Luis Luque vuelve a estar feliz. Y se le nota.
"La cantante calva" es un puritito derroche de optimismo, de brillo y de luz. A pesar de la crítica feroz de un texto intemporal que sigue desnudando y destrozando sociedades. Pero eso se puede contar desde la amargura, desde la sombra, desde la pesadumbre y desde el beige o se pude contar desde el sarcasmo, desde la luz al final del túnel y desde el azul brillante de los calcetines de los protas. Y esta cantante calva del siglo XXI es brillante, luminosa y de colores chillones.
No voy a escribir sobre la importancia del texto, ni sobre la sociedad alienada que intenta comunicarse y no lo consigue, ni sobre cursos de inglés. Ni siquiera sobre las verdades aplastantes que se esconden baja cada una de las frases aparentemente inconexas. Eso ya lo habéis leído en todas partes y os lo sabéis de sobra.
Prefiero hablar de lo que vemos sobre el escenario del Español. Y ahí lo primero que vemos es una versión que está de vuelta. Quiero decir que puedes contar lo mismo yendo hacia las cosas o cuando estás de vuelta de ellas. Pero no porque las tengas superadas y te la pelen sino porque hayas llegado a ellas, las hayas visto, entendido, asumido y asimilado y lo que quede sea el poso de la comprensión y la ironía de la superación. Y creo que en esta ocasión Natalia Menéndez ha llegado a la verdad del texto y nos lo cuenta desde el camino de vuelta. Luis Luque lo mismo, exactamente igual, por eso las frases vuelven a tener gracia, el texto se vuelve comedia y las carcajadas del público son sanas. Porque a pesar de seguir retratando a una sociedad (la de entonces, la de ahora y seguramente la de mañana) aislada y hermética, el poder de las palabras nace desde la superación del trauma. Y ahí renace la comedia, la ironía, el sarcasmo y el descojone. Me río porque me lo puedo permitir.
Luis Luque, ese visionario capaz de dar vida a cada proyecto en el que se sumerge vuelve a acertar de pleno. Normal, porque trabaja desde el corazón. Y encima es un sabio. TODO lo que vemos en escena funciona como la maquinaria de un reloj suizo. El texto como digo está hipertrillado y lo trabajan desde un sitio desvergonzado, optimista y de colores brillantes. Los actores incluso desde antes de que se levante el telón ya están marcando lo que son; autómatas intercambiables, carentes de sentimientos, de acciones conjuntas, de comunicación o de implicaciones. Ese sitio desde el que Luis nos cuenta este cuento cruel es el sitio del amor. Del amor a una historia que ya no es amarga (aunque lo sea), que ya no es cruel (aunque lo sea) y a la que inevitablemente AMA. A la que mira con la dulzura y el rigor del amante sabido. Eso se traduce en amor, en colores, en brillo, en luminosidad y en juego.
Quizá todos estos adjetivos parezcan opuestos a lo que debería ser la dureza y el sarcasmo de "La cantante calva", pero no es así. ¿O no es lógico ese final como de muñecos rotos, de cortocircuito, de autómatas desvencijados? Esa es y así es la sociedad. El telediario, el gobierno, LePen y Macron, Maduro, los refugiados, Montoro, Siria, los curas pederastas, Sor María, la pobreza infantil, Matadero... Este panorama no es muy distinto al final de Luque.
Y por si fuera poco, Luque se rodea de lo mejor de cada casa. Almudena Rodríguez Huertas crea unos figurines deslumbrantes. Convierte a los matrimonios en perfectamente intercambiables. Desde los vestidos, a los calcetines azules, los zapatos o los complementos. Incluso el pañuelo y el chaleco azules de Climent se podrían intercambiar con la amapola roja o los pantalones de Tejero y Ozores se apropia en un momento dado del bolso de Ruiz con toda naturalidad, porque podría ser el suyo. Uniendo todos esos elementos coloridos, el blanco y negro de Lanza. Concepto puro.
Monica Boromello vuelve a plasmar la esencia del "mensaje" en su fascinante escenografía. Lo mismito que hace Luismi Cobo con su partitura. Para componer esta música (otra obra maestra de Cobo, y van no sé cuántas) hay que hacer lo que hace Luque con el texto, Paco con el vestuario, Felipe con la luz o Mónica con su escenografía: ir para volver. Ese arranque con el "Dios salve a la reina" deconstruído es un viaje de regreso. Hay que haber ido para poder volver. O como el impresionismo; hay que saber dibujar para descomponer. Orfebrería fina.
Adriana Ozores, Carmen Ruiz, Fernando Tejero, Helena Lanza y Joaquín Climent están absolutamente PERFECTOS. Si el primer acto es brillantísimo, el segundo, el del matrimonio Martin es apoteósico y las intervenciones de Mary son todas y cada una, una lección de género y de solidez. No me puedo imaginar un elenco mejor.
Resumiendo, una adaptación brillante dirigida de forma tan inteligente como siempre hace Luque , interpretada a la perfección y con una luz, vestuario, música y escenografía FASCINANTES. Puro teatro de calidad de quien sabe lo que hace, por qué lo hace y cómo debe hacerlo.
¿Y la croqueta? AMO LAS CROQUETAS!!!!
Las fotazas son de Javier Naval, acojonantes. Espero que no le importe que las use, peor no hay quien se resista.
Aquí podrás leer MI opinión sobre los espectáculos que voy viendo. Insisto en que es MI opinión, nada mas. No pretendo adoctrinar ni tener razón. Únicamente te contaré MIS razones para amar o amar menos lo que vaya viendo. El teatro son gustos y aquí leerás los míos. No soy crítico, solo necesito contarle al mundo el porqué de mis amores. Lo que puedes leer aquí es lo que yo he sentido al ver estos espectáculos. Ni más ni menos que mis sensaciones. Si a alguien le sirven, estupendo.
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