martes, 18 de marzo de 2014

Entreactos. La casa de la portera.

Si alguno de vosotros piensa que los de "La casa de la portera" me tienen contratado para que diga que todo lo que veo allí me encanta, se equivoca totalmente. Amos, ya me gustaría a mí estar en nómina, juas juas. Lo que pasa es que o ellos programan sólo maravillas o es que tenemos un nivel de empatía sospechoso. Y es que mira que me he visto casi todo lo que se ha hecho allí y apenas hay un par de cosilla que no me han gustado. "Entreactos" entra de lleno en la categoría de "delicatessen". 




Miguel Ángel Cárcano y María Inés González escriben una obra sobre la vida. Sobre la vida de cualquiera. No  hay grandes pasiones, ni dramones, ni momentos de esos únicos en una vida. Son retazos de una historia de amor. Desde que comienza hasta después de muerta. Podría ser la de cualquiera, no hay nada especial. Son los "entreactos" de dos vidas en las que habrá habido mayores dramas, mayores risas, mayores felicidades y mayores broncas. Fijo. Pero igual estos momentos que vemos son esos momentos clave en los que algo cambia. Porque la vida puede cambiar en un instante. 
Elena y Julia tienen unos treinta. Esa edad en la que uno ya no tiene más remedio que afianzarse de verdad, buscar un lugar. Y resulta que la forma de buscarlo en con otro. Independencia dependiente. Ellas dos se conocen, viven juntas, viven el amor en su apogeo, ven cómo se enfría, cómo muere y cómo cambia a otra cosa. Con un hijo en medio y mil sueños. Los sueños de una generación que ahora puede tener esos cuarenta y que ha visto cómo se desvanecían los suyos. Una generación capada. Podríamos ser cualquiera de nosotros. Y todo suavecito, de verdad. No hay gritos, ni grandes desgarros, ni lo que vemos es especial. Son "entreactos". Tan reales como los de cualquiera. Y eso es lo que embruja, que desde el segundo uno te han agarrado ese rinconcito oculto del alma, el que te guardas para ti, y te lo han mostrado. Sin gritos. Lo que ves es algo tan complicado como simplemente unas vidas normales. Sí, eso es, es una función sobre la vida de cualquiera, aunque nosotros no seamos magos. 




Irene Arcos y Sara Martín hacen de nosotros. Hombre, mujer, peras, manzanas o macedonias. Da igual, somos cualquiera. El brillo de sus miradas es real, sus besos saben a fresa, su amargura es nuestra, su fracaso es el de cualquiera, su magia es nuestra chispa y su frialdad es nuestra cruz. Su naturalidad es pasmosa. Irene, mezcla de Amparo Muñoz y Almudena Cid (perdón, pero tenia que decirlo) mira y te lleva con su mirada. Es maga pero a veces le salen mal los trucos. Dirige pero es llevada. Cada palabra suya es un monumento a la frescura y a la verdad. Sara es natural, es única, su sonrisa enamoraría a magos magas hadas y hados. El trabajo de las dos actrices es tan cercano, tan de verdad, tan sincero, tan delicado y tan emocionante que querrías ser ellas, o irte con ellas o tomarte una cerve con ellas. 
Mira, es que me sigo emocionando. Piececita de cámara que no debería perderse ni dios. Cualquiera que haya amado, que se haya sentido amado, que haya vivido la magia del amor, que hay visto cómo se perdía, que la haya deseado. O sea, cualquiera con dos dedos de corazón.  

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