miércoles, 2 de mayo de 2018

Cyrano de Bergerac. Teatro Reina Victoria.

Atreverse con un texto como el de Edmond Rostand es un reto, pero también es una trampa. 
Todos hemos visto quinientas mil versiones, a quinientos mil actores y hemos visto resultados buenísimos y estrepitosos fracasos. Versiones divertidas, truños insufribles, luces y sombras.
Esta versión de "Cyrano" es de las divertidas, de las brillantes, de los aciertos sobre todo gracias al inmenso trabajo de José Luis Gil. 
Carlota Pérez Reverte firma la versión junto a Alberto Castrillo-Ferrer, quien también se encarga de la dirección del espectáculo. Alberto ya dirigió otro montaje anterior, "Si la cosa funciona" con la misma pareja protagonista. El entendimiento entre ellos tres se nota en esta nueva puesta en escena (aunque llevan ya 100 representaciones). 



Estamos ante un artificio. No es que sea "teatro dentro del teatro" pero sí es "teatro como representación", artificioso. No es una recreación de la vida sino un juego escénico, una representación. Y como tal la vemos. El escenario, con las candilejas en el proscenio, unos paneles de madera que se cubren de telas, de tapices o que se desnudan según la escena. O sirven de pantalla donde se proyectan imágenes que ambientan otros lugares, o se adelantan o atrasan para crear entradas y salidas. En definitiva, una escenografía del grandísimo Alejandro Andújar junto con Enric Planas que es a la vez eficaz, útil, evocadora y expresiva. Es casi como el escenario ambulante de una compañía. Madera, versatilidad y eficacia. Como alguna caracterización; barbas postizas nada disimuladas, múltiples personajes a cargo de cada intérprete, cambios de escenografía a la vista, pómulos postizos casi de comedia dell'arte...
Luces y vestuario de Nicolás Fitschel y Marie-Laure Bénard al servicio del espectáculo. Y en el mismo tono que la escenografía. 
La dirección de Alberto Castrillo-Ferrer es eficaz y respetuosa. Nos cuenta esta historia trágica de amor desde el respeto por los personajes, por todos ellos y lo barniza todo con un aire de comedia de repertorio de compañía ambulante. El artificio "evidente" es así de evidente para realzar el carácter del texto. Quieren contarnos una historia. Como tal, una historia. La historia de Cyrano, de su amor por Roxana y de la imposibilidad de ese amor. Castrillo-Ferrer pasa de la comedia de toda la primera parte a la tragedia amarga de esa escena final antológica y del humor de la panadería al amor de la escena del balcón. Cada escena, cada momento tiene un tono, un ambiente, una profundidad. JUSTA y EXACTAMENTE la que necesita cada momento. Así no sólo consigue que no despegues el culo del asiento en las dos horas y pico que dura la función sino que sin querer vas sumergiéndote en el estado de ánimo de Cyrano, el eje obvio del espectáculo. No esperéis un montaje grandioso, no. Todo lo que vemos es medido y es justo y escueto. Lo gordo; lo gordo gordo está donde tiene que estar, no tanto en la forma. 



El resto queda "sencillamente" en manos de los intérpretes. Y ahí encontramos de todo. Desde el trazo grueso de la experimentada Rocío Calvo al poderío en escena del gran Carlos Heredia. De la experiencia de Ricardo Joven a la frescura y el desparpajo de Álex Gadea. Cada uno está en su código y todos ellos al servicio del conjunto. Ana Ruiz está estupenda de presencia y de gesto. Cada movimiento, cada mueca, cada movimiento de su cara, por leve que sea es perfecto. Sabe lo que dice y por qué lo dice. Pero hay algo atropellado en su verso. Junta demasiado algunas palabras y pasa por encima de ellas, sin darles todo el espacio que necesitan. Si las palabras siempre son escogidas, en el verso esto se dispara. Y las palabras elegidas son esas porque necesariamente deben ser esas, no sólo por la rima y la medida, que también, sino por la carga, el significado y el poder de las palabras. Y a veces Ana pasa un poco por encima de las palabras. Y vocalmente quizá ayer estaba algo tocada, porque su emisión, la proyección vocal quedaba escasa y su voz se quedaba en un agudo con no mucho color que está claro que no corresponde a una actriz que además canta, como ella. Vamos, que ella canta muy, muy bien. Por eso supongo que lo de ayer sería un asunto pasajero. Y es una lástima, porque tanto la belleza del personaje como toda su gestualidad fueron muy acertadas. 



Y vamos a lo gordo. Porque como decía al principio, "Cyrano" es tanto un reto como una trampa. Y el actor que se encargue de dar vida a este ser amoroso, ingenioso, brillante, divertido, sabio, inteligentísimo, generoso, pícaro, sacrificado, del que querrías ser amigo y alumno; el actor que de vida a Cyrano se la juega. Cyrano NECESITA para vivir a un actor capaz de hacer surf en cada palabra, en cada sílaba, en cada acento, porque si no, el texto naufraga. 
Pero, ¿que ha hecho Alberto Castrillo-Ferrer? Darle el papel a un ser de otro mundo. JOSÉ LUIS GIL, así, en mayúsculas. Para la mayoría será conocido por sus interpretaciones televisivas, en las que es EL MEJOR. Pero José Luis lleva años y años y años tocando todos los palos de la interpretación. TODOS. No sólo es gracioso y un cómico asombroso, sino que ha estado en vuestras mentes y corazones sin que os dierais cuenta, porque José Luis ha participado en los mejores doblajes que se han hecho en este país. Yo le he visto hacer cosas que vosotros, humanos, no creeríais. Ha sido y ES uno de los mejores actores de este país delante de un micrófono. ¿Y eso qué le ha dado? La sensibilidad y sabiduría de distinguir, conocer y valorar el peso de cada palabra. Porque cuando delante de ti sólo tienes una interpretación ya hecha y un texto y tu obligación es dar vida a las palabras para que se junten a esa cara y todas unidas parezcan vivir, en ese momento el poder está en LA PALABRA. Y José Luis llena CADA palabra que sale de su boca de carne, de sangre, de peso, de saber, de sentido y de emoción. Lo hace delante de un micro y lo hace delante de una cámara y lo hace encima de un escenario. Y encima lo hace dando vida a Cyrano, la trampa de las trampas. Porque con Cyrano puedes meter la pata y creerte que eres la hostia. Puedes empezar a gustarte y que se te vaya la pinza y la medida. Puedes empezar a cantar, a hacer ripios, a querer sonar grandilocuente. Puedes querer hacer un personaje aún más grande de lo que es Cyrano. Puedes venirte arriba, creerte la estrella y que te sobren los compañeros. Y el teatro, como todo en la vida menos la masturbación, es una labor de equipo. Pero José Luis no hace nada de eso. Jose entiende las palabras, las ha desgranado una a una, las tiene medidas y tiene medida la medida de lo que quiere y necesita hacer para que este "Cyrano de Bergerac" sea coherente, sólido y brillante. Jose se sitúa justo donde debe en cada escena, es prota cuando debe serlo y secundario cuando es menester. Y sobre todo, tiene un control de LA PALABRA que hace que sea posiblemente el mejor Cyrano posible. Así lo demuestra. Jose emociona, viaja por mil estados de ánimo, regala dos mil millones de matices y convierte cada palabra que sale por su boca en una obra maestra. 



Confieso, que al igual que me pasa con Cyrano, a mí me pasa con José Luis, que querría ser su amigo y su alumno. También confieso que he aprendido de él sin él saberlo lo que sé de mi profesión. Siempre ha sido una referencia. Por mucho. Por todo. Y es que yo le veo y le hago la ola.        


             

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