martes, 2 de mayo de 2017

Las bicicletas son para el verano.




Una de las cosas que uno más agradece cuando se mete en una sala oscura es la honestidad. Lo he dicho mil veces y lo repetiré otras mil. Que no te la quieran meter doblada. Que no te quieran vender como "supermodernotíatelojuro" una cosa de los ochenta o que te quieran colar como "trabajo sincero" un catálogo de lugares comunes y "quieroynopuedos".

Producciones La Ruta, aparte de otras producciones exitosas, arriesgó con otro montaje, "Palabras encadenadas", brutal pieza de cámara que mereció una mayor repercusión y que afortunadamente se sigue representando por todo el mundo con un exitazo abrumador. Gracias, en buena medida, al trabajo arriesgado y bestial de sus dos intérpretes, dos de los más dotados del país, Cristina Alcázar y Fran Boira.



Bueno pues ahora cambia de tercio y se pasa al teatro de la memoria. 
A ver, es inevitable recordar la peli de Chávarri, eso es así. Está en el recuerdo de los que la vimos y en el subconsciente de los herederos de esa guerra, la peor de todas, la guerra entre vecinos y hermanos.
Esta versión teatral, con una ligera poda para reducir espacios, personajes y duración no veo quién la firma, pero merecería una mención porque consigue que no eches en falta nada, que la coherencia del texto sea incuestionable y que la emoción y el drama estén en su punto justo y necesario. 

Esta producción de La Ruta es sincera. Es honesta. Y prueba de ello es el efecto que causó en mí. 
Me explico, yo siempre hablo desde mí. No pretendo hacer una "crítica" general ni adoctrinadora. Siempre escribo única y exclusivamente lo que me producen a mí los espectáculos que veo. 
"La bicicletas..." me produjo un efecto precioso. Nada más empezar me rechinó un poco el tono y el espacio. Parecía la típica escenografía hecha con pocos medios y el tono algo chirriante. Tanto las voces como los tonos se me "desenfocaban". Pero esta sensación me duró dos minutos. Enseguida se produjo la magia de los espectáculos inteligentes y me captó para no soltarme. Tanto la escenografía como todos los elementos, los cambios, las sombras, las maravillosas luces, el fabuloso espacio sonoro, todo está impregnado de un realismo simbólico bellísimo y tiñe la historia casi te diría de un "realismo mágico" que cubre de cierto tono poético una historia tan dura como el drama de esta familia.



César Oliva se pone en el sitio justo desde donde poder contar con el corazón y con las tripas la dureza de unos años desoladores. La puesta en escena destila algo precioso y muy difícil de conseguir, y es que tengas la sensación de estar participando de algo "entrañable". Y no me refiero a la guerra, obviamente. Ese drama, esa tragedia desoladora es incuestionable, sino al tono del espectáculo que es exactamente el tono del texto de Fernán Gómez. La dureza de unos tiempos desérticos vistos con una perspectiva cálida. Ni el texto ni la puesta en escena quitan ni un ápice de dramatismo a la crueldad de la guerra. Ni mucho menos, está ahí, pero el talante "lírico" de ciertas imágenes ayudan a digerir tanta desolación. Ni el texto ni el montaje restan potencia a el horror de una guerra, pero en vez de optar por la crudeza, como en  "In memoriam: la quinta del biberón", por ejemplo, Fernán Gómez escribió casi el guion de una peli de Wylliam Wyler, con personajes arrasados mirando al horizonte mientras suena una banda sonora de estas estremecedoras. Es más un melodrama que un drama. Eso te deja más tranquilo. Y eso es justamente, creo yo, lo que buscan. Por eso hablo de honestidad. No creo que quieran contarnos "La lista de Schindler" sino "Los mejores años de nuestras vidas". Y como uno no siempre tiene el cuerpo revolucionario y a días prefiere, por propia supervivencia, una lágrima a un dolor de entrañas, agradecí infinitamente tanto el tono como el sitio como el clima creado en esa sala tan desagradecida como es la Guirau.

Tengo que poner dos pegas, eso sí. Por un lado, un par de actrices que creo que no están tan frescas y naturales como el resto... y las pelucas. No me gustan nada las pelucas, lo siento. 

Repartazo de lujo encabezado por unos grandiosos Patxi Freytez y Llum Barrera. Pero el resto (casi) están igual de brillantes. Teresa Ases mágica y dolorosa, Álvaro Fontalba divertido y chispeante, tragicómico y apagado. 

Aunque de momento han terminado en el Fernán Gómez, estoy convencido de que volverán a Madrid y de que seguirán girando por toda España, lo primero porque el montaje lo merece, segundo porque tiene calidad suficiente como para que quieran verlo en todo el país y tercero porque es un homenaje a Fernán Gómez, a la palabra bien dicha, a la emoción y a la historia.    



Las fotazas son de Pepe H y espero que no le importe que las haya usado, pero son tan brutales...  

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