El textazo de Jean Cocteau lo hemos visto cientos y cientos de veces. Se lo hemos visto a las mejores actrices, desde Anna Magnani a Amparo Rivelles. Incluso Poulenc compuso una ópera porque es tan demoledor el texto, tienen tantísimo peso las palabras que es imposible no caer en la tentación de ponerlas en pie. Hasta yo, en mis locuras particulares, tengo dos ideas fascinantes para llevar a escena esta "Voz humana". La versión de Israel Elejalde es brillante. Acerca al siglo XXI este drama. Lógico, quizá en estos tiempos de móviles y Black Mirror quede raro lo del teléfono. Elejalde corta, pega, mueve, se carga todo lo de la operadora y las interferencias y va al meollo del asunto.
Pau Fullana ilumina de forma prodigiosa un espacio creado por Eduardo Moreno. Luces salidas del corazón de la mujer, ella, la sin nombre. Cada foco es un rincón de su corazón, de su tripa, de su abandono o de su coño. Eduardo Moreno cambia la consabida cama por una especia de tumba/escenario brillante y negra. Otro prodigio. Y para rematar Arnau Vilà ha compuesto una música tan terrorífica como los mazazos que suponen esas notas sencillas. Cada tecla del piano es un escalofrío directo a tus intestinos. Ana López viste a la Wagener de mujer acabada, cubierta con una gabardina ajena y tan desvalida como el gatito de "Desayuno con diamantes".
Lo que vamos a ver es producto de la conjunción entre un director y una actriz. O entre un hombre y una mujer. Ella da la cara y pone sus tripas, pero él ha tenido la visión de cómo debía ser contada la historia de esta mujer, ella, la sin nombre. El mérito es de ambos aunque la que se juega el tipo y la estabilidad emocional sea ella, la Wagener, digo Dios.
"¿Para qué sirve el amor?" Frase que aparece escrita en la ventana. De momento.
Cocteau escribió esta pieza breve cuando le abandono un amante y se asomó al abismo del suicidio y la locura. Ahí está. Ella, la mujer, la sin nombre ha intentado suicidarse, no soporta el abandono de su amante infiel. Se despierta de pronto y recibe una llamada, una última llamada. Según acotaciones del propio autor: "el autor propone a la actriz que abandone la ironía, la amargura y la expresión directa del subtexto de mujer destrozada. La imagen que el autor desearía es la de un animal herido que se desangra y que realmente inunda al final de sangre verdadera todo el espacio escénico". Y eso es exactamente lo que vemos. A la Wagener abandonada, sin florituras, sin hablarle al teléfono sino a su amante, a su dueño, a su amor, a su amo.
Carmen Maura hizo una mujer que navegaba por los estados de ánimo en medio de una alta comedia trufada de personajes; la amante, el perro convertido en conejitos que vivían en la terraza, incluso al ex-amante, un actor de doblaje, una voz, una "voz humana". Mientras ella, la sin nombre, estaba al borde de un ataque de nervios. Almodóvar se llevó el texto de Cocteau a su terreno por segunda vez; ya lo había hecho antes en "La ley del deseo", donde la Maura, hacha el mano, esperaba la llamada de su hombre.
Aquí no, aquí se siguen al pie de la letra las indicaciones del poeta Cocteau y se despoja todo de artificios y de símbolos. Sólo queda lo imprescindible; un teléfono, un camisón, un recuerdo, una mujer deshecha y entregada, una ventana y una tumba.
La Wagener, digo Dios, es exactamente eso, un animal herido, moribundo, derrotado, sin fuerzas ni para levantar la voz. Cojones, si la levanta igual él se enfada y cuelga. Mejor no gritar, mejor susurrar, mejor usar tu voz desgastada de mujer acabada para convencer a tu amo, a tu maltratador de que lo que te está haciendo te lo mereces, que es bueno y que es lo suyo.
Porque él, el hombre, es un maltratador, un déspota que trata como basura a esta mujer, la humilla, la devasta, la asola, la vacía y la tira. Y ella asume que así es como tiene que ser. Algo que en algún momento de la vida todos hemos sentido. Que "eso" que nos hacen o que no nos hacen, no importa con tal de que el otro no se vaya, con tal de que no nos deje del todo. Mejor que se quede cerca, aunque sea haciéndome daño o hasta pegándome con tal de que no se vaya. Además todo es culpa mía, me lo merezco, lo hace por mi bien, es lógico que me deje, la culpa la he tenido yo, yo lo he hecho todo mal...
Ese vacío vital lo tiene la Wagener, digo Dios, desde que abre el ojo hasta ese final espeluznante. Su dureza corporal, el abandono de su espalda, el dolor más íntimo que hasta te seca las lágrimas, las confesiones humillantes... todo en la Wagener, digo Dios, es REAL. Coño, si yo me veo en esas y al otro lado del teléfono tengo a la Magnani gritando y sufriendo como ella hacía (divinamente, por cierto) yo cuelgo el teléfono al instante. Pero lo que hace la Wagener, digo Dios, es mantener el delicado equilibrio necesario para que yo, déspota maltratador no me vaya. Supervivencia pura. Al menos durante el tiempo que dure esa última llamada. La Wagener está en ese punto exacto en el que hasta el tono de voz es el de un animal moribundo, temeroso de que su amo se pire para siempre. Vivir su ausencia va a ser lo suficientemente imposible como para encima tener que vivir su abandono. Eso sería insuperable.
Insuperable la humillación de una mujer maltratada, humillada, hundida, aniquilada, anulada y temerosa. Una mujer, ella, la sin nombre, incapaz de mirarse al espejo porque de pronto se ve vieja, acabada y vacía. Jamás el abandono y la muerte en vida se habían visto de forma tan viva en una actriz. Jamás.
Bravo a todos los creadores que han participado en esta obra maestra, bravísimo a Israel Elejalde por ponerse en el sitio perfecto para contar esta historia y por hacerlo de esa manera y.. todos en pie para demostrar adoración eterna e infinita por la Wagener, por jugarse el tipo y la estabilidad al situarse emocionalmente en ese punto exacto. Para llegar hasta ahí hay que haber pasado por otros muchos estados de ánimo y de aceptación y negación. Este paso es el siguiente, al que uno llega cuando ya no hay más, cuando se agotan las salidas y la única forma de supervivencia que te queda es tratar de entregar lo poco que queda de ti con tal de que no se vaya, aunque ya no te ame, aunque ya no te desee ni te quiera, aunque ya sólo te humille y te mee encima, porque hasta ese meado te sabe tan rico como el primer beso que te dio. Lo que sea, con tal de que sea para ti. Aunque en esa humillación final te termines de vaciar, y tras purificarte en el agua de esa gotera espiritual que brota de pronto del abandono final, de ese hogar en ruinas que se hunde por completo; tras purificarte, digo, sólo quede un camino.
Damas y caballeros, háganse un favor, déjense llevar por la puta realidad, por la puta vida y por la puta poesía de Cocteau, Elejalde, y vayan a gozar sufriendo con uno de los mejores y más sutiles trabajos que uno pueda ver en su vida; el trabajo de Ana Wagener. Porque insisto, la Wagener es Dios.
Las impresionantes fotos son todas de Vanessa Rabade. Son impresionantes y no puedo resistirme a ponerlas, supongo que no habrá inconveniente.
Postdata: me siento incapaz de releer y repasar lo que he escrito, si os encontráis alguna errata, os ruego que me perdonéis.
Adoro a Ana. Como actriz y como persona. Iré. Gracias, David, como siempre.
ResponderEliminarQué bueno compartir tanto sentido contigo!! Grandes todos, grande tú!!
ResponderEliminarGracias David, siempre magnífico. Muero por verla, pasión por Ana Wagener, y tendré la oportunidad el 28 , que me doy una vuelta por los madriles y era imposible decir no a esta magnífica obra. Tu crónica es maravillosa.
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