lunes, 19 de marzo de 2018

El tratamiento. Kamikaze.

La comedia es un género endiablado y difícil de cojones. El chiste puede valer, pero son las situaciones las que deben despertar la carcajada. En "El tratamiento", Pablo Remón recurre a la comedia para colarnos un dramón de cagarte por las patas. 
Remón domina todos los géneros. Pero no porque tenga un don especial, sino porque escribe desde el corazón de la verdad. No tiene ningún pudor (o eso parece) y se coloca en el epicentro del mogollón y te habla desde ahí. Ya sea contándonos los traumas de la Historia y de las heridas que deja, o hablando del amor y de las múltiples formas de defenderse y de atacarse que puede tener una pareja o hurgando en las cicatrices de una familia desestructurada. Y que quede claro, no digo que no tenga mérito y que no tenga un don especial para escribir; obviamente lo tiene, pero para mí su principal valor es el sitio desde donde te cuenta las cosas. Siempre es desde el más arriesgado, el que hace más pupa.
Ahora te toca el turno a la vida. Así, muy sencillo él. 



"El tratamiento" nos cuenta supuestamente la historia de un escritor, Martín que una vez cumplidos los cuarenta se encuentra divorciado, vendiendo su alma y su "arte" al show bussiness, con un hermano ausente al que necesita y un amor soñado que también se fue. Frente a nosotros, en un tiovivo de situaciones rocambolescas, personajes frikis y encuentros más o menos desafortunados llevarán a Martin a plantearse por fin para qué y por qué escribe.
Esto es lo que parece y de hecho de esto habla la función. Pero no sólo de esto.
Remón utiliza herramientas cinematográficas para llevar al teatro una forma de contar muy, muy del cine, pero trasladada a las tablas con genio. Desde el uso de narradores (varios y variados) que nos van contando como si de una voz en off se tratara las acotaciones y las elipsis de la acción hasta saltos temporales y casi, casi te diría que de eje. Incluso recurre a personajes que de repente empiezan a hablar de los demás. Martín habla de sí mismo, sí, pero los demás personajes interrumpen la acción para hablarnos de él, para describirle, para ubicarle. A fin de cuentas, la historia de uno está hecha por las visiones de uno mismo y de los demás. 
La forma en "El tratamiento" es un peldaño distinto dentro de la obra de Pablo Remón.  En cada obra suya ha empleado una "forma" distinta. Ni mejor ni peor. No es que vaya avanzando, es que para cada texto utiliza un material escénico diferente. "La abducción" hay que contarla como él lo hizo, y "Barbados etcétera" también. Lo que pasa es que en este caso, la "forma" parece más llamativa. Pero porque la historia lo necesita. En esta ocasión necesitaba hacer "cine dentro del teatro" o "teatro dentro del cine". 
"El tratamiento" habla de Martín, sí, de cómo olvida por qué y para qué escribe, de cómo vende su tratamiento con tal de ver su peli estrenada, de cómo la vida pasa veloz, de cómo es imposible fijar fotográficamente los momentos clave de nuestra vida, de que aunque los fijemos, su recuerdo siempre será manipulado, del vacío de un amor soñado, de la ausencia de amor paterno/materno/filial, de la fragilidad de los recuerdos, de lo que soñamos que sea la vida y el amor y lo que luego es y de la muerte como ser abstracto, frío y silencioso. "El tratamiento" es un puñetazo al hígado, es retorcerte los huevos con las dos manos y dejarte tirado en medio de un charco, es una apisonadora. Peeeero con el envoltorio de celofán de la carcajada y la situación esperpéntica. 
La obra está dirigida con ritmo de cine. Creo que si cronometras las escenas saldría incluso un algoritmo con un resultado pacífico. Porque "El tratamiento" tiene una capa no muy alta, una nariz dulce, con notas de confitura de frutas rojas con un amargor soportable, un paso en boca equilibrado, con alguna arista cómica equilibrada con el drama justo y sin embargo con un regusto amargo de cojones. Porque "la vida es un momentito" y eso no hay dios que lo soporte. Porque todos querríamos recordar aquel baile como si hubiera sido con un italiano viril con una melena como una cascada. Todos querríamos haber entendido mejor a aquel amor que llegó, duró y se fue. Porque a todos nos han dicho un día por teléfono, fríamente que nosequién ha muerto sin decir adiós. Porque todos hemos cedido parte de nuestro ser para conseguir eso etéreo que creemos que es lo que buscamos. Porque todos echamos de menos a nuestro hermano ausente. Porque la vida, por muy bien que vaya, es una putada. "El tratamiento" consta de tres partes, una presentación, un nudo y un desenlace particulares. Son tres tempos, tres estilos y tres conceptos distintos. 



Si la dirección y el texto son dos obras maestras, el trabajo de Monica Boromello no se queda atrás. 
Para esta ocasión ha creado como el cajón donde uno guarda los objetos sueltos que conforman una vida. Esa caja que todos tenemos en la que duermen desde el posavasos de aquella disco teen a una postal del año del pedo o un cacharrito que en su día significó algo. Es la caja de los recuerdos, esa caja donde todos los chismes juntos significan algo pero por separado sólo son partes de un todo. Maravilloso espacio sonoro de Sandra Vicente-Studio 340 y fabulosas luces de David Benito. Hasta la paleta de colores es magistral e invisible, de los azules brillantes al blanco y a los tierras. Magia pura. 
Y cinco seres tocados por el genio dando la cara.
Lo primero que quiero destacar es algo que consiguen los cinco a la vez, los cinco juntos. He visto el espectáculo dos veces. Lo vi el martes  y he repetido el domingo. Y debo decir que los dos días han sido perfectos y en ambas ocasiones he visto lo mismo. A ver si consigo explicarme: los dos días los cinco han ido alimentándose de lo que estaba pasando en escena. La energía y la densidad del aire sobre el escenario la recogían entre los cinco y la transformaban en energía escénica. Eso es JUSTO lo que debe suceder en un escenario, que lo que fluye, lo que se crea entre todos, lo recojan los cinco y lo utilicen para seguir creando algo juntos. Eso es algo inexplicable e invisible, pero que se nota, se distingue, se percibe, se huele, se algo. Y gracias a eso, lo que yo he visto cada día era lo mismo y era nuevo. Así debe ser el teatro, lo mismo pero nacido cada día. Para que esto pase hay que ser un actor/actriz grandioso y hay que estar abierto y respirando lo que pasa en el escenario. Eso hace que cada día sea único. A pesar de ser lo mismo. 



Bárbara Lennie, Ana Alonso, Francisco Reyes, Emilio Tomé y un cada día más perfecto Francesco Carril son el quinteto celestial que dan vida a veinte personajes. Los cinco están asombrosos, no sólo por lo que acabo de decir, sino porque son capaces de adueñarse de las palabras de Remón, de pasarlas por su sistema digestivo y de soltarlas en escena como si fueran el vapor de un géiser. Sus palabras son pura necesidad y sus acciones, impulsos. Ana, Bárbara, Emilio, Francisco y Francesco (no se puede ser más guapo) son los mediums PER-FEC-TOS para traer a la Tierra las palabras de Remón. Y entre ellos consiguen dos de los momentos más poéticos y dolorosos del teatro contemporáneo: el encuentro en el spa y el estreno de la peli. La aparición de Emilio y el giro que da ahí el texto es de esos momentos en los que el alma te da un vuelco y quieres morir de amor. Es tan estremecedor como cuando Yuri veía a Lara o cuando Stefan se daba cuenta de que ella era... Lisa, o cuando Nené decía que ella era Nené. 
¡¡Y qué decir del enano!!  Para la historia del teatro.  

Kamikaze lleva tiempo presentando y produciendo el MEJOR teatro que vemos en Madrid (aparte de la cósmica programación de Rígola en Canal) y con "El tratamiento" vuelven a demostrar algo que es obvio. El teatro está hecho, está ahí. La gente HACE buen teatro, buenísimo, sólo hay que ver quién y ponérselo fácil. Bravo de nuevo por Kamikaze, los madrileños nunca les agradeceremos lo suficiente lo que están haciendo.  

Las fotacas... de Vanessa Rábade, IMPRESIONANTES!!!!!       

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