miércoles, 15 de enero de 2014

André y Dorine. Fernán Gómez.

Es curioso que en los "grandes" teatros madrileños se hacen cosas bastante más interesantes en las salas pequeñas que en las tochas. La pequeña del Español, la del María Guerrero, la del Fernán Gómez, incluso la del Valle Inclán... nada que ver.
"André y Dorine" de la compañía Kulunka Teatro es una joya que tiene ya varios años de vida y un éxito rotundo por todo el mundo. Sí, por todo el mundo. Y no es para menos.
No hay ni una sola palabra en toda la función y los actores usan máscaras. Unas máscaras ingeniosas e infinitamente expresivas. Esas máscaras unidas al prodigioso trabajo corporal y expresivo de los tres actores hacen que haya un nivel expresivo en toda la función realmente sorprendente.
Es mejor no desvelar nada de la historia. Pero es jodido hablar sin contar nada. Voy a ver cómo me lo monto.




Una pareja de ancianos han convertido su vida en una rutina en la que la máquina de escribir de él y el violonchelo de ella ya no son cómplices sino casi enemigos. Entre medias, tratando de ejercer de árbitro, su hijo ya maduro e independiente. Como casi siempre, un hecho inesperado trastocará esa vida apaciblemente arisca. Desde ese momento, tras unos instantes de no saber qué hacer, deciden volver atrás para poder seguir adelante.
La mejor o la única forma que conoce André de plasmar las cosas es escribiendo. Escribirá la historia de su amor desde el principio. Es la única forma de materializarlo y de poder conservarlo. Deberán recordar cómo eran y cómo se amaron. Sólo así podrán seguir amándose. Entonces volvemos al pasado y vemos una historia de amor sencilla y entrañable. Como muchas otras, pero contada con una sensibilidad y una gracia que te estremecen. Y aunque haya momentos sensibleros, situaciones que te estrujan directamente el corazón y te succionan las lágrimas, todo está hecho desde un respeto tan gigantesco que sólo puedes desarmarte y entregarte a una historia dura de cojones y dejarte estremecer. Y sí, te entra mejor porque son casi muñecos, si fueran actores a cara descubierta... a saber qué habría pasado. Pero está claro que los cuentos, incluso los más crueles entran mejor si te los cuentan unos títeres, unos dibujos animados o unos actorazos con máscaras.
Historia de amor, de recuerdos, de recuperar la memoria, de recordar sensaciones pasadas y reales, de mirar al futuro, de entender al otro, de comprendernos para situarnos. Espectáculo complejísimo y tremendamente bello que te hace llorar como un descosido, pero es que la vida es así. Gracias eternas a estos tres actores, Garbiñe Insausti, Edu Cárcamo y José Dault y al director, Iñaki Rikarte por darme la mejor tarde de domingo imaginable. Bueno, y la música de Yayo Cáceres que es como esas bandas sonoras que con sólo oír dos notas se te rompe el corazón. Como con la música de "La strada", que solo con dos o tres notas te pones a llorar. Evocadora y mágica.

Vayan señores míos, vayan al Fernán Gómez. Y déjense llorar.      

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