miércoles, 10 de febrero de 2016

Chico. Nave 73.

Si algo me conquista el corazón al ver un espectáculo es que no sea prepotente, que nazca de una necesidad, que me trate como un ser pensante, que me mueva, que me cambie y que sea honesto consigo mismo.
"Chico" nace del corazón o de las tripas de Álvaro Aranguez Aymerich, autor y director de este ejercicio de sinceridad, de valentía (decir esto en pleno siglo XXI manda cojones, pero... con seis o siete ataques homófobos en lo que va de año...) y de honestidad. Con las aspiraciones justas y con el corazón en una bandeja. Así se presentan y lo que logran, evidentemente es simpatía, cercanía, conquista y emoción seca y rasgada.




En medio de una escenografía concreta y funcional de Fernando Sánchez y vestido por por Montse Sancho, Chico os contará su vida, su deambular por siete ciudades que son una y sus deseos, sus amores, sus sueños, sus miedos, sus recuerdos y su deambular por la vida, por una vida amueblada por mamá, del brazo de Lola y buscando su lugar en el mundo. Más aún, su lugar en el Universo.
Aquí no hay acoso, pero Chico es diferente. No es raro, es distinto y lo sabe. No lo sufre (¿por qué iba a sufrirlo?) pero lo padece. No porque sienta que es raro, ni porque los demás no le entiendan, no, qué va, sino por la herencia que le dejó su padre huidizo y el gen escapista de su madre. Una madre que ve, acompaña, protege, arropa, menea, descoloca, provoca y abandona. Pero Chico es un superviviente. Él y Lola pueden con todo, lo sabe y lo ha sabido siempre, siempre, siempre, siem-pre. John Cámara ha creado unas coreografías fabulosas que arropan a Chico en sus luchas contra y a favor de la vida y de la madurez (para bien y para mal). Fantásticas coreos que junto con la fabulosa selección musical crean un microcosmos que sirve de refugio para Chico, Chico el distinto, el diferente, el original, el que se sale de la norma, el más valiente, el más sincero, el más sufridor.



Chico es un regalo de personaje. Es descarado, es sufridor, es imaginativo, es dulce, es amante, es sexual, es romántico, es huérfano, está herido, está buscando, muere de sed, baila, grita, salta, mira, no juzga, espera, desea y necesita. Si no cuentas con un actor que haga todo eso y más, puedes convertir la historia de Chico en un retrato lleno de postureo y tópicos. Pero lo que hace Daniel Eusse es vida. Daniel crea vida en el escenario. Porque todo lo que hace y comparte, nace ahí mismo, en ese momento, ante nuestros ojos. Daniel se mueve sobre arenas movedizas, es un ejecutante valiente que busca o ha buscado en sitios jodidos para conseguir ya no sólo entender sino recrear, dar vida, hacer corpóreo un ser vivo sufriente y lleno de arco iris como es Chico. Si esos sentimientos no nacen del sitio exacto, lo que vemos en escena no estaría vivo, sería forzado, sería recreado. Daniel es otro, es otro ser, un ser vivo, de carne, hueso, corazón y pena. Daniel sumerge sus sentimientos en sitios peligrosos pero lo que nos devuelve es un ser adorable y con el que tu único deseo es saltar al escenario, abrazarle y protegerle. Gigantesco, arriesgadísimo y casi suicida el trabajazo de Daniel. 
Y si Daniel pone la cara, la medida la pone Álvaro dirigiendo esta aventura desde el corazón, eligiendo siempre la mejor opción, la más idónea, la más sincera y la más apropiada. El otro grandísimo pilar de la función. Daniel y el punto en el que está en todo momento. Eso y un corazón implicado y expuesto. Para reivindicar el amor. El crecimiento desigual y el encuentro con la vida de un superviviente, de un ser que nace al mundo desde la diferencia y cuyas alas pasarán de ser de periquito a ser de águila. Eso es el amor, eso es la valentía. Imperdible. Y yo como espectador sólo puedo dar las gracias por este regalo. 






Añado postdata... porque sí. Yo nací en Madrid, en la clínica Nuestra Señora del Rosario, un 19 de diciembre. A los 4 años nos fuimos a vivir a Valladolid, donde viví hasta los 19. Por Valladolid pasa el Pisuerga. Y aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, quiero añadir que atacar al distinto, al que se sale de la norma es cobarde e infecto. En este país, ser homosexual NO es un delito. Demostrarlo tampoco. Lo que sí es un delito son las manifestaciones homófobas. Los gestos homófobos y por supuesto las agresiones homófobas. Eso sí es un delito, señores míos. Y el macho alpha que necesite reafirmar su testosterona, que se vaya al monte y se ponga a pastar con las cabras y los cabrones. Pero con cuidadito, porque allí el distinto será él.                    

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