domingo, 15 de diciembre de 2019

Las cosas que sé que son verdad.

¡Qué gusto cuando vas al teatro y sin que te adoctrinen, sales removido!

La familia. Eso que creemos necesario, que necesitamos, de la que queremos huir, que queremos crear, que nos cobija y nos traumatiza, a la que recurrimos y la que nos ahoga. 
Andrew Bovell es experto en agarrar esquemas incuestionables y trastocarlos, sacarles el jugo envenenado en el que todos navegamos y retorcerte el corazón a golpe de melodramas.
Porque efectivamente, "las cosas que sé que son verdad" son pocas. Muy pocas. Menos de las que querríamos y muchísimas menos de las que creemos necesitar.



Bob, mecánico en un taller de coches y Frank, enfermera, tienen cuatro hijos y una vida normalita, en una casita normal con un jardincito y las cuatro cosas que han conseguido reunir tras toda una vida juntos. Nada en sus vidas ha sido especialmente nada. Sencillamente la vida ha ido pasando, han criado a sus cuatro hijos y creen que todo es estable. Pero el regreso de Rosie, la peque, tras su primer fracaso amoroso, desencadenará una serie de enfrentamientos entre ellos que les hará ver que no es oro todo lo que reluce. Y que una familia puede ser jaula y playa a la vez.

El espacio que nos encontramos es cuadrado, es un ring perfecto en el que se producirán todas las luchas. En el centro, el gran árbol símbolo de la tierra, de las raíces, de lo sólido que mantiene junta y fundida a esa familia. Pero el árbol está boca abajo. El árbol genealógico, la raíz hundida en la tierra que mantiene el eje de la familia está del revés. Así qué coño va a sujetar. Y ellos, los luchadores se mueven en círculos alrededor de ese ring cuadrado. Y los espectadores formamos otro cuadrado alrededor del círculo alrededor del cuadrado. Orden, forma, equilibrio, lucha, estructura, conflicto.

La lucha entre el individuo y el grupo al que pertenece y necesita es antigua. Es tan antigua como el ser humano. Los humanos buscamos y necesitamos ser parte de un grupo para sentirnos protegidos, arropados, seguros, queridos y cuidados. E incluso responsables de los demás. 
Incluso al nacer ya tenemos adjudicado un primer grupo, tu familia. Variopinta, la que sea, da igual; pero tu familia. Los primeros brazos que buscas de pequeño cuando te sientes amenazado por otro niño son los de tus padres. Porque en tu grupo te sientes protegido. Hasta que tus interese o necesidades particulares entran en conflicto con los del grupo. Eso les pasa a Pip, a Mark y a Ben. Incluso a Rosie. También le pasó a Frank, pero ella eligió. Ahora les toca elegir a sus hijos. Y por mucho amor de madre gallina que sienta, no será capaz de aceptar la vida de Mark. Porque en su lucha personal frente al grupo, puede asumir vivir sin amor, o sin pasión, pero no asume la vida de otra. En su balanza pesa más una estabilidad mental que intentar comprender a Mia. Y Mia por su parte no necesita el beneplácito de nadie. Tras una vida escondida y evitando ahora con asumirse, comprenderse y quererse le basta. Y que cada uno haga lo que crea. 



Pip vive vacía. Aunque tenga "todo": marido, hijas, un trabajo brillante... se ahoga porque le falta algo. Hasta ahora ha vivido cumpliendo pero jamás se ha sentido querida, valorada y apreciada. Ni siquiera por su madre, que como buena perra asustada no se permite decirle a su hija que en el fondo la envidia. Pip rompe con sus grupos porque ella como individuo es más importante. Y necesita buscar en una aventura improbable la sal que hasta ahora le ha faltado a su vida. Aunque le salga mal, que ya sabe ella que le saldrá mal. Pero mejor eso que acabar siendo su madre. Justo ahora que empieza a sentir las ganas de decirles a sus hijas, chicas, mujeres, que no son lo más. Que son normales, mediocres, que no son las más altas, las más guapas ni las más listas. Lo que le hicieron a ella. 
Ben no huye, pero no le basta su grupo y busca desesperadamente otro. Otro que en realidad le es ajeno, pero él lo busca. Y ahí choca con Bob. Porque Bob es un hombre sencillo y honrado. Bob es el padre de muchos de nosotros, un señor sobrepasado por la vida, envuelto en la aventura sin retorno que es una familia pero sin tener quizá ganas de tenerla y sin estar seguramente preparado para afrontarla y dirigirla. Pero bueno, de eso se encarga Frank, así que... eso que me quito. Él ha trabajado y poco más. Ha dado pocos problemas peor también ha dado pocas pasiones. Ha vivido con suavidad. No sabe poner una cafetera así que,  ¿cómo va a saber manejar una familia?
Frank ha ido ahorrando por si acaso un día le daba el arrebato y se iba. No se ha ido y no se irá. Pero por siaca. Bob no. Ni lo concibe. Por eso quiere apoyar a Mia a su manera, y a Bob a su manera. Es BUENO. Indolentemente bueno. Bueno pasivo. Pero bueno. A fin de cuentas, todos vivimos como podemos y hacemos lo que podemos. Bob igual. 
Reconozco que la historia de Bob es la que menos me interesa, pero por empatía, porque me cae gordo.
Y el final... ¿Qué te voy a decir del final? Impactante final esperable pero no esperado.


Verónica Forqué sale y se tiene metido al público en el bolsillo. Viendo el público que había el día que estuve yo y sus reacciones, te diría que la mayoría estaban allí por ella. Y lo sabe. Y saca todo su repertorio de tonos, de gestos, de coñas. Pero como ella es lista como un ratón colorao, consigue llevarse a la gente a su terreno y que se inunden de la historia. Está absolutamente perfecta. Y lista.
Julio García Vélez está delicioso. Es como estos héroes bonachones de las pelis de Capra. Sencillo, sin alardes, trabajando desde la sinceridad y el compromiso. Un caballero de la escena.



Pilar Gómez es esa actriz que siempre está bien. Bien no, cojonuda. No sé, "Cuando deje de llover", "Mundo obrero", "Bodas de sangre", "La ciudad oscura", "Emilia", "Marca España", "Mejorcita de lo mío"... por dios... ¡si hasta estaba cojonuda en "El accidente"!! Además tiene uno de los momentos más intensos, sinceros y desgarradores de la función. La carta a su madre, a esa madre pelícano por mis cojones. Nunca ha habido tanta necesidad de cariño y de aceptación mezclada con rabia y ganas de volar hacia donde sea, me da igual. Un trabajo desde el corazón. Y desde una pena muy negra. 



A Jorge Muriel habría que ponerle un piso. Ha sido su afán personal el que nos ha traído la obra de Bovell a España. Y eso es un puntazo. Pero es que encima, ha construido una Mia de libro de historia. Desde que aparece en escena sabes que algo le pasa. No avanza nada de su personaje pero sí deja entrever de alguna manera sutil que algo pasa ahí. Y vaya si le pasa. Lo peor que te puede pasar; tener que vivir tratando de evitar ser lo que eres. Y no lo hace desde el esperpento ni desde la autocompasión sino desde la naturalidad. La naturalidad de una peluca normal, de un vestido normal, de unos gestos normales y de unas necesidades y carencias normales. Porque en la naturaleza todo es normal, aunque sea poco habitual. Lejos de estereotipos y de mamarrachadas dignas de un reportaje del Orgullo en Intereconomía. Porque Mia es una mujer que ha sufrido muuuucho. Desde el descubrimiento natural al intento de negación y al arrastrar una mentira años u años. Hasta que en su conflicto con el grupo gana la coherencia y la naturaleza. Si es que... "cuando las cosas llegan a los centros, no hay quien las arranque". Y es que no hay nada más duro que lo normal. El resto del reparto, geniales.


Pero entre tanta flor, yo, que lo mismo te digo una cosa como te digo la otra, sí encontré algo que no me gustó. Obviamente no es un fallo ni un error, ni nada mal hecho. Lo que hay es lo que hay, ellos han montado lo que han querido como han querido y nadie puede juzgarlo. Es simplemente una sensación. Y es que tuve la sensación de que podría haber durado media hora más. Ya, estoy diciendo una burrada, pero tuve en muchos momentos la sensación de que todo iba muy deprisa. Había momentos, monólogos, escenas que me pedían más sosiego, más pausas, más dejarse espacio. Insisto, es una sensación no una crítica. Dios me libre, me parece que le trabajazo de Julián Fuentes Reta  es invisible pero potente. Amoroso y respetuoso. Delicado pero demoledor.  

Confieso que tengo la agenda petada y desgraciadamente tuve que dejar este espectáculo para hace na. Y lo siento porque igual hay algún tarado que se deja llevar por lo que estoy escribiendo y le apetece ir a descubrir esta maravilla, pero no le va a dar tiempo porque en teoría acaba hoy. Digo en teoría porque me juego un brazo a que este espectáculo va a seguir y a seguir y a seguir todo lo que las agendas de sus intérpretes permitan. Porque es que esto debería verlo toda España. Por su emoción, su respeto, su dureza, su compromiso, por Pilar, por Julio y por Jorge,  y por sus mil capas. Porque desde la escenografía al último detalle todo oculta muchas capas. Como ese Bob intentando proteger sus rosas con plásticos, como él se protege de lo que sabe que le va a hacer daño. 
 
 Una maravilla que merece larga vida. Porque mostrar con este nivel de poesía algo tan duro como el desmembramiento natural de una mentira llamada familia debería ser algo infinito. 
Y es que en realidad, las cosas que sé que son verdad son tan pocas...

PD: yo tengo una puta manía, y es que no releo lo que escribo antes de publicarlo. Así que es probable que haya erratas y cosas mal escritas. Por ejemplo suelo escribir mal "pero" y casi siempre escribo "peor" y cosas así. Me las perdonáis, ¿vale?  


Creo que todas las fotos so nde Javier Naval. Son una pasada, como todas las que hace este hombre. Espero que no le importe que las use.





       

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