martes, 10 de septiembre de 2013

Bouazizi. Insectotrópics.



Si la "Caperucita galáctica" era como un tripi, "Buazizi" es como el crack. (Y no he probado ninguna de las dos cosas, que quede claro).

La Caperucita era para verlo tiradazo en el suelo, revolcado y volando entre esas imágenes y ese cuento cruel y envolvente. Pero "Bouazizi" es un golpe al estómago, un espectáculo brutal y explosivo que hay que verlo en movimiento. Escenario con visión 360º. Es así para que no pares, gires y lo veas desde todos los ángulos posibles. Como la realidad, o como una noticia. Si la ves desde un sólo ángulo no la ves en realidad. Pues lo mismo. En cada momento, en cada ángulo hay cosas distintas y todas forman parte de los mismo visto desde otros ojos. Es necesario verlo por todas partes. 
Un hecho trágico, dramático, bestial. La maquinaria entra en funcionamiento y comienza a ofrecer visones parciales, manipuladas e interesadas. El hecho trágico se convierte en estandarte de posiciones muy distintas. Casi enfrentadas y convierten a una víctima en el supuesto mensaje manipulado por todos lados. Se manipulan las imágenes, se convierten en iconos cosas que no lo son, se manipula la opinión pública y hasta los sentimientos. Y el pobre Bouazizi acaba convertido en un pantócrator, o en un ídolo africano, o en Alá, o en lo que sea menester. 
Los artistas de la compañía, todos ellos, cada uno en su especialidad, son salvajemente brutales. Íntergos e integrales. Y el derroche de imágenes y de sentimientos que provocan no dejan indiferente a nadie. Es más, te remueven los entresijos y las mollejas y te dejan luego tirado en medio de un caos mental del que sólo tú eres responsable. Culpa tuya. 
Y culpa tuya si te has quedado sentado esperando a que te den y te has perdido la proyección de las imágenes en los muros de la iglesia. 

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