lunes, 28 de septiembre de 2015

El arquitecto y el emperador de Asiria. Sala Max Aub.

Segunda colaboración entre el Teatro Español dirigido por Juan Carlos Pérez de la Fuente y Fernando Arrabal. Que Arrabal es un autor que no me emociona especialmente creo que lo sabe todo el que me sigue. Nunca ha conectado conmigo. Dios me libre de criticar tu valor y su genio, faltaría más. Simplemente no me gusta, no me identifico ni con su humor, ni con su forma de escribir. No me llega y no me gusta. Como tampoco me gusta este texto. Y es una lástima y una pena porque seguro que me pierdo un universo fascinante, pero es así. Pero bueno, aparte de que no me guste su escatología, ni su humor, ni la forma de desarrollar los juegos tanto de personalidad como de poder e incluso de humillación, aparte de eso, lo que menos me gusta de este montaje es la labor de dirección.



No todos los textos que veo son fabulosos, ni por supuesto, me gustan. Aunque es algo primordial puede que incluso no sea un lastre si al menos está montado de forma inteligente o al menos, coherente y atractiva. Quiero decir que este texto evidentemente no me parece malo, simplemente no me llega, no me enamora, no me atrapa. Esto no sería un obstáculo si la puesta en escena fuera ocurrente, viva y llevara al espectáculo a un lugar atractivo e interesante. Para mi gusto no es así en este caso. Corina Fiorillo monta un espectáculo abigarrado y estridente que, al menos en mí provocó tanto desapego como paradójicamente, aburrimiento. 
La situación es clara. Las reglas del juego son estas: YO soy el único superviviente de un accidente aéreo. A partir de ahí, juguemos, creemos un universo, una sociedad para nosotros dos. Aunque desgraciada o fatalmente repitamos esquemas, no podamos huir del destino, intentemos odiar, tratemos de poner en orden nuestras relaciones maternas, paternas, amorosas, políticas, filosóficas y religiosas. Y en medio de esa maraña, dos personajes juegan a ver quién tiene más poder, quien manipula más y mejor y quién salda deudas con más implicación. Aunque sea mentira. Y ahí tienes a Fernando Albizu y al descomunal Alberto Jiménez derrochando energía y poder. Son dos monstruos escénicos que hacen de todo y todo lo hacen bien. Pero hacen lo que les han marcado desde dirección y por eso, pese a su descaro y valentía en todos los sentidos. Por eso Alberto Jiménez está en ese registro descomunal e hiperbólico que le recorta capacidad de acercamiento y curiosamente, de cercanía y de simpatía con el espectador. Está tan arriba tan arriba que solo puede desarrollar un arco pequeño, se queda sin color y sin margen de acción. Lo mismo sucede con Albizu y por eso ambos actores acaban derrochando recursos, capacidad y potencia pero de una forma tan estridente que resulta sucia y poco enriquecida. 
Sinceramente creo que el sitio que ha elegido Corina Fiorillo y el sitio donde se coloca, coloca a estos dos inmensos actores y nos coloca a nosotros es, para mi gusto, un sitio en el que se desaprovecha tanto el trabajazo y el potencial de los dos intérpretes como el juego que tiene el texto. Son un Carablanca y un Augusto con un juego de poderes y de tipos delante y ese juego casi rozando el burlesque queda cercenado por la velocidad (que no ritmo) y por el barullo que acaba provocando casi un desapego y una frialdad paradójicas. 



Lástima que el trabajazo inmenso de los dos actores y un texto que podría haber discurrido por otros derroteros, acabe siendo un espectáculo embarullado, hiperveloz, sin cambios profundos y contado desde un sitio que anula muchas de las capacidades que circulan por el ambiente y del que yo, al menos salí completamente frío y desapegado. 
Vamos a por la siguiente, porque pase lo que pase, seguimos siendo  #LosLocosDelEspañol        

jueves, 24 de septiembre de 2015

El ojo de la aguja. La pensión de las pulgas.

El mismo equipo que hace unos meses adaptó "Las amargas lágrimas de Petra Von Kant" para La casa de la portera repite fórmula en La pensión de las pulgas con esta adaptación de "La señorita Julia", seguramente la mejor o más conocida obra de Strindberg. Desgraciadamente, en mi opinión, el resultado de "Petra" dista bastante del resultado final de esta otra versión, "El ojo de la aguja". 



En primer lugar, el hecho de trasladar la acción a nuestros días tiene varios problemas. En primer lugar, la lucha de clases que existía en 1888 no tiene nada que ver con la de hoy en día. Y sin lucha de clases, te cargas media función. La distancia entre amo y criado no tiene nada que ver, hoy en día es más cercana, más salvable y si me apuras... casi puramente comercial. Nada que ver. Por otro lado los móviles, internet y la comunicación en general han cambiado la forma de relacionarse entre los humanos. Veo difícil que gran parte de los conflictos de "La señorita Julia" se pudieran dar en pleno siglo XXI. Y luego otra tontería mía: el lago Como era distinto entonces. En esa época sí era un sitio de vacaciones millonarias. Allí iban los ricachones, familias nobles adineradas que se podían pasar meses en una villa. Ahora mismo, el lago es un destino... más normal. Que sí, que es muy fino y eso, pero... ya no es un sitio exclusivo ni las familias se tiran meses y meses en una villa. El lago Como que describe Visconti no es el lago de ahora. 

Y en lo que tiene que ver directamente con la obra... también tengo unas cuantas pegas. 
Creo que la función que vemos es un primer acercamiento al texto. Para mi gusto y mi forma de entender esta función, le falta profundidad. Profundidad de análisis. Es como si lo que viéramos fuera lo que sacas de una primera lectura. Este texto, como todos los de Strindberg, tiene lo que yo entiendo como "muchas direcciones". Cada frase, cada palabra está elegida para provocar algo. Todas y cada una. No hay nada de relleno. Cada frase es concreta, quiere provocar algo en el otro y está lanzada en varias direcciones a la vez. Una va directa al oponente, pero hay unas cuantas direcciones más que están ocultas, soterradas. Esas son las capas y capas que circulan por debajo del texto, de las palabras y son lo que convierten este texto en pólvora emocional. Los personajes de mutilan, se destrozan, se aniquilan. A ver, esto es spoiler, así que... si alguien no sabe de qué va la función (que ya de por sí sería un delito) que no lea. 
A lo que voy; en la función, Juan consigue (o provoca) que la señorita acabe pegándose un tiro. Con lo cual, si el texto sólo provoca lo que "dice", es imposible que Julia se suicide. "Algo" tiene que provocar que Julia acabe aniquilada, sin salida. Ese "algo" son las bombas, las distintas direcciones hacia donde van las frases, las intenciones ocultas. Por eso incluso en determinadas frases, tendría que haber pausas de esas eternas en las que los personajes hacen algo que es lo que realmente provoca el cambio de tercio del otro. Hay cambios bruscos en el texto que si no nacen de una provocación gestual no tienen sentido. A eso me refiero con lo de las "direcciones" o capas del texto. Y lo que vi el otro día era una sola capa, la de arriba, la primera. 
Luego hay detalles rarunos, por ejemplo que ella se meta rayas. Se mete dos o tres al principio y luego otra bastante después. Pero claro, si Julia tiene una adicción, eso cambia totalmente su forma de actuar. Si es cocainómana quizá esa sea la causa de su desquicie. Con lo cual, adiós función. Y si no provoca nada especial en ella... es gratuito. Aunque puede que sea un detalle para ilustrar su "dependencia" general a las cosas y a los seres. Es dependiente de muchas cosas. Pero en ese caso es reiterativo, ilustrativo. Creo que sus dependencias son de otro tipo, son emocionales, de personalidad, mucho más de fondo que "adictivas".
No me gusta tampoco la progresión de los personajes. Juan está desde el principio con una actitud chulesca y retadora nada propia de un criado. Igual que Julia, que desde que entra ya mira a Juan con ojos de "te lo como tó". No sé, pero un poco más de progresión sería interesante. Si no, estás contando el final ya desde el principio. Y la degradación de Julia tiene que pasar por muchos estados. Del desprecio, al amor, al deseo, a la ruina, al vacío. Y es ascenso de Juan lo mismo. Pero aquí ella ya empieza vendida y entregada y él mandando. 
Y luego algo que a mí personalmente me abruma; la palabra. El valor de la palabra, la importancia de la palabra. La naturalidad no tiene por qué ser sinónimo de "tirar" el texto. Quiero decir, el texto lo puedes tirar (allá tú si prescindes de la importancia de la elección del autor) si quieres restarle importancia a algo, pero SIEMPRE tiene que ser audible e inteligible. Hay que saber qué se dice en cada momento, por qué el autor eligió esas palabras y no otras y darles la importancia y el peso que requieren. Y que se entiendan. Quizá por la "relajación" de las muchas funcione,s se haya perdido esa dicción. Pero no puede ser que la famosa frase: "criado, lacayo, en pie cuando yo hablo" se diga así como si nada. O como otros momentos en que los problemas de dicción dificultan que entiendas qué han dicho. Eso sí, los actores entregadísimos y muy, muy buenos. Los tres. Sergio Pozo, Esther Acebo e Irene Escalada. Además hacen un trabajazo dificilísimo. SPOILER (Aunque durante el polvo, yo no miraría hacia arriba, sino que intentaría esconder la cara de puritita vergüenza)  



En definitiva, una lástima esta versión de "La señorita Julia". Todo el arte desarrollado en su anterior propuesta se diluye en esta y al menos para mi gusto, nos encontramos con una visión simplista y superficial de este clásico. Lo que vemos es lo que se ve en una primera lectura. y no digo que no hayan indagado y trabajado muchísimo, que fijo que sí, sino que parece como si se hubieran quedado en la primera capa. Lo lees, descubres esto, lo armas y como tiene sentido y fuerza, lo dejas ahí. Y unas vueltas más y haber escarbado en los entresijos de Stridnberg y de su mente enferma y enfermiza le habría dado mucha más riqueza y más vueltas a este montaje. 
Bueno, y que la acción se desarrolle en la noche de San Juan, con sus hogueras purificadoras también tiene su por qué. Prescindir de ese detalle... no sé. De lo que no estoy seguro es de si se menciona en la función la cicatriz en la cara de ella. Así que ahí no me meto. Aunque hasta la cicatriz tiene miga.

    

lunes, 21 de septiembre de 2015

Humpday. La pensión de las pulgas.

No me digas que a veces no estás hasta el coño de ver cosas rarunas porque sí. De presenciar berenjenales de esos en los que se mete la peña y de los que ni ellos mismos saben salir. Como si lo raro fuera de por sí bueno y lo hermético, de calidad. Pues chico, yo casi que prefiero ir al teatro, divertirme con un historia cachonda (pero de las envenenadas, de las que molan) y salir con la sonrisilla puesta tras haberme comido un pastelito envenenado y servido con un arte poco común. El de su directora y sus intérpretes. 



Yo la peli no la he visto, y me da a mí que no la veré. Así que llegué a La pensión de las pulgas totalmente virgen. Bueno, digamos... inmaculado (en esta "crítica" hay ciertas palabras que... escuecen). Vamos, que no tenía ni pajolera de qué iba esto. Claro que jugaba sobre terreno fiable. Dando carne... digo dando vida a los protas, nada más y nada menos que Concha Delgado, Javier Ruiz de Somavía y Andres Gertrudix. Y a los mandos Raquel Pérez. No hay que decir nada más. Un ser superior con una inteligencia dramática (teatral) tan apabullante que cualquier sitio al que llegues tú, ella ya lo ha visitado. Es tremenda la tía. Y buena. Cojonuda. Acojonante. Brutal. Bestial. Una apisonadora. Y como directora maneja todas sus armas con la misma maestría. Controla las escenas como si fueran una comedia de Howard Hawks, con un sentido del ritmo y del crescendo certero y sin el más mínimo titubeo. Sabe qué quiere contar, cómo hacerlo y desde dónde. Con eso está todo dicho. Y encima les ha abierto unas puertas interesantísimas a sus actores y ellos como buenos intérpretes que son, han pillado el filón y componen un trío histórico. 
En comedia lo principal es el ritmo. La dosificación de los recursos y de los tempos para conseguir que el interés no decaiga y que a la vez resulte creíble, verosímil y asombrosamente real lo irreal. Existe la tentación de querer darlo todo desde el principio pero aquí ninguna de los implicados cede ante esa manzana envenenada. El arranque (en off) marca ya una filosofía. Y de ahí no se mueve ni cuando el poderío de sus actores habría podido hacer que se decantara el asunto más por el desenfreno. La inteligencia y la mesura envuelve todo el curro.
El texto es un caramelo de estos rellenos de pus. Bajo la primera capa, la de la comedia hay una reflexión sobre la madurez o mejor dicho, sobre el paso del tiempo y sobre la eterna duda que te invade al llegar a cierta edad: ¿habré hecho bien? ¿Habré exprimido mi vida como yo he querido? ¿Habré cumplido mis sueños, aquellos que tenía de joven, cuando todo era energía, ímpetu y gónadas? ¿He renunciado a mis sueños? ¿Tener pareja y querer tener un hijo es haber fracasado? ¿Es más burgués una vida en pareja o una vida aventurera pero para evitar los compromisos? Y luego otra capa más, el deseo oculto, el morbo soterrado, la amistad calentona, el "soy tu amigo pero me pones...", esos frenos autoimpuestos que a veces entierran muchas verdades. Las etiquetas. Las jodías etiquetas. Los miedos. Y el egoísmo. Ay, el egoísmo. Ese que hace que te cuides y te protejas a ti mismo y te consientas todo pero NO a los demás. 
Elementos en definitiva, de duda existencial moderno burguesa que en realidad nos tocan los cojones a todos, más o menos, antes o después. La vida misma. Ahí es ná.




Y ahí tienes a eso tres monstruos en escena. Javier Ruiz de Somavía es un prodigio de naturalidad, de implicación emocional y física, de entrega y de generosidad. El Hugo que compone es un perfecto tocahuevos, el amigo amado y entrañable pero al que le pegarías un tiro. El odiado por tu madre y deseado por tu hermana. Un jodío sinvergüenza que aquí tiene la cara y el cuerpo (y mejor me ahorro los calificativos) pero que podían ser los de Cary Grant. Tiene ese cinismo, ese carisma, ese encanto, ese polvo y esa elegancia sinvergüenza. Fabuloso. Andrés Gertrudix, se acerca por primera vez a la comedia. Pero vamos, porque lo dice él porque es como si hubiera nacido para esto. te descojonas con él. Es un total y absoluto soplapollas. Tierno, metepatas, torpe, liante, te lo quieres comer y le quieres abofetear. Y tiene una guasa y un cachondeo interno que hace que se le escape la comedia sin querer. es asombroso cómo Banquo puede tener este nivel de cachondeo y de juego en las venas. Me quito el sombrero una y cien veces antes eset Woody Allen. Pero es que lo que hace Concha Delgado... es titánico. Su personaje, pobre, es el que a priori, menos miga tiene. Está como recibiendo. Reacciona a lo que ocurre pero no provoca mucho. Eso es lo peor y lo más difícil para un actor. Pero Concha, inteligente y más lista que un ratón colorao, saca la verdad de cada palabra, CREA en cada momento una acción concreta y una verdad. Las crea y las vive. Y consigue que esta mujer, que haga lo que haga y diga lo que diga la va a cagar, lo cual acaba sucediendo, sea el motor invisible de la acción. Saca vida, verdad, compromiso y estremecimiento e indignación en cada mirada, en la tensión corporal, en cómo mueve las manos, en cómo gira, el cómo respira. Y con un trabajo vocal ejemplar. A ver si más de una (y de uno) aprende a tener la voz en el sitio perfecto y a saber usarla, a gritar y a proyectar o susurrar y que todo se entienda y transmita. Para mi gusto, sin duda, Concha se enfrenta a lo más difícil y consigue un trabajo prodigioso. Ella podría ser una Katherine Hepburn así, tal cual. Encima es que la pobre recibe por tos laos y no puede evitar caer mal. Mal no, pero sí ser la "antipática", porque ellos son tan...



En definitiva, un trabajazo ejemplar. En sus aspiraciones terrenales y certeras pero bastante más densas de lo que puedan parecer. Trabajo sacado adelante con inteligencia, serenidad y un sentido prodigioso de los recursos. Dirigido sabiamente y con tres seres tocados por las musas. Javier, Andrés y sobre todo Concha, que están para comértelos. Pero vamos, literalmente.              

miércoles, 16 de septiembre de 2015

Fira Tárrega 2015.

Hace unos años, en un Fringe, me di cuenta de que los espectáculos que más me habían gustado y sorprendido venían todos de este festival. O de esta feria. La verdad es que no sé cómo llamarlo. Lo llamaré simplemente Fira Tárrega. En ese momento decidimos que queríamos conocer esa feria de la que salían espectáculos tan originales, rompedores y que conectaban tanto y tan bien con mi forma de sentir y vivir el teatro. Bueno, con una de ellas, porque pa poliédrico, yo. 
Y durante los primeros años, flipé. Me lo pasaba que te cagas. Veía espectáculos inolvidables y descubría a seres tan únicos y extraterrestres como Ernesto Collado, Fet a má, Animal Religion, Insectotrópics, Kamchatka... y más de una cagada también. Pero vamos, que ha sido un festival de referencia, una cita obligada cada septiembre. Hasta diría que quizá he ayudado con mis comentarios a que algunas personas se hayan animado y hayan probado la experiencia. Sin duda es algo único e imprescindible. Conocer la Fira es obligatorio y el goce con el que vuelves está casi, casi asegurado.




Lástima que este año la programación o al menos lo que yo he visto no haya estado a la altura de otros años. Un espectáculo inolvidable, dos buenos y el resto... entre lo correcto y lo olvidable. A lo peor es que he tenido muy mal ojo eligiendo, pero al igual que otros años oías a la peña comentar que había visto tal o cual espectáculo y que era la hostia, este año lo que oías era más bien lo contrario. Que qué diferencia con otros años, que qué flojo, que "lo de anoche estaba bien, pero tampoco para volverse loco". Del "acojonante" hemos pasado al "está bien" y del "estremecedor" al "pues vaya". Sólo quiero destacar "Crudo ingente" de Nacho Vilar producciones. Resulta que los espectadores estamos viendo el espectáculo desde un sitio, tres espectadores ven lo mismo desde otro sitio y además "oyen" el espectáculo por unos auriculares. Aunque cada uno de ellos oye sólo una parte. La clave estaba en que al final de la performance, tendríamos que haber hablado entre todos para, con los fragmentos que aportaba cada uno, intentar recomponer lo que había pasado. Bueno pues resulta que como se les había hecho tarde nos largaron sin esa "puesta en común". Vamos que nos mandaron pa casa sin saber qué habíamos visto. Medio espectáculo por tol morro. Eso sí, el precio de la entrada fue completo.    





Insectotrópics abrieron la Fira con un espectáculo creado específicamente para esa gala inaugural. "Compra'm" parte de la misma fórmula de sus anteriores espectáculos. Orgía multidisciplinar con cien millones de propuestas o de zonas de trabajo simultáneas. Un Ópera visual potente y con una energía y una virulencia que en la que me reconozco. Mi interior, a veces, bulle al ritmo y con tantas imágenes y tan estridentes como los espectáculos de Insectotrópics. Este viaje a la moda, al consumo, esta caja de Pandora terrorífica al fondo de la burguesía, de la comodidad, de la masa, esa inmersión al abismo del consumismo y de la pérdida de la identidad es realmente terrorífica. Tanto como sus otros trabajos. Aunque quizá el empeño por hacer que todo fuera visto "de frente" cortó un poco el torrente tanto de imaginación como de implicación en 360º que tenía por ejemplo esa obra maestra que es "Bouazizi". En cualquier caso, un Insectotrópics obligatorio. Un chute de heroína con amoniaco y dinamita directo al estómago.

Vimos unas cuantas cosas que se debatían entre el sopor, el chiste fácil, el paseo por la ciudad, la idea mal o poco desarrollada...así que no voy ni a perder el tiempo en mencionarlas. Mejor hablo de las que me han gustado, qué coño.




"Camargate 1.1" de la Compañía La Rueda dirigida por el genial Jorge-Yammam Serrano.
El encuentro entre las dos... señoras, entre la Sánchez Camacho y Victoria Álvarez. Dos... molt honorables... señoras, unas damas elegantes, sencillas, campechanas y honradas que demuestran a golpe de carcajada lo bonitas que son las florecillas en el campo y lo fácil que es ser honrado. Jorge sirve este bombón en bandeja a sus actrices, Cristina Gámiz y Anna Sabaté para que ellas se luzcan. Espectáculo necesario, estrambótico y casi tan esperpéntico que parece mentira. Pero es que la realidad supera a la ficción. Dos actrices descomunales, acojonantes y descojonantes. Ah, y viendo lo que hace Cristina con Vaca 35... me declaro fan hiperbólico de esta dama.




"La cena del rey Baltasar" de la compañía "Los números imaginarios" dirigida por Carlos Tuñon. El espectáculo es brutal y salvaje a partes iguales. La puesta en escena es brillante e ingeniosa, pero... a veces cae en su propia trampa. Al entrar en el espacio, los actores charlan amigablemente con los espectadores. Esto facilita que te relajes, te hagas "amiguete" de los actores y te enfrentes a la ceremonia desde un sitio más reposado, sin la tirantez de contemplar fríamente un espectáculo. Pero el proceso de "sentar" a los doce colaboradores es quizá un poco largo. Y más adelante, cuando después de una función estremecedora e impactante vuelven a "romper" las fronteras, ese momento es de nuevo, demasiado largo. El momento de la cena se alarga demasiado y hace que el estremecimiento que te recorría la espalda decaiga un poco. Además de que el nivel de los actores a la hora de enfrentarse al verso es desigual. Lo que es innegable es la entrega total de todos y cada uno de los actores y el trabajazo profundo, serio y con muchísimo peso por parte de todos. Eso sí, con Carlos Tuñon me pasa una cosa y es que veo muy buenas ideas en cuanto a la puesta en escena pero unos resultados desiguales y algo erráticos. Pero vamos, tiempo al tiempo porque su calidad y su genio son incontestables. Ahora, también te digo que ese final larguísimo es una obra maestra. Es como un plano de una película de Kiarostami, eterno, mostrando en toda su crudeza las consecuencias en los personajes de las burradas que acabamos de ver. Brutal. Y el trabajazo de Jesús Barranco... indescriptible. Magistral.





Y cómo no, el plato fuerte; Vaca 35 y Compañía la Rueda juntos para regalarnos "Cuando todos pensaban que habíamos desaparecido" bajo la batuta prodigiosa y magistral de Damián Cervantes. Otra joya de la compañía mejicana y de la compañía catalana.
Te reciben entre sonrisas, besos, canciones, bailes y alegría desbordada. Y por si no supieras de qué van estas compañías, ellos te lo dejan claro en cuanto empieza la "acción" como tal. Amontonados unos sobre otros un sonoro PEDO inunda en espacio. Y a ese pedo le sigue una interesantísima disquisición sobre pedos, cacas, el olor de Tárrega (huele a pedo, eso es un hecho) y las distintas maneras de cagar y de limpiarse. La vida misma. Lo que tú siempre has pensado pero no sueles decir públicamente. Seguramente por respeto, por pudor, por "educación" pero que siempre has pensado. Bueno, pues esa forma irreverente de romper un tabú, un código establecido de buenas maneras es la clave de este trabajo. No es casualidad, es un resumen de lo que vas a ver. Igual que existe un tabú para hablar de cacas y de pedos, lo hay para hablar de la muerte. Al menos en España. Siguiente clave de este trabajo, la dicotomía España/Méjico. Espeluznante ese momento de "pelea" por ver dónde es peor la pobreza o qué índice de necesidad es más duro. Los eternos "amigos" resultan no ser tan amigos, o quizá es otro tópico que convendría revisar. Está feo hablar de caca, Méjico y España se llevan muy bien y se quieren mucho, de la guerra se habla entre lágrimas y a los muertos se les respeta desde el silencio. Tópicos típicos ciertamente falsos. El respeto a los muertos y el diálogo con ellos respira en cada frase de este espectáculo. Y encima produce un dolor y un estremecimiento mezclado con sonrisas e incluso con alguna carcajada que hacen de este espectáculo otra joya espeluznante y estremecedora.



Me pasó una cosa curiosa. Cuando Jorge dijo "el salmorejo es una comida de campo", empecé a llorar. No me digas por qué, pero esa frase y cómo la dijo me trasladaron a sitios dolorosos. Y eso que las penas con pan son menos. El otro momentazo que me hizo llorar también es de Jorge. "Me llamo Federico García..."
Teatro de la memoria, del pasado, de la memoria histórica, de la justicia poética, de la universal, teatro del grito y del dolor. Del dolor sublimado. De la guerra recordada y de sus muertos. De sus asesinados. A los que no hay que olvidar. De Chiapas, de Cuidad Juárez, de los barrancos y las cunetas. Del abuelo muerto y del padre asesinado. Teatro de máscaras. Y de la comida, de la celebración de la vida, del alimento como fuente de vida, de la comida como "remedio para el mal de amores". De las recetas "de reinas" y de los purés de verduras que son vida en sí mismos.
La comida como fuente de vida y de recuerdo, porque no hay que olvidar, hay que recordar y colocar a los recordados en su sitio. Da igual si tú has sufrido más que yo, celebremos juntos que estamos vivos y hablemos con los muertos porque ellos también lo están. ¿O no?



No nos olvidemos nunca de que en los montajes de Vaca 35 no hay NADA gratuito, nada que no esté medido, pensado, decidido y puesto ahí con un sentido y con un propósito. La manos magistral de ese genio intergaláctico que es Damián Cervantes rescata todo lo que ha ido surgiendo en el trabajo previo de investigación y le da forma y contorno. TODO lo que vemos ha surgido como consecuencia de algo y está ahí por algo. No es gratuito. Por eso hay que ver los espectáculos de Vaca 35 con mil ojos muy abiertos y respirando cada frase, cada grito, cada giro, cada nota musical y cada olor. Con ellos SIEMPRE hay olores, como en la vida. Incluso los objetos, que podrían parecer casuales, no lo son. Son necesarios tanto para los diversos rituales que vemos en escena como para componer ese retablo de iconos casi religiosos en el que se convierte el espacio al final del espectáculo. 
Espectaculares tanto por entrega como por su implicación emocional y sensorial TODOS los actores. Mari Carmen, Diana, Rafael, Jorge, Cristina y Diego. Y esto ya lo digo como comentario hiperbólico y desmedido. De esos típicos míos. El momento Diana llorando sin poder evitar que se la escaparan las lágrimas... es Historia del teatro. 



Este nuevo mazazo a las entrañas ha sido sin duda lo mejorcito de esta Fira algo deslucida y más apagadilla que otros años. Esperemos que se pueda recuperar para el año que viene ese espíritu aventurero e innovador. La sorpresa y la rareza. 


Por cierto... las impresionantes fotos de Vaca 35 son de Victor Merencio. Fabulosas.  

jueves, 3 de septiembre de 2015

Palabras encadenadas. Off del Lara.





A nada que conozcas a Fran Boira y a Cristina Alcázar te podrás imaginar que no son actores de los que escatiman entrega, riesgo o valentía. Al contrario, siempre arriesgan y dan de sí el 100 % como mínimo. Claro que cuentan con una ventaja. Y es que ambos son seres tocados por la musa del arte. Fran se atrevió con un McBeth y no le tembló le pulso. Normal. No sólo aprobó le examen sino que sacó matrícula a base de talento, riesgo, valentía y de suicidarse emocionalmente en cada función. Después de esa hazaña quedó demostrado que Fran puede con todo. Y Cristina se atreve a medirse con esa bestia parda de Fran y tampoco le tiembla el pulso. Lógico, ella tiene tanto talento y valentía como Fran y la lucha entre los dos es cuerpo a cuerpo, de igual a igual, una lucha de panteras salvajes heridas, mutiladas y rabiosas. Bella como un amanecer y con un dominio vocal apabullante.





Esta propuesta es modesta en su planteamiento (un espacio cercano y desasosegante, el aliento de las hienas a medio metro, un texto poderoso y dos actores bestiales) pero con un resultado de altos vuelos. Es una pieza de esas que se convertirán en míticas, uno de los duelos teatrales de mayor voltaje de la historia de la cartelera madrileña. No quiero joder la trama a nadie así que seré cauto en lo que cuente del meollo de la historia. Sólo diré que lo que empieza como el secuestro de una chica a manos de un asesino cruel y despiadado irá girando y girando y girando de nuevo y otra vez más y otra en un puzzle de vueltas y revueltas que te mantendrán en vilo, con el alama encogida esperando "qué coño va a pasar ahora", sin terminar de apoyar le culo en la silla y con los huevos por corbata durante hora y pico. Un duelo de altísima tensión dramática, interpretativa, sexual, tiránica, hijaputa, dolorosa, juguetona y despiadada que permite a los dos intérpretes manejar un ramillete de sensaciones, gestos, relaciones de poder y de sumisión, un abanico de intenciones y de toboganes emocionales que son un puto regalo para un actor. Los dos leones enjaulados y heridos, Fran y Cristina dan un recital de matices, de idas y venidas, de sumisiones, humillaciones, despotismos, desprecios, llantos, gritos, potencias y relámpagos como pocas veces se han visto en un escenario. Y es que entre ellos no es que haya química, es que va más allá todavía. Se tocan, se desprecian, se odian, se desean, se repelen, se escupen y se mean uno encima del otro como dos putas bestias acorraladas por el pánico. Supervivencia y machaque. Poder y crueldad. Manipulación y sufrimiento. Un actor necesita, aparte de un buen texto, que su torrente de energía no se diluya, no se caiga ni quede flotando. Necesita que su chorro de energía llegue a su oponente, aterrice, se nutra y vuelva enriquecido y a la altura. Eso es justo lo que se crea entre ambos actores. Un torrente de energía que fluye por el espacio plagado de odio, de ira y de patadas al hígado.     





Amos a ver, si es que esto está inventao. ¿Qué le pide uno a un espectáculo para que le pille? Un buen texto, una dirección que ayude y unos actores que hagan creíble lo increíble. No hacen falta jeribeques raros, ni en necesario leerse un prospecto antes de entrar, ni hay que estudiar astrofísica para entender las metáforas. Con sinceridad, talento, entrega y electricidad basta. Y Fran, Cristina y Juan Pedro lo demuestran. Juan Pedro Campoy dejando que las riendas las lleven los actores, sirviéndonos una  copa envenenada siempre desde el sitio del respeto, del ayudar y del dejar que el torbellino fluya. Sin duda, la mejor forma de empezar el "curso", viendo uno de los espectáculos que la van a lira este año en Madrid. Por algo Cristina y Fran son dos de los actores más acojonantes que te puedas encontrar ahora mismo.