martes, 25 de junio de 2013

Las hermanas Rivas. Cuarta Pared.

Hay comentarios que realmente te cuesta mucho hacer y te duele en el alma no escribir lo que te habría gustado. Este creo que es el que más me duele de todos los que he escrito.
Y es que adoro a Esther Ortega. Aunque ya había hecho muchas cosas, yo la conocí en "Desaparecida" y desde entonces me parece una mala bestia. El años pasado la pude disfrutar de nuevo en "Los últimos días de Judas Iscariote" y aparte de ser uno de los mejores montajes que vimos el años pasado, volví a enamorarme de Esther otra vez.
Pero el espectáculo que vimos el otro día nos dejó un poco plof. La historia se queda un poco corta. Las cosas pasan muy rápido y apenas hay transiciones ni desencadenantes para lo que sucede a continuación. Mariano Rochman resulta poco creíble en el papel de boxeador enamorafrustradas. Vale que está muy cachas, pero le falta personalidad a su personaje. La voz tampoco le ayuda a hacer creíble ese personaje que tiene que provocar que las dos hermanas se vuelvan locas por él. Ni es inteligente, ni es un superman, ni tiene un encanto especial. Y si ellas dos se vuelven locas por el primer tío bueno que aparece... entonces él sobra y ellas deberían haberse enamorado hace años.



La dirección es vertiginosa. Pero en el mal sentido. Todo pasa demasiado rápido. No hay tiempo ni para transiciones ni para provocar cambios en los personajes. Es un poco como si pusieras una escena detrás de otra rapidito y sin dar tiempo a que el texto se exprese o los actores justifiquen sus actos y sus cambios. Hay ideas chulas, como los intermedios cantados por Carlota Ferrer, que le dan un toque Arturo Ripstein muy chulo, pero lo mismo, la pobre canta a toda velocidad, sin contar realmente lo que canta, y sin expresar lo que la letra nos quiere aportar. En definitiva, me dio la sensación de que había visto un ensayo. Un ensayo de los de en medio del proceso, cuando todo empieza a fluir y hay que empezar a darle forma y ritmo. A ralentizar, a descubrir los misterios de las pausas, de los silencios, a descubrir también los distintos tempos de cada momento. Quizá con otros ritmos, con otras cadencias y con más mimo por lo que se dice, a pesar de ser una historia costumbrista, habría resultado más sórdida, que creo que es lo que debería haber sido.
Eso sí, Esther Ortega se despega del suelo desde que abre la boca por primera vez. Te descojonas con ella, te quedas hipnotizado mirándola, la entiendes, simpatizas... Es que te quedas pegado a ella hasta cuando corta la carne. No se puede ser más natural, más sincera y más entregada. Se pasa toda la función intentando tirar de la función hacia arriba y aunque desgraciadamente no lo consigue, ella sobrevuela el Olimpo de las actrices sobrehumanas y querrías que no parara nunca.
Insisto en que me ha jodido tener que poner lo que he puesto, porque iba con unas ganas que te mueres y salí chafadillo aunque enamorado de nuevo de Esther Ortega.

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