domingo, 3 de noviembre de 2019

Las Bárbaras.

Lo peor para un espectador son los prejuicios. Esos juicios que llevas pegados por culpa de mil motivos y que te hacen sentarte en la butaca ya mediatizado. O los juicios que estableces cuando te crees más listo que los listos. 
Yo fui al Valle Inclán muerto de amor. Lucía Carballal me gusta mucho y mi debilidad y amor extremo por Ana Wagener son más que sabidos. Y confieso que hasta ese día, Mona Martínez no era especialmente santo de mi devoción.
Hasta ahí mis "prejuicios", mis juicios previos. 



Los primeros diez minutos de función, entre una escenografía que no me seducía, el aspecto como de revista de Amparo Fernández, y la aparente ligereza de lo que veía, me hicieron pensar que estaba viendo una comedia del Maravillas. Pues no, chavalín, no. Otro zasca en toda la boca. 
Soy especialista en estas meteduras de pata. Me creo más listo que los listos y en vez de intentar ir virgen y confiar en las intenciones de los demás, me monto mi película. Pues por listo, me tocó meterme la lengua por el culo, porque lo que parecía una comedia ligera de tres (o cuatro) mujeres maduras se convirtió en uno de los mejores textos que se han llevado a escena este año. 
Voy por partes, que me amontono. 
Primera metedura:
El texto de Lucía Carballal es fabuloso. Presenta a tres mujeres mayores, amigas de toda la vida, que se reunen en el Hotel "Juventud" para cumplir la última voluntad de una joven, amiga, sobrina y colaboradora de las tres. 
Las tres mujeres fueron revolucionarias en su momento. Pero tanto la vida como esa cuarta mujer, Bárbara les harán cuestionarse si lo que las demás creen de ellas es lo que ellas realmente son.



Carmen es arquitecta. Decidió volcarse en su trabajo y levantó un estudio importantísimo, pero renunció a formar una familia, a tener una vida y casi a ella misma. Ahora que su estudio ha fracasado y acaba de cerrarlo, se plantea si esa vida mereció la pena y si lo que se dejó en la cuneta se puede recuperar. 
Susi es una burguesa que nunca se ha preocupado por casi nada. Sus decisiones fueron valientes en su momento, pero la vida pasa y quizá ahora sienta que le falte un amor verdadero y algo que hacer en la vida. Ha vivido tan despegada de la vida y de lo que se esperaba de ella, que la vida se le ha escapado y se plantea si mereció la pena ser tan chula.
Encarna ha vivido al día. Parece que su falta de complicaciones le ha servido para ser la más feliz, pero no. No sabe comunicarse ni comprometerse. Lo fácil mola, lo sencillo mola, pero a veces es una trampa.
Las tres han sido heroínas, pertenecen a una generación que hizo una revolución VITAL para el futuro de las mujeres. Y de los hombres también. De la sociedad en general. Ellas, su generación, fueron pioneras en muchas cosas, y el resto de los humanos nunca se lo agardeceremos lo suficiente. Porque ellas se la jugaron. Y lo hicieron porque era necesario para que la sociedad avanzara. Y con todo su coño se arriesgaron. Pero por un lado, los años pasan y esas revolucionarias han dejado cosas por el camino. Toda revolución conlleva sacrificios. Y riesgos. Y la que no dejó de lado su vida, dejó de lado el amor, o la dignidad, o una carrera, o la autosuficiencia, o incluso la maternidad. Ahora, cuando están en torno a los sesenta, esa última voluntad de Bárbara les hará ver que el tiempo les ha pasado por encima y aunque sean aparentemente felices, tienen más carencias que las que las otras les suponen. Porque una cosa es lo que uno alcance en la vida y otra cosa, casi siempre, lo que los demás dan por sentado de nuestras vidas. Estas amigas necesitan pensar que las demás son algo que en realidad no son. Las tres tendrán que asumir que pese a ser heroínas en algo, son perdedoras en otras cosas y además que las otras no son lo que ellas piensan que son. Esa situación brutal y amarga es la que hace del textazo de Lucía Carballal una joya, porque esconde bajo la primera capa de comedia ligera una bomba atómica que destroza. 
Porque sí, las mujeres siempre lo han tenido más difícil que los hombres y cualquier postura elegida por una mujer ha supuesto mayor riesgo y valentía. Ni te cuento las de una época determinada. Pero el sacrificio, el haber tenido que elegir, el sentir que quizá hayas metido la pata en muchas cosas en tu vida y el comprobar que los demás ven en ti algo que no hay, nos toca a todos. 
A estas mujeres, Bárbara parece pedirles más. Y ellas tendrán primero que aceptar que lo que han hecho cada una ha sido una heroicidad y luego, que ni han podido hacer más ni han podido o sabido hacerlo mejor. Esa generación hizo una revolución y rompió con el yugo ancestral de sus madres, pero la revolución es un estado continuo y hoy, ellas poco más pueden hacer salvo asumir su dignidad y el valor de lo que hicieron. Que bastante es. Las siguientes continuaron esa revolución y las de ahora la siguen. Cada una es responsable de su época.      
Insisto; el texto de Lucía Carballal es una puta apisonadora. Envuelta en el celofán de las coñas, del texto fluido y divertido, gira repentinamente cuando topa con la realidad y congela las sonrisas convirtiéndolas en muecas dolorosas. 



Segunda metedura:
Esa escenografía que me descolocaba es totalmente acertada. Ese estilo aparentemente pasado de moda en realidad es casi vintage. Es un logro estético que ha sobrevivido a los años. Como los logros de estas mujeres. Por eso el espacio de José Novoa no es casual, no es "útil" sino casi figurativo. Bravísimo. No sólo facilita el trabajo de las actrices sino que es casi una metáfora de ellas mismas. 

Tercera metedura:
 El aspecto de Amparo Fernández. No necesita explicación. Otro zasca para espectadores listillos como yo. 
Todo lo que puede parecer una cosa, en realidad es otra. 

Cuarta metedura: 
Mona Martínez está brillante. Es lo mejor que le he visto nunca o al menos el personaje que más y mejor me ha llegado. Su presencia, su forma de mirar, de escuchar, de esperar, su dominio del escenario y de la progresión son brillantes. 
Amparo Fernández está divina. Poco se puede decir, domina todo y lo domina con solvencia y poderío. 



Y Ana Wagener es que es dios. Lo he dicho mil veces y lo repito. Cada tono de voz, cada gesto, cada intención, cada mirada, cada coz, cada quiebro, nacen en el momento y en el sitio exactos y salen por necesidad. Habla, ríe, llora, se mueve y escupe por necesidad, porque es lo que tiene que hacer para seguir viva. Y no le da tres dimensiones a su Susi, sino que le da seis. Es tu madre, tu amiga, la mujer que admiras, la que logró lo inimaginable, tu amiga luchadora que perdió más que ganó aunque logró mucho. Es mil personas que tenemos alrededor. Yo tengo 50 y veo en ella a muchas mujeres de mi vida. Todas necesarias y todas vivas. Eso sólo puede hacerlo la Wagener, digo... dios.

Hay una cosa que no me llegó del montaje; que no me gustó o no me convenció. Pero obviamente no lo voy a mencionar. Sobre todo porque no quiero. Porque prefiero destacar y que quede como resumen de mis sensaciones, que "Las Bárbaras" es un puñetazo. Es una bomba que te aplasta y te deja destrozado. Porque ahí estamos todas, en ese escenario. Todas somos esas amigas que miran y esas amigas que son miradas. 
Y además, como me pasó a mí, para los listillos que vamos de casa ya con ideas preconcebidas o que nos ponemos a mirar como si fuéramos más listos de lo que somos, nos viene bien que la inteligencia de Lucía Carballal y la sabiduría de esas tres actrices nos coloquen en nuestro sitio. 
Lo que a ojos de petardos como yo puede parecer una comedia ligera, pronto se destapará como una de las más amargas y desoladoras radiografías de una generación que hizo más y mejor de lo que piensa. Y chica, yo que me crié en una ciudad de curas y militares también hice lo mío y rompí mis moldes, qué coño. Por eso mi quiebro es doble.      
      
Así que, servidora, como todas, reivindico como Carmen, Susi y Encarna, mi derecho a tener contradicciones. 
Amo a estas tres actrices y amo a Lucía Carballal. Y amo que me hicierais quedar como un pedorro y que me diese cuenta, una vez más, de que lo mejor al ir al teatro es ir virgen, ir limpio. Que ninguna somos tan listas como nos creemos. Y menos aún yo. 







    

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