sábado, 27 de abril de 2019

La otra mujer (un concierto). Kamikaze.

Muchas veces lo que más y mejor cura es lo inevitable. 
"La otra mujer" es una liturgia de sanación. La sanación de Nina, que acaba de romper con su chico, pero también nuestra sanación como "observantes" ajenos de esa ceremonia de sanación. Porque la medicina que cura a Nina y que nos curará a nosotros es una inevitable; la música.



Puede que la Nina de "La gaviota" sea el personaje chejoviano cuyo dolor más y mejor entiendo. Quizá porque soy actor. Y entiendo el dolor de esta Nina "messiánica" que busca lágrimas sinceras que laven su pena. La pena que tiñe a todas las mujeres de los textos de Messsiez. 
Y es que las mujeres de Messiez son las que más y mejor sufren. Las que sienten el dolor ese que te hace ir encogido de hombros, ese que te hace mirar como si fueras una cría de galgo a punto de ser asesinada, ese dolor que va de dentro afuera, ese miedo que da frío, que te llena de quizás, de por favor y de nunca. A todas nos gustaría sentir y expresar la pena como lo hacen las mujeres de Messiez. Al menos, aunque la pena no pase, la sueltan con palabras bellas, precisas y llenas de color. Palabras gorrrdas como las lágrimas y sabrosas como un fruto tropical. A todas nos gustaría hablar como lo hacen las mujeres "messiánicas" y a todas nos gustaría tener la chispa de las mujeres de Mankiewicz, la pasión de las mujeres verdianas o el salero de las mujeres de Almodovar. 




Al igual que las palabras son elegidas y su poder es multidimesional tanto en el tiempo como en el espacio, la música es inevitable. Puedes creerte curado, pero unas notas musicales entran por tus oídos y se clavan inmisericordes en tu corazón. La música NO la puedes evitar, las notas atacan y hagas lo que hagas producen un efecto inevitable e irreversible. NO PUEDES evitar emocionarte al oír el "Morgen" o "El hombre del piano" o "Le plat pays".
Y eso hace esta Nina, recurre a lo que sabe que puede salvarla. La música. Y se refleja y arropa en otra Nina, la Simone. Nina Simone no necesita explicación, es de esos seres que se explican solos. Basta con ver cualquier actuación suya. Toca la primera nota y se deja mojar por ese sonido, dice la primera palabra y la rellena con su vida, arrrrrranca a contar una historia y se abre en canal. Así, Nina Simone se dejaba hacer. Y Nina Messiez se deja hacer por la Simone buscando verdad en sus lágrimas, sanación en la catarsis y alegría cuando se pueda. No antes. Antes no puede. 

Cantar es como hablar. Si se hace sin sentido, resulta, pero no hace nada. No cambia. No moja, no altera, no toca, no mueve. Y eso es una puta mierda. Pero si al cantar, cantas es como cuando al hablar, hablas. Eliges, decides, rellenas y utilizas. Y si cantas como quien vive, las canciones, la música, te tocan, te cambian, te ponen ahí, te hacen arriesgarte, te hacen querer volar "para ver el mar desde el cielo". Y es que cantar es como vivir, es como actuar, es como hablar pero con notas. Pero deben sí o sí nacer del mismo sitio y de la misma intención y necesidad. Si no, son trampantojos. La música de verdad, las canciones de verdad, las palabras de verdad son las que hacen que las lágrimas salgan gorrrdas. 



Guadalupe Álvares Luchía se deja hacer por cada nota que entona y por cada palabra que pronuncia y navega por los rincones más comprometidos con una suavidad casi insultante. Se sumerge en el poder de sus palabras y se mece entre las notas de Nina. Espeluznante.



 Como espeluznante es ver los dedos suaves y flotantes de Juan Ignacio Ufor, un compañero generoso y delicado. 
Paloma Parra ilumina y oscurece a estas dos Ninas de forma prodigiosa. Y nos lleva del interior del alma a un estadio repleto y de ahí de nuevo al interior de un ser herido y a la intimidad de un acto de amor. Y Elisa Sanz cobija a esta gaviota herida con suavidad y respeto. 

De Messiez voy a decir poco. TODO  lo dicho anteriormente es POR él. Punto. Es el más. Es el amo. Le amo. 
Tres ejemplos de por qué: esa canción en la que se va deslizando con el codo apoyado en la barra, el "Nina nuestra que estás en los discos" y... la catarsis de Nina haciendo el amor con la música de Saint-Saëns. 

Si la música sana, el teatro transforma y Messiez ilumina. Es así, es inevitable.   


Gracias, Vanessa Rábade, por inmortalizar estos momentos con esas fotazas. 

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