miércoles, 9 de octubre de 2019

Mercaderes de Babel. Teatro de la Abadía.

Para darse cuenta de que el ser humano es gilipollas no hay ni que mirar hacia afuera. Basta con mirar adentro. Porque quizá esté en nuestra propia naturaleza el ponernos impedimentos para lo que seguramente nos de miedo. 
Inventamos palabras y les damos significados distintos no sea que. Por eso inventamos las palabra AMOR y AFECTO. Para poder usarlas por separado no sea que se confundan y no veas tú el lío. Y con las mismas decidimos que AMAR se va a usar para tu pareja, como mucho para tu madre (qué mejor tatoo vintage que un "amor de madre") y si nos ponemos elevadas, para el amor al prójimo o a la naturaleza. Pero por ejemplo, con un amigo es impensable. Por un amigo sentirás afecto, le querrás mucho mucho, como la trucha al trucho, pero no sentirás AMOR. Afecto sí. O cariño. Le querrás con locura, pero decir que sientes por un amigo AMOR, no. No sea que se piensen (no sé quién, pero bueno, yo es que ya estoy muy mayor y me importa todo bien poco) que ahí hay lío. Ya lo decía San Pablo Messiez, "no da igual hacerlo que no hacerlo, decirlo que callarlo". Si lo decimos, queda dicho, y eso es bueno. Y sano. Y bello. Pero no, nos empeñamos en no decírnoslo. Y así nos va. Y por ese miedo a entendernos encarcelamos ideas y derrocamos iconos. Por el puto miedo a sentirnos endebles, frágiles o vulnerables.




"El mercader de Venecia" habla de muchas cosas, como casi todo Shakespeare, de lo evidente; de antisemitismo, de odio, de justicia, de venganza, de rencor, de una hija que ha recibido una herencia de amor envenenada, de una hija oprimida, de un judío ultrajado y humillado, de un cristiano guapo y rico que se lo pasa todo por el forro, de dos hombres que se aman, de cómo buscan poder estar juntos, de los vericuetos de la justicia y de los recovecos del amor. Y de cómo los seres humanos, en nuestra necesidad de organizar esos afectos, esos amores, establecemos normas como nos sale de los huevos para sentirnos a salvo y de paso, para distanciarnos de esos afectos, de esos amores. Por eso creamos la justicia, porque somos incapaces de entendernos. Y nos montamos el paripé de las normas, para no tener que comprendernos. Si lo dice la ley ya no hay margen para el entendimiento. Y complicaciones, las justas. Leyes que cambian según el momento, el listo que las escribe o el más listo que las aprueba o el rematadamente listo que las aplica. 
En el "mercader de Venecia" Antonio ama a Bassanio, pero como el hombre anda pelao, busca la pasta de una joven heredera a la que su padre, al morir, aparte de pasta le ha dejado un marronazo. No podrá casarse (prefiero decir "amar") a quien quiera sino a quien acierte un acertijo. La excusa es que el que lo acierte lo hará guiado por el power of love. Toma marronazo. Jessica vive aprisionada por un padre estricto y por unas normas heredadas y necesita aire y horizontes. Pero su padre, Shylock, vive revenío por el recuerdo de una esposa muerta y una sociedad que le escupe a la cara. Antonio le busca y él acepta dejarse querer si eso sirve para acercar posiciones, para dejarse amar, para acercar afectos. hasta se los dice: "te ofrezco mi amistad, si la quieres bien y si no, adiós. Y por este afecto, NO ME HAGAS DAÑO". Esta frase, que puede parecer caprichosa o simplemente una más en medio del texto para mí es la clave, es el epicentro de la que montan entre José Padilla y Carlos Aladro. 
Habría sido fácil, te dejo la pasta pero enterramos el hacha de guerra. Guay, le doy la pasta a Bassanio, este pilla con Porcia y se montan un matrimonio de conveniencia. Antonio y Bassanio retozan libremente y Shylock, Antonio, judíos y cristianos ganan un montonazo de amigos nuevos y mucha paz de espíritu. Pero como somos como somos, no hay manera. Cara blanca cree que es más listo que Augusto y ya tenemos el lío. Y el juicio, y todo eso tan chulo, y el acto IV y tal.

Esto en cuanto a "El mercader de Venecia". 



Por otro lado Carlos Aladro y Javi Lara se plantean currar con Greg Hicks al que conocen y admiran. Y claro, con un actor de la Royal, ¿qué vas a hacer? Pues un Shakespeare, lógico. Pero como ambos dos están en un momento de crisis (bien entendida, crisis como cambio, como replantearse) no quieren hacer un Shakespeare al uso. La tradición y el academicismo no son palabras de sus vocabularios. Por eso llaman a un maestro que siempre mira con rayos X, José Padilla. Entre los tres van a montar junto a Hicks un Shakespeare propio. Hicks nunca a hecho de Shylock, así que ya está. Padilla se sumerge en las palabras de su viejo amigo William, dialogan y llegan a un acuerdo. Claro que para poder hacer eso necesitan organizar sus afectos. Y como amar es ceder (ya, la frase es asquerosa, pero a ver si hay alguien emparejado que me diga que no es cierta), Padilla crea hasta donde quiere y cede donde Shakespeare merece su lugar. Y del pacto amoroso entre los dos, William y José nace la base de "Mercaderes de Babel". El pacto, el texto, es brillante, luminoso, vibrante y dramáticamente portentoso. Cada palabra es la justa y necesaria y el empaste entre los dos autores es virguero. Bravísimo, Padilla una vez más. 



Aladro entonces formó un equipo de juego, de entrenamiento, una cama redonda de talentos y ganas de buscar. Y como es listo como un ratón colorao, tiró de lo mejor de cada casa. Reclutó a Hicks (con quien yo tengo un lazo secreto que nadie sabe, jeje), a Javier Lara (quién no querría a Javer Lara en su vida), a Alba Enríquez (oficio, hambre de escenario y carisma) a Ramón Pujol (personalidad, riesgo, solidez, calor y una forma de mirar al compañero generosa y única) a Natalia Huarte (dulzura, empatía, dolor y una luz que lo flipas) y Juan Blanco (valentía, desvergüenza y seriedad) y les puso a jugar con el material. Un británico, varios españoles, cada uno de un rincón, varios idiomas, varias culturas, varias edades, varias experiencias, varias escuelas y varias formas de trabajar. Y entre todos crearon una Venecia 2.0. Babel. Y entre todos se tuvieron que organizar, crear su propias leyes, ordenar sus afectos. Y ahí nació "Mercaderes de Babel". 
Que conste que todo esto que digo lo digo yo por mi chocho moreno, porque no sé nada, es todo puritita ficción, pura teatro, "falsedad bien ensayada". 
Y aunque esto me cueste un cate, creo también que "Mercaderes de Babel" sigue creciendo. Porque han creado una organización, unas normas que se alimentan de eso, del no estancamiento y del avanzar y descubrir cada día. Si el teatro siempre se mueve, y los espectáculos son seres vivos que nacen, crecen y se mueven, en este caso más todavía, porque el proceso kamikaze creativo que empezaron lo han "interrumpido" con el estreno de ahora, pero ese ser vivo creativo sigue en movimiento y no sólo no se puede parar, sino que no se debe parar. Yo.. vería "Mercaderes de Babel" cada quince días, porque fijo que va cambiando hasta llegar... vaya usted a saber. Y no digo que esté verde, que ya están las malas con los colmillos afilados, sino que está VIVO.
Y encima van y lo cobijan con el trabajo de otros seres que han latido a la vez que los que dan la cara. Fabuloso espacio sonoro de Manu Solís. Geniales audiovisuales de Marta Valverde, y una luz de Pablo R. Seoane que palpita pegada al vestuario y a la escenografía mágica de Paula Castellano, que extiende la magia del juego teatral más allá del escenario. 




Montajazo divertido, incisivo, supercrítico y muy vivo. Y que pese a tomar como excusa el texto de Shakespeare, consigue volar por sí solo porque el maestro José Padilla ama a Shakespeare y organiza con él sus afectos igual que Carlos Aladro se los organiza con los intérpretes y estos con sus personajes.

Hicks es TEATRO, es palabra y es música, Javier Lara hace un Julián Muñoz impresentable pero frágil, enamorado y cretino, al que quieres abrazar y rebozar en barro. Yo es que si volviera a nacer, me pediría Javi Lara. Ramón Pujol es un actorazo valiente y arriesgado. Siempre que le he visto no he podido apartar mis ojos de él, es el actor que me gustaría llegar a ser. Juan Blanco es elegante y entregadísimo. Le hago una reverencia. Natalia Huarte es ACTRIZ. Se mueve, habla, dice y siente desde el mejor sitio. Y Alba Enríquez es debilidad. Tiene carisma, muuucha profesión encima, es plastilina y es pura luz.                   



Querer montar un Shakespeare también es un acto de amor.Y a ello se pusieron Padilla y Aladro. Pero de pronto aparece el ser humano que todas llevamos dentro y te impide soltar tu ánimo punk y acabas haciendo más Shakespeare del que querrías. Y está bien. Y es bueno. Porque uno crea sus normas. Y uno se organiza su propia justicia como le sale del pepo. Y Carlos Aladro la ha organizado de forma sólida, magistral, limpia y honesta. 

Y el momento "conversión"... de morir de gusto.



El teatro así es el que mola. El teatro que AMO.












           

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