sábado, 3 de febrero de 2018

La danza

Soy un asiduo espectador de espectáculos de danza. Afortunadamente en Madrid hay ocasiones de ver danza. Es evidente que debería haber muchísimos más. Pero algo hay. 
Siempre he pensado que cualquier expresión artística tiene que nacer de una necesidad. Bailar, cantar, hacer acrobacias, vivir en las palabras de otro... son actos antinaturales. Como seres humanos, nuestro código de comunicación es otro, más terrenal, más carnal, más cercano y más basicote. Comunicar cantando, bailando, tocando un instrumento es... raro. No es lo habitual. 
A ver si me explico. 
Actores, directores, escenógrafos, coreógrafos, iluminadores, vestuaristas, todos las partes vitales de un espectáculo necesitan una preparación, un planteamiento previo, a veces hasta unos estudios y siempre mucho, mucho, mucho trabajo previo. Pero músicos, cantantes, malabaristas, acróbatas, funambulistas, y bailarines NECESITAN una preparación muchísimo más exigente, continua y rigurosa. Años y años y años y años de curro en silencio, llevando su cuerpo al límite para ofrecernos algo único y especial. Nos regalan lo que los demás NO PODEMOS hacer. Eso nos fascina (o me fascina) de la música, del circo, del canto y de la danza. Que veo a gente hacer cosas extremas que yo jamás sería capaz de hacer. Son seres especiales. Hacen cosas especiales. Tocan fibras especiales. ¿O es que hay alguien que no haya roto a llorar escuchando un aria en concreto, o un solo de violonchelo, o viendo a un acróbata haciendo un numerazo en el mástil chino, o viendo bailar el paso a dos de "Espartaco"?
Todo ese trabajo duro, sordo, anónimo y gratuito de estos artistas no trasciende, es algo que parece que damos por hecho. Y sólo eso es de quitarse el sombrero y admirar de por vida. Son gente que sacrifican su entrenamiento y llevan su cuerpo al límite para regalarnos belleza. 
Ese es el estado previo, el trabajo anterior. Luego viene en encuentro con el público. Si un autor, un director y un actor sienten la NECESIDAD de compartir y de que su voz sea escuchada y mirada por los otros, estos dioses con más motivo, puesto que su lenguaje además, es antinatural. ¿O no es antinatural cantar "Amore" durante cinco minutos? Antinatural pero primario. primitivo, impulsivo, racial. Quizá de las primeras cosas que uno hace sean bailar ( o moverse según siente los ruidos, la música y los estímulos externos) o intentar gritar, llorar y soltar la voz, o tratar de seguir un ritmo y producir sonidos armónicos con el sonajero o con un palo. 

En esta reflexión en voz alta quiero ceñirme a la danza. Porque en estos días he tenido el honor de disfrutar de tres espectáculos y tres concepciones distintas de lo que es, de dónde nace y de a dónde quiere llegar la danza. 
Los tres espectáculos nacen de una necesidad extrema de compartir dolor y asfixia. Y digo necesidad, de necesidad, del verbo necesidad. De que si no, te mueres.



Chevi Muraday y Paloma Sáinz-Aja necesitaban dar luz a las palabras de Paco Tomás. No hablo de la luz mágica y estremecedora de David Picazo, sino de sacar de la tumba a esos dos seres medio muertos, vengativos, necesitados el uno del otro, crueles, débiles, heridos y putrefactos. Si Chevi siempre baila porque no le cabe el cuerpo en el cuerpo, en esta ocasión ha arriesgado te diría que su serenidad para meterse en la piel de un moribundo, de un cadáver becketiano. Y lo ha hecho por pura necesidad. Porque no se puede vivir con eso dentro. Por eso hay que bailarlo. Y Chevi lo baila y lo llora. 



Sharon Fridman en "All ways" necesita hablar en voz alta. Necesita decirnos que hay salida, que si sueñas y vuelas te puedes liberar. Que a pesar de todo lo que se cruce en tu camino, si miras al frente, respiras y confías, llegarás. Por eso desnuda a un puñado de seres perfectos y celestiales. Cuerpos bellos, desnudos, libres, con el morbo de una estatua clásica y la piel al aire, buscando horizontes. Por eso Melania Olcina, ese ser puro, transparente y frágil sonríe, cierra los ojos y danza como si estuviera poseída, como si bailara hipnotizada y en éxtasis. Por eso su sonrisa regala paz. Por eso salimos flotando y sintiendo que en el fondo la vida en bella. 
La CND es un debilidad que tengo, eso es sabido. En Kamikaze han vuelto a colgar el cartel de NO HAY ENTRADAS (igual que Chevi y que Sharon, cuidado). Cada vez que actúan demuestran que a la gente le gusta la danza, que la gente quiere ver danza, que cuando hay danza se agotan las entradas. Por dios, que alguien se entere. ¡LA DANZA LLENA! 
Aparte de que la CND necesita y merece urgentemente una sede, un teatro donde puedan bailar todos los días, no sé, Albéniz, Teatro de Madrid, Matadero..., la Compañía Nacional de Danza baila porque lo necesita. Porque el grupo de bailarines jóvenes que acaban de entrar en la compañía necesitan bailar. Porque si no las compartes, hay cosas que se enquistan. Porque los humanos necesitamos ver y sentir a Mar, a Aleix, a Seh, a Aída, a Isaac, a Elisabet, a Esteban, a Daan, a Anthony, a Cristina, a Álvaro, a Agnés, a Yanier...  
El programa, aparte de repasar en sala varios trabajos habituales (como los sobrehumanos "Passing time" o "Polvo eres" de Juan Carlos Santamaría con unos Aída Badía y Erez Ilan grandiosos) presentaron varias coreos nuevas y prometedoras, como "Jián", "Odila", "Triple Bach" o "Absolutio". Cuatro maravillas. 



En el ambigú del Kamikaze bailaron Agnés López e Isaac Montllor "Elogio del caminar". La verdad es que decir "bailaron" es falso. Isaac y Agnés no bailan. Viven. Ellos dos son el ejemplo perfecto de la necesidad. Bailan, danzan, respiran, miran, sufren, lloran, sonríen y viven por necesidad. La pieza es una auténtica maravilla de orfebrería fina, pequeña y delicada. Y ellos dos están tan llenos de dolor, de confusión, de búsqueda y de dependencia que necesitan que salga. Y sale danzando, dejando que el cuerpo lo exprese. Su necesidad se hace movimiento y su mirada se inunda de emoción. Porque los dos bailan con todo, bailan con el cuerpo, bailan con la mirada, esa mirada llena y pesada que taladra, bailan con su respiración, bailan con el aire que les rodea, bailan con el cosmos y bailan porque lo necesitan. Y a mí particularmente me llevan a sitios fabulosos e íntimos. Me dan ganas de saltar y abrazarles y revolcarme y dejar que mi cuerpo hable también (obviamente no como ellos, yo sería más bien el saco de patatas revolconas y sin gracia). Contagian lo que sienten, porque lo que sienten se les escapa por los poros y necesitan regalarlo. Ellos dos demuestran que las manos son el final del brazo, no una parte que va después de la muñeca. Y demuestran que bailar es lo que hay entre movimiento y movimiento. Los pasos son los pasos, pero bailar es lo de en medio. 

Lloré con Melania, lloré con Chevi (como siempre) y lloré con Agnés y con Isaac. Porque cuando estos seres sacrificados, incomprendidos, maltratados y olvidados nos regalan su necesidad de explotar, uno sólo puede abrirse, dejarse hacer, dejarse querer, dejarse herir y echarse a llorar ante tanta belleza. 

Los bailarines (o la gente que se expresa bailando) son seres especiales y sacrificados. Lo que hacen es único. Así que, señores que mandan y que programan, cuiden un poco más a estos currantes. Ellos se mueren creando belleza y nos la regalan. Y eso nos hace mejores.
Más danza, por dios.       


   

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