martes, 9 de octubre de 2018

Tierra Baja. Teatro de la Abadía.

El comentario de un espectáculo en el que empleé menos palabras fue uno que me llevó exactamente... dos. 
Para hablar de "Tierra baja" no voy a emplear demasiadas. Porque hablar de este espectáculo es como intentar explicar un atardecer en el mar. Es algo que sucede poco a poco, que te inunda el espíritu sin que te des cuenta y cuando quieres bajar a la Tierra, ya ha pasado.



Sobre "Tierra baja", su importancia en el mundo de la literatura universal, su estilo, toda la simbología que encierra, su dimensión teatral y su peso específico como texto se ha escrito muchísimo. Hay interminables estudios y artículos desgranando todas las capas de este texto de Ángel Gimerá y no voy a ser yo el listillo que intente ni siquiera acercarme a la profundidad y profesionalidad de quienes ya han escrito. 

Yo creo, estoy convencido, es mi filosofía, que cuando uno decide trabajar un texto y exponerlo ante el público, tiene que ser por una necesidad. Quien decide escoger un texto concreto, investigarlo, estrujarlo, trabajarlo, definirlo, delimitarlo, y exhibirlo tiene siempre que ser porque necesite hacer eso en concreto, con ese texto en concreto y de esa forma en concreto. Mañana quizá será otra, pero hoy día D, hora H es esta concreta. Y creo que Lluís Homar necesitaba hacer este trabajo ahora. En este momento de su vida.
Ya en el año 90 interpretó a Manelic en un montaje histórico dirigido por un ángel, Fabiá Puigserver. Punto. Todos en pie. 



Casi 25 años después, Homar, junto con Pau Miró, agarran de nuevo este texto, lo desmenuzan y crean una adaptación monologada con solo cuatro personajes. Ni que decir tiene que el resultado es un texto de una belleza descomunal. La delicadeza de los diálogos contrasta con la crudeza y el horror del drama y consigue dibujar con trazos finos las capas de vida que envuelven los campos, la tierra, las traiciones, los engaños, las texturas y el amor. Texto con las aristas de los seres humanos y el paisaje. Tierra alta y Tierra baja, confianza y traición, bondad y crueldad, amor y muerte, sexo y caricias, soledad y horizonte. Todas las dimensiones del ser humanos están en esas palabras bellas como punzadas y en esos amores. Cierto es que tendemos a empatizar con los perdedores. Quizá algo nos resuene dentro, pero es así. Manelic y Marta llevan escrita la tragedia en la frente. Por eso, a pesar de todo les amamos. Y seguramente por eso, Gimerá no fue capaz de ahogar a Marta y de convertir a Manelic un asesino. Había que salvarlos por la naturaleza misma del amor. Si no, es mejor que nos suicidemos todos un noche de estas y se acabó la tontería.

Pau Miró dirige esta puesta en escena con una sutileza y un buen gusto que encima consiguen un tono casi mitológico a lo que vemos. La escenografía es austera y sutil. Un espacio blanco con una tela al fondo que Homar abrirá y cerrará. Pocos elementos. Los justos. Un vestuario parco y tan sutil como el espacio. Y un movimiento escénico flotante, como si Homar navegase entre las nubes del recuerdo y la tristeza. Brillante y respetuosa. 



Y Lluís Homar. De nuevo todos en pie. 
Mi primer recuerdo de Homar fue el Quimet de "La plaza del Diamante". Ya entonces me pareció bestialmente guapo y agitador. Su sutileza y su mirada afilada y acerada transmitían más que muchos actores coleccionistas de recursos y tics. En escena creo que fue aquella "Señorita Julia" con la Lizaran, creo que en el difunto Teatro Martín. Desde entonces Homar ha sido un icono para mí. Y aquí demuestra una vez más por qué. 
La bestialidad de esta "Tierra baja" es, aparte del descomunal texto, el trabajo de Lluís Homar. Porque Homar sale, sutil, y con un leve gesto relleno de verdad y compromiso (o quizá de oficio, pero mientras me engañe, qué más da) aparece sobre el escenario Nuri. Y con un leve gesto, un minúsculo giro de cabeza, surge Marta. Y estirando un poco la espalda se transforma en Manelic. Y volviendo más intensa y cruel la mirada nace Sebastian. Así. Chas. Sutilmente. Nada de aspavientos ni de demostraciones. Por eso tu alma no se mueve, por eso navega por esas tierras. y ves sobre el escenario a Marta y ves a Manelic, y ves a Nuri y ves a Sebastian. Porque eso es interpretar, es encarnar, es hacer carne lo inasible. Es ser dentro, es ser por dentro. Hay una distancia milimétrica entre lo que Homar hace cuando es uno y cuando es otro. Es imperceptible. Pero lo ves, lo notas, lo sientes, lo respiras. Es Lluís Homar haciendo lo mismo, poco, casi nada, pero es otro. Y ahí está el truco de este espectáculo. En que lo sutil está vivo. 
Yo no creo en eso de que "menos es más". Menos es menos. Lo que hay que buscar es lo necesario. Y en este caso lo necesario es esto, lo que vemos, poco, casi nada. La distancia entre el genio y lo muy bueno es muy débil y Homar se queda en el punto justo del genio. 
Poco más se puede añadir al comentario de lo que viví y sentí la otra noche. Un texto de un belleza descomunal y un actor sutil y sabio. En el matiz delicado y pequeño está el mayor mérito de este trabajazo, arropado, por si fuera poco por la voz y la sensibilidad de Silvia Pérez Cruz. 
Trabajo grandioso de todos y cada uno de los responsables. Gracias por regalarnos la alegría, la paz y el orgullo del teatro bien hecho.  
    

          

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