lunes, 21 de septiembre de 2020

Delicuescente Eva. Teatro de la Abadía.

 El amor, como los recuerdos, es esa cosa blanda e indefinida que uno moldea a su gusto para que sea lo menos dolorosa posible. 

Casi casi como la familia. La tienes ahí, no la eliges, pero te buscas la vida para quererla. Sin darte cuenta. Hasta que tus padres se convierten en lo más importante de tu vida y en el asidero sin el cual parece que vagas por el universo sin rumbo ni cobijo.


 

Eva tiene la capacidad de captar la humedad del ambiente para mantenerse viva. Eva sobrevive como puede. Rescata lo poco rescatable de una familia atroz. Eva sobrevive a su propio futuro con las mejores armas posibles, las armas que abren mentes, curten corazones y te hacen autosuficiente y crítico: la educación y la duda.   

A mí la verdad es que me la pela si este texto es autobiográfico o no. Si algún día surge el tema tomando unos vinos igual se lo pregunto a Javier Lara, pero me interesa entre poco y nada. A mí me interesa el texto en sí, venga de donde venga. Además, ¿si fuera autobiográfico sería todo verdad o sería SU versión de lo que pasó? ¿Sería más valiente por sacar bilis escondidas que por crearlas y adjudicárselas? ¿Si fuera real lo viviríamos con otros ojos? Pues eso: qué más da. 

A mí lo que me interesa es lo que siento en mi butaca y lo que me provoca. Y la sensación que tengo todo el rato de que Javier Lara no está tanto haciendo un retrato de su hermana Eva, mostrándonos cómo se puede sobrevivir a ese futuro sino buscando el por qué él es como es y ha sido como ha sido. Eva ha logrado ser delicuescente, pero, ¿lo ha conseguido él?    

Sin jugar a que Lara nos cuenta su propia vida, el texto es un mazazo bestial te pongas como te pongas. 

Esa familia es tremenda. El padre, un maltratador de su época. Es así porque no sabe ser de otra forma y como muchos machos, vive atrapado en sus expectativas sociales. Por dios, que no suene a justificación. Él es todo lo macho que se espera que sea. La madre es una maltratada de toda la vida. De las de antes y de las de ahora. Javier y Eva comparten genes. Javier trata de no ser lo que le sale ser y Eva piensa y claro, la caga. Porque quiere más. No sabe muy bien qué, pero quiere más. Cada uno intenta tomar la humedad que necesita para estar vivo, para sobrevivir. 


 

Y llega la trampa. Ahí ya no sé si Javier Lara lo hace a conciencia o no. Imagino que sí, porque es listo que te cagas. Pero cuando parece que nos está contando cómo Eva intenta y consigue sobrevivir y mantenerse a flote y firme en sus creencias (o suposiciones) de pronto siento que lo que estoy viendo es su propia supervivencia. No la de Eva, sino la suya. En realidad nos ha estado contando por qué él es como es. Por qué el siente eso por su padre. Y por su madre. Y por qué él actúa así. Por qué antes, hace mucho, él fue un minipadre. Por qué ha sido así con las mujeres. Y con los hombres. Y consigo mismo. Y cómo y por qué ha intentado y logrado sobrevivir. Nos ha estado contando su propia delicuescencia. 

Si hasta nos lo dice con dos frasecitas ahí en medio, como disimuladas, pero que son clave en el por qué estamos viendo lo que estamos viendo. "Se abría el suelo si dejabas de mirarme" dice a Eva en una declaración de amor de una sutileza y una belleza estremecedoras. Y Puck, o la EVA concepto, o Pepito Grillo o simplemente Natalia repitiendo: "mira tu cuerpo ahora". Mira tu cuerpo ahora, mira lo que eres ahora, mira cómo eres ahora. Sé consciente de que ya no eres aquel, has cambiado, lo has conseguido, has sobrevivido a ti mismo, AHORA ERES BUENO. 

Porque Javier no intenta contarnos cómo logró sobrevivir Eva, ni lo lista que fue. Lo que quiere contar es que a pesar de todo él ha logrado separarse de su gen y de su destino. Pero necesita recordarse continuamente que "mire su cuerpo ahora". Necesita recordarse y reafirmarse en que él es bueno ahora. Y que si fue malo fue porque le tocaron ellos de familia. Sin pedirle permiso. Y que a lo mejor él no quería tenerlos. Que los valles son preciosos y que si no ama es porque a lo peor, no sabe. Y - NO - PASA - NADA.

 


Carlota Gaviño orquesta estos recuerdos y estos quiebros como si fuera una partitura; con respeto y luminosidad. Paola de Diego crea un bosque shakespeariano perfecto para cumplir sueños, esconder miedos y travestir mujeres en hombres y Javis en Evas. Jose Pablo Polo lo arropa con una música de una belleza inusual. Luz, vestuario y movimiento terminan de dar forma este milagro. 


 

Natalia Huarte da vida a la voz de la mente, al subtexto, a la conciencia, al tiempo, a la verdad, a Puck. Sólida en la palabra y dominando la escena como un gran pantera.


 

María Morales es de otro planeta. No hay palabras para definir su trabajo que no hay usado antes. En CADA trabajo que le he visto a esta mujer. Siempre está perfecta. Ni una puta fisura. Es madre, es hija, es hermana, es pecado, es tentación, es perdón, es salvación, es desconcierto y es Gea. Es todos los mitos griegos juntos y todas las mujeres. María Morales es el tope. 


 

Javier Lara es... no sé. Le miro y me miro. Le veo y me veo. No sé si le entiendo y no sé si le comprendo. Pero me gustaría, porque le miro y me gustaría mirarme. Le veo y me gustaría verme.

Veo sus trabajos y me siento mejor, me siento a gusto, me siento a salvo. 

          

 

 

viernes, 10 de abril de 2020

Carta de Lluís Pasqual al Ministro de Cultura. 10/4/2020


10 de abril de 2020
Sr. Ministro de Cultura del Gobierno de España:
Hace años hice una afirmación pública de la cual estoy dolorosamente convencido y que me ha perseguido desde entonces: este país no quiere a sus artistas. Los puede admirar, envidiar y hasta en algún caso adorar; pero querer es otra cosa. Si alguna duda me quedaba sobre mi amarga convicción, su intervención -que he visto y escuchado repetidas veces con incredulidad y asombro y con la esperanza de que se tratara de un “fake”- lo ha confirmado con creces.
Desde 1975, el momento en que entre casi todos hicimos posible que este país se convirtiera en una democracia, nunca -repito- NUNCA me he sentido más injusta e
inmerecidamente despreciado por un responsable cultural. Y como yo, miles y miles de compañeros, muchos de los cuales se han convertido con su arte (poesía, música, cine, teatro
precariamente retransmitido, humor...) en el refugio de millones de españoles para aliviar esta situación dramática y evitar así que se abra la puerta de la desesperanza, que no es más que la antesala de la locura.
El ser humano inventó el arte y lo compartió con sus iguales en una transmisión que hemos llamado Cultura, para alimentar y ennoblecer el espíritu más allá de nuestros avatares físicos y biológicos y que, junto con la capacidad de imaginar, la creación del lenguaje y la risa, nos distingue de los animales. Y la raza humana, en sus épocas más luminosas o más oscuras, lo impulsó por considerarlo digno y necesario y hasta útil. Incluso en algún momento el Arte, desde su heterodoxia, ha contribuido a indiscutibles avances de la propia humanidad.
Pero no se trata de reclamar amor. Eso no se pide, si acaso se ofrece y se comparte. Se trata de reclamar justicia. De su insólita intervención se desprende un desconocimiento absoluto de las condiciones de trabajo de los artistas (sí, esto también es un trabajo del que depende la existencia de cientos de miles de personas y de sus familias) quienes dependen inexorablemente de lo que usted piense y haga. El desconocimiento es entendible y humano, pero no lo es en un
Ministro llamado a ser garante de una parte numéricamente importante de la población española y, por tanto, de un patrimonio vivo y fundamental.
No voy a repetirle lo que ya le han recordado muchas personas y medios de comunicación: cuántos somos, cuál es nuestro papel en la sociedad, qué porcentaje del PIB
representamos o cuáles son los mecanismos y condiciones laborales y de contratación por las que se rige nuestro precario sector. Espero que tenga usted asesores que le puedan informar de una realidad de la cual se deduce de forma inmediata de que justamente no, no somos
TRANSVERSALES. Ni ahora ni nunca lo hemos sido. Ni siquiera eso. No hay más que ver los Presupuesto Generales del Estado para observar las ridículas partidas atribuidas a Cultura, con un criterio siempre de mínimos, disminuidas además sobre la marcha por la todopoderosa Hacienda Pública con un impudor que ningún otro sector estaría dispuesto a tolerar.
En cualquier conflicto o situación colectiva difícil como la que estamos viviendo, la primera víctima es siempre la verdad. Y a usted o no se la han contado o no se ha querido enterar. No sabría decir lo que es más grave.
Todas las personas que luchan por la Cultura (en España ése es desgraciadamente el verbo) y que tiene usted que proteger desde el Estado, estaban antes del Coronavirus en la
antesala de la UCI. El día que esta pesadilla pase, si usted no ha dado antes -es decir ahora mismo y vamos tarde- un giro urgente de ciento ochenta grados, no va a encontrar más que
muertos. La España Cultural con sus locales cerrados, con sus festivales, programaciones y rodajes suspendidos y con sus artistas abandonados y sin futuro es el panorama que tiene usted delante.
Por supuesto que estamos ante una Alarma Sanitaria y que la prioridad, por encima de todo, es salvar vidas. A estas alturas lo sabemos todos y nadie lo discute. Para eso millones de
personas afortunadas estamos confinados y ejerciendo una obediencia y una solidaridad en muchísimos casos ejemplar. Pero igual que otros Ministerios proyectan -como pueden-
alternativas de futuro posibles, probables o sólo deseadas, la obligación del Ministerio de Cultura es hacer lo mismo.
Como en el peor tsunami, se ha producido en pocos días una Emergencia Cultural insoslayable en la que le corresponde al Estado tomar la iniciativa. Lo han hecho otros colegas
suyos europeos con los que usted afirma haber hablado. Sospecho que de esas conversaciones parece no haber salido nada positivo para nosotros, a tenor de su comparecencia y comparándola con las medidas que estos ministros y países han tomado, convirtiendo la protección a la Cultura en una cuestión de Estado.
No me estoy quejando. La queja puede tener también su parte miserable. Lo que escribo, se lo estoy exigiendo desde el sentido de la justicia, la lógica, el pragmatismo y una experiencia y conocimiento que pongo a su disposición por si le hiciera falta.
Y ya que ha citado usted sesgadamente a Orson Welles (quien -por si no lo sabe- mientras hacía esa afirmación continuaba filmando… y sí los artistas somos contradictorios),
permítame que yo le recuerde unas palabras de Winston Churchill. Quizá le sean más útiles para reflexionar sobre las consecuencias de sus palabras y acciones. En plena Segunda Guerra Mundial y ante la falta de medios para abastecer al Ejército británico, tuvo lugar un Consejo de
Ministros de urgencia con la intención de recortar asignaciones económicas de otras áreas para transferirlos al Ministerio de la Guerra. Alguien sugirió que un recorte sustancioso se podía efectuar en el presupuesto dedicado a la Cultura o incluso eliminar temporalmente toda la
asignación. A lo cual, Churchill contestó airado: “Si sacrificamos nuestra Cultura… ¿alguien me puede explicar para qué hacemos la guerra?" Ahí se lo dejo.
Atentamente.
Lluís Pasqual

miércoles, 26 de febrero de 2020

Los días felices.

Las etiquetas son una putada se mire por donde se mire. 
Está claro que sirven para orientar un poco cuando la cosa está jodida, pero son el elemento perfecto para esconder estereotipos, lugares comunes, tópicos, prejuicios y polladas. 
"Teatro del absurdo". ¿Será porque hay quien no entiende del todo los textos y todo le parece incongruente y chorras? Ya, ya sé lo de Esslin y todo eso. Pero vamos, no me digas que considerar "absurdo" a Pinter...




Y de pronto baja a la Tierra San Pablo y te das cuenta de que es evidente que se entiende. Se entiende todo, todo tiene sentido, todo tiene significado. Y el sentido es exactamente el significado de las palabras.
¿Qué es lo más difícil en teatro? Lo más fácil en la vida real: escuchar y estar. Pues lo más difícil es lo más fácil; leer las palabras.
Allá por el año 84, 85 o así, en la muestra de teatro de Valladolid, uno de los mejores festivales de teatro que ha habido en este país, vi a Rosa Novell hundida hasta la cintura buscando a Willy. Desde entonces la figura de Winnie creándose un tiempo propio y adaptándose a un espacio también propio me ha perseguido. Como me persiguen ahora mismo las ideas que quiero compartir. Y con mi coño moreno decido que no las quiero ordenar, que paso, así que las voy a potar según me vengan. 



Winnie necesita a Willy. Aunque esté a su bola. Necesita que esté ahí para no hablar sola. Necesita al otro para que su discurso, para que sus palabras tengan sentido. 
Winnie no vive en el mundo real. Para empezar está enterrada. ¿Por qué? Pues porque sí. ¿Necesita ella o necesitamos nosotros tener una explicación de por qué para darle sentido? Pues no. Es así y punto.
Winnie está enterrada en un espacio que podría ser una placa de petri o una tesela de un mosaico gigantesco. O quizá vive en un mundo nuevo en el que igual que hay tres soles, el tiempo tiene una dimensión distnta. ¿Cuánto duran los días en ese mundo? Ni lo sabemos ni nos importa. Duran lo que duran. Lo que ella necesita para que la cosa tenga sentido. Antes, los días eran días (a la antigua usanza) pero ahora quizá sí o quizá no. Y ella necesita hablar y hacer cosas para llenar ese tiempo. Ese tiempo nuevo y relativo que pasa y la hunde cada vez más. Ella decide cómo, cuándo y para qué hace cada cosa de las que según dice, hace todos los "días". Ella organiza el tiempo, lo administra y lo moldea según su necesidad. Y tiene una pistola. Aunque no la usa.
¿Podría haber un tercer acto? Qué más da. Damos por hecho que los dos actos son correlativos, pero, ¿y si no lo fueran? ¿Y si el segundo acto ocurriera antes que el segundo? ¿Y si en vez de hundirse, Winnie estuviera creciendo y dándole sentido a su vida poco a poco? ¿Por qué dar por hecho que el tiempo es lineal y en una dirección? Para Winnie el tiempo es otra cosa. Y el mundo es otra cosa. Y Willie es su amor necesario. Es el otro que ella necesita para dar sentido a su estar ahí. Ella podría hablar sola pero no quiere, quiere hablar con él, dirigirle su verborrea a él, porque necesita del otro para que la cosa tenga sentido. 
Pero es que eso es el teatro. Podría ser "hablar sólo" pero se necesita la mirada del otro y la atención del otro para que el hecho exista y tenga sentido. ¿Es teatro una función que haces en casa tú solo, sin espectadores, sin nadie mirando? ¿El teatro no es la mirada y el encuentro con el otro? 
"Los días felices" es teatro y es la vida. Y es el amor. Amar mola todo, pero si amas a otro, mejor.
"Los días felices" es angustia. Es que te falte el aire. Es ver a Winnie escuchando la caja de música y quedarte sin sangre en el cuerpo. Es querer detener la vida y quedarte ahí. Un rato, un minuto, un siglo, para siempre.



Terrenalmente hablando, el trabajo de Elisa Sanz y de Paula Castellano creando la escenografía y el vestuario es asombroso. El trozo en el que viven Willie y Winnie es como un mundo desolado, acabado o quizá la esquinita de un mundo en construcción. ¿Les rodean restos de algo o son las partes que irán formando su mundo? Carlos Marquerie y Óscar Villegas envuelven el luces, claroscuros, ruidos, cobijos y brillos la existencias difusas de los dos seres. El cielo mágico que cambia sin que te des cuenta es una puta obra de arte. Bravo, grandiosos, lo habéis vuelto a hacer.    

Francesco Carril vuelve a hacerlo. Con un personaje casi ausente y casi inexistente, se vuelve necesario. Bestial. 
Y Fernanda Orazi es algo indescriptible. Cada palabra suya tiene sentido. Pero no sólo lo tiene porque ella lo sepa y lo transmita, sino porque lo vive, lo siente y transita de un sentido a otro como si fuera natural y necesario. Todo lo que hace es perfecto: cada respiración, cada pausa, cada grito, cada carcajada, cada agudo, cada grave, cada perfil, cada mano, cada búsqueda, cada mirada, cada pestañeo, cada coma son perfectos. Y el viaje emocional de una palabra a otra es como las olas del mar; natural y necesario. Quizá suene chorras, pero no sé expresarlo mejor: Fernanda logra que creas que Winnie existe, que respira y que vive en el escenario. El trabajo que hace es hipercomplicado, hiperexigente e hipercomprometido y Fer se entrega hasta el final con un riesgo, un compromiso y una generosidad estremecedoras. 
Pablo es el responsable de hacer todo eso de lo que he hablado. No hay más palabras. TODO lo anterior es por él y gracias a él. Es dios.



Hay una cosa que me destrozó especialmente. Pisar el suelo y saber que trabajos como este sólo están al alcance de seres privilegiados y que nunca jamás en la vida seré capaz de tener una mente como la de Pablo ni seré tan buen actor como Fernanda. Y eso te destroza. 

Gracias, Francesco, Elisa, Óscar, Paula, Carlos, Pablo y Fernanda porque la hora y media que pasé mirándoos ha sido uno de los moemntos más felices de mi vida.