domingo, 29 de abril de 2018

Ilusiones. Pavón Teatro Kamikaze.

Ivan Viripaev escribió un texto envenenado y Miguel del Arco ha montado un espectáculo igual de envenenado. 
"Ilusiones" es un drama existencialista sobre el  amor, o sobre la verdad y la mentira, o un relato sobre la palabra, o sobre el recuerdo, o sobre lo no dicho, o sobre la verdad creada, o incluso sobre la verdad creada entre todos. O puede ser lo que tú quieras. Porque la trampa de "Ilusiones" es que es una bomba subterránea que va haciendo su trabajo lentamente, sin que te des cuenta. Hasta que te descubres taladrado. 




Cuando uno va al teatro, o mejor dicho, cuando uno va a una sala en la que otros seres humanos han decidido compartir contigo una aventura necesaria y tú relajas tus esfínteres, abres los ojos y los oídos y dejas que las cosas pasen, es probable que descubras que las necesidades de los que te cuentan esa historia se parezcan a las tuyas. Entonces te estremeces. 
Me explico.
Yo llegué al Kamikaze con unas ganas locas de que "Ilusiones" me gustara. Coño, a ver, Miguel del Arco, Varónica Ronda, Daniel Grao, Marta Etura (a Alejandro no le conocía, lo siento), Juanjo Llorens, Manuela Barrero... todos juntos en un proyecto, eso es maravilla.  
Sin embargo el arranque me despistó. Marta Etura comienza a contarnos la historia de un matrimonio. Mejor dicho, las palabras de despedida de Dani a su mujer, Sandra en su lecho de muerte. Las palabras me suenan afectadas, demasiado acarameladas, casi tópicas. Me pongo a la defensiva como buen prejuicioso que soy a veces. No me gusta el tono ni el intento de emocionarme así, tan pronto. Y no termino de empatizar con la emoción de Marta Etura. Eso yo, el experto en autodefensa y en "aprioris". 
Hablo siempre desde mis sensaciones y desde mi experiencia única. Ni cuestiono ni juzgo el punto de vista ni la intención del director, faltaría más. Por eso, digo en voz alta aquí y ahora que yo creo o quiero creer que la intención de Miguel del Arco es que piquemos el anzuelo. La primera "trampa" de las que hablo es que creas estar en medio de una historia lírica de amor hasta que de pronto llega Verónica Ronda y te da un quiebro que te descoloca, te deja indefenso, te rompe el esquema y te devuelve al sitio virgen desde el que deberías estar viendo la función. Te ha pillado, ha conseguido que te veas cazado en tus prejuicios. Y arranca de nuevo la función. O arranca otra función, o la buena, o la de verdad. 
Porque cuando crees estar viendo una historia poética de amor entre dos seres preciosos y sinceros, se empiezan a abrir las capas subterráneas que esconden tanto el texto de Viripaev como la puesta en escena de Miguel del Arco. Veneno puro.




"Ilusiones", en mi experiencia, no habla del amor entre dos matrimonios, ni de los amores ocultos, ni siquiera del amor de verdad, o del amor sincero, o del amor escondido, o del amor enfermo, o del amor moñas. Que también. Sobre todo y principalmente habla de lo dicho. Y de lo no dicho. De lo que existe por el hecho de ser contado y de lo que nace al ponerlo en palabras. De lo real y lo irreal, de lo inventado, de lo creado al darle nombre, de lo que nunca existió y de lo que empieza a existir al ser nombrado. 
Ya se encargan ellos mismos de recordarnos cada poco que "es broma". Este detallito casi sin importancia, esconde la clave de "Ilusiones". Lo que te estoy contando es real porque te lo cuento. Pero no olvides que quizá sea broma, que quizá no sea tal y como te lo cuento y en ese caso tal vez sea mentira aunque yo te lo cuente. Quizá Dani y Sandra fueran hermanos. De hecho lo son durante los pocos segundos que dura la broma. Y así todas las relaciones y los amores entre estos cuatro personajes. En realidad son verdaderas cuando nos las cuentan. Cobran vida al ser nombradas. Las palabras crean vida. Lo no dicho, lo no contado, lo que no se nombra no existe y no ha existido. Eso es la vida, eso es el recuerdo y eso somos nosotros. Somos lo que recordamos, somos a lo que le ponemos nombre, somos lo que decidimos que viva. Ahí está el veneno y la trampa de "Ilusiones". Que no habla del amor, ni de las relaciones, sino de la existencia, de la vida, de lo que decidimos que exista y de lo que decidimos que sea verdad. De hecho, no sabemos demasiado de ellos ni de sus vidas, sabemos lo justo, lo que nos hace falta saber para comprender lo que nos quieren contar. Simplemente sabemos que tienen hijos e incluso nietos, pero ya está. Es un dato y nada más. No nos afecta. Porque a lo que vamos es a otra cosa. 
Además la historia se cuenta entre todos. En este "Rashomon" los vértices son variados, y los matices infinitos. Por eso cambian de personaje, de personalidad, y de eje. Los hechos narrados entre todos son más una creación que nunca. Creemos una historia entre todos. Este recurso literario y escénico es brillante, porque la riqueza de visiones nos da un prisma de realidad más variado. 

La RAE lo dice bien clarito:
Ilusión: concepto, imagen o representación sin verdadera realidad, sugeridos por la imaginación o causados por engaño de los sentidos.
Ilusión: esperanza cuyo cumplimiento parece especialmente atractivo.  

"Ilusiones" habla también de buscar nuestro lugar en el mundo. Subidos a una piedra, en medio de las palabras que dan vida a unos amores o dentro de un armario. O en medio de unos amores turbulentos e intercambiados. Por eso es normal el final de Margarita. Porque uno también sabe cuándo no hay más que rascar. Y en ese caso seguir... es tontería.




Confieso que viendo "Ilusiones" me pasó algo que muy, muy, muy pocas veces me ha pasado en un teatro. Durante toda la función YO fui de menos a más. Poco a poco fui entrando en la historia y en el código y poco a poco me dejé llevar por lo que estaba sintiendo, aunque yo solito me resistiera a sentirlo. Y de repente se produjo un "click" mágico, como en "Incendios", cuando el grito ahogado de Nuria Espert hace que de golpe comprendas el por qué. Pues me pasó igual. Cuando acaba la función y comienzan a mirar las fotos y a preguntar "Hola, ¿eres tú?", en ese momento TODO se colocó en mi cuerpo, me inundó una tristeza cósmica, se me hizo un nudo en la garganta y se me escurrieron dos lagrimones como dos melocotones. Y no podía parar de llorar. Porque en ese momento entendí todo, en ese momento todo cobró sentido, en ese momento "se colocaron los melones" y me di cuenta de lo inmensamente triste y leve que es la vida. Y me sentí tan frágil que no podía para de llorar. ESA ES LA TRAMPA Y EL VENENO DE "ILUSIONES", que te va horadando los centros sin que te des cuenta y cuando todo toma forma, ya es tarde, ya te ha destrozado. Porque ves que así es la vida, únicamente lo que tú decides que sea, lo que decides que sea verdad, lo que decides recordar, lo que decides contar... como estos amores, que son reales cuando se cuentan. Incluso los personajes tiene que gritar desde la mayor de las angustias cósmicas imaginables una frase que resume perfectamente el vértigo vital que esconde esta supuesta historia de amor. "Debe haber al menos alguna clase de permanencia en este inmenso y cambiante cosmos, ¿verdad?". Es el grito desesperado del que busca una razón para tanto dolor.       

Miguel del Arco despliega toda su sabiduría para plasmar sobre el escenario el vaivén de los personajes y de sus verdades. Ingenio, diversión, sentido del humor y dominio de los géneros. Maestría total en cada decisión y un optimismo soterrado de los que dejan ver que el director pasa por un buen momento vital, algo de lo que nos beneficiamos todos. Bravo. 
Las luces de Juanjo Llorens son de libro. Mágicas y con una potencia al servicio de los géneros, de los momentos, de la segunda capa de los personajes y de sus situaciones. Magistral. 
Fabuloso vestuario, espacio sonoro, música y escenografía. Tanto Sandra Espinosa como Sandra Vicente, Arnau Vila o Eduardo Moreno firman unos trabajazos acojonantes. 
Y un repartazo de lujo. Los cuatro ejes están sólidos, bravos y amorosos. Todos los balanceos de los personajes para un lado y para otro, alternando géneros, alternando densidades e incluso texturas dramáticas están vivos y nacen en el escenario. Daniel Grao es inmenso, divertido, sensual y magnético. Verónica Ronda despliega un ramillete de recursos de dejarte con la boca abierta. Marta Etura quizá necesite unas funciones para traspasar algo más. A veces parece que se esconde detrás de sus compañeros. Y Alejandro Jato no solo no se arruga ante sus experimentados compañeros, sino que compone y descompone sus personajes son una soltura desvergonzada.  

Un espectáculo no solo sólido y de una calidad grandiosa sino que al menos en mí produjo el efecto mágico de disparar su dimensión en un sólo "click", justo al terminar, cuando la vida sigue y los actores, personajes o cuentacuentos vuelven a preguntar: "¿eres tú?", como buscando unos seres vivos que se quieran hacer cargo de las historias que ellos podrían seguir contándonos. 
Y es que la historia y los protagonistas no siempre coinciden.               
Las fotos de Vanessa Rabade, como siempre, una obra maestra.  



3 comentarios:

  1. Yo también me fui ilusionando poco a poco. Y termine ilusionado y necesitado.

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  2. Otra crítica maestra de David García, que te deja con ganas de correr a ver la obra. ¡Enhorabuena, David!

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    1. Gracias, maestra, por tus palabras. Si puedes no te la pierdas. Y luego hablamos de tu "CLICK"

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