domingo, 31 de enero de 2016

La flauta mágica. Teatro Real.

De pequeño, recuerdo que en Valladolid, en la feria, ponían todos los años una caseta en la que por los altavoces anunciaban a gritos "la mujer cordero, la mujer corderoooo". Mis padres nunca me dejaron entrar, lógico, pero con el tiempo supe que aquello que anunciaban como un fenómeno de la naturaleza en realidad era una especie de escalera en la que había un pellejo de oveja espatarrao y un agujero por donde asomaba la cabeza de una mujer con una capucha de peluche. Pues algo así resultaba la pobre Reina de la Noche subida a la plataforma esa y con el cuerpo de la araña rodeando su cabeza. 



La ópera para mi forma de entenderla, es teatro cantado. Teatro, tres dimensiones, fondo, profundidad, planos, espacio, aire, en fin, espacio escénico. La flauta del Real es una proyección bien cantada. Pero es una peli.. No, mejor dicho, es teatro en dos dimensiones. La proyección sobre una pantalla blanca de imágenes deja a los intérpretes limitados a moverse de derecha a izquierda y los dibujitos, de arriba a abajo. Limitar tantísimo el movimiento escénico es empobrecerlo. Vale que lo que vemos es muy mono y queda cachondo a veces, pero es cargarse la esencia del teatro. Reducirlo a dos dimensiones es restar. Insisto, el resultado es chulo, es mono de ver, y resulta curioso ver a la Reina de la noche convertida en una araña gigante. De otra forma sería casi imposible, aunque... la araña del "Roberto Devereux" funcionó muy bien. Pero bueno.    
La expresividad de los actores/cantantes queda reducida a casi nada. Salen, se ponen en la marca, cantan expresando casi únicamente con la cara e interactúan poco entre ellos. Normal, no pueden. Queda monísimo ver cómo justo cuando levantan un dedo, sale volando un pajarito de dibujos. Sí, muy mono. Pero ya. Vamos, que si nos ponemos finos finos... llamar "dirección de escena" a ese trabajo... Quizá debería ser "diseño visual" o "animación" o "concepto visual". No sé. 



Luego no hay que olvidar que "La flauta" es un singspiel y talar directamente los diálogos y dejarlos en unos carteles de cine mudo producen efectos como que las apariciones de la Reina son inexplicables y no sabes qué pinta ahí ni qué quiere. Y por supuesto aniquila la búsqueda Papageno de una mujer. Sus "encuentros" con la anciana son vitales. No sé, pero reducir esos momentos hablados a carteles es como querer convertir todo en una peli de cine mudo. Peeero si fuera cine mudo, ¿por qué cantan los intérpretes? ¿No deberían actuar sólo gesticulando como en una peli muda mientras los cantantes cantan fuera del escenario? Además, acompañar esos carteles escuetos con un piano amplificado por altavoces como que tampoco procede.   

Bueno, creo que está claro que estéticamente no me gustó mucho esta producción. Es mono de ver, y divertido y curioso (aunque si ya has visto cosas de 1927 no te llama tanto la atención, pero bueno) pero ya. 
Ivor Bolton me da que había quedado para cenar porque metió una caña que ni te cuento. Tras una obertura caótica y bastante atropellada y monótona metió el turbo y literalmente se cargó desde el "Dies bildnis" al  "O zittre nicht" pasando por el bellísimo "Der, welcher wandert..." . Los pobres cantaban todo a toda leche y la único que consiguió salirse con la suya y domar a la orquesta fue Sophie Bevan en el famoso "Ach, ich fühl's", un prodigio de belleza y sutileza. Batuta monótona, sin brillo ni la alegría y el pellizco que pide Mozart en unos momentos ni el lirismo y profundidad que pide en otros. 



Vocalmente fue otra historia. Joel Prieto cantó como los ángeles. Tiene un timbre precioso y es un gran actor. Cantó precioso y pese a las limitaciones interpretativas que sufría por la "puesta en escena", transmitió gran poderío y una solidez brutales. Sophie Bevan tiene mucha voz, muchísima. Un timbre chulo aunque para mi gusto, no muy mozartiano. Pero cantó de maravilla, precioso y es muy buena actriz. Eso sí, en la escena del suicidio quizá cantó demasiado. Para mi gusto, es un cuarteto y pareció más un trío mas una solista. Joan Martín-Royo fabuloso. Además de cantar de forma sencillamente perfecta, es un gran actor y dio vida a un Buster Keaton apagado, tristón y superviviente. Magistral. Chistof Fischesser cantó bien toda la parte media, pero las notas más graves y peligrosas no consiguió darlas y tuvo algún problema de emisión (y lo vi desde la fila 5, ni te cuento desde la fila 12 o desde arriba). Bien las tres damas y los niños. Mikeldi Atxalandabaso cantó de maravilla el Monostatos, lleno de expresividad y maldad y con una voz apropiadísima y muy, muy chula. Aunque claro, escuchar cómo se habla de su "piel negra" cuando va disfrazado de Nosferatu...Pero vamos, él fabuloso. Ana Durlovski dio todas las notas. Y las dio de forma sólida y solvente, es evidente que no tiene problemas con la coloratura. Pero cantó bajito, con muy poca proyección. Canta bien, muy bien, pero muy bajito. Y ella además si que no movió ni un músculo. Airam Hernández y David Sánchez estuvieron maravillosos como los hombres armados. Su breve y bellísima intervención fue uno de los momentos más vibrantes y mágicos de la noche. 



En resumen, una producción vistosa y que conecta de maravilla con el público. Quizá como ya conocía el trabajo de 1927 a mí no me convenció y sinceramente creo que reducir el juego escénico a dos dimensiones lo que hace es restar en vez de sumar. Utilizar a Buster Keaton, a Nosferatu, al Dr. Caligari, a Louise Brooks y... a no se sabe quién más es como siempre, una opción aunque para mi gusto es simplemente vistosa y poco coherente. Sólo sale ganando Papageno, porque el personaje parece tener una expresividad más lógica. Vocalmente fue de un nivel muy, muy alto con algún elemento regulero, pero en general es un buen espectáculo. Sólo bueno, aunque triunfe y lleve años triunfando. Pero es porque visualmente es llamativo. Enhorabuena a los cantantes.  
Otra cosa; ¿por qué la flauta mágica es un hada tipo Campanilla?    

domingo, 24 de enero de 2016

Voces en el silencio. Biribó Teatro.

Seguro que te acuerdas. No, mejor dicho; seguro que te suena, porque acordarnos... me temo que no nos acordamos. Hace años, en 2005, dos chicos de 17 años fueron ahorcados en Irán "acusados" de ser homosexuales. Salió en la tele. Aunque pronto se olvidó. Lo peor es que luego hubo otros casos iguales, y otros, y otros. Y las azoteas se llenaron de amantes arrojados al vacío. Pero José Manuel Lucía Megías escribió un poemario, "Y se llamaban Mahmud y Ajaz" para evitar el olvido. Porque es cierto que el silencio, nuestro silencio es cómplice de esas barbaries. El silencio encubre, apoya y da alas. Hoy mato a uno y si no pasa nada, mañana mataré a dos y pasado a tres. 

En el Teatro Fernán Gómez hay un ciclo llamado "Los martes milagro" que más o menos consiste en crear montajes teatrales a partir de la obra de poetas españoles. Ahí surgió este espectáculo. Carlos Jiménez creó la dramaturgia y lo dirigió ayudado por Luna Paredes.
Es innegable el poder de denuncia de textos como este, ya sea el poemario o la adaptación teatral, como es innegable el poder que debería tener la denuncia pública y la presión popular y política para que estas barbaries sean automáticamente prohibidas y castigadas. Estos hechos son absolutamente impensables en una sociedad civilizada y en pleno siglo XXI, en cualquier parte del planeta. Por tanto el valor de espectáculos como este, por desgracia, es incuestionable. Son y siguen siendo espectáculos necesarios y denuncias necesarias. Como necesario es acabar con cualquier tipo de barbarie inculta sobre el distinto, sobre el que te da miedo.   
Por eso mismo, "Voces en el silencio" es un espectáculo necesario y de obligada visión. 




Teatralmente el análisis es otro. Dos actores y una actriz. Espacio desnudo, una silla y una horca en una esquina. Poco más. Alfonso Gómez y Daniel Migueláñez son los amantes, son dos hombres que aman y se aman. Elisa Marinas es la voz, la denuncia. Personalmente tengo que confesar que el origen del texto, el poemario, en mí supone un cierto lastre. Quiero decir, que el lirismo y lo poético están tan presentes (evidentemente, por eso es un poemario) que quizá le reste un poco de poder, de sequedad, de brutalidad, de rabia y de dureza. La imagen y el lenguaje poéticos suavizan la forma y aunque el fondo siga siendo desolador, la forma se lima. Como siempre, hablo desde mi gusto personal. Lo mismo pasa con el movimiento escénico, que queda quizá demasiado suave, demasiado "deambulante" a veces. Quizá más concreción y más sequedad habrían sido más impactantes. Ceder a la poética es restar callo. Aunque como siempre, es la opción del director, es SU elección, no la mía. Es lógico que viniendo de un poemario, la lírica inunde, pero quizá se podría haber limado un poco en la puesta en escena, porque acaba resultando casi, casi "bonito" y eso es lo último que debería parecer un montaje así.  
Eso sí, todo lo que hay en escena es fabuloso, desde las luces de Arturo López al vestuario como al trío de actores. Elisa nos implica, nos lleva, es la voz y es el imán que atrapa al público. Sin su magia no funcionaría. Y Alfonso y Daniel son dos seres indefensos, son víctimas y son amor. Los dos están geniales y a los dos te dan ganas de saltar al escenario y protegerlos con un abrazo. Otra cosa; a mí me importa un pito ver a dos hombres besarse en un escenario, pero en esta ocasión lo eché de menos. En algún momento deberían haberse besado. Ese detalle sí me parece vital y necesario. Besos de amor, de enamoramiento y de deseo, ya que lo hay e incluso se nombra. Me pareció recatado. 
Teatro del necesario, del útil, del que mueve y del que mueve conciencias. Ideológicamente me parece perfecto y estoy de acuerdo al cien por cien, pero estéticamente se me quedó algo más corto. El silencio es lo que consigue. Se hace cómplice y provoca que funciones como esta se sigan haciendo, cuando deberían estar desterradas de la cartelera desde hace muuuucho tiempo.
Bravo de nuevo a Biribó por programar este tipo de espectáculos. Valentía y coherencia. ¡Gracias!  



        

La respiración. Abadía.

Hasta ayer, a mí el teatro de Sanzol no me terminaba de llegar. Si me leéis, ya lo sabéis. Pero como me pasa casi siempre, basta que diga esto para que me tenga que meter la lengua  por el culo justo a continuación. Porque "La respiración" me ha encantado. 
"La respiración" es una comedia que envuelve, como casi siempre en las buenas comedias, un caramelito envenenado. Porque en casi toda la función, la risa que provoca el mogollón que tiene Nagore te provoca la risa pero también que te pares a pensar y se te puedan llegar a llenar los ojos de lágrimas. Sobre todo si has amado. Y sobre todo si te han dejado de amar. Son las lágrimas en la almohada que se secan y a la mañana siguiente provocan incluso añoranza y una leve sonrisa. Por algo se empieza.



A Nagore no sólo la han abandonado sino que han estado engañándola un tiempo. No le queda autoestima y ni siquiera es capaz de sobreponerse a la angustia del dolor no llorado ni al empapado en lágrimas mal lloradas. No puede ni respirar. Hasta que su madre le descubre un secreto vital y sencillo. Tan sencillo como respirar. Dejarse llevar por lo que venga, respirar, dejarse inundar por cosas nuevas, distintas, vivas. Los recuerdos deben servir para crear mundos nuevos, recuerdos nuevos. En ese punto comienza la fábula. La fantasía. 
Ese es justamente le tono mágico o irreal que inunda todo el espectáculo. Lo que vemos puede que esté sucediendo o que no. Puede que suceda y que nos lo cuente Nagore o puede que no exista y que sea o la mente de Nagore o incluso que sea un cuento que Maite cuenta a su hija. La irrealidad de la representación. Todo es posible e imposible. Los hombres de la función cuidan de las mujeres y las féminas son el apoyo intelectual. En el fondo, todo es un perfecto. Curioso, divertido, "vodevilesco", como corresponde a la fantasía. 
Nagore necesita crear una nueva familia y delante de ella (o en su fantasía) aparecen nuevas formas de vivir, de gozar y de respirar. Y con todo eso que vive o cree vivir formará si no una nueva vida, al menos sí un nuevo caparazón. Y cuando creemos estar ante un final desolador y deprimente (el que la vida real nos plantaría delante de nuestros morros si esta fuera una obra realista) aparece un toque mágico que nos salva del suicidio colectivo en el viaducto. Para esa sirve el teatro y para eso sirve la fantasía. Para salvarnos. 
Confieso que la escenografía no me maravilló. Entiendo que lo que vemos es la casa de Nagore y que no hay cambios porque "puede" que todo suceda en su mente, con lo cual el espacio es siempre el mismo. A pesar de eso, que es más responsabilidad del director de escena, la escenografía y las luces son sólo correctas. A ver, están bien, cumplen su cometido y en una comedia como esta quizá no haga falta más. Pero... hay algo tanto en las luces como en el espacio que me falta y no sé qué es. Quizá la pared de fondo, o el pasillo lateral. Hay algo demasiado funcional y poco emotivo. 
Sin embargo la dirección escénica es brillante, positiva, luminosa y amigable. Sanzol quiere a sus personajes y ellos le quieren a él. Y eso es justo lo que necesitamos los espectadores para no salir corriendo a lanzarnos al Manzanares. 



Nuria Mencía tiene esa forma de hacer que está al borde de lo irreal, al borde de la dicción espesa y al borde de resultar borde y antipática. Pero se queda en el sitio justo e inunda todo lo que hace de tantísima verdad que te enamora desde el segundo uno. No se puede hacer mejor, ni sufrir mejor, ni flipar mejor ni rebotarse mejor. Inmensa. Decir cosas buenas de Gloria Muñoz es una obviedad. Es una maestra y se las sabe todas. Hace de todo, todo bien y te la quieres llevar a casa. Camila Viyuela vuelve a desparramara por le escenario una seguridad, una presencia y una solidez acojonantes. Es un prodigio de actriz. Los tres actores, Pau Durá, Martiño Rivas y Pietro Olivera tienen unos personajes quizá con menos recorrido o con un recorrido más incómodo. Aún así los tres están fantásticos. El momento "abrir la jodía botella de vino" es.. impagable. Y la cara con la que vuelve Martiño...de lo mejor de la función. 



En definitiva un gran espectáculo. Vital, imaginativo, sincero, cómplice y con un optimismo que se agradece en este mundo y en esta ciudad antipática y fascinante que tenemos. Gran dirección y unos actores en sus salsa, frescos, gigantes y grandiosos.         

sábado, 16 de enero de 2016

Bag Lady. Biribó Teatro.



Malgosia Szkandera lleva recorridos más de 22 países con este espectáculo. Y es que la sensibilidad y la belleza no tiene nacionalidad ni idioma.
En apenas una horita, Malgosia recrea delante de tus ojos la vida de una bailarina incapaz de bailar hasta que descubre que sin corazón no va a poder crear nada, la de un chulito que sencillamente busca el amor y la de una geisha que bajo las notas de Puccini transita por la poesía y por la muerte. Todo esto simplemente con bolsas de plástico. Sí, bolsas blancas de plástico. Esos elementos que conviven contigo, a los que no prestas la más mínima atención pero que pueden esconder poesía. Porque en las manos adecuadas, en las manos de un artista, de un creador, una bolsa de plástico puede convertirse en una geisha que delicadamente se abanica o se tumba en el suelo. En ese momento la magia inunda la sala, el silencio se hace denso y la manipuladora pasa a ser una sombra, la muñeca cobra vida y no ves nada más allá del plástico y de la poesía. Hasta los "intermedios" son una pura gozada y te dan ganas de saltar al escenario y ponerte a saltar con ella. Y Malgosia te mira, te sonríe y te deshace. Tiene un carisma y un poder de traspasar acojonantes.  
Una belleza de espectáculo, sencillo, pequeñito, íntimo, tierno y precioso. De estos de los que sales con una sonrisa en los labios y con el alma un poco más ligera. Y bravo a Biribó por seguir apostando por una programación de calidad y arriesgada. 

   

El grito en el cielo. Teatro Español.

A mí La Zaranda me gustan. Me gusta su forma de ver, de analizar y de trabajar. 
También me gusta mucho Fellini, pero no "La voce della luna". Quiero decir, que por mucho que alguien te guste y por mucho que compartas su forma de trabajar y su visión de las cosas, el hecho teatral es otra cosa. Ese fenómeno se produce cada noche y hay veces en las que lo que ves te toca y te cambia. Y no es una frase hecha, el teatro te cambia, te tiene que cambiar, no sales igual después de una función. No deberías. 
Lo chungo es cuando sales igual que has entrado, cuando lo que ves no te toca. 



"El grito en el cielo" es un texto de Eusebio Calonge dirigido por Paco de la Zaranda utilizando muchos de sus conceptos habituales. Sin embargo en esta ocasión el texto para mi gusto se queda reducido a unos chistes repetitivos, un conflicto poco emocionante y una resolución... delicada. Un grupo de ancianos, aparcados en una residencia (no sabemos si están aparcados allí o si se han aparcado ellos, aunque quizá eso sea lo de menos) y con el único aliciente de las diferentes terapias a las que les van sometiendo sirven para mostrarnos el patetismo de unos seres vapuleados y muy poco dueños de su destino. Yo conozco la vida de las residencias de ancianos y es triste. La que yo conozco. Pero el patetismo de esos pobres señores me pareció... exagerado. Y no me mola verlo. Pero no porque me haga daño y me escueza, sino porque encima ni me hace daño ni me escuece. Sólo me parece demasiado patético, demasiado buscado. No me cuela, no me engaña, no me lleva, no me afecta, no me toca y no me cambia. E insisto en que es una pena porque no hay nada que me guste más que disfrutar en el teatro. Pero curiosamente esa tarde no se produjo ninguna magia conmigo. Y me quedé frío. Incluso escuchando "Tannhäuser", que mira que me gusta. La imagen del muerto escapando de su propio destino y regresando a la vida para intentar huir de su destino o el uso del teatro como paliativo a su "sufrimiento" pero perdiendo su esencia creativa e inspiradora son interesantes pero se quedan un poco en eso, en apuntes.  
Las luces del propio Calonge tampoco me llevan a ningún sitio. Demasiado claroscuro y demasiado intento de efecto. Me resultaron premeditadas y creando una oscuridad ambiental que me trasmitía poco.
La huida de este grupo hacia... alguna parte es ingeniosa y ahí sí caí cautivado. Sin embargo la resolución volvió a alejarme. Y no sólo intelectualmente, que también sino formalmente. Se me volvió a escurrir entre los dedos la emoción. E insisto que no porque a mí lo de río de aguas cristalinas y estrellitas de importe un pito. Mis creencias trascendentales son muy mías y no es que no coincidan con las de esta función, sino que las de esta función no provocaron nada en mí, aparte del gustito de escuchar la música de Wagner.  



En definitiva, una propuesta a la que le vi el cartón y que no me enganchó. Ellos trabajan en su línea y si te gusta La Zaranda, ahí están ellos, pero confieso que no me tocaron. 
Tampoco entiendo tantísima risa desde el principio. Aunque esas risas se fueron acallando con el tiempo.

domingo, 10 de enero de 2016

Mi resumen de 2015




¿Es cosa mía o este año ha habido más "rankings" teatrales que nunca? No sé, chica, a mí me lo ha parecido. Y yo, como soy así, voy a hacer el contraranking. Vamos, que no voy a hacer un ranking de lo mejor del año. A ver, que me parece divino que los demás lo hayan hecho, e incluso yo he colaborado en alguno y encantado. Pero ahora quiero hacer mi resumen de otra forma. A veces parece que si un espectáculo no aparece en el ranking de los que escribimos (con más menos fortuna, más o menos criterio y más o menos alcance), a veces, digo, es como si no hubieran existido. Y bastante duro es tener que pasar la criba de ser el espectáculo que la gente elija de entre todos los espectáculos de todas las salas. Haber permanecido en cartel, haber tenido público y encima haber recibido críticas o comentarios buenos ya es bastante jodido como para encima tener que superar la prueba de estar en la lista de los "elegidos".



Yo este año tenía pensado pedirles a los Reyes Magos y a las Reinas Magas que desaparecieran las salas alternativas. Así, tal cual. 
Me explico: no querría que cerrara ninguna, sino que querría que desaparecieran y pasaran a llamarse "salas de aforo reducido" o como dice el Convenio "salas de menos de 200 butacas". Desearía que dejaran de llamarse "alternativas". ¿Alternativas a qué? ¿A la oferta cultural institucional? Desearía que los teatros públicos hicieran caso de lo que pide una parte importante de los ciudadanos y dieran cabida a nuevos autores, nuevos directores, nuevas formas de narrar y nuevos espectros que cubrir. Desde las instituciones no se cubre esa necesidad y por eso se ha vuelto a llevar el teatro a la calle, a los rincones, a las salas alternativas. Alternativas a lo que ofrecen los teatros públicos. 



Y mientras las salas pequeñas cubran esa sed de nuevas formas y nombres, les estaremos solucionando el problema a los políticos. Por eso mi deseo es ese, que las nuevas formas y nombres invadan por fin la oferta cultural institucional. Que dejen de intentar dinamitar desde los poderes a los ciudadanos mutilando la cultura y la educación. Que los políticos vuelvan a ser responsables y decidan promover el amor al arte y educar a seres críticos, pensantes y cultos. Y que las salas pequeñas dejen de ser alternativas. Que eso "alternativo" sea lo natural. Tanto como lo otro. Y que no se haga un evento anual rodeado de parafernalia Off para cubrir el expediente, porque entonces acabarán por cargarse lo alternativo.



Pido que bajen el IVA. Que descubran que la cultura es un bien de primera necesidad y una inversión, no un gasto. Y que la protejan, que no la capen. 
Pido que la gente se conciencie de que la gente de teatro somos trabajadores. Que el teatro aparte de una pasión y de una razón de vivir, es un trabajo y se tiene que cobrar. Y se tiene que cobrar en condiciones. Y que aunque la ilusión, el amor por la profesión y la necesidad de dejarse ver es natural y respetable, tiene que ir unida a la dignidad. Y que un trabajo hecho de cualquier manera deja de ser un trabajo y se convierte en un hobby, en una afición. 



Este año pasado he visto espectáculos que me han maravillado. He visto uno de los montajes más tristes, duros, oscuros y con mayor peso que yo recuerde. "El Rei Lear" dirigido por Lluís Pasqual y con Nuria Espert sacando de la raíz oscura del alma un grito tan desolado, ahogado y tenebroso que aún resuena en mi mente. He visto "La piedra oscura" y he visto a Federico. Y me he enfadado porque siga doliendo la "memoria histórica". La memoria es memoria y es de todos y no es histórica, es real. Cabrona, dolorosa, hijaputa y real. Y el recuerdo sana y da la vida. Y Messiez, Conejero, Grao y Sánchez son bellos y sabios. 



He visto de nuevo que la danza es algo glorioso y una especialidad sacrificada, relegada y de una capacidad expresiva desmesurada cuando la hacen genios como Chevi Muraday o José Carlos Martínez y la CND. "Carmen", "Don Quijote" y "El cínico" tienen un lugar en la Historia.



He visto que Luis Luque disecciona como si tal cosa las partes más negras del alma humana y de sus pasiones y frenos. Tanto "El señor Ye ama los dragones" como "Insolación" son muestra de ello. Y de que si encima cuentas con magos de la talla de Mónica Boromello, Paco Bezerra, Luismi Cobo o Pedro Víllora la calidad se dispara hacia el infinito. 



He visto que la crueldad y la dureza alimentan grandiosos espectáculos. "Elegy", "La clausura del amor", "Palabras encadenadas", "El plan", "No daré hijos, daré versos", "Darling"...



He visto que escribir un texto sólido, grande, rocoso y valiente es tener medio éxito garantizado: "No hay papel", "40 años de paz", "Fortune cookie"...



He visto que cuando una propuesta es sincera y honesta, el camino al corazón y a mover espíritus está asegurado: "Gira el mundo, gira", "Humpday", "La pechuga de la sardina", "Cosas que se olvidan fácilmente", "Our town", "A-creedores"...




He visto espectáculos malos. Malos de cojones. Horribles. Todos llenos de ganas y de buenas intenciones, eso sí. Pero fallidos. Para eso están los gustos. 
He visto que si algo hay en este país es una cantera de actores y actrices dispuestos a dar su alma por este trabajo. Grandiosos actores todos y cada uno. Los que se dejan la piel y los que tiene la valentía de subirse a un escenario y enfrentarse a la vulnerabilidad y al juicio público y cruel. Y gentes, compañías, productores, técnicos, iluminadores, músicos, diseñadores de vestuario... que aman la profesión y lo dejan ver en sus trabajos. 



El año ha sido glorioso creativamente hablando, salvo algunas excepciones. Hace poco leí un artículo de una compañera que reivindicaba el derecho al pateo, a no aplaudir, a mostrar que un espectáculo no te ha gustado para así diferenciar lo bueno de lo malo. Venga, vale. ¿Aceptamos el reto?
Año de grandes espectáculos, de mucho amor por el trabajo, de grandes textos, de grandiosas interpretaciones, de sólidas direcciones, de coreografías mágicas y bellas, de luces poéticas y secas, de prodigios y de pufos. Y ha sido un año de poco avance en socializar las voces nuevas, de invadir más el terreno, de un IVA cruel y demoledor, de ataques mortales a la educación, a la cultura y a la dignidad. 
Yo me llevo un año de grandes montajes y de poco avance.