lunes, 22 de febrero de 2016

Hamlet. Teatro de la Comedia.

Te lo digo ya de entrada para que no pierdas el tiempo leyendo si es que te ha gustado; a mí este "Hamlet" de Miguel del Arco NO me ha gustado. Miento, me ha gustado una escena y media. Gustarme de gustarme, de convencerme, de emocionarme. Lo siento en el alma por muchos motivos. El primero, porque siempre que voy al teatro voy con la expectativa de que me guste lo que vea y segundo porque adoro el trabajo de Kamikaze, Miguel del Arco me parece un gran director, el texto original.. en fin, es una obra maestra y encima el reparto es así como de ensueño. Pero no.



Igual empiezo por el texto. Miguel del Arco firma la versión. La anterior adaptación, la de Misántropo a la época actual me gustó muchísimo. Me pareció acertadísima y coherente. Creo, o al menos esa fue la sensación que tuve las veces que vi la función, que se había trasladado completamente la acción. Era como si hubieran cogido el texto en bloque y lo hubieran situado en pleno siglo XXI. Y así funcionaba de maravilla. En esta ocasión, simplemente desde el comienzo, cuando se proyecta una imagen de la Gran Vía no me queda claro si se quiere trasladar al siglo XXI la acción, aunque creo que no. La sensación última que tengo es que se han metido referencias, detalles, incluso expresiones como el "guapérrima" ese horrible, que más que traernos a este momento y a las redes sociales, que es donde se oye esa expresión justamente ahora (quizá dentro de una año ya no se use). Bueno, pero ciñéndome sólo al texto, esas concesiones como el "guapérrima" no me gustan nada. Me resultan formales y caprichosas pero que no responden a un punto de vista ni a que ese sea el sitio desde donde del Arco me quiere contar la historia del príncipe. A ver, es evidente que todos somos muy dueños de tomar las decisiones que nos de la gana, incluso si son simplemente formales. Pero en ese caso el riesgo es que la comunicación se rompa o no se de. Conmigo no se dio. Conmigo el "guapérrima" no funcionó. Como no funcionó el comenzar la función por el final. "Muerto, estoy muerto". Ese arranque para mí supone que se empieza la narración desde un nivel emocional altísimo. A partir de ese punto, como espectador, tener que subir y bajar de esa densidad emocional me supone un escollo, no un aliciente. La primera escena en la cama con un tercero al lado me parece también una alteración del texto esteticista pero vacía de punto de vista, puesto que no es el mismo que hay durante toda la función. Es sólo manierismo pero vacío. Y algo más pasa con el texto, porque no recuerdo haber oído el famoso "algo huele a podrido en Dinamarca". Seguramente se diga, pero no lo recuerdo. Eso es que o yo estaba a por uvas o por algún motivo, pasó desapercibido en mi mente. La broma de jugar con el origen argentino de Daniel Freire tampoco me funcionó en el monólogo del cómico. Me resultó una broma fácil y que en realidad tapaba un agujero negro del que hablaré más tarde. En definitiva, la adaptación que se ha hecho del texto no me convence. Me parece que desaprovecha mucha musicalidad y ritmo del texto de Shakespeare y exprime un lado contemporáneo que no ayuda nada. Al menos no funcionó en mí, porque me daba sensación de trampantojo, de truco vacío y no filosófico respecto al sitio desde donde me contaban la historia. Ese esteticismo incluso lo veo en las fotos del espectáculo. Hamlet es tierra, Gertrudis es ¿hielo?, Ofelia es agua, pero el resto... ¿son todos hojas, todos musgo, todos bosque, naturaleza?  



La puesta en escena creo que tiene momentos que también van y vienen. Lo principal que echo en falta es un poco lo que he dicho antes. Un sitio claro desde donde me cuenten la historia. No lo noto. Creo que igual que el texto va y viene, la intención del director con lo que me está contando y con el cómo lo está haciendo va y viene. Incluso escénicamente se mueve según el momento entre el lirismo, el juego, la caricatura y lo epatante. Claro que una función no es lineal, pero entre la densidad de la escena de Hamlet con Gertrudis y el reguetón de Ofelia hay un universo. Además si hemos empezado la función desde el "estoy muerto", yo como espectador estoy colocado emocionalmente en un sitio delicado y si luego me llevas como en una montaña rusa de la caricatura a la poesía y del barrio a la densidad yo lo que hago es defender mi emoción y sacar las uñas. y así se rompe la conexión con lo que estoy viendo. Porque vamos a ver; si entro en el drama que tiene Hamlet y el marrón en el que está Gertrudis, no puedo ver impasible la escena de la locura de Ofelia sin sonrojarme. El potencial lírico que tiene Ofelia casi siempre, pero sin duda desde que él la rechaza y definitivamente desde que asesina a Polonio, es tan brutal que desperdiciarlo, aún siendo un derecho, también es un riesgo. Pero de las infinitas posibilidades que hay entre medias, elegir ese vestido rojo, el micro, el carrito y el reguetón me parece salvaje. Es querer buscar lo rompedor por lo rompedor. Y me parece que es robarle a la actriz uno de los momentazos de su carrera. Te juro por lo más sagrado que casi todo el papel de Ofelia, pero ese momento en concreto me pareció un desperdicio porque de todos los sitios posibles, se eligió el más premeditado. Sabéis que el "Fausto" de Pandur me flipó. Pues en cierta medida me recordó a Marina salas y los cubos de agua. Con la diferencia de que los cubos de agua me estremecieron y me parecieron no sólo coherentes sino necesarios, eran la única forma de contar aquello. Pues el micro y el reguetón no. Aquí me pareció frívolo, premeditado y sonrojante. Sería mucho más rico y consecuente por ejemplo, haber trabajado más en el límite de la locura irracional. Una mente rota que piensa una cosa, siente otra y abre la boca y sale una tercera. Una mente equivocada y errática. Pero claro, esa sería MI decisión que no es ni mas ni menos que la que ha tomado Miguel del Arco. y está claro que el que dirige es él.



Estas decisiones se trasladan sin querer (o queriendo) a los actores y a su interpretación. Todos son grandísimos actores pero algunos de ellos, creo yo, están conducidos por terrenos pantanosos.   
José Luis Martínez está efectivo. Su enterrador, pese a ser una opción bizarra... lo resuelve bien. Osric también. Pero para mi gusto Polonio se queda en la superficie, en un amaneramiento "pelotil" gracioso y poco profundo. Y Polonio, como todos necesita alguna vuelta más. Si le pones la peluca, es Osric. Nada le define aparte del tono cómico. Cristóbal Suárez me parece un grandísimo actor, lleno de recursos y de saber. Pero Laertes no. Está amanerado y demasiado melodramático. No es que lleve el dramón dentro o la tragedia de la familia, no, lleva el melodrama y sus llantos resultan falsos y exagerados. Y Rosencratz no para, está revolucionado aunque funciona mejor porque el calado de este personaje es menor. Laertes es un bombón pero queda desaprovechado por buscar en él la tragedia que quizá debería estar más en su hermana. Ángela Cremonte durante toda la primera parte me parece que "dice" de una forma rara, antinatural, casi parece como si estuviera cantando. Acentúa las palabras de forma rara y a veces, da la sensación de que imitara a otra compañera suya. No me convence nada todo el arranque de esa Ofelia cantarina. Y cuando se enfrenta a la tragedia y al vacío y opta por la locura se desboca de tal forma que ya no cuenta con mi simpatía. Creo con el corazón en la mano y el alma partida que su escena de la locura es un desperdicio. El reguetón es inaudito y cuando luego la inmensa Ana Wagener nos narra su muerte, bien podría haber sido en un after en Loranca. Jorge Kent está fabuloso. Fabuloso Guildenstern y un Horacio sólido y abrazable. De lo mejorcito sobre el escenario. Poderío, sobriedad y peso específico. Daniel Freire está bastante desaforado. No es necesario poner esas caras de malo cuando es malo. Insinuar es más rico que evidenciar. Quizá bajando un pelín la intensidad ganaría en peso y en solidez. Y siento decir esto pero su lengua hay veces que le juega una mala pasada y acaba luchando contra un resto de acento que le hace tener ciertos problemas de dicción, o al menos, tener una dicción pastosa y espesa. Israel Elejalde nos da otro recital de cómo hacer de todo y hacerlo siempre bien. Aunque creo que el empezar desde tan arriba y ya desgarrado, llorando y rasgando su corazón en nuestros morros le hace estar quizá menos empático que otras veces y tener que moverse por el límite desde el minuto uno. Y si tienes por delante dos horas y tres cuartos... es complicado. Da unos saltos de emoción en emoción como si tal cosa y sale siempre bien parado. Este hombre es un prodigio de la interpretación y del revivir. 



Y Ana Wagener. La Wagener. La mejor actriz de su generación sin ninguna duda. Confieso incluso desde el amor que la primera parte de su interpretación, no me convenció. Entiendo que Gertrudis es una mujer en la flor de la vida y del goce y que a pesar de la muerte de su marido, decide vivir y gozar la vida. A partir de ahí, verá la puta realidad cuando su hijo le haga comprender la locura en la que está metida. Esa escena entre madre e hijo es, para mi gusto, la clave de la función. Ahí se juntan locura y razón, pecado y culpa, martirio y engaño. En ese momento Hamlet desnuda su alma casi por primera vez (monólogos aparte) y Gertrudis baja de su estado hiperactivo y descubre el marrón que tiene en todo lo alto. Su siguiente escena con Claudio es el momento del cambio. Ella ha visto la realidad que tiene ne su cama y poco a poco irá cambiando su sitio en esa familia. La Wagener para mi gusto está demasiado estridente en la primera parte, y aunque transmite perfectamente ese estado de placer despotorrado, quizá el tirar de agudos y de risas estridentes le resten el peso que aún en ese estado más frívolo necesita una reina. Una reina como Gertrudis, una madre que a fin de cuentas tiene al lado a un hijo que ha visto morir a su padre hace nada. 
Cuando al comienzo de este comentario hablaba de que me había gustado una escena y media, eran precisamente estos momentos. Desde la aparición de los retratos de los reyes hasta el final de esa escena y la siguiente con Claudio. Tuve la sensación de que en esas escenas, la Wagener de pronto echaba el freno, decidía dar tiempo al tiempo y crear una realidad en ese momento. cada palabra tenía eco, cada reacción de pronto era inesperada, era viva y era única. Ahí de pronto desapareció el público que tenía al lado, mi cuerpo se despegó de la butaca y voló hasta Elsinor. En esos minutos se creó vida y todo era único y real. Tempo, pausas, escuchar, oír, sentir, nacer, decir y provocar. Sólo por esos diez minutos de magia y de teatro vivo merece la pena haber nacido. Eso sólo lo hacen Israel, la Wagener y la mano de Miguel del Arco que ahí sí se puso donde a mí me mola. 

En definitiva, un espectáculo arriesgado. Del Arco ha querido, dentro de la sabiduría que le hace ser uno de los mejores directores de este país, jugársela. Arriesga en su apuesta y en sus opciones. Y como es el amo decide contar desde y como quiere. Conmigo no funcionó, no hubo magia entre lo que él propone y yo. No siempre pasa esto. Ojalá. Aún así, lo tienen todo vendido desde hace semanas Normal.                           




Otro día si eso os cuento mis dudas de que la traducción ideal de "question" sea "cuestión" en vez de "pregunta". Cosas mías.    

1 comentario:

  1. Fui a ver Hamlet en el pueblo donde vivo y me gustó. Lo mejor las actrices. También los actores, quizá con la excepción de Freire al que se le entiende trabajosamente. Me encantó el montaje. Sí, también el reguetón. Un fallo para mí la versión y eso que adoro a Miguel del Arco. Y ahora, y lo dejo para el final, lo que me indignó a rabiar: La repetición de papeles y hacer salir a la Cremonte al final haciendo figuración. ¡Porelamordedios! ¡Es Ofelia! ¡Y es el Centro Dramático! Un respeto a nuestros cómicos, por favor. Sin aportes técnicos la voz de Shakespeare seguiría sonando como los ángeles desde las gargantas y la emoción de este magnífico elenco.

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