martes, 20 de diciembre de 2016

La cocina. Valle Inclán.

Nada, chica, no voy a meterme en esos temas escabrosos de los que tanto se ha hablado: que si el espectáculo ha costado 400.000 euros y con ese dinero se podrían haber montado cuatro o cinco espectáculos, que si varios actores se han BAJADO el caché para cobrar todos los mismo, que si Peris-Mencheta ha dirigido el espectáculo por Whatssapp... Vamos, que ni entro ni salgo ni son cosas que diga yo, que la parecer se ha publicado en alguna entrevista. Pero yo a lo mío.





"La cocina" versión 2016 es un pedazo de espectáculo. Es descomunal, gigantesco, operístico y muy desbordante.
El texto es cierto que podría encajar perfectamente en el siglo XXI, en pleno 2016 o cerca. Grecia, Alemania, deuda, duda, crisis, hambre, necesidades, falta de confianza, sueños rotos, la búsqueda de un eje en el que anclar una vida son temas de hoy en día, o de plena crisis. En ese sentido es una buena elección. Aunque situarlo en su momento histórico es tan certero como tentador y en este caso sirve para que estética y éticamente veamos cómo estaban las cosas en esos años. Dejar la acción situada en su momento, n 1953 es una decisión acertadísima.
Eso sí, lo mismo te digo una cosa como te digo la otra, también creo que se podrían haber cepillado al 70 % de los personajes y lo que es la trama gorda, el meollo central seguiría siendo el mismo. Quiero decir, la mayoría de las camareras son personajes que no aportan nada, podrían desaparecer y la acción sería la misma. Igual que varios cocineros. Eso sí, aportan algo esencial; su presencia. Dentro del mogollón todos son necesarios para crear caos y estrés. También para demostrar que esa cocina es un microcosmos, un minimundo con distintas nacionalidades y personalidades (todos europeos y blancos, pero bueno) en el que todos son partes necesarias para que paradójicamente, el mundo gire, las comandas se sirvan y el restaurante/planeta funcione. En cualquier caso, como sucede siempre, es el director el que toma las decisiones y de las mil formas de afrontar un trabajo, escoge la que quiere. Sergio Peris-Mencheta ha elegido no podar esos personajes que aportan poco, aparte de su presencia. Y como es el que manda, hace lo que quiere. Y todos callados. Yo el primero, por mucho que me parezca que hay muchos personajes a los que no les pasa realmente nada.
Peris-Mencheta mueve divinamente a todo el mogollón de actores. Entran, salen, manipulan, corren, gritan, pelan, cortan y sirven como un mecanismo de relojería absolutamente apabullante. Todo funciona al milímetro. Todos han estados asesorados por lo mejor de lo mejor y encima han contado con la ayuda del grandioso Chevi Muraday para las cuestiones de movimiento escénico. La gran maquinaria funciona perfectamente. Hay un trabajo incluso con los acentos que en la mayoría de los casos es tremendo, buenísimo, y muy enriquecedor. En otros no y hay que descubrir la procedencia casi por el nombre. Pero bueno. A lo que voy, el trabajo de acentos en general es bueno. Sin embargo, la propia maquinaria complicada, la apisonadora escénica y los acentos son la principal trampa en la que cae el espectáculo. Me explico: tras un primer acto desbordante, milimétrico, frenético y preciso se pasa a un segundo acto en el que se desarrolla lo más interesante para mi gusto. El encuentro más íntimo y la confrontación de sueños. Ahí es donde surge la paradoja más interesante del espectáculo. Curiosamente el sueño del chipriota es modesto, quedarse con su pequeña parcela y no molestar, el italiano sueña con alguien parecido a él, con alguien cercano y personal, el alemán con dinero, el francés judío con encontrar un amigo del que fiarse... paradojas del destino. Sin embargo, esa escena, que debería ser la más potente del espectáculo se viene un poco abajo precisamente, creo yo, por el hecho de que hablen con un acento tan marcado. Hablan despacio, con muchas dudas y pronunciando las frases con una música distinta, la propia del juego de acentos. A ver, que los acentos están cojonudos, pero el monólogo que mejor funciona es el de Javivi, el único sin acento ( yo no le escuché acento por ningún lado, pese a ser francés). Es el que mejor funciona porque es el más fluido, el que habla más normal. Entiendo que podría ser un desatino NO poner acento a los personajes. Efectivamente esa cocina es la torre de Babel, es un mogollón de nacionalidades unidas por las circunstancias y sería raro de cojones que hablaran todos con acento de Valladolid. Pero en esa escena, la propia maquinaria sale ganado y el grandioso trabajo de acentos se come la escena y acaba resultando larga y sin ritmo. Hasta que regresa la apisonadora, el ritmo desbordante y frenético y todo vuelve a encajar y a fluir. Funciona mejor el mogollón que lo íntimo. 




Los actores (y hablo de los "actores") están estupendos. Aparte de demostrar un curro acojonante en la manipulación de objetos y en recrear cada uno su actividad particular, llevan al milímetro cada uno sus acciones para que el engranaje total funcione de maravilla. Un portento. Luego, claro, lo que es la construcción de personajes y el trabajo más en profundidad es dispar. Hay actores y actrices que como no tiene ni una escena medianamente "de peso" no se puede decir que hagan gran cosa a nivel interpretativo. Coreográficamente sí, geniales todos pero no se puede decir que muchas camareras y algún cocinero que únicamente tienen frases y momentos aislados, hagan un gran trabajo actoral. No digo que no lo hagan, sino que es difícil calibrarlo porque tienen pocas o ninguna arma para demostrarlo. De los que al menos yo puedo valorar tengo que destacar a Javivi, grande en su monólogo, a Mario Tardón, impecable tanto en su acento como en su forma de estar y de moverse. Victor Duplá está impecable y sólido en el griego que se dibuja con gran presencia y peso. Xabier Murúa es una mala bestia que se deja la piel y lo que haga falta. 




Y Paloma Porcel tiene un imán, aparte de un carisma extraordinario. Tus ojos se van a ella, a su bondad, a su genio, a su sabiduría, a eso forma de mirar a los demás y de seguir con las consecuencias de lo que sucede. Actrizón de gran estirpe y escuela a la que le deseo un futuro grandioso en el teatro, porque lo merece. Si no, os propongo un ejercicio: podéis preguntar a los amigos que hayan visto la función a ver de quién se acuerdan. Te aseguro que el 99% te van a decir que Bertha, la encargada de las verduras. ¿Que no? Prueba.






Resumiendo, espectáculo gigantesco, descomunal, con una maquinaria técnicamente perfecta, con un texto al que no le vendría mal una poda, con personajes apenas esbozados y con un puñado de actores geniales. Dirección ágil de toda la parafernalia aunque a veces la maquinaria ingente se coma un poco el resultado. Por cierto... lo de que se "huelan" los platos que cocinan... pensaba que era real, no una figura. Te juro por Simone Ortega que yo no olí nada. Y llevo tres años sin fumar y tengo un olfato de perro policía.               

sábado, 17 de diciembre de 2016

La voz humana. Pavón Teatro Kamikaze.

Si el límite máximo del voyerismo es entrar en el alma del espiado, lo que vas a vivir en el ambigú del Pavón es voyerismo extremo, es adentrarte en la sima emocional de una mujer maltratada, humillada, usada, abandonada y dolorida como un cachorro tirado en una cuneta. Es el acto de espionaje emocional más íntimo y profundo que puede alcanzar un ser humano. Y todo a media voz, sin levantar el tono. Al menos frente al otro, al menos junto al otro, al menos para el otro. 







El textazo de Jean Cocteau lo hemos visto cientos y cientos de veces. Se lo hemos visto a las mejores actrices, desde Anna Magnani a Amparo Rivelles. Incluso Poulenc compuso una ópera porque es tan demoledor el texto, tienen tantísimo peso las palabras que es imposible no caer en la tentación de ponerlas en pie. Hasta yo, en mis locuras particulares, tengo dos ideas fascinantes para llevar a escena esta "Voz humana". La versión de Israel Elejalde es brillante. Acerca al siglo XXI este drama. Lógico, quizá en estos tiempos de móviles y Black Mirror quede raro lo del teléfono. Elejalde corta, pega, mueve, se carga todo lo de la operadora y las interferencias y va al meollo del asunto. 
Pau Fullana ilumina de forma prodigiosa un espacio creado por Eduardo Moreno. Luces salidas del corazón de la mujer, ella, la sin nombre. Cada foco es un rincón de su corazón, de su tripa, de su abandono o de su coño. Eduardo Moreno cambia la consabida cama por una especia de tumba/escenario brillante y negra. Otro prodigio. Y para rematar Arnau Vilà ha compuesto una música tan terrorífica como los mazazos que suponen esas notas sencillas. Cada tecla del piano es un escalofrío directo a tus intestinos. Ana López viste a la Wagener de mujer acabada, cubierta con una gabardina ajena y tan desvalida como el gatito de "Desayuno con diamantes". 

Lo que vamos a ver es producto de la conjunción entre un director y una actriz. O entre un hombre y una mujer. Ella da la cara y pone sus tripas, pero él ha tenido la visión de cómo debía ser contada la historia de esta mujer, ella, la sin nombre. El mérito es de ambos aunque la que se juega el tipo y la estabilidad emocional sea ella, la Wagener, digo Dios. 




"¿Para qué sirve el amor?" Frase que aparece escrita en la ventana. De momento. 
Cocteau escribió esta pieza breve cuando le abandono un amante y se asomó al abismo del suicidio y la locura. Ahí está. Ella, la mujer, la sin nombre ha intentado suicidarse, no soporta el abandono de su amante infiel. Se despierta de pronto y recibe una llamada, una última llamada. Según acotaciones del propio autor: "el autor propone a la actriz que abandone la ironía, la amargura y la expresión directa del subtexto de mujer destrozada. La imagen que el autor desearía es la de un animal herido que se desangra y que realmente inunda al final de sangre verdadera todo el espacio escénico". Y eso es exactamente lo que vemos. A la Wagener abandonada, sin florituras, sin hablarle al teléfono sino a su amante, a su dueño, a su amor, a su amo. 
Carmen Maura hizo una mujer que navegaba por los estados de ánimo en medio de una alta comedia trufada de personajes; la amante, el perro convertido en conejitos que vivían en la terraza, incluso al ex-amante, un actor de doblaje, una voz, una "voz humana". Mientras ella, la sin nombre, estaba al borde de un ataque de nervios.  Almodóvar se llevó el texto de Cocteau a su terreno por segunda vez; ya lo había hecho antes en "La ley del deseo", donde la Maura, hacha el mano, esperaba la llamada de su hombre. 
Aquí no, aquí se siguen al pie de la letra las indicaciones del poeta Cocteau y se despoja todo de artificios y de símbolos. Sólo queda lo imprescindible; un teléfono, un camisón, un recuerdo, una mujer deshecha y entregada, una ventana y una tumba. 
La Wagener, digo Dios,  es exactamente eso, un animal herido, moribundo, derrotado, sin fuerzas ni para levantar la voz. Cojones, si la levanta igual él se enfada y cuelga. Mejor no gritar, mejor susurrar, mejor usar tu voz desgastada de mujer acabada para convencer a tu amo, a tu maltratador de que lo que te está haciendo te lo mereces, que es bueno y que es lo suyo. 
Porque él, el hombre, es un maltratador, un déspota que trata como basura a esta mujer, la humilla, la devasta, la asola, la vacía y la tira. Y ella asume que así es como tiene que ser. Algo que en algún momento de la vida todos hemos sentido. Que "eso" que nos hacen o que no nos hacen, no importa con tal de que el otro no se vaya, con tal de que no nos deje del todo. Mejor que se quede cerca, aunque sea haciéndome daño o hasta pegándome con tal de que no se vaya. Además todo es culpa mía, me lo merezco, lo hace por mi bien, es lógico que me deje, la culpa la he tenido yo, yo lo he hecho todo mal...
Ese vacío vital lo tiene la Wagener, digo Dios, desde que abre el ojo hasta ese final espeluznante. Su dureza corporal, el abandono de su espalda, el dolor más íntimo que hasta te seca las lágrimas, las confesiones humillantes... todo en la Wagener, digo Dios, es REAL. Coño, si yo me veo en esas y al otro lado del teléfono tengo a la Magnani gritando y sufriendo como ella hacía (divinamente, por cierto) yo cuelgo el teléfono al instante. Pero lo que hace la Wagener, digo Dios, es mantener el delicado equilibrio necesario para que yo, déspota maltratador no me vaya. Supervivencia pura. Al menos durante el tiempo que dure esa última llamada. La Wagener está en ese punto exacto en el que hasta el tono de voz es el de un animal moribundo, temeroso de que su amo se pire para siempre. Vivir su ausencia va a ser lo suficientemente imposible como para encima tener que vivir su abandono. Eso sería insuperable. 




Insuperable la humillación de una mujer maltratada, humillada, hundida, aniquilada, anulada y temerosa. Una mujer, ella, la sin nombre, incapaz de mirarse al espejo porque de pronto se ve vieja, acabada y vacía. Jamás el abandono y la muerte en vida se habían visto de forma tan viva en una actriz. Jamás. 

Bravo a todos los creadores que han participado en esta obra maestra, bravísimo a Israel Elejalde por ponerse en el sitio perfecto para contar esta historia y por hacerlo de esa manera y.. todos en pie para demostrar adoración eterna e infinita por la Wagener, por jugarse el tipo y la estabilidad al situarse emocionalmente en ese punto exacto. Para llegar hasta ahí hay que haber pasado por otros muchos estados de ánimo y de aceptación y negación. Este paso es el siguiente, al que uno llega cuando ya no hay más, cuando se agotan las salidas y la única forma de supervivencia que te queda es tratar de entregar lo poco que queda de ti con tal de que no se vaya, aunque ya no te ame, aunque ya no te desee ni te quiera, aunque ya sólo te humille y te mee encima, porque hasta ese meado te sabe tan rico como el primer beso que te dio. Lo que sea, con tal de que sea para ti. Aunque en esa humillación final te termines de vaciar, y tras purificarte en el agua de esa gotera espiritual que brota de pronto del abandono final, de ese hogar en ruinas que se hunde por completo; tras purificarte, digo, sólo quede un camino. 
Damas y caballeros, háganse un favor, déjense llevar por la puta realidad, por la puta vida y por la puta poesía de Cocteau, Elejalde, y vayan a gozar sufriendo con uno de los mejores y más sutiles trabajos que uno pueda ver en su vida; el trabajo de Ana Wagener. Porque insisto, la Wagener es Dios.  

Las impresionantes fotos son todas de Vanessa Rabade. Son impresionantes y no puedo resistirme a ponerlas, supongo que no habrá inconveniente. 




Postdata: me siento incapaz de releer y repasar lo que he escrito, si os encontráis alguna errata, os ruego que me perdonéis.            

domingo, 11 de diciembre de 2016

Navidad en casa de los Cupiello.

Antonio C. Guijosa, el director de "Mármol" fue ayudante de dirección de Ernesto Caballero, actual director del CDN. Aitana Galán también fue ayudante de dirección de Caballero y ahora dirige este Eduardo de Filippo en la pequeña del María Guerrero. 
Hasta la fecha no he visto ningún montaje de Aitana Galán que me haya convencido del todo. "Málaga" tenía el seguro de contar con Roberto Enríquez y con Ana Wagener y por eso alcanzaba grandes cotas artísticas. El poderío estaba en ellos dos, salvando la dirección un tanto impersonal de Aitana Galán. 



En esta ocasión, Aitana vuelve a colocarse en un sitio desconocido para contarnos este gran texto del maestro Eduardo. Un sitio desconocido desde donde simplemente nos muestra la anécdota. La primera parte es lenta, sin ritmo, con unos actores que se esperan los unos a los otros, donde lo artificial y lo recreado se apoderan al instante del escenario. Artificio falso, energía dislocada, punto de vista ausente y un ritmo cadencioso que preceden a un segunda parte enloquecida, desbocada, esperpéntica (en el mal sentido de la palabra) y embarullada. Afortunadamente aquí ya entra en juego Daniel Moreno y consigue elevar junto con Sansegundo, el resultado. 
Aitana Galán y Jesús Gómez Gutiérrez firman esta versión de la obra de Eduardo de Filippo y le añaden unos toquecillos actuales (desahucios, protestas callejeras, euros y... poco más) para acercar un texto que ya de por sí es lo bastante reconocible como para que no necesite de ningún ingrediente más. El texto de todas formas es brillante, divertido, ingenioso, ácido y Felliniano. Lástima como digo, que en la primera parte se vea tanto el artificio y en la segunda parte hayan optado por el barullo y el desmadre. Ni la escenografía ni las luces son nada del otro mundo, simplemente funcionales. 
Quiero destacar el gran trabajo de ese pedazo de actor que es Fernando Sansegundo, haciendo una creación italiana, española, racial, divertida, muy auténtica y plagada de matices y de sabiduría. Fabuloso. Como Daniel Moreno, uno de los personajes más pequeños pero más llenos de detalles de gran actor. Su forma de escuchar, sus reacciones, su presencia y su peso escénico son realmente admirables. Especialmente en medio de este batiburrillo en el que parece que cada uno se busca la vida como puede. El resto navega un poco entre la dicción espesa o demasiado castiza, la desgana y al ausencia de puntos en los que asentar un trabajo medianamente sólido. 
Una lástima que este texto hilarante y ácido del maestro Eduardo de Filippo se vea envuelto en un resultado enmarañado, poco certero y con el único aliciente de ver a un puñado de actores de distintas procedencias intentando que esa estampa le de al espectáculo el toque "pintoresco" suficiente como para obviar la maraña que nos presentan.        


jueves, 8 de diciembre de 2016

Violetta, Simone et moi – Variations sur le thème de Traviata. Teatro de la Abadía

Aída Gómez dirige esta edición del festival Madrid en Danza. Y ella o alguien de su confianza ha sido el responsable de traer a Madrid este espectáculo. 
Lleno hasta la bandera. 



Comienza el espectáculo con la proyección sobre un escenario lleno de humo, de imágenes de una peli del año 60, "La verdad" (La verité). En ellas se ve a unas monjas paseando por un convento y despertando a las chiquillas que hay en las celdas (curiosa palabra para definir un dormitorio). ¿Monjas y la Traviata? A ver si me he equivocado.
Más tarde ya veremos a Brigitte Bardot, la prota de la peli, en otras imágenes. La peli es de juicios. ¿Brigitte, juicios y la Traviata?
A ver si me he equivocado.
Hay una especie de sotana colgada. De dentro salen una mujer vestida de forma masculina y un hombre con una camisa blanca y un pantalón negro. Ella comienza a moverse por le escenario. Él también. Poca danza. Comienza a sonar la Traviata. Precisamente la versión histórica de Callas, Di Stefano, Bastianini y Carlo María Giulini. Ahí es nada. La mejor Traviata de la historia. Suena la obertura. Y empieza sonar la voz de Callas. Yo muero del gusto. Pero de pronto esa voz desaparece y continúa cantando  Thomas Lichtenecker, un contratenor. Pero no contentos con eso, se zampa los agudos. Supongo que el hombre no llega. Con lo cual ni canta Traviata ni na. Canta media Traviata. Por supuesto sin orquesta, no es ni un karaoke. Suena como un organillo de esos electrónicos mientras este hombre se zampa la mitad de las notas. 
A ver si me he equivocado.
La mujer,  Catherine Habasque sigue moviéndose por el escenario. Se siguen alternando imágenes de la peli de BB con textos de las cartas de amor que Simone de Beauvoir escribió a su amante estadounidense Nelson Algren. Quizá haya una conexión entre estas tres cosas. Yo la desconozco y no la descubro aquí tampoco. 
A ver si me he equivocado.
El hombre tira de camisa y resulta que es un camisón completo. ¿Será él Violeta? ¿Y ella será Alfredo y Germont y todos los hombres y por eso él canta partes de Violeta? A todo esto poquito baile. Y además hay tanto humo que no se leen los sobretítulos. 
Entre la musiquita infernal que alterna con la música sublime de Verdi, escuchar a Di Stefano alternándose con Lichtenecker cantando la mitad de las notas, los sobretítulos que no hay forma de descifrar y la imagen de BB guapísima subida a un estrado, tengo un lío que pa qué. Me desazono. Me pregunto a mí mismo pa mis adentros: ¿por qué?
Sigue le destrozo de la partitura de Verdi y a la voz de Callas. Habasque sigue dando vueltas por el escenario. Él se pone la sotana que había colgada y ella se disfraza de monaguillo. Ella se mete entre sus piernas y saca los brazos de cuando en cuando. La visión de esto al menos es bizarra que te cagas, una sensación novedosa en el rato que llevamos sentados. Ella finalmente digamos que... sale por la parte trasera de la sotana. Vale, ahora creo que lo he entendido. Era eso. Ya sólo nos queda que destrocen el "Addio del passato" y que él (en camisón) mate a la mujer (vestida de hombre) a sombrerazos en un juego de metáforas que no alcanzo a comprender. Fin. Plas plas.



Dice mi maestro con toda la razón del mundo que casi siempre, opinar de algo y decir que es malo es un acto de arrogancia y que seguramente en algún momento del proceso creativo, ese espectáculo que nos ha parecido horrible ha sido NECESARIO para alguien y por eso se ha hecho. Esa es una verdad total. En algún momento, alguien ha sentido que contar esto de esa forma era necesario y por eso se ha hecho. De ahí debería nacer nuestro reconocimiento. Así que intentando sinceramente hacer un ejercicio de humildad y tratando de apartar de mí cualquier tipo de soberbia, me quito el sombrero ante los responsables de este espectáculo. Cualquiera que se suba a un escenario merece respeto y admiración por exponerse y por compartir lo que ellos quieran con nosotros. 
También dice mi maestro que cuando algo no te gusta, lo mejor es buscar algo que sí te mole y mirar eso. Buscar con tu mirada la salvación. Porque seguramente el problema esté en tu mirada, no en lo que ves. 
Así que coñas aparte, admito y confieso que el fallo fue totalmente mío, ni supe escarbar para encontrar algo a lo que dirigir mi mirada, ni encontré de qué forma eso que estaba viendo habría podido ser "necesario" para alguien en algún momento. Simplemente me dejé llevar por varias cosas, aparte de por mi arrogancia de espectador "chulito" y poseedor de la verdad: me parecía un crimen lo que estaban haciendo con Verdi, con Callas, con DiStefano y con la música en general, no encontraba sentido a que esa mujer no bailara en un espectáculo de danza, no sabía por qué ella iba vestida de hombre y él de mujer, no entendí por qué él cantaba (a medias) partes femeninas, no entendía por qué veíamos imágenes de BB, no entendía por qué escuchábamos (y no podíamos leer) textos de Simone de Beauvoir ni entendía el significado de los objetos y los símbolos que veíamos, ni entendía por qué habían sustituido la música de Giulini por esa musiquita de tómbola. En definitiva no entendía el por qué. Obviamente y lo digo de corazón, la culpa fue mía por no dejar que el espectáculo hablara por sí sólo y por no dejarle ocupar su propio espacio. Directamente lo catapulté al rincón de espectáculos olvidables y me fui a cenar convencido de que acababa de ver un espanto. 
Un pena, porque en los aplausos (tibios), una chiquilla se puso en pie y aplaudió como con muchas ganas. Mira, yo seré muy listo, muy chulo, muy sabio y muy majo, pero esta chica desfrutó y yo salí podrido. ¿Quién salió ganando? ¿Quién aprovechó mejor la tarde? Pues toma, por listo.      

lunes, 5 de diciembre de 2016

Las princesas del Pacífico. Galileo.

Si una palabra sobrevuela por encima de este drama podía ser "DIGNIDAD". La dignidad de quien no puede huir de su propio destino cruel.




Hace tiempo se juntaron en una tarde gloriosa José Troncoso, Sara Romero y Alicia Rodríguez y crearon dos personajes: Lidia y Agustina. Bendita la hora. Porque tanto la una como la otra merecen formar parte de la iconografía más bizarra de este país, a la altura de Tristana o de cualquier personaje de Buñuel. 
Agustina, viuda amargada, pueblerina de las cerradas y con tantos defectos y carencias como una española de esas que piensas que ya no existen. Perdió pronto a su marido y vive intentando defenderse de lo que no comprende y de lo que no alcanza a base de esconder la cabeza, poner a la niña de parapeto o directamente despreciar. En el fondo, ¿quién quiere ir a cenar con el capitán? la vida ha pasado por encima de ella y aunque sea de las vecinas esas que no paran de subirse la pechuga, armarse de valor para tirar palante y cavar una tumba propia llenita de pena, de amargura, de pobreza de espíritu, de envidia de vecina chunga y de tía/madre pelícano. Tan temerosa del mundo que prefiere insultarlo a tratar de subirse a su carro. El de la vida, el normal. Pero no, las malas son "la calva y la enterá" . La culpa siempre es de las demás, si no no podría vivir. 
Lidia, niña nacida del amor entre un currito de un taller mecánico y una del pueblo, tras siete meses de casados y dos de noviazgo. Una niña fruto del amor más puro, con tantas carencias afectivas como su tita, que sueña con papá, un papá idealizado. La niña no puede luchar, ha aceptado porque así se lo han vendido un futuro casposo y está plenamente convencida de que ni puede aspirar a más ni lo merece. 




Lo peor no es que sean así, porque en definitiva cada uno se defiende de la vida con sus armas y como buenamente puede. Lo peor es que José Troncoso no deja lugar a la salvación. Las saca de su casa a punto del desahucio, las monta en un barco en el que no pintan nada, pero al que se permiten poner a parir y las suelta allí unos días para que a las primeras de cambio la niña caiga en el pozo negro que llevaba escrito en la frente. Porque en definitiva, si naciste desgraciao, sólo te lloverán desgracias. Pero seguramente la vida sea así y las Cenicientas existan sólo en los cuentos. Igual que los niños esos a los que llevan a la civilización durante diez días para luego devolverlos a su inframundo. Tita y sobrina volverán a su agujero apolillado bastante peor de como salieron.
La comedia, que empieza siendo descacharrante con la pareja descojonándose del mal ajeno se volverá enseguida drama amargo y cruel. Y todo el esperpento de estos dos seres desvalidos se convertirá en el drama de dos pobres mujeres sobrepasadas por sus vidas e incapaces de salir de la desgracia en la que llevan macerando toda su triste vida. 
Troncoso nos la mete doblada. Nos hace revolcarnos de risa con lo que parece una visión deformada de una realidad pasada y superada y nos da un mazazo directo al corazón y al higadillo. 

Dirección brillante, divertida y con un sentido del espectáculo y de la dignidad bestiales. Magistral en su amor por estos dos seres, magistral que no caiga en la tentación de salvarlas y magistral en el uso de una puesta en escena humilde, con unos medios tan cutres como sus protagonistas pero tan dignos como ellas. Sencillamente magistral, Troncoso.


 




Alicia Rodríguez y Belén Ponce de León son realmente dos princesas. Las persigue la mala suerte, el destino de los desgraciados y por mucho que intenten huir incluso de sí mismas, acaban más hundidas que antes en la desgracia del que nace para perder. Son un cúmulo de recursos, de risas, de estremecimientos, de escalofríos y de miradas rellenas de desgracia y de esa "superioridad" del miserable, del que cree que la culpa de su vida de trinchera la tienen los demás, el del gas, la calva, el capitán, la Juani o san dios. Cualquiera menos ellas.
Si el reconocimiento al trabajo exhaustivo y aplastante se mide en premios, las dos actrices deberían llevarse todos los premios del mundo. Si su éxito se mide por el calado en el corazón del público, con el mío tienen ganado el cielo, porque me dejaron totalmente desolado y pesimista. 
Si hay un espectáculo que merece vivir y vivir durante mucho tiempo es este. Porque viendo desde dónde nace y lo que consigue, es milagroso. Debería vivir mucho para que lo vea todo el planeta, porque espectáculos así  de modestos en el planteamiento, sinceros en su filosofía y con un recorrido emocional tan bestial se ven mmmmmuy poquitos al año.
Mi admiración eterna.

domingo, 4 de diciembre de 2016

Tartufo, el impostor. Sala Jardiel Poncela.

José Gómez-Friha tras los éxitos de "La hostería de la posta", "La isla de los esclavos", "El juego del amor y del azar" y "Los desvaríos del veraneo" vuelve a tomar un texto clásico para darle su peculiar toque y una vez más vuelve a acertar. 




Tartufo, un personaje de esos que todo el mundo conoce y que incluso se utiliza para definir parece poco dado a originalidades. Bueno, pues el equipo de Venezia Teatro, con Gómez-Friha a la cabeza lo consiguen. De momento y para empezar, cambiando la historia. Pedro Víllora se inventa otro final, totalmente coherente, esperado y bastante más consecuente con lo que estamos viendo. Lo de que el malo reciba su merecido no siempre mola, jeje, sobre todo cuando como en este caso, los pobres inocentes son bobos de baba y tan malintencionados, rencorosos y bajunos como el propio protagonista. La vida a veces es así. Te encuentras de pronto con alguien que te promete una vida mejor y más pura y sin embargo te la está metiendo doblada en forma de hipoteca, fondo buitre o incluso de vida eterna. Tartufo, el hongo que crece escondido debajo de la tierra. Nadie lo ve hasta que despliega todo su poderío.  
Debo confesar, eso sí, que tardé en entrar. Al principio me chirriaba la estridencia de la propuesta, pero poco a poco me fueron camelando y con la aparición de Rubén Ochandiano caí rendido.
Con esta adaptación de Víllora brillante y actualizada, Gómez-Friha plantea un espectáculo moderno, con referencias actuales que funcionan bien y hace lo mejor que uno puede hacer en estos casos; encomendarse a un buen puñado de actores. Muy buen texto, quizá con un par de toques que desconectan (las indicaciones a la técnica de sonido y luces) y dirección con buena mano, divirtiendo, haciendo brillar el texto, con un ritmo adecuado y un poso certero.
Sara Roma viste a los actores de forma preciosa y preciosista, tonos azules y verdes para quienes conocen la auténtica personalidad de Tartufo y rojos para los inocentes despistados. Precioso.   
Bien iluminado por Marta Cofrade y con una selección musical muy certera también. 
El elenco reconozco que me parece irregular. 
Esther Isla se merienda al público. Vale que tiene el papel más agradecido, peor eso a veces es un responsabilidad más que un regalo. En este caso, Esther se mete al público en el bolsillo casi desde la primera frase. Divina. Como divina está Marian Aguilera en su Elmira. Poderío, belleza, solidez y mucha profesión. Quizá esté un poco agresiva y gritona al principio, pero enseguida se templa y empasta con sus compañeros. Y Rubén Ochandiano está inconmensurable. Maduro, sabio, inteligente, sutil, delicado, sensual y muy maléfico. Bestial. Bestial en el cartel (a veces los carteles son auténticas obras maestras, como en este caso) y bestial en todo lo que hace y en cómo lo hace y dónde lo siente y lo busca. Y su orgasmo final... histórico. Grande. 




Si tenéis ocasión, id a ver este "Tartufo" divertido e inteligente. Y si no tenéis ocasión, buscadla porque merece la pena disfrutar del teatro fresco que hacen Venezia Teatro.  

sábado, 3 de diciembre de 2016

Mármol. Valle Inclán.

Antonio C. Guijosa, ayudante de dirección de Ernesto Caballero, dirige para el CDN en la pequeña del Valle Inclán un coproducción entre este teatro público, la productora de Guijosa; Serena Producciones, El Vodevil e Iria Producciones. Guijosa ya había dirigido anteriormente "Serena Apocalipsis" y uno de los fragmentos de "Trilogía de la ceguera" para el CDN. 



En esta ocasión ha escogido el texto de Marina Carr, escritora irlandesa y presentan en el Valle Inclán un trabajo interpretado por Pepe Viyuela, José Luis Alcobendas, Susana Hernández y Elena González.
Vaya por delante que el espectáculo no me gustó nada. Como siempre, esto no deja de ser mas que una opinión personal, particular, única e intransferible. Tan digna de respeto o de olvido como cualquier otra opinión. 
Ya desde que se apagan las luces empieza a sonar una musiquita como de vodevil de matrimonios y por un momento te trasladas al Maravillas o al Marquina (teatros ambos donde he visto espectáculos muy buenos, dicho sea de paso). Me refiero a que sospechas que vas a ver una comedia ligera de esas de conflictos matrimoniales en los que una anécdota boba de pronto provoca que se diga lo que nunca se ha dicho y que ocurra lo que inexplicablemente nunca había sucedido hasta ese momento. Un texto de esos en los que los personajes se explican continuamente, dicen en voz alta por qué hacen lo que hacen y por qué reaccionan como lo hacen. Por si acaso tú no lo descifras, ellos mismos te analizan sus reacciones, te dicen lo que nunca antes habían dicho ni siquiera a sus parejas y enlazan frases de libro de autoayuda o de carpetera como si tal cosa simplemente para justificar una crisis de pareja que no te explicas cómo no se había producido antes.
Escenografía nada destacable, luces normales, dirección escénica al uso y texto que arranca de esa forma, como un vodevil matrimonial blanco y de repente todo da un giro inexplicable para intentar convertirse en una especie de drama o de propuesta filosófica o vital o algo que particularmente no despierta mi interés ni formal, ni textual ni emocionalmente. 

Quiero dejar claro que admiro a cualquiera que saca adelante un proyecto en el que cree, al que ha dedicado esfuerzos, ensayos, noches en vela, dedicación, preocupaciones, mucho empeño y seguramente su dinero, sus sueños y su tiempo. Todo eso despierta mi admiración sincera y en ese sentido me quito el sombrero ante todos los implicados y responsables de "Mármol". Pero otra cosa es que el resultado te pille o no te pille y en este caso no me pilló en ningún momento.




Pepe Viyuela está muy bien, ha demostrado muchas veces que es muy bueno y aquí lo que hace está bien. Pero ni la historia, ni la dirección ni el texto dan para más. José Luis Alcobendas personalmente me suele gustar siempre. No en esta ocasión, en la que le veo afectado, sobreactuado y como si estuviera declamando verso todo el rato. Elena González está como con poca energía, como floja, sin tensión corporal ni peso escénico. Creo que el personaje no le va mucho o no ha sabido encontrar el punto que una sus energías. Además su personaje, para mi gusto, actúa de forma inexplicable y nada creíble. Aparte de tener un punto machista tremendo que a mí me despertó más rechazo que empatía. Susana Hernández está fabulosa. Sin duda lo mejor de la noche. Pisa con energía, tiene presencia y densidad escénicas. Camina, actúa, bebe y dice desde un buen sitio y consigue ser creíble en ese personaje repelente y poco "salvable". 
También me llamó la atención un detalle de dirección. Las mujeres se sientan como si fueran quinceañeras, con un pie sobre la silla, tumbadas, recostadas o en actitud dinámica y frívola. Ellos sin embargo, se sientan con las piernas abiertas. No sé a qué responde esta actitud, la verdad o si es simple casualidad, pero me llamó la atención. 

Reitero mi admiración y respeto por el trabajo de cualquiera que se sube a un escenario y dedica su vida a ello y simplemente lamento que su esfuerzo, en este caso, no conectara conmigo, dejándome frío y exactamente como había entrado. Por supuesto el problema es mío.