domingo, 8 de octubre de 2017

El lunar de Lady Chatterley. Teatro Español, sala Margarita Xirgu.

No deja de ser paradójico que en pleno siglo XXI, con una mujer al mando de la institución, la sala grande del Español se llame "sala principal" y sin embargo la pequeña se llame "Margarita Xirgu". Es como si estuvieran esperando encontrar un hombre de señor lo bastante importante como para darle nombre a la sala grande, cuando podría llamarse perfectamente Sala Margarita Xirgu. Vale, la grande no tiene nombre de tío, pero que la pequeña lo tenga de mujer es otra razón más para no perderse "El lunar de Lady Chatterley". Otra más. 




El texto de Roberto Santiago plantea un "qué pasa con los personajes después de sus novelas/obras/películas". En esta ocasión Constance Chatterley se enfrenta a un supuesto juicio en el que ella ejercerá su propia defensa. Vemos un mundo ideal en el que una mujer consigue lo impensable; defenderse a sí misma. El acceso a los estudios o el derecho al voto eran casi ciencia ficción en aquellos años. Qué coño, si el derecho al voto es de no hace tanto, y el abrir una cuenta corriente sin el permiso del marido...  
Constance representa a la mujer capaz de desgranar sus condiciones, analizar sus armas y utilizarlas con sutileza. ¿Que me dejáis "sólo" ser sutil, ácida, irónica, sensual y embaucadora? Vale, pues os vais a cagar. Porque con eso hago yo maravillas. Y sencillamente utilizando las pocas armas que los machos de esa época consentían en una mujer, Constance hará un alegato demoledor de la podredumbre de una época (cuántos rasgos se pueden distinguir incluso hoy en día; desigualdad de sueldos, presencia en cargos de responsabilidad, publicidad sexista, humillación y manipulación social, "mi mujer tiene una igual para lavar") y de la capacidad de un ser inteligente (encima mujer) para cargarse los argumentos baratos, añejos, absurdos y sin fundamento. 




Constance es la mujer que lucha y la mujer que sobrevive bajo una capa social que la relegaba al rol de florero y poco más. La mujer oprimida, la mujer sin derecho a pensar, a sentir, a gozar, a correrse, a echarse un maromo y a defender su lugar en el mundo. A ras de suelo, al mismo nivel que el resto de los seres vivos. 
Constance será la heroína inimaginable de una época en la que la acción de este espectáculo sería impensable y la heroína de hoy, que sigue luchando por desterrar tanta mierda machista y tanta desigualdad como sigue infectándonos.
Esa misma sociedad enferma y tarada es la que forma el espacio escénico. Un entramado de "estructuras" inacabadas, rotas, quebradas por los defectos de esa misma estructura. Fantástico trabajo de Sean Mackaoul. 
Por el fondo aparece vestida por Montse Sancho, iluminada por Gustavo Pérez Cruz y arropada por el fabuloso espacio sonoro creado por Iñaki Rubio, Constance, Ana Fernández, casi como un guiñol, como una muñeca buscando el camino en medio de esos hierros entre los que es difícil encontrar una ruta fiable. Ana aparece y se hace la luz en la Margarita Xirgu. No, mejor aún, Ana ilumina la sala. Porque la Fernández es como una luciérnaga, es como si de debajo de esa piel blanca y fresca saliera luz. Ana ilumina desde dentro. Y Constance toma las riendas de la situación con su mejor arma: la palabra. La palabra hecha adjetivo, no sustantivo. Porque lo que ella quiere y necesita es describir, no definir. Porque un adjetivo es más rico y poético que un sustantivo. Aunque parezca que se esconde detrás de él. El adjetivo vive agazapado tras el sustantivo, esperando su momento de iluminar las limitaciones de ese sustantivo protagonista. Y Ana viaja de recurso en recurso, de derroche en derroche demostrando que la escena no tiene secretos para ella, que maneja sus recursos a la perfección y que sabe llevarte de la mano por las sensaciones, las impresiones, los géneros y los destinos. Portentosa. 
Encima se busca aliados entre el público. Un fiscal, un juez y un Clifford. Y con ese simple detalle te regala el sentirte partícipe de ese despropósito. De un plumazo te da permiso para entrar en la acción, en su movida. Hala, soy todo tuyo. Ella, cambio, nos da una lección de buen teatro y se nos entrega en alma y cuerpo.   
Antonio Gil y José Troncoso hacen lo mejor que se puede hacer en estos casos: se colocan en el sitio del respeto absoluto, marcan unas directrices sencillas y respetuosas y dejan que el espacio lo habite la palabra. Y la presencia y carisma de una actriz tocada por la musa. 




"El lunar de Lady Chatterley" es como una película de Mankiewitz. Es elegancia, es drama y es una actriz al mando. Ana Fernández, su saber, su presencia, su don para dominar la palabra y el ritmo. Todo por defender esta lucha a base de ironía, la palabra como arma fina y certera y una batalla casi tan actual como entonces. Una joya que debe verse por toda España y que personalmente deseo que así sea. Porque es un trabajazo. 

Ah, y el momento tacita de té... impagable!!!            

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