lunes, 21 de septiembre de 2020

Delicuescente Eva. Teatro de la Abadía.

 El amor, como los recuerdos, es esa cosa blanda e indefinida que uno moldea a su gusto para que sea lo menos dolorosa posible. 

Casi casi como la familia. La tienes ahí, no la eliges, pero te buscas la vida para quererla. Sin darte cuenta. Hasta que tus padres se convierten en lo más importante de tu vida y en el asidero sin el cual parece que vagas por el universo sin rumbo ni cobijo.


 

Eva tiene la capacidad de captar la humedad del ambiente para mantenerse viva. Eva sobrevive como puede. Rescata lo poco rescatable de una familia atroz. Eva sobrevive a su propio futuro con las mejores armas posibles, las armas que abren mentes, curten corazones y te hacen autosuficiente y crítico: la educación y la duda.   

A mí la verdad es que me la pela si este texto es autobiográfico o no. Si algún día surge el tema tomando unos vinos igual se lo pregunto a Javier Lara, pero me interesa entre poco y nada. A mí me interesa el texto en sí, venga de donde venga. Además, ¿si fuera autobiográfico sería todo verdad o sería SU versión de lo que pasó? ¿Sería más valiente por sacar bilis escondidas que por crearlas y adjudicárselas? ¿Si fuera real lo viviríamos con otros ojos? Pues eso: qué más da. 

A mí lo que me interesa es lo que siento en mi butaca y lo que me provoca. Y la sensación que tengo todo el rato de que Javier Lara no está tanto haciendo un retrato de su hermana Eva, mostrándonos cómo se puede sobrevivir a ese futuro sino buscando el por qué él es como es y ha sido como ha sido. Eva ha logrado ser delicuescente, pero, ¿lo ha conseguido él?    

Sin jugar a que Lara nos cuenta su propia vida, el texto es un mazazo bestial te pongas como te pongas. 

Esa familia es tremenda. El padre, un maltratador de su época. Es así porque no sabe ser de otra forma y como muchos machos, vive atrapado en sus expectativas sociales. Por dios, que no suene a justificación. Él es todo lo macho que se espera que sea. La madre es una maltratada de toda la vida. De las de antes y de las de ahora. Javier y Eva comparten genes. Javier trata de no ser lo que le sale ser y Eva piensa y claro, la caga. Porque quiere más. No sabe muy bien qué, pero quiere más. Cada uno intenta tomar la humedad que necesita para estar vivo, para sobrevivir. 


 

Y llega la trampa. Ahí ya no sé si Javier Lara lo hace a conciencia o no. Imagino que sí, porque es listo que te cagas. Pero cuando parece que nos está contando cómo Eva intenta y consigue sobrevivir y mantenerse a flote y firme en sus creencias (o suposiciones) de pronto siento que lo que estoy viendo es su propia supervivencia. No la de Eva, sino la suya. En realidad nos ha estado contando por qué él es como es. Por qué el siente eso por su padre. Y por su madre. Y por qué él actúa así. Por qué antes, hace mucho, él fue un minipadre. Por qué ha sido así con las mujeres. Y con los hombres. Y consigo mismo. Y cómo y por qué ha intentado y logrado sobrevivir. Nos ha estado contando su propia delicuescencia. 

Si hasta nos lo dice con dos frasecitas ahí en medio, como disimuladas, pero que son clave en el por qué estamos viendo lo que estamos viendo. "Se abría el suelo si dejabas de mirarme" dice a Eva en una declaración de amor de una sutileza y una belleza estremecedoras. Y Puck, o la EVA concepto, o Pepito Grillo o simplemente Natalia repitiendo: "mira tu cuerpo ahora". Mira tu cuerpo ahora, mira lo que eres ahora, mira cómo eres ahora. Sé consciente de que ya no eres aquel, has cambiado, lo has conseguido, has sobrevivido a ti mismo, AHORA ERES BUENO. 

Porque Javier no intenta contarnos cómo logró sobrevivir Eva, ni lo lista que fue. Lo que quiere contar es que a pesar de todo él ha logrado separarse de su gen y de su destino. Pero necesita recordarse continuamente que "mire su cuerpo ahora". Necesita recordarse y reafirmarse en que él es bueno ahora. Y que si fue malo fue porque le tocaron ellos de familia. Sin pedirle permiso. Y que a lo mejor él no quería tenerlos. Que los valles son preciosos y que si no ama es porque a lo peor, no sabe. Y - NO - PASA - NADA.

 


Carlota Gaviño orquesta estos recuerdos y estos quiebros como si fuera una partitura; con respeto y luminosidad. Paola de Diego crea un bosque shakespeariano perfecto para cumplir sueños, esconder miedos y travestir mujeres en hombres y Javis en Evas. Jose Pablo Polo lo arropa con una música de una belleza inusual. Luz, vestuario y movimiento terminan de dar forma este milagro. 


 

Natalia Huarte da vida a la voz de la mente, al subtexto, a la conciencia, al tiempo, a la verdad, a Puck. Sólida en la palabra y dominando la escena como un gran pantera.


 

María Morales es de otro planeta. No hay palabras para definir su trabajo que no hay usado antes. En CADA trabajo que le he visto a esta mujer. Siempre está perfecta. Ni una puta fisura. Es madre, es hija, es hermana, es pecado, es tentación, es perdón, es salvación, es desconcierto y es Gea. Es todos los mitos griegos juntos y todas las mujeres. María Morales es el tope. 


 

Javier Lara es... no sé. Le miro y me miro. Le veo y me veo. No sé si le entiendo y no sé si le comprendo. Pero me gustaría, porque le miro y me gustaría mirarme. Le veo y me gustaría verme.

Veo sus trabajos y me siento mejor, me siento a gusto, me siento a salvo. 

          

 

 

viernes, 10 de abril de 2020

Carta de Lluís Pasqual al Ministro de Cultura. 10/4/2020


10 de abril de 2020
Sr. Ministro de Cultura del Gobierno de España:
Hace años hice una afirmación pública de la cual estoy dolorosamente convencido y que me ha perseguido desde entonces: este país no quiere a sus artistas. Los puede admirar, envidiar y hasta en algún caso adorar; pero querer es otra cosa. Si alguna duda me quedaba sobre mi amarga convicción, su intervención -que he visto y escuchado repetidas veces con incredulidad y asombro y con la esperanza de que se tratara de un “fake”- lo ha confirmado con creces.
Desde 1975, el momento en que entre casi todos hicimos posible que este país se convirtiera en una democracia, nunca -repito- NUNCA me he sentido más injusta e
inmerecidamente despreciado por un responsable cultural. Y como yo, miles y miles de compañeros, muchos de los cuales se han convertido con su arte (poesía, música, cine, teatro
precariamente retransmitido, humor...) en el refugio de millones de españoles para aliviar esta situación dramática y evitar así que se abra la puerta de la desesperanza, que no es más que la antesala de la locura.
El ser humano inventó el arte y lo compartió con sus iguales en una transmisión que hemos llamado Cultura, para alimentar y ennoblecer el espíritu más allá de nuestros avatares físicos y biológicos y que, junto con la capacidad de imaginar, la creación del lenguaje y la risa, nos distingue de los animales. Y la raza humana, en sus épocas más luminosas o más oscuras, lo impulsó por considerarlo digno y necesario y hasta útil. Incluso en algún momento el Arte, desde su heterodoxia, ha contribuido a indiscutibles avances de la propia humanidad.
Pero no se trata de reclamar amor. Eso no se pide, si acaso se ofrece y se comparte. Se trata de reclamar justicia. De su insólita intervención se desprende un desconocimiento absoluto de las condiciones de trabajo de los artistas (sí, esto también es un trabajo del que depende la existencia de cientos de miles de personas y de sus familias) quienes dependen inexorablemente de lo que usted piense y haga. El desconocimiento es entendible y humano, pero no lo es en un
Ministro llamado a ser garante de una parte numéricamente importante de la población española y, por tanto, de un patrimonio vivo y fundamental.
No voy a repetirle lo que ya le han recordado muchas personas y medios de comunicación: cuántos somos, cuál es nuestro papel en la sociedad, qué porcentaje del PIB
representamos o cuáles son los mecanismos y condiciones laborales y de contratación por las que se rige nuestro precario sector. Espero que tenga usted asesores que le puedan informar de una realidad de la cual se deduce de forma inmediata de que justamente no, no somos
TRANSVERSALES. Ni ahora ni nunca lo hemos sido. Ni siquiera eso. No hay más que ver los Presupuesto Generales del Estado para observar las ridículas partidas atribuidas a Cultura, con un criterio siempre de mínimos, disminuidas además sobre la marcha por la todopoderosa Hacienda Pública con un impudor que ningún otro sector estaría dispuesto a tolerar.
En cualquier conflicto o situación colectiva difícil como la que estamos viviendo, la primera víctima es siempre la verdad. Y a usted o no se la han contado o no se ha querido enterar. No sabría decir lo que es más grave.
Todas las personas que luchan por la Cultura (en España ése es desgraciadamente el verbo) y que tiene usted que proteger desde el Estado, estaban antes del Coronavirus en la
antesala de la UCI. El día que esta pesadilla pase, si usted no ha dado antes -es decir ahora mismo y vamos tarde- un giro urgente de ciento ochenta grados, no va a encontrar más que
muertos. La España Cultural con sus locales cerrados, con sus festivales, programaciones y rodajes suspendidos y con sus artistas abandonados y sin futuro es el panorama que tiene usted delante.
Por supuesto que estamos ante una Alarma Sanitaria y que la prioridad, por encima de todo, es salvar vidas. A estas alturas lo sabemos todos y nadie lo discute. Para eso millones de
personas afortunadas estamos confinados y ejerciendo una obediencia y una solidaridad en muchísimos casos ejemplar. Pero igual que otros Ministerios proyectan -como pueden-
alternativas de futuro posibles, probables o sólo deseadas, la obligación del Ministerio de Cultura es hacer lo mismo.
Como en el peor tsunami, se ha producido en pocos días una Emergencia Cultural insoslayable en la que le corresponde al Estado tomar la iniciativa. Lo han hecho otros colegas
suyos europeos con los que usted afirma haber hablado. Sospecho que de esas conversaciones parece no haber salido nada positivo para nosotros, a tenor de su comparecencia y comparándola con las medidas que estos ministros y países han tomado, convirtiendo la protección a la Cultura en una cuestión de Estado.
No me estoy quejando. La queja puede tener también su parte miserable. Lo que escribo, se lo estoy exigiendo desde el sentido de la justicia, la lógica, el pragmatismo y una experiencia y conocimiento que pongo a su disposición por si le hiciera falta.
Y ya que ha citado usted sesgadamente a Orson Welles (quien -por si no lo sabe- mientras hacía esa afirmación continuaba filmando… y sí los artistas somos contradictorios),
permítame que yo le recuerde unas palabras de Winston Churchill. Quizá le sean más útiles para reflexionar sobre las consecuencias de sus palabras y acciones. En plena Segunda Guerra Mundial y ante la falta de medios para abastecer al Ejército británico, tuvo lugar un Consejo de
Ministros de urgencia con la intención de recortar asignaciones económicas de otras áreas para transferirlos al Ministerio de la Guerra. Alguien sugirió que un recorte sustancioso se podía efectuar en el presupuesto dedicado a la Cultura o incluso eliminar temporalmente toda la
asignación. A lo cual, Churchill contestó airado: “Si sacrificamos nuestra Cultura… ¿alguien me puede explicar para qué hacemos la guerra?" Ahí se lo dejo.
Atentamente.
Lluís Pasqual

miércoles, 26 de febrero de 2020

Los días felices.

Las etiquetas son una putada se mire por donde se mire. 
Está claro que sirven para orientar un poco cuando la cosa está jodida, pero son el elemento perfecto para esconder estereotipos, lugares comunes, tópicos, prejuicios y polladas. 
"Teatro del absurdo". ¿Será porque hay quien no entiende del todo los textos y todo le parece incongruente y chorras? Ya, ya sé lo de Esslin y todo eso. Pero vamos, no me digas que considerar "absurdo" a Pinter...




Y de pronto baja a la Tierra San Pablo y te das cuenta de que es evidente que se entiende. Se entiende todo, todo tiene sentido, todo tiene significado. Y el sentido es exactamente el significado de las palabras.
¿Qué es lo más difícil en teatro? Lo más fácil en la vida real: escuchar y estar. Pues lo más difícil es lo más fácil; leer las palabras.
Allá por el año 84, 85 o así, en la muestra de teatro de Valladolid, uno de los mejores festivales de teatro que ha habido en este país, vi a Rosa Novell hundida hasta la cintura buscando a Willy. Desde entonces la figura de Winnie creándose un tiempo propio y adaptándose a un espacio también propio me ha perseguido. Como me persiguen ahora mismo las ideas que quiero compartir. Y con mi coño moreno decido que no las quiero ordenar, que paso, así que las voy a potar según me vengan. 



Winnie necesita a Willy. Aunque esté a su bola. Necesita que esté ahí para no hablar sola. Necesita al otro para que su discurso, para que sus palabras tengan sentido. 
Winnie no vive en el mundo real. Para empezar está enterrada. ¿Por qué? Pues porque sí. ¿Necesita ella o necesitamos nosotros tener una explicación de por qué para darle sentido? Pues no. Es así y punto.
Winnie está enterrada en un espacio que podría ser una placa de petri o una tesela de un mosaico gigantesco. O quizá vive en un mundo nuevo en el que igual que hay tres soles, el tiempo tiene una dimensión distnta. ¿Cuánto duran los días en ese mundo? Ni lo sabemos ni nos importa. Duran lo que duran. Lo que ella necesita para que la cosa tenga sentido. Antes, los días eran días (a la antigua usanza) pero ahora quizá sí o quizá no. Y ella necesita hablar y hacer cosas para llenar ese tiempo. Ese tiempo nuevo y relativo que pasa y la hunde cada vez más. Ella decide cómo, cuándo y para qué hace cada cosa de las que según dice, hace todos los "días". Ella organiza el tiempo, lo administra y lo moldea según su necesidad. Y tiene una pistola. Aunque no la usa.
¿Podría haber un tercer acto? Qué más da. Damos por hecho que los dos actos son correlativos, pero, ¿y si no lo fueran? ¿Y si el segundo acto ocurriera antes que el segundo? ¿Y si en vez de hundirse, Winnie estuviera creciendo y dándole sentido a su vida poco a poco? ¿Por qué dar por hecho que el tiempo es lineal y en una dirección? Para Winnie el tiempo es otra cosa. Y el mundo es otra cosa. Y Willie es su amor necesario. Es el otro que ella necesita para dar sentido a su estar ahí. Ella podría hablar sola pero no quiere, quiere hablar con él, dirigirle su verborrea a él, porque necesita del otro para que la cosa tenga sentido. 
Pero es que eso es el teatro. Podría ser "hablar sólo" pero se necesita la mirada del otro y la atención del otro para que el hecho exista y tenga sentido. ¿Es teatro una función que haces en casa tú solo, sin espectadores, sin nadie mirando? ¿El teatro no es la mirada y el encuentro con el otro? 
"Los días felices" es teatro y es la vida. Y es el amor. Amar mola todo, pero si amas a otro, mejor.
"Los días felices" es angustia. Es que te falte el aire. Es ver a Winnie escuchando la caja de música y quedarte sin sangre en el cuerpo. Es querer detener la vida y quedarte ahí. Un rato, un minuto, un siglo, para siempre.



Terrenalmente hablando, el trabajo de Elisa Sanz y de Paula Castellano creando la escenografía y el vestuario es asombroso. El trozo en el que viven Willie y Winnie es como un mundo desolado, acabado o quizá la esquinita de un mundo en construcción. ¿Les rodean restos de algo o son las partes que irán formando su mundo? Carlos Marquerie y Óscar Villegas envuelven el luces, claroscuros, ruidos, cobijos y brillos la existencias difusas de los dos seres. El cielo mágico que cambia sin que te des cuenta es una puta obra de arte. Bravo, grandiosos, lo habéis vuelto a hacer.    

Francesco Carril vuelve a hacerlo. Con un personaje casi ausente y casi inexistente, se vuelve necesario. Bestial. 
Y Fernanda Orazi es algo indescriptible. Cada palabra suya tiene sentido. Pero no sólo lo tiene porque ella lo sepa y lo transmita, sino porque lo vive, lo siente y transita de un sentido a otro como si fuera natural y necesario. Todo lo que hace es perfecto: cada respiración, cada pausa, cada grito, cada carcajada, cada agudo, cada grave, cada perfil, cada mano, cada búsqueda, cada mirada, cada pestañeo, cada coma son perfectos. Y el viaje emocional de una palabra a otra es como las olas del mar; natural y necesario. Quizá suene chorras, pero no sé expresarlo mejor: Fernanda logra que creas que Winnie existe, que respira y que vive en el escenario. El trabajo que hace es hipercomplicado, hiperexigente e hipercomprometido y Fer se entrega hasta el final con un riesgo, un compromiso y una generosidad estremecedoras. 
Pablo es el responsable de hacer todo eso de lo que he hablado. No hay más palabras. TODO lo anterior es por él y gracias a él. Es dios.



Hay una cosa que me destrozó especialmente. Pisar el suelo y saber que trabajos como este sólo están al alcance de seres privilegiados y que nunca jamás en la vida seré capaz de tener una mente como la de Pablo ni seré tan buen actor como Fernanda. Y eso te destroza. 

Gracias, Francesco, Elisa, Óscar, Paula, Carlos, Pablo y Fernanda porque la hora y media que pasé mirándoos ha sido uno de los moemntos más felices de mi vida.     








  

domingo, 15 de diciembre de 2019

Las cosas que sé que son verdad.

¡Qué gusto cuando vas al teatro y sin que te adoctrinen, sales removido!

La familia. Eso que creemos necesario, que necesitamos, de la que queremos huir, que queremos crear, que nos cobija y nos traumatiza, a la que recurrimos y la que nos ahoga. 
Andrew Bovell es experto en agarrar esquemas incuestionables y trastocarlos, sacarles el jugo envenenado en el que todos navegamos y retorcerte el corazón a golpe de melodramas.
Porque efectivamente, "las cosas que sé que son verdad" son pocas. Muy pocas. Menos de las que querríamos y muchísimas menos de las que creemos necesitar.



Bob, mecánico en un taller de coches y Frank, enfermera, tienen cuatro hijos y una vida normalita, en una casita normal con un jardincito y las cuatro cosas que han conseguido reunir tras toda una vida juntos. Nada en sus vidas ha sido especialmente nada. Sencillamente la vida ha ido pasando, han criado a sus cuatro hijos y creen que todo es estable. Pero el regreso de Rosie, la peque, tras su primer fracaso amoroso, desencadenará una serie de enfrentamientos entre ellos que les hará ver que no es oro todo lo que reluce. Y que una familia puede ser jaula y playa a la vez.

El espacio que nos encontramos es cuadrado, es un ring perfecto en el que se producirán todas las luchas. En el centro, el gran árbol símbolo de la tierra, de las raíces, de lo sólido que mantiene junta y fundida a esa familia. Pero el árbol está boca abajo. El árbol genealógico, la raíz hundida en la tierra que mantiene el eje de la familia está del revés. Así qué coño va a sujetar. Y ellos, los luchadores se mueven en círculos alrededor de ese ring cuadrado. Y los espectadores formamos otro cuadrado alrededor del círculo alrededor del cuadrado. Orden, forma, equilibrio, lucha, estructura, conflicto.

La lucha entre el individuo y el grupo al que pertenece y necesita es antigua. Es tan antigua como el ser humano. Los humanos buscamos y necesitamos ser parte de un grupo para sentirnos protegidos, arropados, seguros, queridos y cuidados. E incluso responsables de los demás. 
Incluso al nacer ya tenemos adjudicado un primer grupo, tu familia. Variopinta, la que sea, da igual; pero tu familia. Los primeros brazos que buscas de pequeño cuando te sientes amenazado por otro niño son los de tus padres. Porque en tu grupo te sientes protegido. Hasta que tus interese o necesidades particulares entran en conflicto con los del grupo. Eso les pasa a Pip, a Mark y a Ben. Incluso a Rosie. También le pasó a Frank, pero ella eligió. Ahora les toca elegir a sus hijos. Y por mucho amor de madre gallina que sienta, no será capaz de aceptar la vida de Mark. Porque en su lucha personal frente al grupo, puede asumir vivir sin amor, o sin pasión, pero no asume la vida de otra. En su balanza pesa más una estabilidad mental que intentar comprender a Mia. Y Mia por su parte no necesita el beneplácito de nadie. Tras una vida escondida y evitando ahora con asumirse, comprenderse y quererse le basta. Y que cada uno haga lo que crea. 



Pip vive vacía. Aunque tenga "todo": marido, hijas, un trabajo brillante... se ahoga porque le falta algo. Hasta ahora ha vivido cumpliendo pero jamás se ha sentido querida, valorada y apreciada. Ni siquiera por su madre, que como buena perra asustada no se permite decirle a su hija que en el fondo la envidia. Pip rompe con sus grupos porque ella como individuo es más importante. Y necesita buscar en una aventura improbable la sal que hasta ahora le ha faltado a su vida. Aunque le salga mal, que ya sabe ella que le saldrá mal. Pero mejor eso que acabar siendo su madre. Justo ahora que empieza a sentir las ganas de decirles a sus hijas, chicas, mujeres, que no son lo más. Que son normales, mediocres, que no son las más altas, las más guapas ni las más listas. Lo que le hicieron a ella. 
Ben no huye, pero no le basta su grupo y busca desesperadamente otro. Otro que en realidad le es ajeno, pero él lo busca. Y ahí choca con Bob. Porque Bob es un hombre sencillo y honrado. Bob es el padre de muchos de nosotros, un señor sobrepasado por la vida, envuelto en la aventura sin retorno que es una familia pero sin tener quizá ganas de tenerla y sin estar seguramente preparado para afrontarla y dirigirla. Pero bueno, de eso se encarga Frank, así que... eso que me quito. Él ha trabajado y poco más. Ha dado pocos problemas peor también ha dado pocas pasiones. Ha vivido con suavidad. No sabe poner una cafetera así que,  ¿cómo va a saber manejar una familia?
Frank ha ido ahorrando por si acaso un día le daba el arrebato y se iba. No se ha ido y no se irá. Pero por siaca. Bob no. Ni lo concibe. Por eso quiere apoyar a Mia a su manera, y a Bob a su manera. Es BUENO. Indolentemente bueno. Bueno pasivo. Pero bueno. A fin de cuentas, todos vivimos como podemos y hacemos lo que podemos. Bob igual. 
Reconozco que la historia de Bob es la que menos me interesa, pero por empatía, porque me cae gordo.
Y el final... ¿Qué te voy a decir del final? Impactante final esperable pero no esperado.


Verónica Forqué sale y se tiene metido al público en el bolsillo. Viendo el público que había el día que estuve yo y sus reacciones, te diría que la mayoría estaban allí por ella. Y lo sabe. Y saca todo su repertorio de tonos, de gestos, de coñas. Pero como ella es lista como un ratón colorao, consigue llevarse a la gente a su terreno y que se inunden de la historia. Está absolutamente perfecta. Y lista.
Julio García Vélez está delicioso. Es como estos héroes bonachones de las pelis de Capra. Sencillo, sin alardes, trabajando desde la sinceridad y el compromiso. Un caballero de la escena.



Pilar Gómez es esa actriz que siempre está bien. Bien no, cojonuda. No sé, "Cuando deje de llover", "Mundo obrero", "Bodas de sangre", "La ciudad oscura", "Emilia", "Marca España", "Mejorcita de lo mío"... por dios... ¡si hasta estaba cojonuda en "El accidente"!! Además tiene uno de los momentos más intensos, sinceros y desgarradores de la función. La carta a su madre, a esa madre pelícano por mis cojones. Nunca ha habido tanta necesidad de cariño y de aceptación mezclada con rabia y ganas de volar hacia donde sea, me da igual. Un trabajo desde el corazón. Y desde una pena muy negra. 



A Jorge Muriel habría que ponerle un piso. Ha sido su afán personal el que nos ha traído la obra de Bovell a España. Y eso es un puntazo. Pero es que encima, ha construido una Mia de libro de historia. Desde que aparece en escena sabes que algo le pasa. No avanza nada de su personaje pero sí deja entrever de alguna manera sutil que algo pasa ahí. Y vaya si le pasa. Lo peor que te puede pasar; tener que vivir tratando de evitar ser lo que eres. Y no lo hace desde el esperpento ni desde la autocompasión sino desde la naturalidad. La naturalidad de una peluca normal, de un vestido normal, de unos gestos normales y de unas necesidades y carencias normales. Porque en la naturaleza todo es normal, aunque sea poco habitual. Lejos de estereotipos y de mamarrachadas dignas de un reportaje del Orgullo en Intereconomía. Porque Mia es una mujer que ha sufrido muuuucho. Desde el descubrimiento natural al intento de negación y al arrastrar una mentira años u años. Hasta que en su conflicto con el grupo gana la coherencia y la naturaleza. Si es que... "cuando las cosas llegan a los centros, no hay quien las arranque". Y es que no hay nada más duro que lo normal. El resto del reparto, geniales.


Pero entre tanta flor, yo, que lo mismo te digo una cosa como te digo la otra, sí encontré algo que no me gustó. Obviamente no es un fallo ni un error, ni nada mal hecho. Lo que hay es lo que hay, ellos han montado lo que han querido como han querido y nadie puede juzgarlo. Es simplemente una sensación. Y es que tuve la sensación de que podría haber durado media hora más. Ya, estoy diciendo una burrada, pero tuve en muchos momentos la sensación de que todo iba muy deprisa. Había momentos, monólogos, escenas que me pedían más sosiego, más pausas, más dejarse espacio. Insisto, es una sensación no una crítica. Dios me libre, me parece que le trabajazo de Julián Fuentes Reta  es invisible pero potente. Amoroso y respetuoso. Delicado pero demoledor.  

Confieso que tengo la agenda petada y desgraciadamente tuve que dejar este espectáculo para hace na. Y lo siento porque igual hay algún tarado que se deja llevar por lo que estoy escribiendo y le apetece ir a descubrir esta maravilla, pero no le va a dar tiempo porque en teoría acaba hoy. Digo en teoría porque me juego un brazo a que este espectáculo va a seguir y a seguir y a seguir todo lo que las agendas de sus intérpretes permitan. Porque es que esto debería verlo toda España. Por su emoción, su respeto, su dureza, su compromiso, por Pilar, por Julio y por Jorge,  y por sus mil capas. Porque desde la escenografía al último detalle todo oculta muchas capas. Como ese Bob intentando proteger sus rosas con plásticos, como él se protege de lo que sabe que le va a hacer daño. 
 
 Una maravilla que merece larga vida. Porque mostrar con este nivel de poesía algo tan duro como el desmembramiento natural de una mentira llamada familia debería ser algo infinito. 
Y es que en realidad, las cosas que sé que son verdad son tan pocas...

PD: yo tengo una puta manía, y es que no releo lo que escribo antes de publicarlo. Así que es probable que haya erratas y cosas mal escritas. Por ejemplo suelo escribir mal "pero" y casi siempre escribo "peor" y cosas así. Me las perdonáis, ¿vale?  


Creo que todas las fotos so nde Javier Naval. Son una pasada, como todas las que hace este hombre. Espero que no le importe que las use.





       

domingo, 3 de noviembre de 2019

Las Bárbaras.

Lo peor para un espectador son los prejuicios. Esos juicios que llevas pegados por culpa de mil motivos y que te hacen sentarte en la butaca ya mediatizado. O los juicios que estableces cuando te crees más listo que los listos. 
Yo fui al Valle Inclán muerto de amor. Lucía Carballal me gusta mucho y mi debilidad y amor extremo por Ana Wagener son más que sabidos. Y confieso que hasta ese día, Mona Martínez no era especialmente santo de mi devoción.
Hasta ahí mis "prejuicios", mis juicios previos. 



Los primeros diez minutos de función, entre una escenografía que no me seducía, el aspecto como de revista de Amparo Fernández, y la aparente ligereza de lo que veía, me hicieron pensar que estaba viendo una comedia del Maravillas. Pues no, chavalín, no. Otro zasca en toda la boca. 
Soy especialista en estas meteduras de pata. Me creo más listo que los listos y en vez de intentar ir virgen y confiar en las intenciones de los demás, me monto mi película. Pues por listo, me tocó meterme la lengua por el culo, porque lo que parecía una comedia ligera de tres (o cuatro) mujeres maduras se convirtió en uno de los mejores textos que se han llevado a escena este año. 
Voy por partes, que me amontono. 
Primera metedura:
El texto de Lucía Carballal es fabuloso. Presenta a tres mujeres mayores, amigas de toda la vida, que se reunen en el Hotel "Juventud" para cumplir la última voluntad de una joven, amiga, sobrina y colaboradora de las tres. 
Las tres mujeres fueron revolucionarias en su momento. Pero tanto la vida como esa cuarta mujer, Bárbara les harán cuestionarse si lo que las demás creen de ellas es lo que ellas realmente son.



Carmen es arquitecta. Decidió volcarse en su trabajo y levantó un estudio importantísimo, pero renunció a formar una familia, a tener una vida y casi a ella misma. Ahora que su estudio ha fracasado y acaba de cerrarlo, se plantea si esa vida mereció la pena y si lo que se dejó en la cuneta se puede recuperar. 
Susi es una burguesa que nunca se ha preocupado por casi nada. Sus decisiones fueron valientes en su momento, pero la vida pasa y quizá ahora sienta que le falte un amor verdadero y algo que hacer en la vida. Ha vivido tan despegada de la vida y de lo que se esperaba de ella, que la vida se le ha escapado y se plantea si mereció la pena ser tan chula.
Encarna ha vivido al día. Parece que su falta de complicaciones le ha servido para ser la más feliz, pero no. No sabe comunicarse ni comprometerse. Lo fácil mola, lo sencillo mola, pero a veces es una trampa.
Las tres han sido heroínas, pertenecen a una generación que hizo una revolución VITAL para el futuro de las mujeres. Y de los hombres también. De la sociedad en general. Ellas, su generación, fueron pioneras en muchas cosas, y el resto de los humanos nunca se lo agardeceremos lo suficiente. Porque ellas se la jugaron. Y lo hicieron porque era necesario para que la sociedad avanzara. Y con todo su coño se arriesgaron. Pero por un lado, los años pasan y esas revolucionarias han dejado cosas por el camino. Toda revolución conlleva sacrificios. Y riesgos. Y la que no dejó de lado su vida, dejó de lado el amor, o la dignidad, o una carrera, o la autosuficiencia, o incluso la maternidad. Ahora, cuando están en torno a los sesenta, esa última voluntad de Bárbara les hará ver que el tiempo les ha pasado por encima y aunque sean aparentemente felices, tienen más carencias que las que las otras les suponen. Porque una cosa es lo que uno alcance en la vida y otra cosa, casi siempre, lo que los demás dan por sentado de nuestras vidas. Estas amigas necesitan pensar que las demás son algo que en realidad no son. Las tres tendrán que asumir que pese a ser heroínas en algo, son perdedoras en otras cosas y además que las otras no son lo que ellas piensan que son. Esa situación brutal y amarga es la que hace del textazo de Lucía Carballal una joya, porque esconde bajo la primera capa de comedia ligera una bomba atómica que destroza. 
Porque sí, las mujeres siempre lo han tenido más difícil que los hombres y cualquier postura elegida por una mujer ha supuesto mayor riesgo y valentía. Ni te cuento las de una época determinada. Pero el sacrificio, el haber tenido que elegir, el sentir que quizá hayas metido la pata en muchas cosas en tu vida y el comprobar que los demás ven en ti algo que no hay, nos toca a todos. 
A estas mujeres, Bárbara parece pedirles más. Y ellas tendrán primero que aceptar que lo que han hecho cada una ha sido una heroicidad y luego, que ni han podido hacer más ni han podido o sabido hacerlo mejor. Esa generación hizo una revolución y rompió con el yugo ancestral de sus madres, pero la revolución es un estado continuo y hoy, ellas poco más pueden hacer salvo asumir su dignidad y el valor de lo que hicieron. Que bastante es. Las siguientes continuaron esa revolución y las de ahora la siguen. Cada una es responsable de su época.      
Insisto; el texto de Lucía Carballal es una puta apisonadora. Envuelta en el celofán de las coñas, del texto fluido y divertido, gira repentinamente cuando topa con la realidad y congela las sonrisas convirtiéndolas en muecas dolorosas. 



Segunda metedura:
Esa escenografía que me descolocaba es totalmente acertada. Ese estilo aparentemente pasado de moda en realidad es casi vintage. Es un logro estético que ha sobrevivido a los años. Como los logros de estas mujeres. Por eso el espacio de José Novoa no es casual, no es "útil" sino casi figurativo. Bravísimo. No sólo facilita el trabajo de las actrices sino que es casi una metáfora de ellas mismas. 

Tercera metedura:
 El aspecto de Amparo Fernández. No necesita explicación. Otro zasca para espectadores listillos como yo. 
Todo lo que puede parecer una cosa, en realidad es otra. 

Cuarta metedura: 
Mona Martínez está brillante. Es lo mejor que le he visto nunca o al menos el personaje que más y mejor me ha llegado. Su presencia, su forma de mirar, de escuchar, de esperar, su dominio del escenario y de la progresión son brillantes. 
Amparo Fernández está divina. Poco se puede decir, domina todo y lo domina con solvencia y poderío. 



Y Ana Wagener es que es dios. Lo he dicho mil veces y lo repito. Cada tono de voz, cada gesto, cada intención, cada mirada, cada coz, cada quiebro, nacen en el momento y en el sitio exactos y salen por necesidad. Habla, ríe, llora, se mueve y escupe por necesidad, porque es lo que tiene que hacer para seguir viva. Y no le da tres dimensiones a su Susi, sino que le da seis. Es tu madre, tu amiga, la mujer que admiras, la que logró lo inimaginable, tu amiga luchadora que perdió más que ganó aunque logró mucho. Es mil personas que tenemos alrededor. Yo tengo 50 y veo en ella a muchas mujeres de mi vida. Todas necesarias y todas vivas. Eso sólo puede hacerlo la Wagener, digo... dios.

Hay una cosa que no me llegó del montaje; que no me gustó o no me convenció. Pero obviamente no lo voy a mencionar. Sobre todo porque no quiero. Porque prefiero destacar y que quede como resumen de mis sensaciones, que "Las Bárbaras" es un puñetazo. Es una bomba que te aplasta y te deja destrozado. Porque ahí estamos todas, en ese escenario. Todas somos esas amigas que miran y esas amigas que son miradas. 
Y además, como me pasó a mí, para los listillos que vamos de casa ya con ideas preconcebidas o que nos ponemos a mirar como si fuéramos más listos de lo que somos, nos viene bien que la inteligencia de Lucía Carballal y la sabiduría de esas tres actrices nos coloquen en nuestro sitio. 
Lo que a ojos de petardos como yo puede parecer una comedia ligera, pronto se destapará como una de las más amargas y desoladoras radiografías de una generación que hizo más y mejor de lo que piensa. Y chica, yo que me crié en una ciudad de curas y militares también hice lo mío y rompí mis moldes, qué coño. Por eso mi quiebro es doble.      
      
Así que, servidora, como todas, reivindico como Carmen, Susi y Encarna, mi derecho a tener contradicciones. 
Amo a estas tres actrices y amo a Lucía Carballal. Y amo que me hicierais quedar como un pedorro y que me diese cuenta, una vez más, de que lo mejor al ir al teatro es ir virgen, ir limpio. Que ninguna somos tan listas como nos creemos. Y menos aún yo.