El TEATRO así, con mayúsculas, es como unas lentejas; tiene muchas posibilidades. Tú puedes hacer unas lentejitas ricas con verduras, o con chorizo, o con costillas, con o sin patatas, con todo tipo de especias e incluso con canela, como las hago yo. En teatro pasa igual; puedes ver teatro más social, más dramático, con más mensaje, con ganas de cambiar el mundo, más experimental, del que investiga nuevas formas, del que mueve, del que conmueve, del que promueve... "Juanita Calamidad" es el nuevo guiso del famoso chef Antonio Álamo que esas genias que son las Chirigóticas se encargan de guisar a medio metro de tus narices. ¿Pretensiones? Ni lo sé ni me importan. Lo que sé es que yo vi una carga social y una intención de romper tópicos con la que estoy absolutamente de acuerdo y que defiendo. Y un envoltorio prodigioso y divertidísimo.
Tuve el gustazo de conocerlas en "La copla negra" y caí rendido a sus pies. A los pies de los cuatro. Porque Chirigóticas son las tres actrices, sí, (ahora con la incorporación de Rocío Marín, divina y perfecta) pero también es Antonio Álamo, autor y director. "Juanita Calamidad" es un derroche de creatividad y arte desde que arranca hasta que acaba. En esta ocasión, pasan del retrato de una España negra como la copla a contarnos casi casi un cuento tenebroso de una realidad oscura.
Juanita vive la vida como le sale del coño, que pa eso es su vida. Curra, si, y también sale, goza, bebe, se mete to lo que pilla y folla to lo que puede y le apetece. Ahí justo radica el mayor y mejor mérito del trabajo de Antonio, que presenta a ese personaje y esa vida sin enjuiciarlo, ni para bien ni para mal. Pocas veces ha visto servidor que la prota de una historia sea una mujer que vive la vida con total y absoluta libertad y se comporta "como lo haría un hombre" en su lugar, pero sobre la que no se proyecta tampoco la imagen de heroína. Quiero decir, a eso lo llamo yo normalización. Habría sido tentador mostrar a Juanita viviendo la vida "como un hombre" pero remarcando que lo hace siendo mujer. Y precisamente eso es lo grandioso del retrato que hacen Chirigóticas, que Juanita es y vive así de forma normal, lógica, sana y porque sí. No ensalzan que ella viva libre sino que lo es y punto. Eso, suponiendo que el salir, beber, follar, drogarse y vivir el minuto sea algo "masculino", que por supuesto es algo indiscutiblemente falso, rancio y enfermizo. Pero en este mundo en el que se etiqueta todo (hasta este comentario) ver a una mujer con un comportamiento "masculino" sin que se someta a juicio ni tenga que ser "salvada" por nadie, sino que todo lo que hace sea natural, me parece un avance grandioso hacia la normalización y el derrumbe de estereotipos.
Desde esa libertad normalizada Juanita goza con lo que le gusta y le da placer. Vive la vida y la noche con su amiga y con la peña que se cruza en su vida, ¿sabes cómo te digo, tronca? hasta que se le aparece "su reloj biológico" y le toca las narices. A partir de ese momento quizá el texto pierde un poco de fuelle, porque la determinación de Juanita y su hacer lo que le da la gana (a pesar de los remordimientos típicos de la resaca) se quedan algo apartados y sus historia de determinación y solidez se vuelve algo pasiva y aparca un poco su chispa.
En cualquier caso, esta nueva joya de Antonio Álamo y de Chirigóticas es un monumento a la libertad y a la grandeza del ser humano. Juanita debería convertirse en un icono de la autodeterminación. Ella bebe porque quiere, sale porque quiere, folla porque quiere y le apetece, goza todo lo que puede porque quiere y decide tener a su hijo porque quiere y puede. Decide todos y cada uno de los pasos que da en la vida por eso todo el público ama a Juanita, porque querríamos vivir como ella.
Y claro, que mejor que envolver un mensaje revolucionario y antisocial (pa como es nuestra sociedad) que con canciones. Canciones con unas letras prodigiosas, ácidas, mordientes y con una retranca desarmante). Las tres cantan que te cagas, aunque confieso que Ana López me enloquece. Amo todo lo que hace, cada mirada, cada suspiro, cada nota que canta, cada sonrisa, cada llanto, cada quiebro. Es sencillamente prodigiosa. Alejandra López es brutal también. Su Rosi es de antología de la interpretación y el "reloj biológico" ni te cuento, de libro. Bestial y descojonante. Y Roció Marín Es un hallazgo y una fantástica incorporación. Bueno, yo vi a Rocío, aunque alterna su papel con Teresa Quintero, de la que me enamoré en "La copla negra". Vamos, que veas a la que veas, vas a flipar.
Ya era Chirigotista antes, pero después de literalmente mearme encima con esta "Juanita Calamidad", me he hecho Chirigotista de por vida, fanático y enfermizo.
Aquí podrás leer MI opinión sobre los espectáculos que voy viendo. Insisto en que es MI opinión, nada mas. No pretendo adoctrinar ni tener razón. Únicamente te contaré MIS razones para amar o amar menos lo que vaya viendo. El teatro son gustos y aquí leerás los míos. No soy crítico, solo necesito contarle al mundo el porqué de mis amores. Lo que puedes leer aquí es lo que yo he sentido al ver estos espectáculos. Ni más ni menos que mis sensaciones. Si a alguien le sirven, estupendo.
domingo, 27 de marzo de 2016
viernes, 18 de marzo de 2016
La distancia. Teatro Galileo.
Salí de casa nervioso porque había quedado y no sabía lo que me iba a encontrar. Era una cita a ciegas y aunque lo poco que había visto prometía un encuentro mágico, uno nunca sabe y hasta que se apagan las luces y empieza la vida... uno no sabe por dónde te va a agarrar, si es que te agarra. También es posible que lo que sentí fuera irreal, inventado y producto de un subidón de fiebre. No recuerdo estar malo, pero eso no quita para que me diera un ataque de fiebre y viviera durante unas horas más allá de la realidad.
En mi cita me encontré con tres mujeres y un hombre, que se habían puesto en manos de un señor para revivir unos hechos terroríficos y estremecedores. Acabó siendo una cita amorosa. Pero no lo parecía.
Al poquito de salir, ya en casa, ya en mi territorio de seguridad, ya protegido entre mis recuerdos y mis peluches vitales quise escribir mi primer impulso. Sonó así: "Cuando termina una función, se encienden las luces y el tiempo es cruel, te ha desplazado, traspasado, aniquilado y eres incapaz de moverte del sitio y sólo puedes mirarte, reencontrarte, reconocerte e intentar salir a flote de nuevo, entonces es que lo que has visto te ha gustado. Eso se llama teatro".
Yo a oscuras siento, me lanzo. Y si Amanda es gerundia y vive en presente continuo y siente en pluscuamperfecto, yo nado en pretérito imperfecto y a veces en futuro simple. Así lo hice en mi cita y lo que pasó fue que me rompí. Vi que mi distancia de rescate es casi inexistente, que no me salvaré ni pa dios. Si Carla no vio venir el destino, si David ha transmigrado hacia vaya usted a saber, si a Amanda se le escapa su hijita Nina (siempre Nina), a mí me paso tres cuartos de lo mismo. Me sobrepasó. Mi pareja en esa cita se llamaba "La distancia" y es una criatura sana y fuerte, navega de dimensión a dimensión, cabalga de pasado a presente y a futuro como si tal cosa. Como esa escenografía de planos interceptados unos con otros. De verde cortado, de praderas sajadas.
Estuve hora y pico mirándome por dentro, midiendo mi distancia de rescate, la que debería tener conmigo mismo o con los demás. Porque en mi cita me dio tanto miedo medirme yo como medir mi necesidad de otros, de los otros, de mis otros. Y darte cuenta de que uno necesita piel porque mi distancia de rescate es cero te machaca. Y salí de mi cita machacado.
Las citas son amor, o deberían ser amor. Esta lo fue. Si Amanda es gerundia y en pocos minutos morirá y necesita saber, yo, en mi butaca vi que saber, ver y ver morir y vaciar me llevó a sitios delicados. Al terminar mi cita, mi cita amorosa a ciegas me quedé en mi sitio, clavado, sin poder moverme, mirando al vacío y buscando dónde estoy, a dónde he ido, a dónde me han llevado.
En mi cita hubo varios compañeros de viaje, Paloma Parra poniendo unas luces mágicas e hirientes sobre un espacio de Elisa Sanz que te lleva, te transporta a la belleza maldita de la manzana de Blancanieves. Allí estaban Fernando, un ser de luz con una de las miradas más llenas que yo recuerdo, Luz que sufre y busca, Estefanía que va y viene a donde quiere y como quiere, viaja, se transfigura, muta, araña y escuece. Y María, que es el límite, el tope, no existe nada más allá de María. Y Pablo en medio de todas las dimensiones. Es un mago; no sé si le conocéis pero os cuento que mira desde otro sitio, se mueve en otra dimensión y viaja entre sueños y truenos. Es él, es Pablo. Todos juntos tuvimos esta cita amorosa. Y aunque me dolió mucho y me rompió por varios sitios, me iluminó y me enseño un camino. Sí, sencillamente. No sólo salí roto, sino removido, cambiado y despojado. Habíamos quedado todos para amarnos y así fue, durante hora y pico nos amamos entre dolores, lágrimas, pesticidas, soledades y necesidades.
¿Os da envidia y ahora queréis una cita como la mía? Corre, ahí están. Y cada día quedan con gente nueva. YO volveré. Porque esto no te recorre todos los días. Y es que estos compañeros de romance hacen lo más difícil que hay, le hacen bien al mundo.
jueves, 10 de marzo de 2016
La abducción de Luis Guzmán. Teatro del Barrio.
Definir un estado de ánimo es casi imposible. Poner palabras para hacer terrenales sensaciones íntimas, de las que duelen es casi tarea imposible. Intentar explicar lo que uno siente al ver este espectáculo es como querer describir una pérdida, o el amor, o la muerte o la moqueta.
Mi padre nació al ladito de Aranda de Duero. El hombre se fue del pueblo de jovencito pero todos sus hermanos y hermanas se quedaron por allí. Toda la vida de dios pasábamos unos días de vacaciones de verano en el pueblo y como estaba a unos cien kilómetros de Valladolid (donde viví de pequeño) muchos fines de semana cogíamos el 127, nos apelotonábamos todos y pasábamos el finde en casa de mi tía Basi o de mi tía Tori. Eran el terror, claro. Secas, antipáticas, vestidas de verde; de "verde tía", jamás sacaban ni un platito de pastas ni te daban un puto bocata. Sólo sacaban la bolsa de pipas, ponían el botijo en medio de la mesa y plantaban un plato de loza lleno de higos o de cerezas con la intención, claro está, de dejar manco al que osara hacer ademán de intentar trincar una. Todos sentados en el comedor, con los asientos asignados y escuchando cómo mi padre y ellas hablaban de cuando eran pequeños, del hijo de la Juani o del tío Agri que había puesto una conferencia hacía unos días. Todo en verde, rodeados de tapetes, de ganchillo, de hules, de plásticos, de fotos de muertos, de oscuridad, de olor a gallina, a amargura y a posguerra. Y todo el suelo de terrazo. De terrazo feo de cojones además. Pero esa casa; la de mi tía Basi, la de mi tía Tori e incluso la de la tía Rosario, que vivía en Aranda y era más moderna estaban llenas de moqueta. De esa moqueta que absorbe los pasos, sí, y aisla y cubre los gritos, los susurros y los secretos.
Esa misma moqueta es con la que Luis ha forrado su casa, su comedor, que es el comedor de mi tía Basi y su corazón. Tres seres aislados y unidos por los lazos invisibles, atenazadores y protectores de eso que se llama "la sangre". Luis ha vivido hasta hace nada con José Luis, no sabemos ni cómo ni en qué condiciones. Pero Luis, en su mundo, en su mente, en su universo es capaz de entender mejor los misterios del cosmos que los de su casa. Prefiere y se siente más cercano a los extraterrestres que a su hermano. Ha enmoquetado su corazón y su mente con una moqueta estampada con imágenes de planetas. Luis tiene un programa decano de la radio en el que pregunta a sus entrevistados todo lo que no se atreve a preguntar en la vida. Luis se ha aislado y ha creado un mundo distinto, paralelo y seguramente más sano y calentito. Max en cambio huyó. Salió por patas de ese comedor lúgubre y acabó en Londres, donde se construyó su propio hogar enmoquetado. Con moqueta de tonos neutros, gris o marrón seguramente, donde cree que vive una vida...suave y segura con Clara. Pero no, porque esa moqueta es falsa, cubre los tablones podridos de una relación muda, una relación callada y ahogada en más secretos, en más mentiras y en más miradas esquivas. La moqueta de los que no tienen hijos. Porque por allí nadie tiene hijos. Ni perro. Bueno, perro sí, pero un casi-perro casi sin nombre.
Estos tres seres sólos y abandonados, apaleados y moribundos coinciden en esa casa oscura y mortecina. Poco puede salir de ahí. Es más fácil que algún extraterrestre se encuentre con los discos de oro de las Voyager a que Max y Luis se crucen y hagan coincidir sus caminos. Sólo Clara con su antipatía y desde su traumática e inútil vida parece que pueda conseguir la gran hazaña; lograr que Luis se vaya a ¿vivir? a esa "casa con piscina". Terrorífico, espeluznante, estremecedor.
La moqueta y la muerte, los dos grandes temas de esta inmensa experiencia teatral. La muerte física y la otra muerte. O las otras muertes, la muerte de los sueños, de las ilusiones, de la verdad, de la confianza, de los lazos, de la esperanza, de la realidad, la muerte de todo signo de vida. La muerte losa y la muerte apisonadora; esa muerte que te vacía y te vuelve opaco y triste, profunda e internamente triste.
Pablo Remón construye un microcosmos enfermizo y con olor a rancio y a comida pasada con los elementos mínimos: un texto cruel, doloroso, seco y con mil recovecos llenos de pus y de sombras, un trío de actores sublimes y un espacio tan tétrico como el comedor de mi tía Basi.
Para hablar de los actores voy a usar un truco sucio, lo sé, voy a hacer un copia/pega de lo que escribí en su momento, cuando descubrí esta joya en el Lara aunque voy a cambiar cosas. El tiempo es lo que tiene.
"Más fenómenos paranormales: los actores. Los tres. Ana Alonso aparece y con ella entra la duda, la extrañeza, el dolor contenido, la lágrima al borde de caer pero suspendida en un hilillo. Y quieres que no se vaya nunca, que se queda hablando con Luis. No se entienden pero quizá sea la única con la que pueda comunicarse. Se tocan los cojones el uno a la otra como solo se los tocan los novios o los hermanos. Emilio Tomé hace una creación de esas de comértelo vivo. Porque seguramente sería una tortura, pero si no, te llevarías a Luis a tu casa. Adorable dentro de su verborrea tocapelotas. Tiene una magia única y consigue que desde que empieza con las pipas ya te hayas enamorado de él. Y Francisco Reyes es... apabullante. Le ves aparecer y flipas con ese pedazo de torre gigantesca. Guapo y feo, atractivo y repelente, te cae bien y le darías dos hostias, pero te embauca. Concentra tu atención casi tanto como su hermano. A mí me desencaja la mandíbula, porque de entrada te puede parecer el anti-actor, pero tiene una intensidad tanto en su presencia como en sus forma de sentir y de estar y comunicar con su hermano (no con Emilio, el actor) que te quedas embelesado. Lo que hace funciona. Y no sólo funciona sino que funciona que te cagas. Te deja pegao. Es un pedazo de actor único que te asombra, te fascina y te enamora. YO confieso que salí de la función eternamente enamorado de los tres".
También dije en su momento que estos dos hermanos son como dos personajes de Pinter con olor a gachas o a lechazo. Añado ahora a Clara, claro. Tres personajes sacados de una jaula de esas que creaba Pinter y colocados en cualquier cuidad de provincias.
Y de repente, cuando los enfrentamientos son insoportables, cuando no hay salida, cuando se lanza el mensaje al espacio exterior, cuando te recuerdan el mensaje de las sondas espaciales y tu espíritu está en el punto más alto, va y se acaba. Y tú te quedas ahí arriba, con la adrenalina y la excitación a tope, en todo lo alto. Y te das cuenta de que te acaban de dar un mazazo en pleno corazón y te han dejado abandonado a tu suerte. Los focos se apagan y tú te jodes y te vas a casa destrozado. Porque esta marcianada te ha vaciado la raíz.
Mi padre nació al ladito de Aranda de Duero. El hombre se fue del pueblo de jovencito pero todos sus hermanos y hermanas se quedaron por allí. Toda la vida de dios pasábamos unos días de vacaciones de verano en el pueblo y como estaba a unos cien kilómetros de Valladolid (donde viví de pequeño) muchos fines de semana cogíamos el 127, nos apelotonábamos todos y pasábamos el finde en casa de mi tía Basi o de mi tía Tori. Eran el terror, claro. Secas, antipáticas, vestidas de verde; de "verde tía", jamás sacaban ni un platito de pastas ni te daban un puto bocata. Sólo sacaban la bolsa de pipas, ponían el botijo en medio de la mesa y plantaban un plato de loza lleno de higos o de cerezas con la intención, claro está, de dejar manco al que osara hacer ademán de intentar trincar una. Todos sentados en el comedor, con los asientos asignados y escuchando cómo mi padre y ellas hablaban de cuando eran pequeños, del hijo de la Juani o del tío Agri que había puesto una conferencia hacía unos días. Todo en verde, rodeados de tapetes, de ganchillo, de hules, de plásticos, de fotos de muertos, de oscuridad, de olor a gallina, a amargura y a posguerra. Y todo el suelo de terrazo. De terrazo feo de cojones además. Pero esa casa; la de mi tía Basi, la de mi tía Tori e incluso la de la tía Rosario, que vivía en Aranda y era más moderna estaban llenas de moqueta. De esa moqueta que absorbe los pasos, sí, y aisla y cubre los gritos, los susurros y los secretos.
Esa misma moqueta es con la que Luis ha forrado su casa, su comedor, que es el comedor de mi tía Basi y su corazón. Tres seres aislados y unidos por los lazos invisibles, atenazadores y protectores de eso que se llama "la sangre". Luis ha vivido hasta hace nada con José Luis, no sabemos ni cómo ni en qué condiciones. Pero Luis, en su mundo, en su mente, en su universo es capaz de entender mejor los misterios del cosmos que los de su casa. Prefiere y se siente más cercano a los extraterrestres que a su hermano. Ha enmoquetado su corazón y su mente con una moqueta estampada con imágenes de planetas. Luis tiene un programa decano de la radio en el que pregunta a sus entrevistados todo lo que no se atreve a preguntar en la vida. Luis se ha aislado y ha creado un mundo distinto, paralelo y seguramente más sano y calentito. Max en cambio huyó. Salió por patas de ese comedor lúgubre y acabó en Londres, donde se construyó su propio hogar enmoquetado. Con moqueta de tonos neutros, gris o marrón seguramente, donde cree que vive una vida...suave y segura con Clara. Pero no, porque esa moqueta es falsa, cubre los tablones podridos de una relación muda, una relación callada y ahogada en más secretos, en más mentiras y en más miradas esquivas. La moqueta de los que no tienen hijos. Porque por allí nadie tiene hijos. Ni perro. Bueno, perro sí, pero un casi-perro casi sin nombre.
Estos tres seres sólos y abandonados, apaleados y moribundos coinciden en esa casa oscura y mortecina. Poco puede salir de ahí. Es más fácil que algún extraterrestre se encuentre con los discos de oro de las Voyager a que Max y Luis se crucen y hagan coincidir sus caminos. Sólo Clara con su antipatía y desde su traumática e inútil vida parece que pueda conseguir la gran hazaña; lograr que Luis se vaya a ¿vivir? a esa "casa con piscina". Terrorífico, espeluznante, estremecedor.
La moqueta y la muerte, los dos grandes temas de esta inmensa experiencia teatral. La muerte física y la otra muerte. O las otras muertes, la muerte de los sueños, de las ilusiones, de la verdad, de la confianza, de los lazos, de la esperanza, de la realidad, la muerte de todo signo de vida. La muerte losa y la muerte apisonadora; esa muerte que te vacía y te vuelve opaco y triste, profunda e internamente triste.
Pablo Remón construye un microcosmos enfermizo y con olor a rancio y a comida pasada con los elementos mínimos: un texto cruel, doloroso, seco y con mil recovecos llenos de pus y de sombras, un trío de actores sublimes y un espacio tan tétrico como el comedor de mi tía Basi.
Para hablar de los actores voy a usar un truco sucio, lo sé, voy a hacer un copia/pega de lo que escribí en su momento, cuando descubrí esta joya en el Lara aunque voy a cambiar cosas. El tiempo es lo que tiene.
"Más fenómenos paranormales: los actores. Los tres. Ana Alonso aparece y con ella entra la duda, la extrañeza, el dolor contenido, la lágrima al borde de caer pero suspendida en un hilillo. Y quieres que no se vaya nunca, que se queda hablando con Luis. No se entienden pero quizá sea la única con la que pueda comunicarse. Se tocan los cojones el uno a la otra como solo se los tocan los novios o los hermanos. Emilio Tomé hace una creación de esas de comértelo vivo. Porque seguramente sería una tortura, pero si no, te llevarías a Luis a tu casa. Adorable dentro de su verborrea tocapelotas. Tiene una magia única y consigue que desde que empieza con las pipas ya te hayas enamorado de él. Y Francisco Reyes es... apabullante. Le ves aparecer y flipas con ese pedazo de torre gigantesca. Guapo y feo, atractivo y repelente, te cae bien y le darías dos hostias, pero te embauca. Concentra tu atención casi tanto como su hermano. A mí me desencaja la mandíbula, porque de entrada te puede parecer el anti-actor, pero tiene una intensidad tanto en su presencia como en sus forma de sentir y de estar y comunicar con su hermano (no con Emilio, el actor) que te quedas embelesado. Lo que hace funciona. Y no sólo funciona sino que funciona que te cagas. Te deja pegao. Es un pedazo de actor único que te asombra, te fascina y te enamora. YO confieso que salí de la función eternamente enamorado de los tres".
También dije en su momento que estos dos hermanos son como dos personajes de Pinter con olor a gachas o a lechazo. Añado ahora a Clara, claro. Tres personajes sacados de una jaula de esas que creaba Pinter y colocados en cualquier cuidad de provincias.
Y de repente, cuando los enfrentamientos son insoportables, cuando no hay salida, cuando se lanza el mensaje al espacio exterior, cuando te recuerdan el mensaje de las sondas espaciales y tu espíritu está en el punto más alto, va y se acaba. Y tú te quedas ahí arriba, con la adrenalina y la excitación a tope, en todo lo alto. Y te das cuenta de que te acaban de dar un mazazo en pleno corazón y te han dejado abandonado a tu suerte. Los focos se apagan y tú te jodes y te vas a casa destrozado. Porque esta marcianada te ha vaciado la raíz.
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