ¿quién las necesita para el recuerdo? 




Otra vuelta de tuerca más: ¿y si Pablo fuese T.? ¿Y si Pablo fuese el amante de Erika? ¿Y si Pablo se hubiese tomado la pastilla del olvido y ahora estuviese recomponiendo él también su propia vida? ¿Y si Pablo estuviera buscando a su Irene en T.?¿Es posible que Pablo hubiera sido amante de Irene, ella le hubiera dejado, él se hubiera tomado la pastilla y ahora estuviera recomponiendo la historia él también? ¿Y si Erika y Pablo se han vuelto a encontrar de nuevo tras sus olvidos comunes? Esa postal... no una carta, sino una postal. Una postal que escribe Pablo.
En esa cena eterna comparten vacíos y vino con sus amigos, Lucas y Sonia, una pareja de maniquíes que deambulan, se miran, se cruzan y se evitan. Lucas busca a Sonia, se ofrece a ella pero ella ni le mira, está vacía. Sonia lleva dentro el germen de la vida de Lucas pero hace tiempo que está muerta. Fértil pero muerta. Llena de él y vacía de él. Ellos no cambian, ellos repiten su ritual gélido e "infértilmente" fértil. Es el vacío de alguien que no saldrá a las calles a buscar a su Odette, que no buscará su tiempo perdido. 

Este rompecabezas hipnótico y desolador tiene unos alicientes escénicos que lo hacen IMPRESCINDIBLE. Voy por partes.   




Lo primero, voy a sacar una falta.
Antonio Rojano parece que está abonado a las salas pequeñas. "La ciudad oscura" en la pequeña del teatro ese que antaño fue glorioso y ahora es un museo. Y ahora "Furiosa Escandinavia" en la pequeña del Español. Y "Furiosa" es un espectáculo para la sala grande. Para la más grande, para una sala en la que se produzcan los milagros y las apariciones divinas. SE MERECE UNA SALA DESCOMUNAL.
Alejandro Andújar y Lola Barroso se encargan de crear una escenografía y unas luces que parecen sacadas de un cuadro hiperrealista. La escenografía es descomunal, nórdica, fría, desolada, acojonante y fantasmagórica. Un trabajazo apabullante tanto escenográfico como de luces y sombras.
Ana Rodrigo lo viste de forma natural y espontánea. Maravilla. Bruno Paena crea unos visuales mágicos y desoladores. Luismi Cobo vuelve a crear otra joya más. Un espacio sonoro de los invisibles y una música estremecedora y gélida. 
Víctor Velasco organiza todo el mejunje, dirige desde el lugar preciso y pone cada detalle en el punto justo que necesita el textazo descomunal de Rojano. Brillante. 


Y dando la cara, David Fernández "Fabu" y Sandra Arpa. Sólidos y precisos. 




Y brillando con luz propia la gran Irene Ruiz, que ya deslumbró en "La ciudad oscura". Irene es Sonia y es Agnes. Dos mundos, dos potencias y dos personalidades. La mujer llena y vacía, la amiga amargada pero naif, la madre y amante gélida y muerta en vida y por otro lado la potencia, el impulso, la energía desbocada del primer impulso, esa Agnes de ensueño, sacada de una peli de Lynch. 




Y ahora todos en pie porque voy a hablar de Francesco Carril. Es imposible definir lo que hace. ¿Cómo se puede definir la perfección? A ver, yo estaba sentado en la fila 1, a treinta centímetros de los actores y te digo que lo que pasaba por dentro de Francesco era VIDA. NO estaba interpretando sino que estaba sirviendo de medio para traer a la tierra lo que estaba pasando en otra dimensión. Como un médium. Pablo estaba realmente ahí, viviendo en el escenario. Todo lo que hace es PERFECTO, desde respirar a cada pausa, a cada gallito, a cada sonrisa, a cada nota grave, a cada mirada, a cada escucha, a cada reacción, a cada percibir el aire... TODO es prodigioso. 

Resumiendo: actores brillantes, una música, una escenografía, unas luces, unos vídeos, un vestuario y una dirección perfectas. Y sobre todo y por encima de todo, Francesco Carril y el texto acojonante de Rojano. Un monumento bestial con millones de vueltas y capas. Si en escena conviven varios planos temporales, espaciales y de realidad, imaginación, recuerdo, creación, supervivencia, humanos y vitales. Un texto para estudiarlo y rascar, rascar y rascar durante horas, días, semanas. 
Cada coma es un recoveco y cada renglón un escondite donde habitan posibilidades. ¿Quién es quién? ¿Cuál es la verdad? ¿Qué pasó en realidad? ¿Importa? 

Las fotazas fascinantes son de Javier Naval y espero que no le importe que las use.      

domingo, 5 de marzo de 2017

La Revoltosa. Teatro de la Zarzuela.

Daniel Bianco tiene una obsesión. O mejor dicho, un objetivo claro y firme. Que la zarzuela llegue al público del siglo XXI. 
Con el fin de acercar la zarzuela a los jóvenes nace el Proyecto Zarza. Almudena Pedrero se pone al frente de la coordinación de las actividades pedagógicas. En este proyecto, "La revoltosa" los máximos responsables son nada más y nada menos que David Rodríguez en la dirección musical, José Luis Arellano en la dirección escénica mientras que Guillem Clua firma la versión. Una versión año 2017 que es la pieza clave de este proyecto. Juanjo Llorens lo ilumina y Silvia de Marta diseña la escenografía y el vestuario. Tela.



El principal aliciente de este espectáculo es su intención de trascender más allá de su origen y llegar hasta el siglo XXI, concretamente hasta los chavales de hoy. Todas las licencias que se toman es posible que hagan temblar los cimientos del museo etnológico, pero son perfectamente lícitas y necesarias si queremos que los jóvenes de hoy y adultos del futuro le pillen el punto a la zarzuela, se quiten prejuicios y se acerquen a un género musical y escénico tan actual como sus responsables quieran. 
Salen los cantantes/actores a escena. Entre todos deciden que los términos y las relaciones están apolilladas, que son viejunas. Así que pasan del texto original y representan "La revoltosa" tal cual pero con lenguaje de hoy y con situaciones de hoy. Hagas lo que hagas siempre va a haber alguien a quien le parezca mal. No digo que no le guste, lo cual sería totalmente factible, sino que le parezca mal. Esta versión es DIRECTAMENTE para jóvenes, por eso está dentro de los proyectos pedagógicos del Teatro. NO pretende ser un espectáculo para la programación habitual de la sala sino con ese objetivo claro, llegar al público más joven e intentar atraerlos a la zarzuela. Eso no quiere decir que no esté tratada como un GRAN espectáculo, ni mucho menos. Sólo que la orquesta queda reducida a ocho músicos: Cecilia Aivar, Iria Rodríguez, Adrián Arechavala, Laura Algueró, Laura Rodríguez, Roberto Fernández, Raquel de la Cruz y Carmen Terol. Todos ellos sonaron de fábula bajo la batuta magistral de David Rodríguez. Todos ellos, aparte de grandes músicos, implicados en lo que vemos en escena. Bravo.
Guillem Clua ha revisitado el libreto para darle una forma infinitamente mucho más atractiva para la gente joven, actualizando términos, situaciones y haciendo comprensible para este público los enredos y la terminología de una época que hasta para nosotros a veces resulta añeja. Si uno de los retos de la zarzuela hoy en día es seguir viva y acercarse al público, imagínate para la gente joven, no acostumbrada a estas movidas. Así que bravo por Bianco, por Almudena, por Guillem y por todos los implicados.
Aparte de que el espectáculo como tal es divertidísimo, ágil, entretenidísimo y maravillosamente interpretado, tengo que confesar que lo que mas me impresionó fue vivir en medio de ellos, las reacciones de los chicos (y chicas, claro, ya me entendéis). Sólo sonó un móvil durante toda la función (y a lo mejor era de un profesor). Los más de 900 chicos que había en el teatro guardaban un silencio sepulcral, señal de que estaban pegados a lo que estaban viendo. Y lo mejor de todo fue que en los momentos en los que se menospreciaba a las mujeres o se producían actitudes machistas, el teatro entero bramaba, aplaudía y abucheaba con una naturalidad que sólo nace de la implicación total. ¡¡¡Existe un futuro!!! De verdad, era impactante comprobar cómo estaban tan pendientes de lo que veían que se implicaban en lo que estaba pasando. 



Sobre el escenario vemos a un grupazo de actores y cantantes que son los principales responsables de esta conexión brutal con el público. 
Vecinas y colegas del barrio: Paula Sánchez, Antonio Buendía, Beatriz Arenas, José Luis Fernández, María Arévalo y Cristina Teijeiro.
Natán Segado y José Luis Fernández como los dos simpatiquísimos Chupitos. 
Felipe Forastieri es el estirado Candelas. Perdón, ¡¡Señor Candelas!!  Lo añejo, la tradición inmovilista. 
Javier Ariano, José Miralles y Joselu López son los tres vecinos machistas y juerguistas. Los infieles y repelentes novietes tan entrañables como criticables. Brillantes. Especialmente José Miralles se llevó al público de calle con su chulería y solidez en el escenario. 
Nuria Pérez, Cielo Ferrández y María José Garrido son las tres pobres engañadas. Graciosas, femeninas y firmes. Mujeres con los pies en la tierra y muy claro su lugar. Tres heroínas.
Como Felipe y Mari Pepa dos monstruos de carrerón indiscutible. 



Ana Cristina Marco es un mezzo de voz prodigiosa y una presencia escénica brillante. Grandísima actriz. Y decir Alberto Frías es decir genio. Desde hace años es una presencia habitual en los escenarios. "Como gustéis", "Vida de Galileo" y dos maravillas, "Excítame" el fantástico musical dirigido por José Luis Sixto y el "Fausto" de Pandur. Ahí es nada. Y se nota en su forma de pisar el escenario y de dominar el ritmo, las pausas, la progresión y con un carisma abrumador. Grandiosa pareja protagonista. 



En definitiva, fabuloso espectáculo con una grupo de músicos fantásticos y un elenco brillante y sin fisuras. Gran trabajo de David Rodríguez, José Luis Arellano, Guillem Clua, Juanjo Llorens y el esto de responsables. 
Y sobre todo, gran y acertadísimo trabajo de Almudena Pedero y de Daniel Bianco acercando de manera inteligente y generosa este género al público del siglo XXI. Estoy seguro de que más de uno de los chicos presentes se ha convertido ya en un espectador habitual de zarzuela. Mientras la zarzuela siga viajando con los tiempos y sus responsables desviviéndose por acercarla al público, este maravilloso género jamás morirá. 

  
 Por cierto, las maravillosas fotos son de Javier del Real y me las ha facilitado generosamente el propio Teatro de la Zarzuela. Millones de gracias. 

sábado, 4 de marzo de 2017

Vientos de Levante.

El levante es el viento más puñetero. "Destroza nervios, ilusiones y cristales". Es cierto, cuando sopla levante es mejor quedarse en casa y cruzar los dedos para que pase pronto. 

Sinceramente creo que en esta ocasión, el alma de este trabajo de Carolina África está compartido. Carlos Matallanas es un origen, un referente y una inspiración casi vital. 
Frente al levante lo mejor es cobijarse en casa. Y frente a una enfermedad terminal también. No digo cerrarse, sino buscar calor, sentir calorcito, seguridad, afecto y hogar.
Carolina África es la brillante autora de este texto. También lo dirige. Afortunadamente. 
En el texto de Carolina están todos los ingredientes que hacen de este un textazo universal y eterno. 
Cuando a un ser humano vivo y sano le dicen que la suerte ha hecho que la enfermedad le toque con su varita cruel, el mundo es posible que se derrumbe. En ese momento puedes optar por dos caminos igual de respetables. Puedes hundirte y no asumir que junto a la vida va pegada la muerte o puedes intentar buscar calor. Puedes optar por intentar asumir que la puta casualidad ha hecho que la célula pocha te toque a ti, que la vida va a tener un fin quizá más programado que el de los demás y que eso no significa que dejes de gozar del sol, de la paz, de un vino, de una puesta de sol o de un beso relleno. 



Carolina es Ainhoa, una mujer a la que se le tambalean sus andamios. Trabaja escribiendo, que es lo que más le gusta del mundo, aunque no escribe de lo que ella quiere o necesita. Va a buscar a su amiga Pepa, una psicóloga que trabaja en dos centros, en uno con enfermos mentales y en otro con enfermos terminales. Pepa vive y goza sin muchos límites en dos mundos distintos y cercanos. Por las mañanas con seres que viven separados del mundo por una delgadísima frontera y por las tardes con seres que tienen el fin de sus días a la vista. Unos y otros viven al margen de tontunas, han tamizado preocupaciones de celofán y miedos sin gluten. Los locos dicen verdades sin tapujos y los enfermos viven intentando gozar y protegerse. Yo he tenido muy, muy cerca a un enfermo terminal y en esos años pude comprobar que la serenidad es una forma de vida y que la compasión es caca. Los sanos sufren a veces por egoísmo. Lícito, pero egoísmo.  
Carolina habla desde la normalidad. Sus personajes están vivos, son reales, dicen palabras cotidianas, construyen frases reales y cercanas. Al meterse en temas propicios para los edulcorantes, colorantes y conservantes, toma la mejor postura posible: olvidar las frases de carpetera, la actitud condescendiente y asumir que vida, muerte, salud, enfermedad, cordura y locura son circunstancias cercanas, puntuales y caprichosas.
Las situaciones son reales, vivas, terroríficamente habituales y no usa artificios para buscar la lágrima (la condescendiente, esa repulsiva) sino que la lágrima sale sola porque Carolina, se pone y nos pone en la Tierra. Nos presenta a la vecina de arriba, a nuestra prima o a nosotros, nos abre un orificio y nos hace una endoscopia emocional salvaje a la vez que delicada y respetuosa. Nos coloca al lado de unos seres removidos por muchos levantes. O la locura, o la enfermedad o el vacío. Esos levantes trastocan a los personajes pero siempre desde el amor a la vida. 



Hace muchos años yo trabajé en un centro de discapacitados mentales, Down, paralíticos cerebrales, etc... y en una asociación con enfermos terminales. Los levantes con los que vivían muchos de ellos no les tenían torturados. Muchos optaron por vivir con la vista puesta hacia delante. Otros no, normal, otros estaban hundidos. Cada uno vive sus circunstancias desde donde quiere y como buenamente puede. Los héroes no son los que luchan ni los que se curan; los héroes son los que viven como quieren o pueden sin querer hacerlo de otra forma. Los personajes de "Vientos de levante" miran serenamente hacia el horizonte. Con una naturalidad que es la que mueve. Ahí está la grandeza del texto de Carolina. En no mirar con tristeza ni con condescendencia a nadie y hablar desde la calle, desde la verdad verdadera y con las palabras que usamos día a día. Por eso su endoscopia nos taladra, porque habla desde la verdad. 
Esa filosofía la lleva a la puesta en escena de forma ética. Ese detalle aparentemente tan sencillo como es agitarse el pelo con las manos para escenificar  el viento es magistral. La complicación, el artificio escénico se salva con un recurso naif, te agitas el pelo tú misma con las manos. Ya está. Sin herramientas, sólo con verdad. Con lo más sencillo. A eso yo lo llamo posicionamiento ético. Ese gesto resume lo que quiere Carolina y cómo lo quiere. Frente a lo complicado, sencillez. Pa qué más.
Cuenta además con un reparto glorioso. Paola Ceballos, Jorge Mayor, la gran Pilar Manso y un inmenso Trigo Gómez junto con la propia Carolina son un ramillete de gentes normales. Intérpretes potentes y serenos, descomunales y cercanos. Odiosos, repelentes, adorables, débiles, defendiéndose de la vida como buenamente pueden. Para comértelos vivos. 



Esto es teatro. Historias que mueven, que conmueven. Teatro sin artificios, sin apoyos. Historias, seres vivos, actores reales y un resultado tan real como vivo. Teatro con mayúsculas que merece y tendrá seguro un larguísimo recorrido. Este es el teatro que queremos ver en los grandes escenarios, teatro del grande.     

He nacido para verte sonreír. Abadía

Hace tiempo un señor me llamó "Paulino" y "Messiánico", supongo que por mi pasión y admiración descomunal y pública hacia Pablo Messiez. Me da que pretendía ser un insulto o al menos un desprecio. Nada más lejos. Para mí es un honor, un lujo y una constante. Viendo espectáculos como "He nacido para verte sonreír" uno sólo puede reafirmarse en sus creencias. 



El texto de Santiago Loza es una apisonadora. 
A pesar de las insistentes recomendaciones, no conocía a este autor argentino. Y siento haber perdido el tiempo porque la calidad, la profundidad y el calado de este texto son incuestionables.  El texto de Santiago Loza es de una belleza casi tan salvaje como su dureza. Neorrealismo, melodrama, poesía, desgarro, hábitos, pena, despedida, agua, instintos y lejanía. Todo inundado de un dolor y de un lirismo desgarradores.
Un chico entra en la cocina de su casa y enciende la radio. Suenan Los Panchos. Entra su madre. Hoy toca despedirse, el hijo va a emprender un largo viaje. Y aún queda tanto por decir... La madre intentará recomponer lo que ha hecho las horas antes a la vez que trata de recolocar las piezas de una vida ahora vacía. Su vida está tan despedazada como los frágiles recuerdos de lo que ha hecho esa mañana. Una mujer desesperada y a punto de vaciarse trata de buscar un sentido a lo que ha vivido hasta ahora para poder enfrentarse a lo que va a vivir a partir de esa tarde. Si consigue recomponer esas horas, quizá logre encontrar la grieta, el "momento" en el que perdió el lazo. Intenta despedirse de un hijo que hace tiempo que emprendió su propio viaje. Él hace tiempo que se separó de su madre y del mundo. Ella necesita recomponer su vida y comprenderla para poder separarse de su criatura. Pero Miriam es incapaz de conocerse a sí misma, así que conocer a Rubén es misión imposible. No nos conocemos y mucho menos conocemos al otro, aunque sea al que amamos. "Soy otra cosa que no sé". Esa es la distancia insalvable que va a querer acortar Miriam antes de separarse de su hijo. "Sin ti no podré vivir jamás. Sin ti qué me puede ya importar, si lo que me hace llorar está lejos de aquí".
Dos seres habitan el escenario. Isabel Ordaz y Nacho Sánchez.. 

Elisa Sanz ha creado con la ayuda de Paula Castellano un espacio mágico, seco y caliente. Un nido. Literalmente. Es un nido maternal y calentito como el que cuelga del techo. Las ramas que rodean la cocina son las ramas que la madre ha ido entrelazando a lo largo de sus vidas como espacio de seguridad. Ya no sale, le molesta hasta el sol. Y el exterior. Total, lo único que le importa en la vida está dentro de esa casa, aunque lejos. Ella ha construido un nido uterino del que no quiere salir y del que no sabe si podrá vivir cuando el polluelo lo abandone. Sobrecogedor trabajo. 
Nicolás Rodríguez ha diseñado el sonido. Desde esa radio saldrán los dolores más desgarradores y nos envolverán hasta el paroxismo lacrimal. Y la nevera. Esa nevera...diossssss.

Paloma Parra ilumina el nido. Abro la boca y  grito que este trabajo de Paloma es uno de los trabajos más precisos y preciosos que he visto en mi vida. Es algo que no es de este mundo. Es luz con vida. Desde el deslumbre más blanco y limpio hasta las sombras inasibles de las necesidades del otro. "¡Mírame!". Las luces salen directas de tu alma o del corazón de Miriam, pero son sentimiento, son alma, son dolor y son verdades ocultas. Es imposible imaginar una iluminación distinta, es el halo, al aura, la esencia. "Folle ivresse, doux rêve". 
Hasta las fotografías de Sergio Parra parecen irreales. Pero no lo son, son sencillamente prodigiosas. 

Y por supuesto la mano gloriosa de Pablo Messiez. Coloca cada pieza en el punto exacto que necesita la obra para que el engranaje salte de donde quiere a donde pretende. Se coloca y nos coloca en un rincón silencioso de esa cocina desde donde casi en silencio, aguantando la respiración, veremos a estos dos seres casi como si se tratara de un hormiguero de esos que salen en los documentales que están cortados por la mitad y protegidos por un cristal. El sitio que elige es el más delicado y amoroso. El sitio en el que el drama se ve con amor y sin aspavientos y la ternura es cobijo. Justamente ahí, donde Pablo se coloca y nos coloca estamos a salvo, estamos cobijados y calentitos frente al dolor ajeno. Se puede pensar que en un monólogo todo el poderío está en el intérprete y en su capacidad y que un director hace poco. Lo primero, esto no es un monólogo. Aunque la única que hable sea Miriam, no es un monólogo, porque el diálogo con su hijo está vivo. Dosificar, crear un idioma, un tono y un código especial y único en los actores es la labor del director. Sacar lo personal de cada uno y colocarlo en medio de una historia en la que Pablo ha decidido situarse en un rincón, el rincón del alma de la madre. Igual que la música es la única de las artes que no va mediatizada, te inunda o no te inunda, pero es siempre primaria y salvaje, así es el trabajo de Pablo. Es tan certero que es invisible, todo parece que fluye, que es así "naturalmente" y claro, esa "naturalidad" es la mano, la sensibilidad y el talento descomunal de alguien que mira y ve. Y que ve más. Y que ve más que todos.

Quien no conozca a Nacho Sánchez y a Isabel Ordaz va a desvanecerse en su propia baba. Es imposible estar mejor. Tal cual. Los dos transitan por mil millones de sitios todos más peligrosos que el anterior. Descomunales y valientes. Quien SÍ conozca a Nacho Sánchez y a Isabel Ordaz va a desvanecerse en su propia baba. Porque lo que hacen es de otro planeta. Nacho tiene la parte a priori más ingrata. No es que no hable, no es que escuche, es que vive en otro mundo. Pero es que Nacho está en otro mundo. Desde que se deja llevar por la música empieza a volar por su mundo y sólo en contadas ocasiones responde a palabras que oye en medio de la verborrea materna. Algo oye que le trae a la tierra por una décima de segundo. ¿Qué pasa, qué dice Miriam para que de pronto Rubén parezca que conecta? ¿Qué hay en las palabras? ¿O es lo que hay entre ellas? ¿O lo que ellas provocan? Delicado, sublime, ajeno, jugando con las sombras del nido, las sombras misteriosas e inasibles que flotan por esa cocina uterina.

Isabel Ordaz hace posiblemente el mejor trabajo de su vida. Es una madona protectora, amorosa, cálida, recelosa de Laurita, la ajena. Es italiana, es mediterránea, es cálida, es la niña que aprendió a cantar sin voz, es mamá gallina y es el alma herida que busca entender a su hijo, el silencio de su hijo, del nacido de sus entrañas, de lo único que tiene. Y lo tiene lejos. "¿Dónde estás? ¿Lejos? ¿Cerca?" "Estoy sola en la realidad. En realidad estoy sola". Es una madre que intenta y necesita estar cerca de su hijo. De un hijo que ni la mira. Necesita recomponer este último día para que su vida de recoloque y así poder comprender y asumir su vida y su soledad. No sabe qué hacer con su amado hijo ni cómo hacerlo. Ha salido de ella, estaban los dos desnudos al nacer y sin embargo su hijo no está ya. Y ella le necesita para vivir. Necesita una sonrisa suya, porque ella ha nacido para verle sonreír. Ya está, sólo eso, sólo una sonrisa. Es una mujer así, con su glamour, con su elegancia y su lado tontuno. Pero de pronto surgen frases demoledoras, misteriosas y casi primitivas, salvajes, griegas y la comedia neorrealista se vuelve tragedia. ¿Por qué amando y necesitando tanto a su hijo que casi podría huir con él, los dos solos, a morir juntitos, ha decidido internarle? Todas esas preguntas, esos recovecos y esos grises los tiene Isabel Ordaz. Equilibra a la perfección la tentación de utilizar sus recursos efectivos y confortables para no llevar a su Miriam a la comedia. Se para y no cae en la tentación de querer notar que está llegando al público. Un actor siempre desea gustar y notar que lo que hace es recibido y entendido. La Ordaz se queda justo en el filo de ese abismo y prefiere arriesgarse a no saber qué está pasando y hacer lo que tiene que hacer. No se puede hacer Miriam si no es desde ahí. 

Si hay espectáculos que se te meten en los tuétanos, te inundan y te rondan durante muchos días "He nacido para verte sonreír" es de esos. Todo es armonía, delicadeza, dolor y amor. Como para no ser Paulino y Messiánico. Y Lozista.   
Pillad entradas YA. Aunque fijo que prorrogarán y prorrogarán y girarán y girarán, cuanto antes lo veáis, antes repetiréis.