lunes, 7 de mayo de 2018

Beatrice. Teatro Galileo

José Gómez-Friha es el responsable tanto de la dramaturgia como de la dirección de esta "Beatrice". Un revisión de "La hostería de la posta", montaje con el que Venezia Teatro celebran su quinto año de vida. 
San Carlo Goldoni escribió "La hostería" en siete días allá por 1762. Doscientos cincuenta y seis años después el aparentemente divertido texto de Goldoni sigue vivo. Tristemente vivo. 
Hace pocos días saltaba la noticia de que la comisión que se va a crear ahora, si es que se crea, en pleno siglo XXI para estudiar la reforma de los delitos sexuales va a estar compuesta únicamente por hombres y que... ay, calla, que no. Que me lío. 
Hace pocos días se hacía pública la sentencia del juicio de "La manada" y todos flipábamos al ver que.. ay, calla que tampoco. Me vuelvo a liar. 




Beatrice pasa una noche en la hostería de la posta con su padre en pleno viaje a Milán, a donde van para que ella contraiga contrato... digo... matrimonio con un señor que le ha buscado su padre y que les vendrá muy bien a ambos, padre e hija. Sobre todo al padre, claro, si no de qué.
Por cosas del destino el futuro marido también pasa la noche en la hostería, aunque ellos no se conocen. El enredo está servido y lo que parece un vodevil de entradas, salidas, cruces y equívocos se convierte en un alegato en defensa del derecho de la mujer a decidir por sí misma. 
José Gómez-Friha se sirve de un par de elementos sencillos para marcar un punto de vista y dar un aplastante poder tanto ético como social frente a lo que estamos viendo. 
Todo en "Beatrice" es estilizado. O mejor dicho, es sobrio y depurado. El espacio en un cuadrángulo con un par de puertas marcadas con luz. Un luz que sencillamente ilumina la zona de acción y oscurece la zona en la que los actores esperan sentados su turno. Punto. Ni más ni menos. Nada que distraiga. El derroche está en el vestuario suntuoso y bellísimo. 

Andrés Requejo, el grandísimo Andrés Requejo se adelanta, enciende una cerilla y se ilumina la lámpara que hay sobre él. Se hace la luz y comienza la acción. 
Todo discurre con brillo, muchísima chispa, buen ritmo y un puñado de actores excelsos. No hay ninguna pega que ponerle. ES COMO DEBE SER. La chispa del texto de san Carlo Goldoni está ahí. El vestuario ayuda, el espacio y las luces no estorban ni distraen del verdadero propósito de lo que vemos. Disfrute. Hasta que de repente, Marta Matute interrumpe la escena para... para... para... y se va. Ese gesto, ese intento de decir algo, de decirnos algo que no está escrito es la clave de "Beatrice". 

SPOILER     

Esto culminará con el gesto final, cuando Beatrice está a punto de aceptar a su marido de encargo, porque el hombre es majo y algo de tilín le ha hecho. Hasta que Marta se para, reflexiona durante unos segundos y decide cortar. Sencillamente no le sale del coño aceptar a este tío porque sí. Ella amenazaba con negarse a aceptarle si no era de su agrado. Pero ahora va más allá. ¿Por qué coño va a aceptarle si ni ella le ha elegido, ni ha pensado en él, ni ha tenido voz ni voto en nada? Ella sabe que es dueña de su vida, de su destino y de su futuro. Y que es la única que manda en sus propias decisiones. Ella, Marta. Y ni manadas ni comisiones de estudio, ni padres, ni tíos ni testosterona. Marta es dueña y señora única y exclusiva de su vida y de sus decisiones. Sí es sí, todo lo demás es violación. Y Marta se quita todos los trastos que tiene que llevar encima, coge la puerta y se pira. Y ahí se quedan todos los machos Ellos verán. 
Lo dice el dossier, no lo digo yo, pero es totalmente cierto, es el portazo de una Nora del siglo XXI. 
Si el montaje como tal estaba siendo impecable y magistral, este detalle sencillo formalmente pero terrorífico como símbolo hace que "Beatrice" levante el vuelo hasta el infinito. ¿No se puede hacer teatro del siglo XVIII en el siglo XXI?  Hablen con José Gómez-Friha y luego ya vemos a ver. O mejor, vayan a ver "Beatrice" y luego nos tomamos un vino. 




Y si brillante es el planteamiento y la forma que han elegido, el reparto es cosa aparte. 

Andrés Requejo tiene un breve papel pero demuestra un poderío y un dominio de la escena y del género incuestionable. Este hombre es inmenso. Juanma Navas está brillante. Como David Alonso, que está divertido y payaso en la justa medida. 
El trío de ases son oro puro. TODOS ellos pero quizá estos tres al tener más papel luzcan más, TODOS ellos, digo, tienen una de las cualidades más tristemente escasas hoy en día en un escenario. Saben hablar. Tienen una dicción per-fec-ta. Y sí, no nos pongamos a la defensiva porque sabéis como yo que es verdad. No es fácil encontrar actores que hablen como hay que hablar. Con una dicción impoluta, y dando a cada palabra el peso necesario. 
Rubén de Eguía está para comérselo. Aparte de ser un rato guapo, es un actorazo de los inteligentes, de los que saben que el fin de un intérprete es ser un medio, no un objetivo. Y se "limita" a dar vida a su personaje desde la sinceridad y la palabra correcta y limpia. Si ya se lo vimos en "El principio de Arquímedes", ya. 
Marta Matute es una de las más grandes de su generación. Llevo diciéndolo desde hace tiempo. Desde que la vi por primera vez hacer ... o mejor dicho, escuchar una Antígona. Da igual que haga teatro del siglo XVIII como este o del siglo XXI como en "La escena número 12" o del siglo XXII como "Yogur/Piano",  o una figuración en el Real o que nade entre las palabras de Pessoa; Marta es inmensa, implicada, lista como ella sola y un muestrario de estados de ánimo y de recursos. 
Y para mí, mi mayor descubrimiento fue Pablo Sevilla. Las razones son simples. Porque sabe hablar. Tiene un timbre de voz luminoso y una dicción realmente buena. Impecable sin afectación. Es un gusto oírle hablar. Y no sólo por la calidez de su palabra sino por su calidad. Sabe medir las palabras, sabe su significado (sí, aunque suene básico, es así, cuántas veces oyes a gente que no sabe lo que dice) y sabe su poder y su repercusión. Y obviamente su composición del personaje es exquisita, perfecta, compleja y atinada.  
Y completando este grupo de hombres está Álvaro Llorente con el violonchelo. El complemento perfecto para provocar a Marta.  Corran a ver esta nueva versión de "La hostería de la posta", porque "Beatrice" es una joya. Pero una joya joya. Y déjense llevar por el poder de una mujer que se reivindica en pleno siglo XXI y por la belleza de la palabra dicha con sentido y peso.  




  

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