sábado, 14 de marzo de 2015

Buena gente. Teatro Rialto.

Lo de que David Lindsay-Abaire sea premio Pulitzer, que esta obra tenga mil premios y lo de que en Broadway la hiciera Frances McDormand y ganara el Tony lo sabe tol mundo. En todo caso, no es nada difícil de encontrar. Es un simple dato que ilustra sobre el nivel del texto del que estamos hablando.  
Y si allí lo protagonizó Frances McDormand, aquí lo está haciendo ni más ni menos que Verónica Forqué. Y si el resto del reparto estadounidense era bueno, el madrileño es inmejorable. Juan Fernández, Pilar Castro, Susi Sánchez y Diego París. ¡¡¡Ahí es nada!!!




Bueno, al  lío. Este texto, adaptado por el propio David Serrano, director y responsable entre otras de "Lluvia constante" o "La Venus de las pieles" es bastante más complejo de lo que a simple vista podría parecer. Yo, que soy muy dado a llevar una idea preconcebida, pensaba que sería una alta comedia perfecta para la Gran Vía y los llenos de fin de semana. Pero casi te diría que este texto tiene tantas capas y una densidad tan importante que le da muchas vueltas a supuestas funciones "espesas" de teatros serios y emperifollados. La prota, Marga, tiene una vida jodida. Muy jodida. Es la típica mujer de barrio más bien bajuno que nunca ha conseguido acertar en la vida. Cuando la vida ha dirigido sus pasos hacia un sitio, siempre ha sido hacia un callejón más oscuro que el anterior. Presume de haber tomado sólo UNA decisión en su vida. Y también le salió rana. Eso suponiendo que realmente hubiera tomado aquella decisión. Pero ella, que presume de ser "una buena persona" irá desgranando una vida tan multicolor y poliédrica como la de cualquiera. Todos somos buenos. Y todos somos malos. Y todos somos regulares. Y todos hacemos el mal queriendo hacer le bien y hacemos el bien haciéndonos el mal y nos hacemos el mal queriendo hacer el bien. Y el capullo que la abandonó igual no es tan malo. Y la pija de su mujer igual no es tan simple. Y los pobres igual no son buenos por definición. Y los pijos igual no son ni tan pijos ni tan hijoputas. Y es que todos tenemos muchas aristas, las personas no somos sencillas, ni tenemos un solo matiz. Porque... ¿no es verdad que TODOS en esta función tienen razón? ¿No tiene razón Pilar Castro en su monólogo? ¿No tiene razón Juan Fernández en su rebote? ¿No tiene razón Marga en su intento? Todos tienen razón. Todos tienen sus razones. Porque el ser humano es así. Somos complicados, nos autojustificamos, culpabilizamos al otro de nuestras carencias, de nuestras miserias y nuestras bajezas y taras. Este pedazo de texto envenenado teje una tela de araña a nuestro alrededor sin que nos demos cuenta, contando con el cebo desestabilizador de la presencia y el magnetismo acojonantes de Verónica Forqué. Porque a ver, que alguien me diga a mí si no cae rendido a sus pies a los dos minutos de función, antes incluso de que cuente la historia del pollo. Pues claro, ahí está la trampa mortal. Ves a Verónica, digo... a Marga, empatizas con ella al instante, porque es castiza, maja, salada, cachonda, dulce, pobrecilla, perdedora... y automáticamente te pones de su lado. Y después, con la ayuda de esos dos bichos, de las brujas de sus amigas te conviertes en incondicional. Y sólo deseas que gane. Por una vez en su vida. Aunque según transcurre la función vas descubriendo que el blanco no siempre es blanco, que lo bueno no siempre es tan bueno como parece ni el malo tan malo como creías. Pero lo peor no es que Marga deje de tener razón. Claro que la tiene. Sino que los demás también la tienen. Porque ese es el veneno de la función. Que todos tienen razón, que el verdadero mal y la culpa no está en ninguno de ellos, sino en la vida. El mal es la vida. La puta vida que nos ha caído a cada uno. Y eso... incomoda. Porque sientes que has tomado partido antes de tiempo. Y te sientes incómodo por haberte puesto del lado de... alguien no tan bueno. Porque o todos somos buena gente o todos somos mala gente. 

Para mi gusto, la principal cualidad de David Serrano como director es tener la mano suficiente como para manejar todas las personalidades que hay en esta función, equilibrarlas y medirlas de tal forma que ninguna arrasa y todas suman. Sería tentador explotar el lado humano de la Forqué, que es una apisonadora y hacer un espectáculo a su mayor gloria. Pero es ahí donde demuestra la maestría suficiente como para no caer en la tentación y respetar el texto y su labor. Equilibra todas las fuerzas titánicas que tiene entre sus manos y las pone todas en el punto exacto para que lo único que salga favorecido sea el resultado final. Su mano como director queda silenciada, queda oculta y sumergida, dejando a un lado egos y tentaciones y poniendo un sello invisible a la función que le viene perfecto. 




Para completar ese compromiso de conjunto absolutamente necesario cuenta con unas herramientas divinas. La Forqué está en su salsa. Mejor dicho, está en la salsa de la función, tomando las riendas y siendo el foco cuando el clima dramático lo pide, y cediéndolo cuando quien manda es otro. Tiene armas para dar y tomar y se las sabe todas encima de un escenario. Es capaz de llevarte a cualquier terreno que se proponga con una facilidad extraterrestre, pero siempre guida por le respeto al trabajo de equipo. 




Juan Fernández, ese gigante, esa bestia escénica que otorga vida y humanidad a cualquier personaje que acaba en sus manos. Tiene tanta verdad en lo que dice y en lo que hace y en cómo lo hace que desarma tus prejuicios hacia su personaje y te lleva a su lado. Un prodigio de verdad y de magnetismo. Pilar Castro, un fenómeno que haga lo que haga siempre se lleva sus personajes a un punto personal y totalmente embrujador. Su vecina desde luego es REAL y terrenal. Fabulosa creando a la bruja mala del oeste y sus putos buhos, feos de cojones. Pero es que luego te hace a la pija que va de abajo a arriba, sale del suelo de tu desprecio y tu prejuicio y poco a poco se hace la dueña de la escena y entabla un duelo con Marga de tú a tú apoteósico. Susi Sánchez es la puta ama de la escena. Es capaz de dar vida con sólo una frase a la tetona. Pero su vecina, la supuesta bruja que acaba siendo un hada madrina o al revés, es histórica. No se puede estar más divertida y suelta. Remedando siempre la última palabra de su amiga, mascullando por lo bajini con esos detalles que hacen REAL un personaje. Una absoluta maestra de todos los registros que toca. Porque cuando de repente hace un quiebro de voz, la risa se convierte en estremecimiento y la comedia en dramón desgarrado. Eso así, como si nada, de un plumazo. Y esa capacidad solo la tienen las más grandes. 
Diego Paris por su lado da toda la humanidad posible a su perraco. Otro que quizá no sea tan fiero como lo pintan.




En definitiva, un espectáculo trampa con bastantes más capas de lectura moral de las que te esperas y con una profundidad incómoda. Todo lo que no quieres encontrarte en una función de la Gran Vía, pero que precisamente la convierten en una función de obligada visión. Veneno con envoltorio de caramelo, justo lo que más me pone.      

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