martes, 3 de marzo de 2015

El público. Teatro Real.





Reconozco que yo con "El público" no soy imparcial. Cualquiera que me haya leído alguna vez sabrá que en mi vida, hay un antes y un después. Lo que marcó mi vida y la sigue marcando es "El público" de 1986. Es evidente que tanto el trabajo de Mauricio Sotelo en la partitura, como el de Robert Castro en la dirección de escena,  Wojciech Dziedzic con sus figurines y  Alexander Polzin en la escenografía tenían que pelear contra el milagro que se produjo en el María Guerrero en el año 1986. Sí, ya sé que es injusto, que cada montaje es un lenguaje diferente, que no hay por qué mezclar, que cada cosa es cada cosa... Bobadas. Hay visiones y visiones y seguramente todas valgan, pero en este caso, la pregunta que asalta mi mente desde que suena la primera nota es: ¿por qué se ha hecho esto si "El público" ya está hecho? Y no sólo se hizo, sino que se exprimió, se desentraño, se le dio forma, se le dio sentido, se creo como se crea una obra de arte. Y si ya están pintadas las ninfeas de Monet, ¿por qué intentar pintarlas otra vez?




Pero voy por partes porque la fiebre y la pasión me aturullan. 
Reconozco que la partitura de Mauricio Sotelo tiene momentos preciosos, muy bellos, y que consigue juntar flamenco y música contemporánea con buenos resultados. Pero el propio experimento lleva dentro el veneno letal. El texto de Federico tiene música en sí mismo. Es más, te diría que cada escena es una pieza musical con un ritmo, una sonoridad, una cadencia y hasta un silabeo propio. No necesita más música que la música del texto, de su textura. Intentar cantar y poner otra música distinta a la que ya tiene a una escena como la de la figura de pámpanos y la de cascabeles es inútil. Ya tiene música. Y convertir "yo me convertiría en cuchillo" en una frase musical de treinta y cinco sílabas y que dura cuarenta y nueve segundos... es romper la música de esa frase, el ritmo de esa frase y por tanto cargarte el ritmo de la escena. Es que incluso lo dice el propio texto: "quitar es muy fácil. Lo difícil es poner. Es mucho más difícil sustituir". Pues eso. Ya lo dijo Federico. La magnitud de su texto, aún estando inconcluso es que tiene música propia, tiene ritmo y cadencia. El monólogo de Julieta es para que se haga y se diga como lo hizo Maruchi, no para cantarlo (maravillosamente bien, eso es verdad) como lo hizo Isabella Gaudí. Porque entonces le das otra música, otra raíz, otra sonoridad. Como dice mi gran amigo Daniel, "El público" tiene música, y es la de Lorca, un sonido profundo, de una gran reflexión. Un sonido popular lleno de poesía". Y por eso pasa lo que pasa, que hasta el propio Sotelo se enfrenta a momentos como "Señor. ¿Qué? Ahí está el público. Que pase" y no puede ni ponerle música, lo deja tal cual, dicho. Coño, pues claro. 
Las únicas partes que soportan mejor el peso de esta nueva música son las partes de flamenco. Pero porque en flamenco, el alargar una sílaba durante varios compases es lógico. Por eso funciona, por eso no chirría, por eso esa música nueva puede valer. 
Y por eso no acepto este "Público". Porque de raíz ya me parece errado y erróneo. Y no hay quien sea capaz de crear una música distinta para las palabras de Federico. Eso ya lo hizo él. 





Escénicamente la cosa es también peliaguda. Hay momentos logrados, con una imaginería que funciona, como por ejemplo el cuadro cuarto, con el espejo que refleja el patio de butacas, aunque por otro lado la escena propiamente dicha con los estudiantes está mal resuelta. Y la imagen de los caballos también funciona, aunque recuerden demasiado a los del 86. Sin embargo, me da la sensación de que toda la obra está... digamos... resuelta, no creada. Eso sí, con momentos directamente horribles, como la que puede ser una de las escenas de amor más bellas de la historia del teatro, la de las figuras de pámpanos y de cascabeles, que, sinceramente, resultan caricaturescas, y casi parece que estés viendo la gala de Miss Drag Queen del carnaval. Los pobres cantantes van horribles, parecen Topacio y Agatha en pleno número en el Sacha's. O dos extras sacados de "Priscilla, reina del desierto". Y eso sí que no. 




Y a ver, está claro que uno no sabe muy bien qué hacer con el "solo del pastor bobo". Pero lo de ponerlo al principio de la representación es un poco como para quitárselo de encima. "Hala, como no sé dónde ni cómo meterlo, lo hago al principio y me lo quito de encima, una preocupación menos". Y no, claro. Además con eso se cargan la parte circular que tiene el texto. Federico lo termina como lo empieza. Punto. Está todo dicho. 
Los paneles esos que parecen sobrantes del "Ainadamar" no tiene explicación tampoco. Tiene pintadas figuras humanas, esqueletos, pajaritos y hasta ¡ratones! ¿Por qué ratones? Lo dicho, parece una puesta en escena "para salir del paso", con referencias feas y me da la sensación de que está llevada sin sentir como suya la obra de Federico. Por ejemplo, no se puede pasar tan por encima de la figura de G. Está tratado como si fuera un extra más. Y es G. (perdón pero no pienso pronunciar el nombre de G. en vano). Es una paradoja tan poética y tan dolorosa que... no lo voy a usar. Los tres la entendemos. Ya sabéis quienes sois. 
Lo dicho, no se puede tratar a G. con tan poca delicadeza, ni pasar por Julieta tan por la superficie, ni sacar un Emperador de imitación sin más chicha. 





Eso sí, rompo una lanza por todos y cada uno de los cantantes. Todos hacen un trabajo soberbio, sobre todo José Antonio López como Enrique y la Gaudí como Julieta, asombrosa. El resto del elenco está maravilloso. Ellos lo dan todo y están brillantes haciendo lo que les han pedido. Su trabajo es intachable. Pero como he dicho, el mal viene por otro lado, viene de raíz. Viene de querer crear lo que ya está creado. De no haber sabido escuchar lo que está entre las páginas del texto de Federico. Y me duele tantísimo ver las ausencias gigantescas que hay, la profanación de mi recuerdo... Un texto, posiblemente el más grandioso texto teatral de la historia, que lo tiene todo dentro, el amor, la música, el ritmo, la textura, el olor, los colores, las ausencias, el sexo, las pausas, el dolor, las promesas y la paciencia y el amor cósmico de esperar toda una vida para oír un simple "te quiero". 

                

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