Nada, chica, no voy a meterme en esos temas escabrosos de los que tanto se ha hablado: que si el espectáculo ha costado 400.000 euros y con ese dinero se podrían haber montado cuatro o cinco espectáculos, que si varios actores se han BAJADO el caché para cobrar todos los mismo, que si Peris-Mencheta ha dirigido el espectáculo por Whatssapp... Vamos, que ni entro ni salgo ni son cosas que diga yo, que la parecer se ha publicado en alguna entrevista. Pero yo a lo mío.
"La cocina" versión 2016 es un pedazo de espectáculo. Es descomunal, gigantesco, operístico y muy desbordante.
El texto es cierto que podría encajar perfectamente en el siglo XXI, en pleno 2016 o cerca. Grecia, Alemania, deuda, duda, crisis, hambre, necesidades, falta de confianza, sueños rotos, la búsqueda de un eje en el que anclar una vida son temas de hoy en día, o de plena crisis. En ese sentido es una buena elección. Aunque situarlo en su momento histórico es tan certero como tentador y en este caso sirve para que estética y éticamente veamos cómo estaban las cosas en esos años. Dejar la acción situada en su momento, n 1953 es una decisión acertadísima.
Eso sí, lo mismo te digo una cosa como te digo la otra, también creo que se podrían haber cepillado al 70 % de los personajes y lo que es la trama gorda, el meollo central seguiría siendo el mismo. Quiero decir, la mayoría de las camareras son personajes que no aportan nada, podrían desaparecer y la acción sería la misma. Igual que varios cocineros. Eso sí, aportan algo esencial; su presencia. Dentro del mogollón todos son necesarios para crear caos y estrés. También para demostrar que esa cocina es un microcosmos, un minimundo con distintas nacionalidades y personalidades (todos europeos y blancos, pero bueno) en el que todos son partes necesarias para que paradójicamente, el mundo gire, las comandas se sirvan y el restaurante/planeta funcione. En cualquier caso, como sucede siempre, es el director el que toma las decisiones y de las mil formas de afrontar un trabajo, escoge la que quiere. Sergio Peris-Mencheta ha elegido no podar esos personajes que aportan poco, aparte de su presencia. Y como es el que manda, hace lo que quiere. Y todos callados. Yo el primero, por mucho que me parezca que hay muchos personajes a los que no les pasa realmente nada.
Peris-Mencheta mueve divinamente a todo el mogollón de actores. Entran, salen, manipulan, corren, gritan, pelan, cortan y sirven como un mecanismo de relojería absolutamente apabullante. Todo funciona al milímetro. Todos han estados asesorados por lo mejor de lo mejor y encima han contado con la ayuda del grandioso Chevi Muraday para las cuestiones de movimiento escénico. La gran maquinaria funciona perfectamente. Hay un trabajo incluso con los acentos que en la mayoría de los casos es tremendo, buenísimo, y muy enriquecedor. En otros no y hay que descubrir la procedencia casi por el nombre. Pero bueno. A lo que voy, el trabajo de acentos en general es bueno. Sin embargo, la propia maquinaria complicada, la apisonadora escénica y los acentos son la principal trampa en la que cae el espectáculo. Me explico: tras un primer acto desbordante, milimétrico, frenético y preciso se pasa a un segundo acto en el que se desarrolla lo más interesante para mi gusto. El encuentro más íntimo y la confrontación de sueños. Ahí es donde surge la paradoja más interesante del espectáculo. Curiosamente el sueño del chipriota es modesto, quedarse con su pequeña parcela y no molestar, el italiano sueña con alguien parecido a él, con alguien cercano y personal, el alemán con dinero, el francés judío con encontrar un amigo del que fiarse... paradojas del destino. Sin embargo, esa escena, que debería ser la más potente del espectáculo se viene un poco abajo precisamente, creo yo, por el hecho de que hablen con un acento tan marcado. Hablan despacio, con muchas dudas y pronunciando las frases con una música distinta, la propia del juego de acentos. A ver, que los acentos están cojonudos, pero el monólogo que mejor funciona es el de Javivi, el único sin acento ( yo no le escuché acento por ningún lado, pese a ser francés). Es el que mejor funciona porque es el más fluido, el que habla más normal. Entiendo que podría ser un desatino NO poner acento a los personajes. Efectivamente esa cocina es la torre de Babel, es un mogollón de nacionalidades unidas por las circunstancias y sería raro de cojones que hablaran todos con acento de Valladolid. Pero en esa escena, la propia maquinaria sale ganado y el grandioso trabajo de acentos se come la escena y acaba resultando larga y sin ritmo. Hasta que regresa la apisonadora, el ritmo desbordante y frenético y todo vuelve a encajar y a fluir. Funciona mejor el mogollón que lo íntimo.
Los actores (y hablo de los "actores") están estupendos. Aparte de demostrar un curro acojonante en la manipulación de objetos y en recrear cada uno su actividad particular, llevan al milímetro cada uno sus acciones para que el engranaje total funcione de maravilla. Un portento. Luego, claro, lo que es la construcción de personajes y el trabajo más en profundidad es dispar. Hay actores y actrices que como no tiene ni una escena medianamente "de peso" no se puede decir que hagan gran cosa a nivel interpretativo. Coreográficamente sí, geniales todos pero no se puede decir que muchas camareras y algún cocinero que únicamente tienen frases y momentos aislados, hagan un gran trabajo actoral. No digo que no lo hagan, sino que es difícil calibrarlo porque tienen pocas o ninguna arma para demostrarlo. De los que al menos yo puedo valorar tengo que destacar a Javivi, grande en su monólogo, a Mario Tardón, impecable tanto en su acento como en su forma de estar y de moverse. Victor Duplá está impecable y sólido en el griego que se dibuja con gran presencia y peso. Xabier Murúa es una mala bestia que se deja la piel y lo que haga falta.
Y Paloma Porcel tiene un imán, aparte de un carisma extraordinario. Tus ojos se van a ella, a su bondad, a su genio, a su sabiduría, a eso forma de mirar a los demás y de seguir con las consecuencias de lo que sucede. Actrizón de gran estirpe y escuela a la que le deseo un futuro grandioso en el teatro, porque lo merece. Si no, os propongo un ejercicio: podéis preguntar a los amigos que hayan visto la función a ver de quién se acuerdan. Te aseguro que el 99% te van a decir que Bertha, la encargada de las verduras. ¿Que no? Prueba.
Resumiendo, espectáculo gigantesco, descomunal, con una maquinaria técnicamente perfecta, con un texto al que no le vendría mal una poda, con personajes apenas esbozados y con un puñado de actores geniales. Dirección ágil de toda la parafernalia aunque a veces la maquinaria ingente se coma un poco el resultado. Por cierto... lo de que se "huelan" los platos que cocinan... pensaba que era real, no una figura. Te juro por Simone Ortega que yo no olí nada. Y llevo tres años sin fumar y tengo un olfato de perro policía.
Si el límite máximo del voyerismo es entrar en el alma del espiado, lo que vas a vivir en el ambigú del Pavón es voyerismo extremo, es adentrarte en la sima emocional de una mujer maltratada, humillada, usada, abandonada y dolorida como un cachorro tirado en una cuneta. Es el acto de espionaje emocional más íntimo y profundo que puede alcanzar un ser humano. Y todo a media voz, sin levantar el tono. Al menos frente al otro, al menos junto al otro, al menos para el otro.
El textazo de Jean Cocteau lo hemos visto cientos y cientos de veces. Se lo hemos visto a las mejores actrices, desde Anna Magnani a Amparo Rivelles. Incluso Poulenc compuso una ópera porque es tan demoledor el texto, tienen tantísimo peso las palabras que es imposible no caer en la tentación de ponerlas en pie. Hasta yo, en mis locuras particulares, tengo dos ideas fascinantes para llevar a escena esta "Voz humana". La versión de Israel Elejalde es brillante. Acerca al siglo XXI este drama. Lógico, quizá en estos tiempos de móviles y Black Mirror quede raro lo del teléfono. Elejalde corta, pega, mueve, se carga todo lo de la operadora y las interferencias y va al meollo del asunto.
Pau Fullana ilumina de forma prodigiosa un espacio creado por Eduardo Moreno. Luces salidas del corazón de la mujer, ella, la sin nombre. Cada foco es un rincón de su corazón, de su tripa, de su abandono o de su coño. Eduardo Moreno cambia la consabida cama por una especia de tumba/escenario brillante y negra. Otro prodigio. Y para rematar Arnau Vilà ha compuesto una música tan terrorífica como los mazazos que suponen esas notas sencillas. Cada tecla del piano es un escalofrío directo a tus intestinos. Ana López viste a la Wagener de mujer acabada, cubierta con una gabardina ajena y tan desvalida como el gatito de "Desayuno con diamantes".
Lo que vamos a ver es producto de la conjunción entre un director y una actriz. O entre un hombre y una mujer. Ella da la cara y pone sus tripas, pero él ha tenido la visión de cómo debía ser contada la historia de esta mujer, ella, la sin nombre. El mérito es de ambos aunque la que se juega el tipo y la estabilidad emocional sea ella, la Wagener, digo Dios.
"¿Para qué sirve el amor?" Frase que aparece escrita en la ventana. De momento.
Cocteau escribió esta pieza breve cuando le abandono un amante y se asomó al abismo del suicidio y la locura. Ahí está. Ella, la mujer, la sin nombre ha intentado suicidarse, no soporta el abandono de su amante infiel. Se despierta de pronto y recibe una llamada, una última llamada. Según acotaciones del propio autor: "el autor propone a la actriz que abandone la ironía, la amargura y la expresión directa del subtexto de mujer destrozada. La imagen que el autor desearía es la de un animal herido que se desangra y que realmente inunda al final de sangre verdadera todo el espacio escénico". Y eso es exactamente lo que vemos. A la Wagener abandonada, sin florituras, sin hablarle al teléfono sino a su amante, a su dueño, a su amor, a su amo.
Carmen Maura hizo una mujer que navegaba por los estados de ánimo en medio de una alta comedia trufada de personajes; la amante, el perro convertido en conejitos que vivían en la terraza, incluso al ex-amante, un actor de doblaje, una voz, una "voz humana". Mientras ella, la sin nombre, estaba al borde de un ataque de nervios. Almodóvar se llevó el texto de Cocteau a su terreno por segunda vez; ya lo había hecho antes en "La ley del deseo", donde la Maura, hacha el mano, esperaba la llamada de su hombre.
Aquí no, aquí se siguen al pie de la letra las indicaciones del poeta Cocteau y se despoja todo de artificios y de símbolos. Sólo queda lo imprescindible; un teléfono, un camisón, un recuerdo, una mujer deshecha y entregada, una ventana y una tumba.
La Wagener, digo Dios, es exactamente eso, un animal herido, moribundo, derrotado, sin fuerzas ni para levantar la voz. Cojones, si la levanta igual él se enfada y cuelga. Mejor no gritar, mejor susurrar, mejor usar tu voz desgastada de mujer acabada para convencer a tu amo, a tu maltratador de que lo que te está haciendo te lo mereces, que es bueno y que es lo suyo.
Porque él, el hombre, es un maltratador, un déspota que trata como basura a esta mujer, la humilla, la devasta, la asola, la vacía y la tira. Y ella asume que así es como tiene que ser. Algo que en algún momento de la vida todos hemos sentido. Que "eso" que nos hacen o que no nos hacen, no importa con tal de que el otro no se vaya, con tal de que no nos deje del todo. Mejor que se quede cerca, aunque sea haciéndome daño o hasta pegándome con tal de que no se vaya. Además todo es culpa mía, me lo merezco, lo hace por mi bien, es lógico que me deje, la culpa la he tenido yo, yo lo he hecho todo mal...
Ese vacío vital lo tiene la Wagener, digo Dios, desde que abre el ojo hasta ese final espeluznante. Su dureza corporal, el abandono de su espalda, el dolor más íntimo que hasta te seca las lágrimas, las confesiones humillantes... todo en la Wagener, digo Dios, es REAL. Coño, si yo me veo en esas y al otro lado del teléfono tengo a la Magnani gritando y sufriendo como ella hacía (divinamente, por cierto) yo cuelgo el teléfono al instante. Pero lo que hace la Wagener, digo Dios, es mantener el delicado equilibrio necesario para que yo, déspota maltratador no me vaya. Supervivencia pura. Al menos durante el tiempo que dure esa última llamada. La Wagener está en ese punto exacto en el que hasta el tono de voz es el de un animal moribundo, temeroso de que su amo se pire para siempre. Vivir su ausencia va a ser lo suficientemente imposible como para encima tener que vivir su abandono. Eso sería insuperable.
Insuperable la humillación de una mujer maltratada, humillada, hundida, aniquilada, anulada y temerosa. Una mujer, ella, la sin nombre, incapaz de mirarse al espejo porque de pronto se ve vieja, acabada y vacía. Jamás el abandono y la muerte en vida se habían visto de forma tan viva en una actriz. Jamás.
Bravo a todos los creadores que han participado en esta obra maestra, bravísimo a Israel Elejalde por ponerse en el sitio perfecto para contar esta historia y por hacerlo de esa manera y.. todos en pie para demostrar adoración eterna e infinita por la Wagener, por jugarse el tipo y la estabilidad al situarse emocionalmente en ese punto exacto. Para llegar hasta ahí hay que haber pasado por otros muchos estados de ánimo y de aceptación y negación. Este paso es el siguiente, al que uno llega cuando ya no hay más, cuando se agotan las salidas y la única forma de supervivencia que te queda es tratar de entregar lo poco que queda de ti con tal de que no se vaya, aunque ya no te ame, aunque ya no te desee ni te quiera, aunque ya sólo te humille y te mee encima, porque hasta ese meado te sabe tan rico como el primer beso que te dio. Lo que sea, con tal de que sea para ti. Aunque en esa humillación final te termines de vaciar, y tras purificarte en el agua de esa gotera espiritual que brota de pronto del abandono final, de ese hogar en ruinas que se hunde por completo; tras purificarte, digo, sólo quede un camino.
Damas y caballeros, háganse un favor, déjense llevar por la puta realidad, por la puta vida y por la puta poesía de Cocteau, Elejalde, y vayan a gozar sufriendo con uno de los mejores y más sutiles trabajos que uno pueda ver en su vida; el trabajo de Ana Wagener. Porque insisto, la Wagener es Dios.
Las impresionantes fotos son todas de Vanessa Rabade. Son impresionantes y no puedo resistirme a ponerlas, supongo que no habrá inconveniente.
Postdata: me siento incapaz de releer y repasar lo que he escrito, si os encontráis alguna errata, os ruego que me perdonéis.
Antonio C. Guijosa, el director de "Mármol" fue ayudante de dirección de Ernesto Caballero, actual director del CDN. Aitana Galán también fue ayudante de dirección de Caballero y ahora dirige este Eduardo de Filippo en la pequeña del María Guerrero.
Hasta la fecha no he visto ningún montaje de Aitana Galán que me haya convencido del todo. "Málaga" tenía el seguro de contar con Roberto Enríquez y con Ana Wagener y por eso alcanzaba grandes cotas artísticas. El poderío estaba en ellos dos, salvando la dirección un tanto impersonal de Aitana Galán.
En esta ocasión, Aitana vuelve a colocarse en un sitio desconocido para contarnos este gran texto del maestro Eduardo. Un sitio desconocido desde donde simplemente nos muestra la anécdota. La primera parte es lenta, sin ritmo, con unos actores que se esperan los unos a los otros, donde lo artificial y lo recreado se apoderan al instante del escenario. Artificio falso, energía dislocada, punto de vista ausente y un ritmo cadencioso que preceden a un segunda parte enloquecida, desbocada, esperpéntica (en el mal sentido de la palabra) y embarullada. Afortunadamente aquí ya entra en juego Daniel Moreno y consigue elevar junto con Sansegundo, el resultado.
Aitana Galán y Jesús Gómez Gutiérrez firman esta versión de la obra de Eduardo de Filippo y le añaden unos toquecillos actuales (desahucios, protestas callejeras, euros y... poco más) para acercar un texto que ya de por sí es lo bastante reconocible como para que no necesite de ningún ingrediente más. El texto de todas formas es brillante, divertido, ingenioso, ácido y Felliniano. Lástima como digo, que en la primera parte se vea tanto el artificio y en la segunda parte hayan optado por el barullo y el desmadre. Ni la escenografía ni las luces son nada del otro mundo, simplemente funcionales.
Quiero destacar el gran trabajo de ese pedazo de actor que es Fernando Sansegundo, haciendo una creación italiana, española, racial, divertida, muy auténtica y plagada de matices y de sabiduría. Fabuloso. Como Daniel Moreno, uno de los personajes más pequeños pero más llenos de detalles de gran actor. Su forma de escuchar, sus reacciones, su presencia y su peso escénico son realmente admirables. Especialmente en medio de este batiburrillo en el que parece que cada uno se busca la vida como puede. El resto navega un poco entre la dicción espesa o demasiado castiza, la desgana y al ausencia de puntos en los que asentar un trabajo medianamente sólido.
Una lástima que este texto hilarante y ácido del maestro Eduardo de Filippo se vea envuelto en un resultado enmarañado, poco certero y con el único aliciente de ver a un puñado de actores de distintas procedencias intentando que esa estampa le de al espectáculo el toque "pintoresco" suficiente como para obviar la maraña que nos presentan.
Aída Gómez dirige esta edición del festival Madrid en Danza. Y ella o alguien de su confianza ha sido el responsable de traer a Madrid este espectáculo.
Lleno hasta la bandera.
Comienza el espectáculo con la proyección sobre un escenario lleno de humo, de imágenes de una peli del año 60, "La verdad" (La verité). En ellas se ve a unas monjas paseando por un convento y despertando a las chiquillas que hay en las celdas (curiosa palabra para definir un dormitorio). ¿Monjas y la Traviata? A ver si me he equivocado.
Más tarde ya veremos a Brigitte Bardot, la prota de la peli, en otras imágenes. La peli es de juicios. ¿Brigitte, juicios y la Traviata?
A ver si me he equivocado.
Hay una especie de sotana colgada. De dentro salen una mujer vestida de forma masculina y un hombre con una camisa blanca y un pantalón negro. Ella comienza a moverse por le escenario. Él también. Poca danza. Comienza a sonar la Traviata. Precisamente la versión histórica de Callas, Di Stefano, Bastianini y Carlo María Giulini. Ahí es nada. La mejor Traviata de la historia. Suena la obertura. Y empieza sonar la voz de Callas. Yo muero del gusto. Pero de pronto esa voz desaparece y continúa cantando Thomas Lichtenecker, un contratenor. Pero no contentos con eso, se zampa los agudos. Supongo que el hombre no llega. Con lo cual ni canta Traviata ni na. Canta media Traviata. Por supuesto sin orquesta, no es ni un karaoke. Suena como un organillo de esos electrónicos mientras este hombre se zampa la mitad de las notas.
A ver si me he equivocado.
La mujer, Catherine Habasque sigue moviéndose por el escenario. Se siguen alternando imágenes de la peli de BB con textos de las cartas de amor que Simone de Beauvoir escribió a su amante estadounidense Nelson Algren. Quizá haya una conexión entre estas tres cosas. Yo la desconozco y no la descubro aquí tampoco.
A ver si me he equivocado.
El hombre tira de camisa y resulta que es un camisón completo. ¿Será él Violeta? ¿Y ella será Alfredo y Germont y todos los hombres y por eso él canta partes de Violeta? A todo esto poquito baile. Y además hay tanto humo que no se leen los sobretítulos.
Entre la musiquita infernal que alterna con la música sublime de Verdi, escuchar a Di Stefano alternándose con Lichtenecker cantando la mitad de las notas, los sobretítulos que no hay forma de descifrar y la imagen de BB guapísima subida a un estrado, tengo un lío que pa qué. Me desazono. Me pregunto a mí mismo pa mis adentros: ¿por qué?
Sigue le destrozo de la partitura de Verdi y a la voz de Callas. Habasque sigue dando vueltas por el escenario. Él se pone la sotana que había colgada y ella se disfraza de monaguillo. Ella se mete entre sus piernas y saca los brazos de cuando en cuando. La visión de esto al menos es bizarra que te cagas, una sensación novedosa en el rato que llevamos sentados. Ella finalmente digamos que... sale por la parte trasera de la sotana. Vale, ahora creo que lo he entendido. Era eso. Ya sólo nos queda que destrocen el "Addio del passato" y que él (en camisón) mate a la mujer (vestida de hombre) a sombrerazos en un juego de metáforas que no alcanzo a comprender. Fin. Plas plas.
Dice mi maestro con toda la razón del mundo que casi siempre, opinar de algo y decir que es malo es un acto de arrogancia y que seguramente en algún momento del proceso creativo, ese espectáculo que nos ha parecido horrible ha sido NECESARIO para alguien y por eso se ha hecho. Esa es una verdad total. En algún momento, alguien ha sentido que contar esto de esa forma era necesario y por eso se ha hecho. De ahí debería nacer nuestro reconocimiento. Así que intentando sinceramente hacer un ejercicio de humildad y tratando de apartar de mí cualquier tipo de soberbia, me quito el sombrero ante los responsables de este espectáculo. Cualquiera que se suba a un escenario merece respeto y admiración por exponerse y por compartir lo que ellos quieran con nosotros.
También dice mi maestro que cuando algo no te gusta, lo mejor es buscar algo que sí te mole y mirar eso. Buscar con tu mirada la salvación. Porque seguramente el problema esté en tu mirada, no en lo que ves.
Así que coñas aparte, admito y confieso que el fallo fue totalmente mío, ni supe escarbar para encontrar algo a lo que dirigir mi mirada, ni encontré de qué forma eso que estaba viendo habría podido ser "necesario" para alguien en algún momento. Simplemente me dejé llevar por varias cosas, aparte de por mi arrogancia de espectador "chulito" y poseedor de la verdad: me parecía un crimen lo que estaban haciendo con Verdi, con Callas, con DiStefano y con la música en general, no encontraba sentido a que esa mujer no bailara en un espectáculo de danza, no sabía por qué ella iba vestida de hombre y él de mujer, no entendí por qué él cantaba (a medias) partes femeninas, no entendía por qué veíamos imágenes de BB, no entendía por qué escuchábamos (y no podíamos leer) textos de Simone de Beauvoir ni entendía el significado de los objetos y los símbolos que veíamos, ni entendía por qué habían sustituido la música de Giulini por esa musiquita de tómbola. En definitiva no entendía el por qué. Obviamente y lo digo de corazón, la culpa fue mía por no dejar que el espectáculo hablara por sí sólo y por no dejarle ocupar su propio espacio. Directamente lo catapulté al rincón de espectáculos olvidables y me fui a cenar convencido de que acababa de ver un espanto.
Un pena, porque en los aplausos (tibios), una chiquilla se puso en pie y aplaudió como con muchas ganas. Mira, yo seré muy listo, muy chulo, muy sabio y muy majo, pero esta chica desfrutó y yo salí podrido. ¿Quién salió ganando? ¿Quién aprovechó mejor la tarde? Pues toma, por listo.
Si una palabra sobrevuela por encima de este drama podía ser "DIGNIDAD". La dignidad de quien no puede huir de su propio destino cruel.
Hace tiempo se juntaron en una tarde gloriosa José Troncoso, Sara Romero y Alicia Rodríguez y crearon dos personajes: Lidia y Agustina. Bendita la hora. Porque tanto la una como la otra merecen formar parte de la iconografía más bizarra de este país, a la altura de Tristana o de cualquier personaje de Buñuel.
Agustina, viuda amargada, pueblerina de las cerradas y con tantos defectos y carencias como una española de esas que piensas que ya no existen. Perdió pronto a su marido y vive intentando defenderse de lo que no comprende y de lo que no alcanza a base de esconder la cabeza, poner a la niña de parapeto o directamente despreciar. En el fondo, ¿quién quiere ir a cenar con el capitán? la vida ha pasado por encima de ella y aunque sea de las vecinas esas que no paran de subirse la pechuga, armarse de valor para tirar palante y cavar una tumba propia llenita de pena, de amargura, de pobreza de espíritu, de envidia de vecina chunga y de tía/madre pelícano. Tan temerosa del mundo que prefiere insultarlo a tratar de subirse a su carro. El de la vida, el normal. Pero no, las malas son "la calva y la enterá" . La culpa siempre es de las demás, si no no podría vivir.
Lidia, niña nacida del amor entre un currito de un taller mecánico y una del pueblo, tras siete meses de casados y dos de noviazgo. Una niña fruto del amor más puro, con tantas carencias afectivas como su tita, que sueña con papá, un papá idealizado. La niña no puede luchar, ha aceptado porque así se lo han vendido un futuro casposo y está plenamente convencida de que ni puede aspirar a más ni lo merece.
Lo peor no es que sean así, porque en definitiva cada uno se defiende de la vida con sus armas y como buenamente puede. Lo peor es que José Troncoso no deja lugar a la salvación. Las saca de su casa a punto del desahucio, las monta en un barco en el que no pintan nada, pero al que se permiten poner a parir y las suelta allí unos días para que a las primeras de cambio la niña caiga en el pozo negro que llevaba escrito en la frente. Porque en definitiva, si naciste desgraciao, sólo te lloverán desgracias. Pero seguramente la vida sea así y las Cenicientas existan sólo en los cuentos. Igual que los niños esos a los que llevan a la civilización durante diez días para luego devolverlos a su inframundo. Tita y sobrina volverán a su agujero apolillado bastante peor de como salieron.
La comedia, que empieza siendo descacharrante con la pareja descojonándose del mal ajeno se volverá enseguida drama amargo y cruel. Y todo el esperpento de estos dos seres desvalidos se convertirá en el drama de dos pobres mujeres sobrepasadas por sus vidas e incapaces de salir de la desgracia en la que llevan macerando toda su triste vida.
Troncoso nos la mete doblada. Nos hace revolcarnos de risa con lo que parece una visión deformada de una realidad pasada y superada y nos da un mazazo directo al corazón y al higadillo.
Dirección brillante, divertida y con un sentido del espectáculo y de la dignidad bestiales. Magistral en su amor por estos dos seres, magistral que no caiga en la tentación de salvarlas y magistral en el uso de una puesta en escena humilde, con unos medios tan cutres como sus protagonistas pero tan dignos como ellas. Sencillamente magistral, Troncoso.
Alicia Rodríguez y Belén Ponce de León son realmente dos princesas. Las persigue la mala suerte, el destino de los desgraciados y por mucho que intenten huir incluso de sí mismas, acaban más hundidas que antes en la desgracia del que nace para perder. Son un cúmulo de recursos, de risas, de estremecimientos, de escalofríos y de miradas rellenas de desgracia y de esa "superioridad" del miserable, del que cree que la culpa de su vida de trinchera la tienen los demás, el del gas, la calva, el capitán, la Juani o san dios. Cualquiera menos ellas.
Si el reconocimiento al trabajo exhaustivo y aplastante se mide en premios, las dos actrices deberían llevarse todos los premios del mundo. Si su éxito se mide por el calado en el corazón del público, con el mío tienen ganado el cielo, porque me dejaron totalmente desolado y pesimista.
Si hay un espectáculo que merece vivir y vivir durante mucho tiempo es este. Porque viendo desde dónde nace y lo que consigue, es milagroso. Debería vivir mucho para que lo vea todo el planeta, porque espectáculos así de modestos en el planteamiento, sinceros en su filosofía y con un recorrido emocional tan bestial se ven mmmmmuy poquitos al año.
Mi admiración eterna.
José Gómez-Friha tras los éxitos de "La hostería de la posta", "La isla de los esclavos", "El juego del amor y del azar" y "Los desvaríos del veraneo" vuelve a tomar un texto clásico para darle su peculiar toque y una vez más vuelve a acertar.
Tartufo, un personaje de esos que todo el mundo conoce y que incluso se utiliza para definir parece poco dado a originalidades. Bueno, pues el equipo de Venezia Teatro, con Gómez-Friha a la cabeza lo consiguen. De momento y para empezar, cambiando la historia. Pedro Víllora se inventa otro final, totalmente coherente, esperado y bastante más consecuente con lo que estamos viendo. Lo de que el malo reciba su merecido no siempre mola, jeje, sobre todo cuando como en este caso, los pobres inocentes son bobos de baba y tan malintencionados, rencorosos y bajunos como el propio protagonista. La vida a veces es así. Te encuentras de pronto con alguien que te promete una vida mejor y más pura y sin embargo te la está metiendo doblada en forma de hipoteca, fondo buitre o incluso de vida eterna. Tartufo, el hongo que crece escondido debajo de la tierra. Nadie lo ve hasta que despliega todo su poderío.
Debo confesar, eso sí, que tardé en entrar. Al principio me chirriaba la estridencia de la propuesta, pero poco a poco me fueron camelando y con la aparición de Rubén Ochandiano caí rendido.
Con esta adaptación de Víllora brillante y actualizada, Gómez-Friha plantea un espectáculo moderno, con referencias actuales que funcionan bien y hace lo mejor que uno puede hacer en estos casos; encomendarse a un buen puñado de actores. Muy buen texto, quizá con un par de toques que desconectan (las indicaciones a la técnica de sonido y luces) y dirección con buena mano, divirtiendo, haciendo brillar el texto, con un ritmo adecuado y un poso certero.
Sara Roma viste a los actores de forma preciosa y preciosista, tonos azules y verdes para quienes conocen la auténtica personalidad de Tartufo y rojos para los inocentes despistados. Precioso.
Bien iluminado por Marta Cofrade y con una selección musical muy certera también.
El elenco reconozco que me parece irregular.
Esther Isla se merienda al público. Vale que tiene el papel más agradecido, peor eso a veces es un responsabilidad más que un regalo. En este caso, Esther se mete al público en el bolsillo casi desde la primera frase. Divina. Como divina está Marian Aguilera en su Elmira. Poderío, belleza, solidez y mucha profesión. Quizá esté un poco agresiva y gritona al principio, pero enseguida se templa y empasta con sus compañeros. Y Rubén Ochandiano está inconmensurable. Maduro, sabio, inteligente, sutil, delicado, sensual y muy maléfico. Bestial. Bestial en el cartel (a veces los carteles son auténticas obras maestras, como en este caso) y bestial en todo lo que hace y en cómo lo hace y dónde lo siente y lo busca. Y su orgasmo final... histórico. Grande.
Si tenéis ocasión, id a ver este "Tartufo" divertido e inteligente. Y si no tenéis ocasión, buscadla porque merece la pena disfrutar del teatro fresco que hacen Venezia Teatro.
Antonio C. Guijosa, ayudante de dirección de Ernesto Caballero, dirige para el CDN en la pequeña del Valle Inclán un coproducción entre este teatro público, la productora de Guijosa; Serena Producciones, El Vodevil e Iria Producciones. Guijosa ya había dirigido anteriormente "Serena Apocalipsis" y uno de los fragmentos de "Trilogía de la ceguera" para el CDN.
En esta ocasión ha escogido el texto de Marina Carr, escritora irlandesa y presentan en el Valle Inclán un trabajo interpretado por Pepe Viyuela, José Luis Alcobendas, Susana Hernández y Elena González.
Vaya por delante que el espectáculo no me gustó nada. Como siempre, esto no deja de ser mas que una opinión personal, particular, única e intransferible. Tan digna de respeto o de olvido como cualquier otra opinión.
Ya desde que se apagan las luces empieza a sonar una musiquita como de vodevil de matrimonios y por un momento te trasladas al Maravillas o al Marquina (teatros ambos donde he visto espectáculos muy buenos, dicho sea de paso). Me refiero a que sospechas que vas a ver una comedia ligera de esas de conflictos matrimoniales en los que una anécdota boba de pronto provoca que se diga lo que nunca se ha dicho y que ocurra lo que inexplicablemente nunca había sucedido hasta ese momento. Un texto de esos en los que los personajes se explican continuamente, dicen en voz alta por qué hacen lo que hacen y por qué reaccionan como lo hacen. Por si acaso tú no lo descifras, ellos mismos te analizan sus reacciones, te dicen lo que nunca antes habían dicho ni siquiera a sus parejas y enlazan frases de libro de autoayuda o de carpetera como si tal cosa simplemente para justificar una crisis de pareja que no te explicas cómo no se había producido antes.
Escenografía nada destacable, luces normales, dirección escénica al uso y texto que arranca de esa forma, como un vodevil matrimonial blanco y de repente todo da un giro inexplicable para intentar convertirse en una especie de drama o de propuesta filosófica o vital o algo que particularmente no despierta mi interés ni formal, ni textual ni emocionalmente.
Quiero dejar claro que admiro a cualquiera que saca adelante un proyecto en el que cree, al que ha dedicado esfuerzos, ensayos, noches en vela, dedicación, preocupaciones, mucho empeño y seguramente su dinero, sus sueños y su tiempo. Todo eso despierta mi admiración sincera y en ese sentido me quito el sombrero ante todos los implicados y responsables de "Mármol". Pero otra cosa es que el resultado te pille o no te pille y en este caso no me pilló en ningún momento.
Pepe Viyuela está muy bien, ha demostrado muchas veces que es muy bueno y aquí lo que hace está bien. Pero ni la historia, ni la dirección ni el texto dan para más. José Luis Alcobendas personalmente me suele gustar siempre. No en esta ocasión, en la que le veo afectado, sobreactuado y como si estuviera declamando verso todo el rato. Elena González está como con poca energía, como floja, sin tensión corporal ni peso escénico. Creo que el personaje no le va mucho o no ha sabido encontrar el punto que una sus energías. Además su personaje, para mi gusto, actúa de forma inexplicable y nada creíble. Aparte de tener un punto machista tremendo que a mí me despertó más rechazo que empatía. Susana Hernández está fabulosa. Sin duda lo mejor de la noche. Pisa con energía, tiene presencia y densidad escénicas. Camina, actúa, bebe y dice desde un buen sitio y consigue ser creíble en ese personaje repelente y poco "salvable".
También me llamó la atención un detalle de dirección. Las mujeres se sientan como si fueran quinceañeras, con un pie sobre la silla, tumbadas, recostadas o en actitud dinámica y frívola. Ellos sin embargo, se sientan con las piernas abiertas. No sé a qué responde esta actitud, la verdad o si es simple casualidad, pero me llamó la atención.
Reitero mi admiración y respeto por el trabajo de cualquiera que se sube a un escenario y dedica su vida a ello y simplemente lamento que su esfuerzo, en este caso, no conectara conmigo, dejándome frío y exactamente como había entrado. Por supuesto el problema es mío.
Intentaré explicarme, pero cuando uno se enfrenta a un mago de la palabra, a un ser que busca, entiende, elige y acierta siempre en su uso de la palabra, la batalla está perdida de antemano. Tratar de buscar y de encontrar las palabras exactas que definan lo que uno siente cuando se encuentra ante algo como TETDM es prácticamente imposible. Es como querer definir unas notas de Mahler, un cuadro de Monet o el perfume del campo en primavera.
Por lo general con el teatro de Pablo Messiez me pasa algo raro. Es casi un proceso químico. Me produce una reacción interna que me traspasa, me recorre, me muta y me electrifica. También y sobre todo me duele. Pero de doler, doler, del verbo doler. TETDM me ha llevado a un lugar escondido en mis recuerdos que podría contar aquí ahora mismo dado mi escaso sentido del pudor pero que obviamente no haré lo primero porque no quiero parecer el abuelo Cebolleta y principalmente porque no pinta nada. Pero sí confieso que en cierto momento, mi menté viajó a un sitio muy oscuro, tremendamente triste y que escuece. Eso provoca en mí el teatro de Pablo. Bueno, qué coño, lo cuento porque si no no sería yo. Me hizo pensar en mi padre. Y me sentí Amelia, me sentí Flores, me sentí madre, hija, padre, abuelo y sobre todo huérfano. Sentirse huérfano es de los sentimientos que más frío interno provocan.
TETDM es un repaso por la vida de Flores. Del abuelo de Pablo. No desvelaré nada de lo que ocurre en escena lo primero para no destripar nada y lo segundo, y a ver si consigo explicarme bien, porque da igual. Quiero decir que lo que ocurre en escena por supuesto que ES importante, pero aparte de los hechos que se cuentan, TETDM es un recorrido, son unos brochazos, es una amalgama de momentos, de dimensiones, de tiempos y de sentimientos. Es una suma. En ese aspecto el orden da igual. Es lo que tiene el tiempo y lo que tenemos los humanos, que somos suma y somos muchas capas mezcladas, superpuestas y arrebujadas.
El tiempo es muchas dimensiones, el pasado no termina donde empieza le presente y el futuro no es la continuación del presente. Presente, pasado y futuro son potenciales, quizá no existan o puede que sí, y el pasado sucederá si el futuro se hace presente. No son paradojas ni trabalenguas, no, es que es así. El presente quizá no exista o puede que el presente sea eso mismo, un presente, un regalo. La vida o toda una vida es una suma de presentes, pasados, futuros ya vividos y pasados por vivir. Todos juntos, todos mezclados, todos apelotonados. Como el pensamiento, con un cerebro, como un deseo o como un sueño. Porque ¿quién ha dicho que el tiempo sea lineal, tal y como lo conocemos y suponemos?
Si ya lo dicen y lo repiten en la obra varias veces: ¿algo que no recuerdas ha existido realmente? ¿Las cosas existen al nombrarlas? Si ni mis primos ni yo recordamos jamás que el día de mi primera comunión nos fumamos un puro en la azotea del restaurante de la celebración, ¿nos fumamos ese puro de verdad? Al recordar, creas. Creas un pasado en B (gracias de nuevo, Lara, grande) o un pasado en azul o un pasado con Mozart. Como el presente, que casi siempre es antes. Y el futuro ¿es lo que te imaginas o sólo podrá ser lo que te imagines? ¿Si no te lo imaginas no será? ¿Por qué no recuerdo a Nené? ¿Cuándo sucederá mi pasado?
Las visitas de Flores son su vida. Son su antes, su ahora y su seré. Y todas juntas son él. O lo que será él. O lo que será siendo.
Todo esto lo consigue Pablo Messiez porque Pablo Messiez es un cuentista.
Es un cuentista de los que escriben cuentos. Como el de la Papelitos. O como el de Flores.
Conseguir crear un cuento oscuro como este y que dentro, como un bombón preñado se esconda una VIDA entera me aterra y me estremece. Porque TETDM es la vida enterita de Flores. Desde antes y hasta mucho después. Casi nada. Un abismo, una sima emocional y vital. El por qué de todo y el para qué todo. No puedo imaginar un texto, un proceso, un monumento que plasme, resuma y exponga de forma más vital lo que es el tiempo. Sus capas, sus causas y sus consecuencias. Y sus efectos. Todo eso es lo que ha creado Pablo. Todo el tiempo del mundo. LA VIDA.
Me vais a perdonar la burrada, pero uno es que ha nacido hiperbólico: si "Ulyses" es un día en la vida de Leopold Bloom, "TETDM" es toda la vida de la familia de Flores en hora y media. Algo de ese discurso tan caótico como es el pensamiento humano está en esta obra. Si Joyce escribió como uno piensa; mezclando, cortando, empezando frases distintas a la vez, sin usar verbos a veces ni signos de puntuación otras veces, Pablo escribe desde el mismo sitio, desde el borbotón, desde el chorro incontrolable del recuerdo. Sé que no es lo mismo pero es igual.
Todo eso es lo que Pablo escribe. Pero es que encima lo lleva a escena y lo dirige desde un sitio acogedor, calentito. Se coloca a medio metro de su propia experiencia y desde la distancia mínima de rescate nos regala un ejercicio escénico magistral. Ama lo que dicen sus personajes, ama lo que hacen sus personajes y ama cómo se mueven, entran, salen, gritan y lloran sus personajes. Porque la vida es melodrama, la puesta en escena de Pablo lo es también.
Ha regalado a María Morales y a los componentes de Grumelot lo mejor de sí mismo, su historia. Desde ese sitio doloroso, impúdico y entregado nada puede salir mal. Sobre todo si a los mandos está un sabio de la escena que además cuenta la vida de su abuelo. Trabajo prodigioso tanto técnicamente en todos sus aspectos; ritmo, intensidad, implicación, foco, densidad, fin, como emocionalmente. Solo puede uno agradecer que nazcan seres así cada muchos años. Porque lo que nos regalan al resto de seres humanos es bello, es sano y es amoroso. Nos hace mejores.
Paloma Parra pone luz y pone sobre todo sombras como si el escenario fuera casi una salita de casa, de esas recogidas, calentitas, con un brasero y una butaca mullida, son luces de hogar y de hábito. Su trabajo es sencillamente PERFECTO.
Elisa Sanz y Paula Castellano han creado un espacio onírico, que de entrada parece un espacio de Hopper , pero no. El navegar de las emociones y de la poética del milagro lo convierten en un interior como sacado de un peli de Max Ophüls, de Fellini o incluso de Dreyer. Costumbrismo poético y recuerdos por vivir. Y fíjate que hay color, que el vestuario inunda de colores la escena y el brillo de los actores ilumina cada rincón, pero con todo y con eso, la imagen que se queda en la retina es en blanco y negro. O mejor dicho, en sepia. El color de los recuerdos. Porque todo en esta "experiencia vital" son recuerdos. Incluso los recuerdos futuros, los que vendrán. Ya lo dijo Federico, y si lo dice Federico es verdad: "hay que recordar antes, recordar hacia mañana". TETDM es la vida misma. La VIDA así, en grande, toda junta, pasado, presente, futuro, todo junto, todo uno, todo encima, dentro, sobre y con. Tiene un algo de "Scratch" y un mucho de vida. Es recuerdos, sueños, dolor, posibilidad y carencias. Texto "autovital" que mueve, remueve, reconcome y entresaca.
Creo que solo falta hablar del reparto. Y aquí vuelvo a quedarme sin palabras. Voy de uno en uno y sin orden ni preferencia. Sobre todo porque es imposible. Es imposible poner blanco sobre negro las cualidades de un grupo de mediums que no es que den vida a sus personajes, es que sus personajes nacen en el escenario con ellos.
Mikele Urroz es un gema. Una piedra preciosa que no sé si sabe el poder que tienen su presencia y su intensidad. Es asombrosa en su implicación y generosa porque todo ese poder se lo entrega a su compañero de escena. Ella lo hace todo, pero no en su propio beneficio sino regalándoselo al otro. Me explico fatal pero cualquiera que la haya visto sabe lo que digo. José Juan Rodriguez lidia con el papel más desagradecido de entrada, pero sin el cual nada sería creíble. Tiene una presencia avasalladora y una credibilidad única. Su monólogo repartiendo amor a Dorothy es de libro. Se le escurre el dolor entre las sílabas y contagia un amor más allá de la comprensión y la comunicación hablada.
Rebeca Hernándo está prodigiosa creando una madre viva en su muerte. Una madre amante y ausente. Lo que debió haber sido y fue sin ser. La amas, la necesitas y quieras saltar al escenario para pedirle que te abrace y te acoja en su regazo de madre con hueco. Javier Lara es un monstruo. Hace directamente lo que le sale de los huevos. Quiero decir que haga lo que haga NO SE PUEDE HACER MEJOR. Le pidas lo que le pidas lo hace y lo hace perfecto. Desde un sitio inteligente, dejando que fluya la vida y llegando desde sitios delicados a otros más delicados aún. Es el matiz en un gesto mínimo. Fijáos en él. Cada movimiento es algo, es por algo y es para algo. Yo de joven quiero ser Javier Lara. Carlota Gaviño es lo que uno siempre querría haber sido. Se llena y te llena. Se encara con el texto más difícil, lo domina, lo maneja y lo amaestra para devolverlo masticado y vivido. Y cuando parece que ha vaciado su alma en el escenario, de pronto vacía su mirada y su cuerpo se transforma en un ser buscando un horizonte, buscando la referencia, el foco, con la mirada vacía de Rita Hayworth. Y tú, espectador mortal, mueres.
Iñigo Rodriguez- Claro es de otra galaxia. Nace en escena, crece en escena, muta y casi renace. Descubre su vida y regala matices a cada palabra que sale por su boca. Su monólogo final es de escuela, de pasar a la historia de la interpretación. Sublime, plagado de dudas, de temor, de descubrimiento, de sufrir y de amar.
Y María Morales es el milagro hecho actriz. No se me ocurre ninguna actriz en el mundo mundial capaz de hurgar en los sitios más dolorosos de sí misma y desde ahí devolver vida. Me pongo hasta nervioso escribiendo. María sale, tus ojos se van a ella. Y ves cómo viaja de un sitio a otro de su mente y de su corazón para que cada frase suya sea un acto imparable y necesario. Y pasa de la más alta comedia y de la naturalidad más impactante a quebrarte el corazón con una simple frase: "váyase a casa, que le está esperando Nené". Y ahí el mundo deja de girar y las mareas se detienen porque ya no hay vida. El tiempo y el espacio se han parado para dejar paso a María Morales. Nené susurra "llamaré lluvia al llanto" y de pronto comprendes la crueldad de una enfermedad desoladora. Sonríe y se funden los polos por tannnnnto amor como desprende.
Poco más me queda por decir, Sólo que si os queréis un poco, si queréis a alguien, id al teatro. A ese lugar oscuro, calentito, maternal, donde uno puede llorar sin que le vean, sentir sin que luego le duela y vivir sin dejarse la vida. Regaláos "Todo el tiempo del mundo".
Si amar es detenerse; detenerse en alguien, Pablo, su equipo y Grumelot se detienen en mí y me detienen el alma. Les amo.
Es muy sano, además de ser un buen ejercicio tanto para le espíritu como para la misma salud intelectual de uno mismo como espectador entregado y generoso es ir a los sitios con la mente, el corazón y el espíritu abiertos y dispuestos principalmente, a recibir.
Que esta temporada el Teatro de la Zarzuela programe, después del pelotazo que fue "Las Golondrinas" algo tan distinto y alejado como es esta "Iphigenia" es de ser no sólo un valiente sino alguien con sed de compartir una pasión. El amor por su trabajo le sale a Daniel Bianco por cada poro. Y de esas Golondrinas brillantes de Giancarlo del Monaco salta a esta obra escrita en 1747 por el maestro José de Nebra. El compositor aparcaría, con esta obra, la composición escénica para dedicarse de lleno a la música religiosa. Es, por tanto, una obra de transición entre un espíritu más libre y una necesidad trascendente. En ese punto medio entre espectáculo y mundo interior nos encontramos "Iphigenia en Tracia".
Bianco ha apostado esta vez por la puesta en escena como gran baza. Pablo Viar ejerce de director de escena. Frederic Amat se encarga de diseñar la escenografía y Gabriela Salaverri el vestuario. La luz la pone Albert Faura. Acierto tras acierto. Encima, y por si fuera poco, ha organizado a pachas con el Thyssen una exposición sobre el trabajo escénico de Frederic Amat, desde aquel milagro que fue "El público" hasta esta "Iphigenia". Impagable. Requetebravo.
Es de una valentía admirable coger una obra como esta, que en su época se escenificaba con mogollón de actores en escena recitando un sinfín de textos y adaptarlo de tal forma que consigas hacer un espectáculo tan brillante como este y con seis cantantes. Sinceramente opino que alternar estilos, varias géneros, programar un título y a continuación otro estéticamente opuesto es lo mejor que se puede hacer para dar color a un teatro. Cada propuesta sorprende, es novedosa e inesperada, justamente lo mejor que puede pasar en un teatro. Eso sí, si los que llevamos el prejuicio a cuestas somos nosotros, entonces el problema lo llevamos nosotros a cuestas.
Así que bravo de nuevo tanto a Bianco como a su equipo por buscar colorido en una programación vertiginosa y colorida.
Vayamos por partes: dirección musical de Francesc Prat. Aunque la orquesta sonó realmente bien, las trompas viajaron por un mundo paralelo. Pero en general, aún sin sonar totalmente "barroca", reconozco que mis prejuicios por ver qué tal sonaban me los comí con patatas. Casi toda la orquesta sonó realmente brillante. Nada estridente y con respeto a las voces. No olvidemos que cada representación es única, es lo bueno que tiene el teatro.
El vestuario de Gabriela Salaverri es una pasada. Precioso, elegante, marca perfectamente la esencia de cada personaje y tiene un volumen y un peso escénico bestial. Como las luces de Albert Faura.
El espacio creado por Frederic Amat es prodigioso. La primera jornada, con ese bosque de "columnas", espinas o postes de sacrificio son una obra maestra más a sumar a los iconos creados por el inmenso Amat a lo largo de su vida escénica y creadora en general. Como la proyección de la segunda jornada, esas gotas de sangre o de amor, o quizá esas marcas casi de corona de espinas, las marcas del sacrificio. Absolutamente genial.
Pablo Viar mueve bien al elenco femenino. Tiene buena mano, buenas ideas y buen resultado. Amor trascendente (Iphigenia y Orestes), los sentimientos volátiles (Dircea y Polidoro) y la pareja cómica y terrenal (Mochila y Cofieta) son los vértices de esta historia sobre los distintos prismas del amor.
María Bayo tiene una presencia escénica indiscutible y un peso grandioso. Se mueve, está, se para, camina, gira y mira como una protagonista. Y eso que parece fácil no lo es. Hay que hacerlo y transmitirlo. La Bayo lo hace con la gorra. Vocalmente quizá suene pelín opaca en algunos momentos, con ciertas estridencias por ahí sueltas y en algunos momentos se la note algo por detrás de la orquesta, como que la vida va un cuarto de paso por delante de ella. Auxiliadora Toledano no me suele gustar mucho pero en esta ocasión confieso que me gustó más que otras veces. Actoralmente está bien y aunque la afinación no sea su fuerte, saca adelante el papel con solvencia. Quien sí brilla con una voz preciosa, muy bien movida y con un desparpajo escénico desbordante es Lidia Vinyes-Curtis, un asombroso descubrimiento para mí tanto como cantante como en su arte como actriz. Erika Escribá y Mireia Pintó están correctas en sus breves papeles. No así Ruth González, desafinada, escénicamente perdida y enloquecida y con una voz y una técnica que desentonaban bastante con el nivel medio de este espectáculo.
En definitiva, un ejercicio arriesgado, nada acomodaticio pero valiente por llevar a un escenario esta obra. Adaptar esta partitura a los tiempos que corren, introducir el texto en off que salva bastante bien el problema de los monólogos hablados y hacer un espectáculo compacto es todo un logro. Es moderno, arriesgado y sólido. El que esperara otra cosa quizá más clásica se habrá quedado sorprendido pero cualquier alma inquieta habrá disfrutado de un espectáculo brillante escénicamente, muy bello y con una María Bayo de la que podemos disfrutar los que la admiramos.
Personalmente estoy ansioso porque llegue enero y podamos disfrutar y dejarnos sorprender por "La Villana", el siguiente regalo de la Zarzuela.
Aparte
de gustos o de preferencias, yo lo que más valoro en un espectáculo es
que sea sincero, que no "vaya" de nada y que sea un trabajo respetuoso
con la profesión, con lo que significa y para lo que sirve. Hay muchas
compañías que llevan este principio a rajatabla y "Vía Muerta" es un
clarísimo ejemplo. Y encima me gusta lo que hacen. Bueno, no. Me gusta
MUCHO. Así que volver a disfrutarlos es un gustazo y un honor.
En
"Sushi, mentiras y cintas del pelo" vuelven a juntarse Mónica García-Ferreras, Jorge
San José y Diego Lescano. Lógico. Después del exitazo de "Quizás amar" y de "Gira el mundo, gira" es normal que
aquella química brutal que había entre los actores tuviera
continuidad. Es mágico y estremecedor lo bien que se complementan las
energías de los tres. Su química es pólvora esperando el momento de
explosionar.
Pero
volvamos a la "sinceridad" del trabajo. Hay veces en las que te
encuentras con pasta, mucha pasta sobre un escenario vacío de chicha, o
con fuegos artificiales tapatodo, o con soñadores de premio novel, o con
volteretas y guiños snobs para todólogos y aspirantes a cultos de nuevo
cuño, o pajas mentales y no mentales destinadas a la autocomplacencia.
Incluso hay veces en las que te encuentras todo eso junto. Eso de por sí
no es malo pero si es para cubrir la falta de ingenio, entonces sí. Y
ahí ya se caga la perra y se caga servidor. Sin embargo hay otras veces
en las que te reencuentras con el teatro como oficio, como
investigación, como labor artesanal, vivida, cardíaca y artesana. El
teatro como oficio y como creador de sentimientos e historias sencillas,
concretas, sinceras, básicas e incluso con un toque naif absolutamente
"enamorante". Eso es lo que vas a encontrarte cuando vayas a ver "Sushi, mentiras y cintas del pelo". Un historia sencilla, de enredos amorosos, un vodevil descacharrante y sin mayores pretensiones. Sin florituras, con una puesta en escena sencilla, dejando espacio a los actores, apoyándose en el poder de la comedia y en
la fuerza de Mónica, de Diego y de Jorge.
Quizá a alguien le suene esto que acaba de leer. Sí, es exactamente lo que escribí para el anterior estreno de La Compañía Vía Muerta, "Gira el mundo, gira". Y no es por vaguería, es que los principios con los que trabajan estos currantes de la escena son, han sido y parece que serán los mismos; respeto por su profesión y autenticidad en el proceso y en el resultado.
En esta ocasión asumen el riesgo de meterse en el espinoso terreno de la comedia. Y salen más que airosos. Quizá el texto peque a ratos de ciertas flaquezas, momentos que se cae un pelo la coherencia y la atención, pero enseguida vuelve a florecer el principal aliciente de esta compañía, su respeto y la sinceridad. En este vodevil , como en casi todas las comedias, hay momentos más brillantes y otros que lo son menos. En hora y pico da tiempo de todo y cuando parece que la fórmula empieza a agotarse, aparece Jorge y el sol brilla de nuevo. Mónica es una burra que puede con todo lo que le eches encima. Tiene recursos y una vis cómica que yo desconocía pero que le brota de natural. Diego está que te meas con él. Desde que aparece. Escucha y recibe con arte y sirve generosamente el foco a quien lo requiere en todo momento. Y Jorge domina le escenario como si hubiera nacido en uno. Si es que todo lo que hace lo hace bien, no se puede decir nada más.
A ver, el montaje es modesto, no hay grandes escenografías y tienen que moverse en un espacio reducido, pero con todo y con eso, no son elementos que uno eche en falta porque están compensados por la honestidad que inunda su trabajo y con su enorme capacidad como intérpretes.
Uno lleva tiempo siendo muy, pero que muy fan de Vía Muerta y a este paso seguiré siéndolo mucho tiempo, porque Jorge, Diego, la gran Mónica y Luis (autor y director) trabajan como me gusta, desde donde me gusta y transmitiendo lo que me gusta. Y ellos me gustan.
"Sushi, mentiras y cintas del pelo" es lo que es, no pretende ser más ni es menos de lo que pretende. Si vas disfrutarás y encima verás a tres seres trabajadores y muy, muy, muy íntegros.
"Blanca Desvelada" es un puro ejercicio. Y la prueba de que Alejandra Jiménez-Cascón es una gran actriz, de las de raza, de las que tiene cien registros.
Montse Bonet dirige y Alejandra escribe e interpreta esta historia o estas historias paralelas, perpendiculares, entrecruzadas o necesitadas.
La escenografía se reduce a una estructura metálica donde Alejandra encarnará a todos los personajes de la historia. Blanca, actriz que en la actualidad hace monólogos cómicos en bares y que mantiene una relación raruna con su chico y lleva 10 años sin hablarse casi con su madre, empezará a soñar con una mujer, Carmen, presa política que acaba de parir en su celda. Lo que empieza pareciendo una obsesión extraña acabará siendo la búsqueda de la identidad de esa Carmen que parece ser parte imprescindible de la vida de Blanca. Y necesaria. Quizá la pieza que consiga que Blanca se reconcilie con su madre y con ella misma.
Alejandra estuvo en el primer corte de los premios Max de este año, fue candidata a mejor autoría revelación. Sinceramente creo que el texto aún siendo interesante, cae en la misma trampa que sufre el montaje en sí. La historia que cuenta está bien. Pero si piensas en el texto como tal, en lo que cuenta, se queda algo pobre, profundizando un par de personajes (Blanca y bastante menos su madre) y sin profundizar en los demás, ni siquiera en Carmen. Hay muchos personajes, que sirven a Alejandra para demostrar su valía, pero las escenas, los momentos, los personajes están apenas esbozados y contados sin mucha profundidad. Parece que sólo importa Blanca.
Alejandra es un portento. Ella sola da vida a todos los personajes. En ese sentido el trabajo de Montse Bonet, la directora y de Alejandra ha debido de ser bestial, componiendo los personajes por separado y coreografiando los cambios de uno a otro de forma milimétrica. Alejandra pasa de ser Blanca a ser mamá Luisa en décimas de segundo y de ahí se convierte en la madre o en la compañera de celda o en la masajista así como si nada. Sí, eso está muy bien. Aunque a veces, el intento de recrear acentos y de diferenciar personajes acabe por caricaturizar alguno, como la masajista o mamá Luisa. Brochazos algo gruesos. Y aunque la mayoría de los personajes están bien creados, a veces se crea cierta confusión, como en las escenas con el novio, al no haber un trabajo vocal más definitivo que diferencia y defina más a cada uno. A pesar de eso insisto en que Alejandra es una gran actriz con muchos recursos porque el trabajo de creación de todos los personajes es bestial.
En ese sentido creo que el espectáculo, y hablo siempre desde mí, creo que cae en la trampa de su propia definición. Al ser un ejercicio de estilo y pretender y servir para que la actriz demuestre sus grandes dotes, acaba lastrando el espectáculo como tal. Magníficamente coreografiado, fabulosamente interpretado pero contando una historia con pocas capas a través de personajes a veces poco definidos. Pero es imposible que Alejandra haga más de lo que hace. Brava, gran actriz.